jueves, 13 de febrero de 2020

Febrero, el embustero

Con temperaturas inusualmente altas llegó febrero, el mes embustero que parece que trastabilla las mientes de algunas personas. Sábado, día 8, un ciudadano conduce un viejo Opel por la calle Jorge Juan en dirección a la plaza del Ayuntamiento. Cuando está frente a la fachada de las Casas Consistoriales, repentinamente, piensa lo que piensa, tuerce a la derecha, sube con su vehículo a la acera que se extiende ante la puerta principal y lo introduce en el zaguán, cual si de un coche oficial se tratase. Saca las llaves del contacto y se dirige a un subalterno diciéndole “aquí tiene usted las llaves, ahora que lo retire el Alcalde”. El funcionario, absolutamente perplejo, apenas es capaz de reaccionar y cuando consigue hacerlo aquél ha desaparecido. Sin dar crédito a lo que le está sucediendo, contempla con cara de estúpido las llaves que tiene en su mano y, finalmente, opta por dar la voz de alarma. Un número de la Policía Municipal que se encontraba en una dependencia próxima acude con prontitud, escucha las explicaciones del empleado e inicia las actuaciones que el reglamento establece para estos casos: llamar a la grúa para que retire el vehículo, buscar a su propietario revisando los datos existentes en los archivos municipales y en los de la Dirección General de Tráfico, etc. Finalmente, se consigue localizarlo. Es una persona fallecida y, por tanto, deben continuar las pesquisas para determinar la identidad del conductor. Unas y otras tareas ocupan a una caterva de funcionarios varias horas hasta que, finalmente, se le identifica. Ya se conoce, por tanto, a qué persona le corresponde abonar, cuanto menos, el importe del servicio de grúa que trasladó el vehículo a los depósitos municipales, y seguro que algo más.

Coche estacionado en el zagúan del Ayuntamiento
Tal comportamiento, por sí mismo, da bastante que pensar acerca de la persona que lo ha protagonizado. Los indicios sugieren que no parece que esté muy en sus cabales, al menos es lo que se deduce de la consideración inicial de tan insólita conducta. Aunque, desde otra perspectiva, podría resultar plenamente cuerda y hasta pertinente. Se desconoce la motivación que impulsó al ciudadano a estacionar su coche en el zaguán municipal y, por el momento, solo podemos hacer cábalas al respecto. En ese sentido, se me ocurre que si quería evidenciar su disgusto con el funcionamiento de los servicios municipales, singularmente con el trabajo de la grúa o con la insuficiencia de estacionamientos gratuitos, igual pensó que dejar su coche en las Casas Consistoriales, que a la postre no son sino propiedades municipales que deben estar al servicio de los ciudadanos que las construyen y mantienen, era una manera razonable, que no perjudica a nadie, de amortizar sus contribuciones utilizando recursos públicos cuya titularidad comparte.

No me parecen nada descabelladas las conductas pacíficas, directas y llamativas para expresar los disgustos, y también el beneplácito, con la actividad que despliegan los servicios públicos y los responsables políticos que los gestionan.  Creo que no está mal mostrar clara y descarnadamente, también pacífica y educadamente, las quejas en las proximidades de sus lugares de trabajo, trasladándoles notas, fotografías, o cualquier otro elemento que matice o aclare las reivindicaciones que se promueven. Tal vez fuera un método adecuado para intentar resolver muchas de las disfunciones que aquejan a los servicios municipales.

Yo mismo, sin ir más lejos, pondría en el zaguán del Ayuntamiento un inodoro que permanece desde hace tres semanas junto al contenedor de basura que hay a la puerta de mi casa, sin que ningún servicio lo haya retirado. Ni lo ha hecho la sección de recogida de enseres, ni los camiones que vacían los contenedores, y mucho menos los barrenderos que repasan las calles. Nadie ha formalizado un solo parte para que se proceda a retirar el WC por quien corresponda y, en su caso, para que se emprendan las actuaciones procedentes con los vecinos incívicos. Siguiendo con el escatológico asunto de la basura, también depositaría a las puertas del Palacio Consistorial el propio contenedor de basura al que aludía, un artilugio diseñado para que el conductor de los camiones lo vacíe y devuelva a su lugar sin bajarse de la cabina, pero que está muy perjudicado desde hace años, hasta el punto de que los vecinos empeñamos diaria e infructuosamente nuestros esfuerzos y habilidades intentando levantar su tapa e introducir las bolsas de basura. Tan es así que muchas personas mayores, incapaces de accionar la palanca de pie o alzar la tapadera con sus propias manos, terminan dejando las basuras junto al recipiente, con lo que ello conlleva para su recogida y para la higiene general.

Muchas son las cosas que podrían depositarse a las puertas o en el zaguán del Ayuntamiento. Por ejemplo, un amplio reportaje audiovisual sobre el lamentabilísimo estado que presentan farolas, señales de tráfico, semáforos, esquinas de edificios, bancos, pérgolas, en suma, el conjunto del patrimonio urbano, cuya base está completamente anegada de orines y deposiciones, oxidaciones, detritus y mejunjes producto de las micciones y defecaciones de los canes de los convecinos, cuyos efectos no logra diluir o matizar la árida climatología alicantina, ni mucho menos los exiguos cuidados que procura la limpieza municipal. Hasta podrían organizarse concentraciones periódicas de canes en la plaza del Ayuntamiento para que perfumasen el ambiente de trabajo de munícipes y funcionarios. También propondría trasladar a las dependencias que ocupan determinadas concejalías algunos de los cerdos vietnamitas que transitan libremente por el Vial de los Cipreses, acompañando con sus gruñidos el postrero viaje de los finados alicantinos, que se despiden del mundo aureolados con el esplendor juguetón y cariñoso que procuran esas inteligentes mascotas. Y tampoco estaría mal organizar performances regulares, gratuitas y populares, en horario de máxima actividad administrativa e institucional (plenos, recepciones, campañas…), que repliquen el ambientazo que invade los fines de semana algunas de las arterias principales de la ciudad, como la calle Castaños y otras aledañas, a mayor gloria de los cuatro desaprensivos que regentan los negocios y de los insolidarios conciudadanos que los frecuentan.

Todos ellos son testimonios directos y sensibles, que estoy seguro que contribuirían muchísimo a que los munícipes conociesen las auténticas realidades de la ciudad y tomasen conciencia inmediata de sus necesidades, sin desplazarse a los lugares donde se residencian habitualmente o de recurrir a los servicios de información para documentarse. Nada mejor que el testimonio y las voces directas de los propios ciudadanos trasladando las problemáticas a sus representantes legítimos. Tal vez no es otra cosa lo que pretendía el anónimo vecino que decidió estacionar su vehículo en el zaguán municipal.

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