sábado, 27 de marzo de 2021

De Gestalgar a Santa Eulalia- II

Las tierras de la Colonia corresponden a una gran propiedad rústica que se había mantenido casi intacta desde la Edad Media. A partir del siglo XVII perteneció a diversos propietarios de Villena y Valencia hasta que a principios del siglo XIX pasó a manos de la familia del conde de Gestalgar. El año 1862, Antonio de Padua recibió ese legado conjuntamente con los numerosos títulos y dignidades que ostentaba su estirpe. Era persona de rigurosa educación y muy culta, que estudió Derecho, aunque no obtuvo el correspondiente título universitario, y sentía pasión por el arte y la música.

La Colonia está situada en una zona de topografía prácticamente llana, excepto la superficie que corresponde a la falda de una colina, el cerro del Cuco, que remonta hasta aproximadamente los quinientos metros de cota. Dista unos nueve kilómetros de Villena y aproximadamente siete de Sax, lo que le proporciona cierto aislamiento y facilita su autonomía respecto a ambos núcleos urbanos. Radica, a su vez, junto a un camino que se dirige al oeste, en dirección a Salinas, que arranca a menos de un kilómetro hacia el este, desde la actual autovía E-903, que sigue el viejo trazado de la carretera nacional que enlazaba Alicante con Madrid. Aproximadamente a la misma distancia, casi paralelamente a ella, discurre la línea ferroviaria que une ambas ciudades, en cuyo margen se levantó antaño una estación de tren que fue demolida posteriormente. Finalmente, el río Vinalopó discurre por las inmediaciones del núcleo poblacional, hallándose hacia el noroeste la llamada Acequia del Rey que pertenece al municipio de Villena y que tradicionalmente ha cedido agua a la Colonia. Estas privilegiadas condiciones geográficas han determinado que este territorio haya sido un paraje ocupado desde tiempo inmemorial. De hecho, junto a ella existe un yacimiento arqueológico que corresponde a una villa romana y también se ha localizado en sus proximidades un cementerio andalusí, que no ha sido estudiado suficientemente por lo que se desconoce a qué lugar o alquería perteneció. La explotación tenía una superficie de 138 Has. plantadas de frutales, almendros, olivos y vid. El cultivo de esta última fue muy relevante porque la elaboración y exportación de vino y alcoholes dio pujanza a la explotación, siendo fuente de riqueza para toda la comarca y sustentando en buena medida las fortunas de los terratenientes.

Para su puesta en marcha el conde de Gestalgar se inspiró en las colonias industriales catalanas que visitaba frecuentemente. En Barcelona residía su amigo y compañero carlista don Manuel María de Llanza y Pignatelli de Aragón, duque de Solferino y de Monteleón. Los viajes a aquella ciudad posibilitaron que el conde conociese el funcionamiento de la producción que se desarrollaba en las colonias textiles instaladas en la cuenca del río Llobregat. La amistad entre el conde de Gestalgar y la Alcudia y el duque de Solferino se consolidó especialmente a partir del 1915 cuando su primogénito, Antonio de Paula Saavedra y Fontes, se casó con Concepción de Llanza y Bobadilla, hija del duque de Solferino.

Las tierras pertenecían al conde desde 1862. En 1878 contrajo matrimonio con María de la Concepción Fontes y Sánchez de Teruel. Desde su creación, el uno de julio de 1887, hasta 1900 fue su único impulsor y director. En este periodo tiene una vocación esencialmente agrícola aspirando a convertirse en un enclave autosuficiente. En él se construyen la casa-palacio, las viviendas para los obreros, las estructuras de almacenamiento y algunos espacios de transformación de la producción. Se logra así mismo la instalación de una línea telefónica (1890), de una rueda hidráulica (1896) y de una oficina de correos.

Vista general de la Colonia (Puig Moneva, 2016)

Será a principios del siglo XX cuando adquirirá y reforzará su sesgo industrial. El año 1900 el conde de Gestalgar se asoció con su primo el ingeniero agrónomo Mariano Bertodano Rocalí, vizconde de Alzira, que estaba casado con María de la Concepción Avial Peña, hija de un rico indiano de Cuba que, según la tradición, en 1892 había dotado al matrimonio con 18.000.000 de pesetas por la unión conyugal y, además recibiría un millón adicional por año cumplido en matrimonio. Así pues, los cónyuges aportaron buena parte del dinero que se precisaba desarrollar una empresa cuya administración correspondía al conde de Gestalgar y que a partir de esos años adquiere su orientación industrial. La sociedad explotadora se denominó «La Unión» y tenía como objetivo el cultivo, la recolección y la elaboración industrial de la producción agrícola, preparándola para su comercialización, tarea que facilitaba mucho la situación estratégica de la explotación. Según un informe pericial de 1907 realizado por el Ayuntamiento de Sax se construyen en esos años nuevos molinos de aceite, la alcoholera, las bodegas y la fábrica de harinas, además de otros edificios, y se llevó a cabo la transformación de la base productiva con nuevas plantaciones de vides, olivos y almendros. La referida Sociedad se constituyó el año 1900 y cuatro años más tarde María Avial se convirtió en la propietaria única de la Colonia pues se había comprado con el dinero de su dote. Tres años después, en 1907, la Sociedad entró en crisis coincidiendo con el adulterio que protagonizaron ella y el conde, siendo embargada e iniciándose así su decadencia. El divorcio entre los cónyuges Bertodano-Avial se materializó en 1908 y, a partir de entonces, la Colonia pasó a manos de María en exclusiva, figurando el conde como simple empleado. Así aparece en los padrones municipales posteriores a 1910. Por otro lado, no es irrelevante recordar que el 23 de mayo de 1907 se extinguen los beneficios legales y tributarios de los que disfrutaba la explotación. Desde entonces hasta su práctica extinción, en los primeros años cuarenta, sigue funcionando pese a los referidos problemas personales entre los socios, el aumento de las cargas tributarias y la crisis del sector vitivinícola. La diversificación de la producción, la plaga de filoxera en el sur de Francia y una ligera recuperación durante los años de la I Guerra Mundial explican que, a pesar del contexto adverso, la Colonia pudiera seguir funcionando durante veintitrés años, tras la extinción de los beneficios ligados a su creación.

En marzo de 1908 se insta procedimiento de quiebra de la referida sociedad en el juzgado de primera instancia de Villena. A partir de este momento se abre un periodo continuista (1908-39) tanto en cuanto a la estructura urbana de la Colonia —solo se construye el Teatro Cervantes, en 1919— como en lo referido a la producción agroindustrial del conjunto, que disminuyó notablemente. Se trata de una etapa muy condicionada por el juicio por adulterio al que fueron sometidos el conde de la Alcudia y María Avial, en 1910, por la muerte de este en 1925, por la subasta pública de la finca en 1934 y por la posterior salida de María Avial en 1936. Durante la Guerra Civil, los colonos solicitaron a los ayuntamientos de Sax y Villena el cambio de nombre, pasando a denominarse Colonia de Lina Ódena, en homenaje a la militante comunista.

No me adentraré en los pormenores de la estructura urbanística de la Colonia de Santa Eulalia. Simplemente apuntaré que consta de dos grandes plazas conectadas por la calle Salinas que la atraviesa de noreste a suroeste. La primera de ellas, la plaza de S. Antonio, estaba perimetrada por viviendas de planta baja destinadas para residencia de los trabajadores, además de acoger la fábrica de harinas y la almazara. En el otro extremo de la calle se encuentra la plaza de Santa Eulalia, que delimitan el teatro, la bodega, la fachada lateral de la almazara y una casa de labranza demolida en los años 80. También la componen la ermita de Santa Eulalia, que da nombre al conjunto, y alrededor de ella están la casa palacio y la fábrica de alcoholes En el perímetro de la plaza se encuentra así mismo la carnicería, una tienda, un casino y un horno de pan. La educación se impartían el colegio de Carmelitas ubicado en la avenida Margot, cerca del parque Gilabert. El conjunto urbanístico lo completaban estatuas, zonas verdes, fuentes, elementos decorativos y el lago de la condesa. Fuera del recinto se localizaban establos y corrales en la zona denominada el Ventorrillo, una estación de tren que ya no existe y la casa de la Azuda. Así pues, su trazado responde a las especificaciones de los manuales europeos de la época para el diseño de esta tipología de espacios agrarios. Con él se pretendía el control del campesinado, la reducción de los tiempos de desplazamiento hacia los campos y la concentración de las actividades. A medida que avanza el siglo XX, al afán por la vigilancia y el control del campesinado le sustituye una tendencia a la mejora de sus condiciones de vida intentando neutralizar los posicionamientos políticos radicales. Ello redundará en el mejoramiento de la vivienda, la extensión de la educación y la habilitación de espacios de ocio y esparcimiento.

Sobre la Colonia de Santa Eulalia, especialmente sobre sus fundadores y moradores, han surgido leyendas, dimes y diretes y especulaciones de todo tipo. Se ha imaginado como lugar de residencia de nobles desdichados, impotentes para asegurar su descendencia, que acudían a la brujería y a otros hechizos para lograrla. Menudean otras especulaciones en torno a familias de relumbrón vencidas por la lascivia y la ludopatía que hicieron de algunas de sus instalaciones lupanares y casas de tolerancia. Lo cierto es que la concepción de las edificaciones era ajena a tales ensoñaciones. Sin embargo, debe reconocerse que en su época de esplendor tenía su encanto, todo lo provinciano y agropecuario que se desee, pero que lograba interesar a cualificados representantes de la alta sociedad que solían pasar por allí en las épocas estivales. En todo caso, devaneos y chismes al margen, debe destacarse que fue una de las pocas colonias rurales exitosas, con una fructífera vida productiva que contrasta con la atribulada existencia de sus promotores y moradores.

Planimetría (Puig Moneva, 2016)

En este sentido, me parece que una de las personas que mejor se aproxima a esos detalles es Pilar Marés y de Saavedra, a través de un trabajo titulado Estudio del linaje poseedor de la hacienda Santa Eulalia, desde el siglo XVI al siglo XX, que se publicó originalmente en la revista «El Castillo de Sax», con el título El origen de la Colonia de Santa Eulalia de la prosperidad la decadencia, en 2011 y 2012. En esa detallada aportación aborda prolijamente los ancestros de su antepasado Antonio de Padua y de Saavedra. Dice conocer por transmisión oral, pues escasea la documentación al respecto, que cuando alcanzó la mayoría de edad se hizo cargo de los bienes que le correspondían y que su abuela y parientes, todos designados albaceas por su progenitor, se habían encargado de administrar tras la prematura muerte de sus padres, más en beneficio propio que en el de sus pupilos. El conde de Gestalgar se casó a la edad de veintiún años en Murcia (en 1878) con María de la Concepción Fontes Sánchez de Teruel Álvarez de Toledo y Rocafull, nieta del marqués de Torre-Pacheco, de la nobleza local. Antonio era hombre de exquisita educación y extremadamente culto, pero al mismo tiempo persona poco agraciada. De ese matrimonio nacieron cuatro hijos, dos Antonios (el segundo alumbrado tras el fallecimiento del primero), que vieron la luz en el palacio de los Saavedra, de Murcia, además de Luis Gonzaga y Joaquina, nacidos en Valencia. Los condes alternaban la residencia entre sus propiedades de Madrid, Valencia y Murcia. Antonio se dedicaba intensamente a la administración de sus bienes y a la política, pues militaba muy activamente en el partido carlista. Por tal razón viajaba con frecuencia a Barcelona donde se intrigaba intensamente. Allí conoció a Manuel María de Llanza y Pignatelli, duque de Solferino, que era a la sazón el jefe regional carlista y que acabaría siendo su consuegro. Como ya se ha dicho, en Cataluña le impactaron las colonias industriales establecidas en las márgenes del río Llobregat, cuya estructura se articulaba sobre la fábrica, incluyendo la casa señorial, viviendas para los trabajadores, colegio, iglesia, hospital, economato, teatro, etc. Es el modelo que transplantó a la Colonia de Santa Eulalia.

A los pocos años de iniciar su proyecto contrastó que tenía un problema importantísimo, pues su economía no le permitía atender las inversiones requeridas por semejante empresa. Antes de 1887 ya había vendido el palacio de los Saavedra y otras propiedades para hacer frente a los gastos de construcción de la Colonia. En esos años levantó la fábrica de harina, la de alcohol, la escuela, la estación y el pequeño palacio de 425 m² con una decidida inspiración modernista, que terminó en 1898. De hecho los blasones de los Saavedra todavía lucen en ambos lados de la puerta principal con el lema familiar "padecer por vivir". Consciente de sus dificultades le propuso a su primo Mariano Bertodano Roncalli (1866-1912) asociarse a la empresa, cosa que sucedió en 1900, constituyéndose la sociedad Saavedra-Bertodano. Los refinados gustos del conde y la inyección económica que proporcionaron al proyecto los nuevos socios facilitaron que se amueblase profusamente el pequeño palacio con mobiliario y complementos de inspiración modernista, como se contrasta a través de las colecciones de postales que se hicieron del interior de la edificación.

Interior del palacete (2021)

Esas instantáneas permiten comprobar que durante los veranos la vida en la Colonia era bulliciosa y divertida. El nivel social de los visitantes se correspondía con el de los propietarios. Generalmente se trataba de citas efímeras, pues las limitadas dimensiones del palacio no permitían pernoctar en él a personas ajenas a la familia. El teatro era otro aliciente pues, según la tradición popular, en él actuaron figuras de la lírica y de la comedia. Durante los nueve años que perduró la sociedad Saavedra-Bertodano ambas familias se reunían en la Colonia durante el verano y en Madrid en otras épocas del año pues, además de ser parientes, pertenecían a la misma clase social. La única persona ajena a ese círculo era la condesa de Gestalgar, María de la Concepción Fontes y Sánchez de Teruel, que nunca visito la Colonia. Era persona «de ciudad» y, por tanto, detestaba el campo. Por otra parte, parece que era intuitiva y muy inteligente y no cabe descartar que intuyese algo especial en el ambiente, o bien que le llegasen rumores y comentarios sobre las tribulaciones que sucedían en la Colonia. Así pues, si durante esos años el negocio marchaba excelentemente no podía decirse lo mismo de la situación familiar, que era harina de otro costal. Debe suponerse que en ese periodo hubo algo más que trato filial entre el conde de Gestalgar y María Avial, 12 años más joven que él. La consecuencia de ello fue la separación del matrimonio Bertodano-Avial y la disolución de la Sociedad. María permaneció en la Colonia viviendo con el conde, pues no debe olvidarse que había aportado el caudal que posibilitó la compra de tierras y dotó de liquidez al negocio; por tanto, se quedaba con lo que era suyo aunque perdía a sus hijos, a los que ya no volvería ver, y se enfrentaba a una demanda por adulterio.

Durante los meses de enero a marzo de 1910 los periódicos se hicieron eco de la causa por adulterio instruida contra María Avial y el conde de La Alcudia, que se resolvió finalmente el 3 de marzo con una sentencia que condenaba a ambos a tres años, seis meses y veintiún días de prisión correccional y que fue la comidilla del momento. No se tienen noticias de que se cumpliera la sentencia pues es posible que los inculpados la recurrieran y, por tanto, que se alargase la resolución del pleito. A ello se añade la defunción de Mariano Bertodano pocos años después. Todas ellas son circunstancias que debieron coadyuvar a su archivo. Pese a todo, durante los años que siguieron al escándalo —un auténtico culebrón en la época— la explotación rendía desde el punto de vista económico, aunque no lo suficiente para afrontar los gastos que generaba el mantenimiento de las instalaciones, el pago de los salarios a los trabajadores, los impuestos y el elevado nivel de vida de sus propietarios. Antonio de Paula Saavedra conservaba las casas de Valencia y Madrid, donde residía su esposa, e intentó casar bien a sus hijos. Pese a todo, se vio obligado a vender propiedades para tapar agujeros y mantener las apariencias durante el periodo que media entre 1915 y 1925. La relatora afirma que tiene noticias orales relativas a algunas visitas que su propio abuelo, Antonio de Saavedra y Fontes, hizo a su padre, el conde de Gestalgar, en Santa Eulalia. Ya entonces los negocios no marchaban bien y su estado de salud tampoco. En los primeros días de 1925, avisados del agravamiento del conde, se trasladaron a la Colonia Antonio, desde Barcelona, y Luis, desde Alicante, acompañándole en sus últimos momentos, contrariamente a lo que recogen las habladurías y leyendas. La señora Marés y de Saavedra menciona que conserva un billete de tren a nombre de su abuelo para realizar el trayecto Barcelona-Alicante el 8 de enero de 1925, que demostraría lo que refiere. El conde falleció el 13 de ese mes y fue enterrado en una cripta de la ermita de Santa Eulalia, según consta en la partida de defunción, con entierro de primera clase. Años más tarde, sus hijos trasladaron sus restos a Villena o a Valencia, desconociéndose ese detalle.

Interior del teatro (2021)

Por otro lado, su esposa, María Concepción Fontes y Sánchez de Teruel, condesa viuda de Gestalgar, falleció el 10 de junio de 1936, resignada y discreta como fue su vida, que llevó con enorme resignación pese a lo tormentoso de su matrimonio. Finalmente, se tiene noticia de que alrededor de 1935 María Avial Peña había fallecido, aproximadamente a la edad de 70 años.

En fin, las variopintas tribulaciones que he relatado nos traen al momento presente.  En la actualidad la Colonia de Santa Eulalia se encuentra en estado de casi pleno abandono. Algunas de las viviendas continúan ocupadas, bien de forma permanente o como segunda vivienda, pero los principales edificios industriales, el teatro y la casa-palacio se hallan en un estado ruinoso. Durante los últimos lustros se han presentado algunas propuestas de recuperación sin que haya cuajado ninguna de ellas. En el año 2016 fue declarada Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Espacio Etnológico, por parte de la Conselleria de Cultura. A pesar de la evidente dejadez por parte de propietarios y administraciones públicas no faltan las ideas aportadas por especialistas en patrimonio cultural para asegurar el futuro de la Colonia, que proponen fórmulas para gestionarla de manera sostenible y equilibrada por los dos municipios a los que pertenece, concertando la inversión privada o los consorcios público-privados para acometer su recuperación y explotación cultural y turística.

Es evidente que este espacio patrimonial merece algo más que la mera declaración de intenciones, pues atesora potencial más que suficiente para acometer su recuperación integral, inclusiva de la restauración de los edificios y su aprovechamiento para fines culturales, sociales y educativos. Entre otras, se han hecho propuestas para transformar la Colonia en un «museo de sitio», es decir, en una suerte de exposición monográfica permanente que pueda ofrecer a los visitantes la historia del lugar y su contexto histórico. Ideas no faltan, lo que escasean son las sensibilidades y las voluntades para preservar un patrimonio que da fe de una experiencia singular de urbanismo utópico y de los proyectos de colonización interior que no debieran ser olvidados.

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