lunes, 14 de octubre de 2013

¡Apáñatelas como puedas!

Para Joaquín Martínez Sánchez, con mi afecto.

Encontré a Joaquín en el bar Jardín apurando un café a media mañana. Lo vi sentado en la mesa, escondiendo su mirada tras unas oscuras gafas de sol y apoyado sobre su garrote. Lo saludé desde la distancia, me aproxime a él y entablamos una conversación tan habitual como insulsa: “¿Cómo estamos, Joaquín?. ¿Y la familia?” Lo propio en estos casos. Rápida y sorprendentemente, el diálogo tomó una deriva impredecible y empezamos a hablar de otras cosas mucho más interesantes.

Pero, antes de nada, debo hacer las presentaciones. Estoy hablando de Joaquín Martínez Sánchez, que el pasado mes de marzo cumplió 86 años. Aunque no nació en Gestalgar, es vecino del pueblo desde que se reconoce. Joaquín “El Corneta”, porque nadie dará razón de él si lo mentamos por sus apellidos, es agricultor, cazador, ecologista, músico y una pila de cosas más. Un día hablaré in extenso de ello porque es difícil encontrar un ser tan poliédrico. Joaquín sabe y se ha ocupado de casi todo. Por si le faltaba algo, últimamente, se nos ha hecho escritor. Desde hace algunos meses rellena con su letra caligráfica las hojas viejas de los almanaques y las de un block azul, que he ojeado, poniendo negro sobre blanco la historia resumida de su vida, aunque ello sea una quimera porque es imposible delimitar su extensión y su riqueza. Sé que le da vergüenza reconocerlo, pero está satisfecho de la decisión que ha tomado. Y yo le he animado a que no ceje en su empeño, especialmente después de que me haya permitido leer lo que escribe: su memoria viva, que es la memoria selectiva de una persona octogenaria, que mira con ojos vivarachos y esperanzados y que reconoce y subraya los valores sempiternos de la modernidad: la fe en las personas, en el progreso, en la solidaridad y en la cooperación, en el bien común, en la preservación de los bienes naturales…Pero, como digo, de eso hablaremos otro día. Hoy quiero reparar exclusivamente en una anécdota que me contó en nuestra improvisada conversación ante la mesa blanca de un bar del pueblo esta mañana de octubre.

Joaquín no nació en Gestalgar porque lo hizo en Paterna. Circunstancias sobrevenidas, de pura supervivencia, le trajeron al pueblo. Un ‘ama de leche’ le ayudó a seguir viviendo y esa eventualidad le hizo gestalguino. Naturalmente, dejó su familia biológica cerca de Valencia y, años después, regresaron para reclamarlo. De ese modo, un niño crecido en un pueblo aterrizó en una ciudad enorme, que atravesaba unas circunstancias terroríficas al final de la Guerra Civil y durante los años posteriores. Cuando sus padres biológicos lo recuperaron, regentaban un pequeño comercio de víveres y vinos. El padre distribuía garrafas de vino diariamente entre algunas familias de clase media, a las que aprovisionaba a domicilio. Naturalmente, él tuvo que ayudar en lo que podía. De modo que pronto acompañó a su progenitor en el reparto. Un día, tras concluir el servicio, su padre le dijo que debía hacer una determinada gestión y que él debía volver a la tienda que, por lo que recuerda, debía estar a 5 ó 6 kilómetros desde dónde se encontraban. Joaquín le pidió dinero para coger el tranvía y el padre le respondió que no disponía de él y que debía volver caminando. Él le replicó que cómo iba a hacerlo si desconocía el recorrido, ya que hacía poco tiempo que vivía en Valencia. La respuesta de su padre fue contundente: ¡arréglatelas como puedas, que yo me tengo que ir!

Según me dijo, Joaquín acertó al recordar que por delante de su tienda pasaban los tranvías números 9 y 11. Así es que, ausente su padre, espero pacientemente a que uno de ellos pasase por allí. Una vez lo divisó, echo a correr tras él sujetando las cuatro garrafas vacías hasta que el cansancio le venció, observando impotente cómo se alejaba inmisericorde. Espero al siguiente y repitió la misma operación mientras pudo sostener el esfuerzo. Y así siguió, una y otra vez, persiguiendo los tranvías números nueve y once hasta que consiguió aproximarse a su destino, identificar dónde estaba su tienda y, lógicamente, dirigirse a ella y terminar su periplo. Al llegar comprobó, sorprendido, que su padre ya estaba allí. Joaquín lo miro y le dijo: “¿Qué hace usted aquí?”. Y él le respondió, “pero ¿no decías que no sabías volver a casa? ¿Cómo lo has conseguido?" Las respuestas son innecesarias. Así era la vida entonces y estos eran los métodos de aprendizaje (escenarios naturales, conflictos cognitivos, áreas de desarrollo próximo, autonomía, cultura del esfuerzo, rendición de cuentas...Y garantizo que aquellos enseñantes desconocían a Vygotski, Slavin, Bruner, Gardner, etc., porque algunos ni habían nacido). Y puedo asegurar, también, que nuestros padres nos querían al menos tanto como nosotros queremos a nuestros hijos. Y ese es el tono que rezuman las palabras de Joaquín mientras cuenta parte de su vida: reconocimiento, gratitud y afecto. Entonces y ahora, como decía Ortega, somos quiénes somos y nuestras circunstancias, y si no las salvamos a ellas no nos salvamos nosotros. Así fue y así es. Salud, Joaquín, y gracias por compartir conmigo estas y muchas otras cosas.


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