Con
temperaturas inusualmente altas llegó febrero, el mes embustero que parece que trastabilla
las mientes de algunas personas. Sábado, día 8, un ciudadano conduce un viejo
Opel por la calle Jorge Juan en dirección a la plaza del Ayuntamiento. Cuando
está frente a la fachada de las Casas Consistoriales, repentinamente, piensa lo
que piensa, tuerce a la derecha, sube con su vehículo a la acera que se
extiende ante la puerta principal y lo introduce en el zaguán, cual si de un
coche oficial se tratase. Saca las llaves del contacto y se dirige a un
subalterno diciéndole “aquí tiene usted las llaves, ahora que lo retire el Alcalde”.
El funcionario, absolutamente perplejo, apenas es capaz de reaccionar y cuando consigue
hacerlo aquél ha desaparecido. Sin dar crédito a lo que le está sucediendo, contempla
con cara de estúpido las llaves que tiene en su mano y, finalmente, opta por
dar la voz de alarma. Un número de la Policía Municipal que se encontraba en
una dependencia próxima acude con prontitud, escucha las explicaciones del empleado
e inicia las actuaciones que el reglamento establece para estos casos: llamar a
la grúa para que retire el vehículo, buscar a su propietario revisando los datos
existentes en los archivos municipales y en los de la Dirección General de
Tráfico, etc. Finalmente, se consigue localizarlo. Es una
persona fallecida y, por tanto, deben continuar las pesquisas para determinar
la identidad del conductor. Unas y otras tareas ocupan a una caterva de funcionarios
varias horas hasta que, finalmente, se le identifica. Ya se conoce, por tanto,
a qué persona le corresponde abonar, cuanto menos, el importe del servicio de
grúa que trasladó el vehículo a los depósitos municipales, y seguro que algo
más.
Coche estacionado en el zagúan del Ayuntamiento |
Tal
comportamiento, por sí mismo, da bastante que pensar acerca de la persona que
lo ha protagonizado. Los indicios sugieren que no parece que esté muy en sus
cabales, al menos es lo que se deduce de la consideración inicial de tan insólita
conducta. Aunque, desde otra perspectiva, podría resultar plenamente cuerda y
hasta pertinente. Se desconoce la motivación que impulsó al ciudadano a
estacionar su coche en el zaguán municipal y, por el momento, solo podemos
hacer cábalas al respecto. En ese sentido, se me ocurre que si quería
evidenciar su disgusto con el funcionamiento de los servicios municipales, singularmente
con el trabajo de la grúa o con la insuficiencia de estacionamientos gratuitos,
igual pensó que dejar su coche en las Casas Consistoriales, que a la postre no
son sino propiedades municipales que deben estar al servicio de los ciudadanos
que las construyen y mantienen, era una manera razonable, que no perjudica a
nadie, de amortizar sus contribuciones utilizando recursos públicos cuya
titularidad comparte.
No
me parecen nada descabelladas las conductas pacíficas, directas y llamativas
para expresar los disgustos, y también el beneplácito, con la actividad que
despliegan los servicios públicos y los responsables políticos que los
gestionan. Creo que no está mal mostrar
clara y descarnadamente, también pacífica y educadamente, las quejas en las
proximidades de sus lugares de trabajo, trasladándoles notas, fotografías, o
cualquier otro elemento que matice o aclare las reivindicaciones que se
promueven. Tal vez fuera un método adecuado para intentar resolver muchas de
las disfunciones que aquejan a los servicios municipales.
Yo
mismo, sin ir más lejos, pondría en el zaguán del Ayuntamiento un inodoro que
permanece desde hace tres semanas junto al contenedor de basura que hay a la
puerta de mi casa, sin que ningún servicio lo haya retirado. Ni lo ha hecho la
sección de recogida de enseres, ni los camiones que vacían los contenedores, y mucho
menos los barrenderos que repasan las calles. Nadie ha formalizado un solo
parte para que se proceda a retirar el WC por quien corresponda y, en su caso, para
que se emprendan las actuaciones procedentes con los vecinos
incívicos. Siguiendo con el escatológico asunto de la basura, también depositaría
a las puertas del Palacio Consistorial el propio contenedor de basura al que
aludía, un artilugio diseñado para que el conductor de los camiones lo vacíe y
devuelva a su lugar sin bajarse de la cabina, pero que está muy perjudicado
desde hace años, hasta el punto de que los vecinos empeñamos diaria e
infructuosamente nuestros esfuerzos y habilidades intentando levantar su tapa e
introducir las bolsas de basura. Tan es así que muchas personas mayores,
incapaces de accionar la palanca de pie o alzar la tapadera con sus propias manos,
terminan dejando las basuras junto al recipiente, con lo que ello conlleva para
su recogida y para la higiene general.
Muchas
son las cosas que podrían depositarse a las puertas o en el zaguán del
Ayuntamiento. Por ejemplo, un amplio reportaje audiovisual sobre el
lamentabilísimo estado que presentan farolas, señales de tráfico, semáforos,
esquinas de edificios, bancos, pérgolas, en suma, el conjunto del patrimonio
urbano, cuya base está completamente anegada de orines y deposiciones,
oxidaciones, detritus y mejunjes producto
de las micciones y defecaciones de los canes de los convecinos, cuyos efectos no
logra diluir o matizar la árida climatología alicantina, ni mucho menos los
exiguos cuidados que procura la limpieza municipal. Hasta podrían organizarse
concentraciones periódicas de canes en la plaza del Ayuntamiento para que
perfumasen el ambiente de trabajo de munícipes y funcionarios. También propondría
trasladar a las dependencias que ocupan determinadas concejalías algunos de los
cerdos vietnamitas que transitan libremente por el Vial de los Cipreses,
acompañando con sus gruñidos el postrero viaje de los finados alicantinos, que
se despiden del mundo aureolados con el esplendor juguetón y cariñoso que
procuran esas inteligentes mascotas. Y tampoco estaría mal organizar
performances regulares, gratuitas y populares, en horario de máxima actividad
administrativa e institucional (plenos, recepciones, campañas…), que repliquen
el ambientazo que invade los fines de semana algunas de las arterias principales
de la ciudad, como la calle Castaños y otras aledañas, a mayor gloria de los
cuatro desaprensivos que regentan los negocios y de los insolidarios conciudadanos
que los frecuentan.
Todos
ellos son testimonios directos y sensibles, que estoy seguro que contribuirían
muchísimo a que los munícipes conociesen las auténticas realidades de la ciudad
y tomasen conciencia inmediata de sus necesidades, sin desplazarse a los
lugares donde se residencian habitualmente o de recurrir a los servicios de información
para documentarse. Nada mejor que el testimonio y las voces directas de los
propios ciudadanos trasladando las problemáticas a sus representantes
legítimos. Tal vez no es otra cosa lo
que pretendía el anónimo vecino que decidió estacionar su vehículo en el zaguán
municipal.
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