sábado, 22 de febrero de 2020

Crónicas de la amistad: Elx (34)

Se nos fue el 2019 y casi un par de meses del nuevo año. En pocas semanas hemos estrenado gobierno de coalición progresista y, casi simultáneamente debo suponer que sin que exista correlación alguna con ello–, la ira de Dios se ha mostrado implacable a través de la DANA Gloria y de la epidemia del nuevo coronavirus chino. La naturaleza tronó por enésima vez reivindicando su condición de curial con potestades para licuar fronteras artificiosas y privilegios espurios. ¡Basta de necedades y dislates!, se oía clamar a las olas porfiando por recuperar la costa que les pertenece. ¡Basta!, ¡basta!, ¡basta!, retumbaban en los montes los estallidos de regatos, ramblas y barrancos saqueando inmisericordes cuanto invadía sus inveterados cauces. Una mar embravecida sembraba cadáveres en las playas y las atiborraba de desolación y de catástrofes magnificentes. Irrumpieron así ruinas y pandemias, preludio de otras calamidades que acarreará la obstinada estupidez de los humanos, mirando siempre el lado del interés y de la apariencia, neciamente empecinados en no hacer nada juicioso para evitarlas.

Entretanto, el tiempo político se nutría de la creciente densidad, presteza y disarmonía de los acontecimientos. Cada día que pasa suceden más cosas a la vez y engorda la insufrible algarabía que provocan voceros de toda calaña. Recordemos, si no, el estrépito con que irrumpían en la agenda de los asuntos públicos el veto parental de Vox, o el extenso y acelerado periplo propagandístico de Guaidó alentando el proselitismo “trump-venezolano”, mientras una ministra de Maduro se colaba de soslayo en Barajas y Moncloa le endosaba al vicepresidente Ábalos un marrón morrocotudo. Rememoremos la grata y sorprendente normalidad con que se alcanzó el acuerdo para subir el salario mínimo, esta vez con el apoyo de patronal y sindicatos. ¡Cuán justo no será! O cómo Felipe González discrepaba públicamente de Zapatero y viceversa, para variar. ¡Qué guapos estarían algunos, calladitos! Tras años de silencio, las calles y carreteras hervían de nuevo: autónomos, agricultores, funcionarios interinos, leoneses… ¡Todos a la calle!, ahora que gobierna la izquierda, sin treguas ni cortesías. Mientras, las derechas consumen rabiosas las interminables semanas de su particular ‘sinvivir’, yendo y viniendo del cabreo y la crispación a la calumnia y el disparate. “Ladran, ergo…”, para regocijo de al menos más de la mitad de la ciudadanía.

Particularmente, enero, el revolucionario mes Nivoso, se me fue de las manos como el que no quiere la cosa, preparando el ingreso en el hospital para una estancia que afortunadamente fue corta y liviana, pero que entorpeció un tanto la secuencia de nuestros encuentros. Una incidencia que no debe servir de precedente, pues cada vez será más difícil asegurar la plena concurrencia, como se demostró hoy. Abogo, pues, porque no paremos en mientes y quienes tengamos disponibilidad disfrutemos de cuantas ocasiones se tercien. Apliquémonos sin recato a materializar el viejo refrán que reza: pardal que vola, a la cassola.

En el bar La Dama y El Palmeral
Esta vez la cita era en Elx. Habíamos quedado en un entorno excepcional, el bar del Parque Deportivo, en el Paseo de la Estación (Bares, qué lugares, tan gratos para conversar. No hay como el calor del amor en un bar, cantaba Alberto Urrutia y no le falta razón). Y allí estábamos, como clavos, todos menos Elías y Luis, ambos por causas sobrevenidas, cuando rayaba el mediodía, la hora del ángelus (Y el ángel del Señor anunció a María, y concibió por obra del Espíritu Santo...) Recordad pecadores, como lo hacía diariamente RNE durante décadas, hasta que un tal Sotillos, no sin estrépito, decidió extinguirlo en febrero de 1981. Ninguna hora mejor para quedar en la ciudad que ha logrado que perviva durante cinco siglos el Misteri, el esplendoroso y único drama ‘sacrolírico’ que recrea el Tránsito, la Asunción y la Coronación de la Virgen, en el que tan destacadamente ha participado toda su vida nuestro anfitrión, Antonio Antón, sus familiares y también los de otros amigos. Tras un escueto refrigerio (caña, aceitunas y panchitos), durante el que Pascual me ha entregado un magnífico bolígrafo Waterman, amabilísimo y preciado obsequio de todos, que agradezco sinceramente, nos hemos dirigido al antiguo convento de la Merced, en cuyo sótano se mantienen unos magníficos Baños Árabes, construidos hacia 1150 y conservados en su totalidad en un estado excepcional, gracias a que durante siglos fueron el tesoro escondido del patrimonio local, hasta su rehabilitación y apertura al público en 1998. El convento, que dejó de ser tal en 2004, cuando el Ayuntamiento lo permutó a las clarisas por un nuevo edificio, fue el mejor escudo protector que pudo imaginarse para preservar tan valioso legado.

Seguidamente hemos puesto rumbo a la Torre de la Calahorra, una fortaleza de origen islámico que se encuentra a escasos cincuenta metros de los Baños, concebida inicialmente como torre de vigilancia incorporada a la muralla defensiva de la ciudad, cuya construcción corresponde a la época almohade (ss. XII-XIII). Originariamente tenía al menos dos alturas más, que se desplomaron en 1829 por causa del conocido como Terremoto de Torrevieja, uno de los más destructivos que ha sufrido la provincia. A lo largo de los siglos el edificio ha ido cambiando de manos, primero fueron nobiliarias y después plebeyas, pero siempre adineradas. Gutierre de Cárdenas, comendador de León; Rafael Brufal, marqués de Lendínez; o José Revenga, terrateniente de Caudete fueron algunas de ellas. Su estado actual responde a las reformas que en el último siglo inspiraron algunos miembros de la ilustre familia ilicitana de los Ibarra, emparentada con sus postreros propietarios. No faltan en sus estancias decorados de inspiración egipcia, trampantojos preciosistas y alusiones a la masonería. La terraza es un magnífico mirador que pone al alcance de la vista la bóveda y la cubierta de Santa María y el conjunto de las construcciones que conforman el cogollo histórico de la ciudad. 

Tras la recuperada y bienhadada faceta cultural del encuentro, nos hemos dispuesto para enfrentar el doloroso misterio de la pasión, que esta vez ha estado precedido de un vía crucis aligerado, con dos únicas estaciones: el referido bar del Parque Deportivo y el denominado La Dama y el Palmeral, un clásico ilicitano donde hemos dado cumplida cuenta de otra cañita acompañada de una tapa de calamares y sendos zepelines, cuantía suficiente para reponer las ya mermadas fuerzas y tomar impulso para llegar al Restaurante El Pernil, en la calle Juan R. Jiménez, cerca de la antigua Puerta de Orihuela, donde nos hemos adentrado para procesionar devotamente. El Pernil es un establecimiento de referencia en la ciudad y alrededores desde su inauguración hace ya un cuarto de siglo. Un local espléndido, limpio y cuidadoso con los detalles, con un ambiente tranquilo y acogedor y una carta basada en la cocina tradicional ilicitana, a la que se han agregado platos creativos que aportan renovados sabores. Nos han ubicado en una mesa redonda y primorosa, junto a un ventanal desde el que se avista el cauce del Vinalopó, donde nos han servido el menú que ofrece la casa y que había propuesto Antonio, que concitó el acuerdo mayoritario. Un buen menú compuesto por cuatro entrantes: triángulo de ensaladillas, diverso de ibéricos de bellota, clásico revuelto de pernil y ensalada Camp d’Elx; a los que han seguido un arroz moreno con sepia y verduras, y otro al horno. Alternativamente, dos optaron por el secreto con patatas y pimientos de padrón como plato principal. Todo ello rematado con repostería de la casa y regado con un albariño de Martín Códax y un par de botellas de Izadi, un excelente crianza de la Rioja Alta, recomendado por Tomás.

Concluido el ágape nos hemos desplazado hasta la casa de Antonio y Paqui en la carretera de Santa Pola. Allí nos esperaba la anfitriona, con todo lo necesario para despachar con probidad el que suele ser el último acto de los encuentros, que acoge las copas y las canciones. Porque, hay que decirlo, llegó un punto de la jornada en que era “qüestió de xuclar”, como algunos propusieron, aunque no precisamente interpretando la expresión en su estricta literalidad. Allí los anfitriones nos habían preparado tres sorpresas: una estupenda barra libre, una espléndida tarta de almendras y lo más valioso, la compañía de sus nietos Leo y Nuno, dos chavales extraordinarios. Antonio nos ha deleitado de nuevo con sus interpretaciones de Diguem no, Ai, Pere, Pere (al alimón con Paqui), La cançó del comerciant y Si em dius adéu, que ponían el broche perfecto a una espléndida reunión, desarrollada en un día de climatología inusualmente primaveral.

Cierro esta crónica, queridos amigos, exteriorizando una vez más mi alegría por vivir, y por haber vivido y convivido con vosotros tan placenteramente. Y no solo por ello, que es muchísimo, sino también por haber podido contar muchas de las cosas que nos sucedieron, algunas particularmente importantes, como las que acontecen en nuestros encuentros. Vivir para contarla es exactamente el título que eligió mi admirado García Márquez para su autobiografía. Concuerdo con él en que, no solamente, pero sí de alguna manera, contar la vida –diría más precisamente, sus fragmentos– es otra manera de vivirla, porque equivale a compartir una privativa manera de pensar, de sentir o de creer en las cosas del acontecer diario. Me pregunto si acaso la vida es cosa distinta de la percepción de los pequeños momentos y experiencias que se van sucediendo mientras los disfrutamos, y también cuando los sufrimos. Me gusta colectivizar los pormenores y el significado de esos retazos porque tal vez mis sentires y reflexiones interesen a otras personas y contribuyan a distraerlas. Incluso llego a imaginar que hasta pueden ayudarles a repensar y a justipreciar determinados pasajes de los suyos. Me hace feliz pensar que quizás lo consigo de vez en cuando.

La próxima será en Muro, el 25 de marzo, allí estamos nuevamente emplazados. Hasta entonces, salud y felicidad, queridos amigos.

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