jueves, 4 de marzo de 2021

Luis Gómez

Como bien saben los artistas plásticos no resulta fácil ser buen caricaturista porque es pericia que requiere un aprendizaje exigente que no está al alcance de todos. La caricatura es un arte que tiene escasas reglas y demanda medios poco sofisticados. No obstante, esos limitados recursos le permiten por el contrario expresar la riqueza de la vida, de las costumbres o del pensamiento de las personas y también compendiar la complejidad de los contextos sociales y/o de los rasgos característicos de una determinada época. Con pocos trazos logra aflorar las cualidades ocultas y/o las categóricas de cualquier entidad personal o social haciéndola fácilmente aprehensible para quienes están frente a ella. Si en unas ocasiones provoca la sonrisa e incluso la carcajada del observador, en otras apela a su conciencia motivándole análisis y reflexiones de mayor enjundia. Así pues, caricaturizar es tarea compleja, aunque no lo es menos tratar de remedar tal destreza plástica con recursos lingüísticos. De modo que cada día me parece más quimérica la pretensión que me autoimpuse cuando determiné haceros estas fútiles semblanzas, intencionadamente esquemáticas y almibaradas, que en el mejor de los casos aspiran exclusivamente a abocetar sinopsis verosímiles de algunas de las parcelas que conforman vuestras personales entidades, todas complejas y deliciosas. El turno que establecen mis aleatorias pulsiones ha determinado que hoy sea Luis Gómez el sujeto de mis cavilaciones.


Como decía, pretender acotar con poco más de un millar de palabras la formidable riqueza que abarca la vida de cualquier persona es una aspiración absurda. Si además se trata de alguien con profusas inquietudes y con una prolífica proyección social tal propósito deviene un objetivo casi imposible. Por tanto, hago expresa mi renuncia a que este remedo literario subsuma siquiera una síntesis de lo que mi memoria retiene de mi amigo Luis. De él podría decir infinidad de cosas, como que lo conocí hace más de cincuenta años cuando era un mozo bien «plantao» que, desde su Novelda natal, llegaba a la Escuela de Magisterio conduciendo el único seiscientos que circulaba por aquellos pagos. Que con su mayoría de edad recién estrenada, su porte juvenil, sus maneras, sus habilidades y su carácter hacía estragos entre las féminas, despertando sus anhelos y pasiones. Pero no solo de pan vive el hombre. Luis había pasado algunos de sus años adolescentes en las Escuelas Pías del Cap i Casal, en la calle Micer Mascó, donde probablemente aprendió algo más que literatura y francés. Si su fisonomía jugaba a favor, no lo hacía menos su talante. Era hace medio siglo, y lo sigue siendo, una persona divertida, perspicaz, simpática, apasionada, atenta y con carácter. Era y es, además, alegre, interesante, responsable, extrovertido, capaz, amable y obstinado. Y también persona generosa, razonablemente satisfecha e inequívocamente afortunada. Luis es, en síntesis, un ser inteligente —y, por tanto, algo hipócrita— familiar, dúctil e independiente, y un punto fanfarrón, con apariencia de ser feliz, que no es poca cosa cuando se han cumplido los setenta.

Soy consciente de que siguiendo por este camino no alcanzaré el final. De modo que por un elemental pragmatismo abordaré exclusivamente tres facetas que concretan otras tantas proyecciones de su personalidad. La primera se vincula a uno de sus rasgos característicos. Luis responde al canon aristotélico del «zoon politikón», es un animal político en el mejor sentido de la palabra, un concepto que incluye tanto las facetas teoréticas de la convivencia como las extensiones más prosaicas de la práctica política. Como propone H. Arendt, no debe olvidarse la distinción entre «lo político» —la ineludible vida en sociedad que atañe a todos y sus reguladores como la justicia, la igualdad, la solidaridad o la equidad—  y «la política» —expresión de lo político—, que concierne a sus vertientes procedimentales abordando aspectos estructurales (formas de gobierno), mecanismos (institucionalidad) y procedimientos (maneras que confieren legalidad y legitimidad a las dos anteriores) que permiten la organización y la convivencia de las diferencias y de la pluralidad de y entre las personas. 

En mi opinión, Luis ha estado en lo uno y en lo otro desde los albores de su madurez. Ni la política ni lo político le han resultado ajenos un solo minuto desde entonces, cuando ya apuntaba maneras discutiendo acaloradamente o enredándose en diatribas ideológicas, unas veces sustantivas y otras fronterizas. Instigaba, hacía proselitismo, reclutaba y embarcaba a terceros en peripecias que a veces compartía y otras abandonaba al albur de su destino. Luis ha sido hombre de aparato y servidor institucional, muñidor y conocedor de las triquiñuelas y maldades del día a día partidista y entendido, a la vez, en la política institucional que promueve y posibilita las transformaciones que mejoran la vida de los ciudadanos. Es persona que gusta de «estar al plato y a las tajadas» y que nunca ha abandonado la acción política, esa que se escribe con minúsculas y que hace grande a la que se rotula con letras mayúsculas. 

Más allá de su incursión circunstancial en la gestión de los órganos de la Administración autonómica, la segunda faceta de su personalidad que en mi opinión merece subrayarse es el sesgo municipalista de su actividad política, que inició en Elx —algo más que su ciudad adoptiva, porque allí labró buena parte de su porvenir— y que ha desplegado en su Novelda natal. Su apuesta para la política municipal se aparta de los sesgos de carácter geográfico, utópico o burocrático que suelen acompañar al municipalismo convencional. En realidad se orienta a concretar una sociedad local más justa y solidaria. Su gestión al frente del consistorio noveldense ofrece ejemplos evidentes de cómo el municipalismo puede trascender la mera respuesta a los problemas diarios. Sus ideas acerca de las necesidades de la población y del futuro de su pueblo jamás han sido quimeras irrealizables. Y mucho menos ha limitado su actividad como munícipe a llevar a cabo exclusivamente la escrupulosa gestión de las competencias que tienen las corporaciones locales. Por el contrario, parece más bien que se ha esforzado en construir estructuras políticas de base local, más ambiciosas que las lógicas verticales y burocráticas de los partidos políticos. Porque conoce de sobra que la vida en los pueblos y en las pequeñas ciudades en absoluto replica la política nacional, de la misma manera que los ayuntamientos tampoco son parlamentos en miniatura con sus correspondientes gobiernos. Sabe que la política local es un entramado de relaciones de poder en el que intervienen muchos de los agentes que también están presentes en otros niveles sociopolíticos y económicos (empresas, multinacionales, bancos, especuladores…), que aquí intervienen y se involucran de otro modo. Sabe que el municipalismo está mediado por la proximidad, por la necesidad de descender a lo concreto y entrar en contacto con otras realidades: vecinos, asociaciones, tradiciones autóctonas, liderazgos locales… Y tal vez por ello hacer política municipal significa interpretar esa realidad diferenciada que es cada pueblo, entenderla y saber construir a partir de ella utilizando sus propios códigos y ritmos. Luis fue alcalde en dos legislaturas y estoy convencido de que ese periodo lo tiene asociado a uno de los estadios más venturosos y productivos de su vida. Estoy convencido que en su decisión de volver a casa y lograr auparse a la alcaldía encontró una síntesis casi perfecta de su vocación política con su raigambre existencial.

La tercera y última faceta que destacaré de Luis se refiere a sus desempeños en el terreno corto, el que forjan las relaciones personales y las emociones que les acompañan. No sería justo ni respondería a la verdad hurtar a la imagen que proyecta alguna de sus vertientes más esenciales. Más allá de la pasta que conforma su dimensión política, cuando se le conoce a fondo se aprecian en él aristas que subyugan y humanizan la indiferencia o la aureola de frialdad que pudiera traslucir su pertenencia a la «clase política». Cuando se accede al territorio emocional que cultiva Luis se aprecia su humanidad, su cercanía. En ese terreno emerge el Luis primigenio, el ciudadano que abre las puertas de su casa a sus conciudadanos y amigos, que lo mismo colabora con un artículo en las revistas locales (Betania y otras) que participa entusiastamente en su «filà» La polseguera. El hombre que no tiene problema en reconocer que vive en una casa sobre la que proyecta su sombra «la Madalena», protagonista de uno de los días más importantes en su ciudad, según él lo percibe y declara. Es el muchacho que sigue tomándose sus «palomas» con la misma candidez que lo hacía cuando era adolescente, a las que hace años añadió sus inseparables cigarros, habanos a ser posible, aunque no sean Montecristo Nº 4, Partagás 8-9-8 o Siglo V de Cohiba. Y por si fuera poco ahí están algunas de sus más sinceras confesiones reconociendo que es partidario de las virtudes laicas de la tolerancia activa, la autocrítica y la amistad cívica con los adversarios. En algún lugar citó a Goethe con una frase que apunta a la esencia de sus aspiraciones vitales: «seamos nobles, amables y buenos». Pues, eso mismo, Luis: suscrito y rubricado.

Salud y felicidad, amigo.




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