Ayer
reflexionaba en torno a la necesidad que tengo de escribir, una necesidad casi diaria.
La misma que siento de lavarme la cara, tomar el primer café o ponerme a
empezar el día cuando me despierto. Escribir es una experiencia muy personal y
por eso tiene tantos significados. La única manera de responder con honestidad
al sentido que tiene la escritura es expresar lo que significa para uno mismo.
Para mi, la actitud de escribir refleja múltiples intenciones, algunas bastante
simples y otras mucho más pretenciosas. A veces, escribo simplemente para dejar
correr el pensamiento e intentar ponerlo negro sobre blanco en una hoja de
papel o en un archivo digital. Otras escribo para concretar lo que siento o lo
que medito, como si hiciese un ejercicio para radiografiar mi raciocinio o mis
emociones. A veces escribir me permite dejar escapar la conciencia o la pasión,
la preocupación o la petulancia, la memoria casi olvidada o las sensaciones más
vegetativas. Y casi siempre, escribir significa para mi decir lo que no se puede o no
se debe callar. ¡Cuantas cosas se concretan en la acción de escribir! Como
dijo alguien, escribir es poner la cara, hablar de frente. Y todo el que
escribe se juega algo en sus palabras.
Por otro lado, es innegable que escribir resulta una aventura fascinante, pero las más de las veces es más resultado de la transpiración que de la inspiración. La escritura exige esfuerzo, dedicación, hacer y deshacer, buscar, corregir, reescribir... Y no una, sino decenas de veces. Y no hay que buscar excusas ni pretextos. Lo que hay que hacer es disciplinarse cada día y dedicarse a la tarea. Diez minutos, media hora o dos horas, lo que haga falta. Cada día una cosa diferente, según lo que se tercie o lo que corresponda.
Me alegra haber encontrado espacio para retomar la escritura, me complace recuperar las palabras, recordarlas, utilizarlas, componerlas entre sí para intentar conformar mi pensamiento. No quiero olvidar las palabras y menos lo que significan. Y solo por eso merece la pena escribir.
Por otro lado, es innegable que escribir resulta una aventura fascinante, pero las más de las veces es más resultado de la transpiración que de la inspiración. La escritura exige esfuerzo, dedicación, hacer y deshacer, buscar, corregir, reescribir... Y no una, sino decenas de veces. Y no hay que buscar excusas ni pretextos. Lo que hay que hacer es disciplinarse cada día y dedicarse a la tarea. Diez minutos, media hora o dos horas, lo que haga falta. Cada día una cosa diferente, según lo que se tercie o lo que corresponda.
Me alegra haber encontrado espacio para retomar la escritura, me complace recuperar las palabras, recordarlas, utilizarlas, componerlas entre sí para intentar conformar mi pensamiento. No quiero olvidar las palabras y menos lo que significan. Y solo por eso merece la pena escribir.
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