Se
nos fue el 2019 y casi un par de meses del nuevo año. En pocas semanas hemos
estrenado gobierno de coalición progresista y, casi simultáneamente –debo
suponer que sin que exista correlación alguna con ello–, la ira de Dios se ha mostrado
implacable a través de la DANA Gloria
y de la epidemia del nuevo coronavirus chino. La naturaleza tronó
por enésima vez reivindicando su condición de curial con potestades para licuar
fronteras artificiosas y privilegios espurios. ¡Basta de necedades y dislates!,
se oía clamar a las olas porfiando por recuperar la costa que les pertenece.
¡Basta!, ¡basta!, ¡basta!, retumbaban en los montes los estallidos de regatos,
ramblas y barrancos saqueando inmisericordes cuanto invadía sus inveterados cauces.
Una mar embravecida sembraba cadáveres en las playas y las atiborraba de desolación
y de catástrofes magnificentes. Irrumpieron así ruinas y pandemias, preludio de
otras calamidades que acarreará la obstinada estupidez de los humanos, mirando siempre
el lado del interés y de la apariencia, neciamente empecinados en no hacer nada
juicioso para evitarlas.
Entretanto,
el tiempo político se nutría de la creciente densidad, presteza y disarmonía de
los acontecimientos. Cada día que pasa suceden más cosas a la vez y engorda la insufrible
algarabía que provocan voceros de toda calaña. Recordemos, si no, el estrépito
con que irrumpían en la agenda de los asuntos públicos el veto parental de Vox,
o el extenso y acelerado periplo propagandístico de Guaidó alentando el
proselitismo “trump-venezolano”, mientras una ministra de Maduro se colaba de
soslayo en Barajas y Moncloa le endosaba al vicepresidente Ábalos un marrón morrocotudo.
Rememoremos la grata y sorprendente normalidad con que se alcanzó el acuerdo
para subir el salario mínimo, esta vez con el apoyo de patronal y sindicatos. ¡Cuán
justo no será! O cómo Felipe González discrepaba públicamente de Zapatero y
viceversa, para variar. ¡Qué guapos estarían algunos, calladitos! Tras años de
silencio, las calles y carreteras hervían de nuevo: autónomos, agricultores,
funcionarios interinos, leoneses… ¡Todos a la calle!, ahora que gobierna la
izquierda, sin treguas ni cortesías. Mientras, las derechas consumen rabiosas las
interminables semanas de su particular ‘sinvivir’, yendo y viniendo del cabreo
y la crispación a la calumnia y el disparate. “Ladran, ergo…”, para regocijo de
al menos más de la mitad de la ciudadanía.
Particularmente,
enero, el revolucionario mes Nivoso,
se me fue de las manos como el que no quiere la cosa, preparando el ingreso en
el hospital para una estancia que afortunadamente fue corta y liviana, pero que
entorpeció un tanto la secuencia de nuestros encuentros. Una incidencia que no
debe servir de precedente, pues cada vez será más difícil asegurar la plena concurrencia,
como se demostró hoy. Abogo, pues, porque no paremos en mientes y quienes
tengamos disponibilidad disfrutemos de cuantas ocasiones se tercien. Apliquémonos
sin recato a materializar el viejo refrán que reza: pardal que vola, a la cassola.
En el bar La Dama y El Palmeral |
Esta
vez la cita era en Elx. Habíamos quedado en un entorno excepcional, el bar del
Parque Deportivo, en el Paseo de la Estación (Bares, qué lugares, tan gratos para conversar. No hay como el calor del
amor en un bar, cantaba Alberto Urrutia y no le falta razón). Y allí
estábamos, como clavos, todos menos Elías y Luis, ambos por causas
sobrevenidas, cuando rayaba el mediodía, la hora del ángelus (Y el ángel del Señor anunció a María, y
concibió por obra del Espíritu Santo...) Recordad pecadores, como lo hacía
diariamente RNE durante décadas, hasta que un tal Sotillos, no sin estrépito,
decidió extinguirlo en febrero de 1981. Ninguna hora mejor para quedar en la
ciudad que ha logrado que perviva durante cinco siglos el Misteri, el esplendoroso y único drama ‘sacrolírico’ que recrea el
Tránsito, la Asunción y la Coronación de la Virgen, en el que tan
destacadamente ha participado toda su vida nuestro anfitrión, Antonio Antón,
sus familiares y también los de otros amigos. Tras un escueto refrigerio (caña,
aceitunas y panchitos), durante el que Pascual me ha entregado un magnífico
bolígrafo Waterman, amabilísimo y
preciado obsequio de todos, que agradezco sinceramente, nos hemos dirigido al
antiguo convento de la Merced, en cuyo sótano se mantienen unos magníficos
Baños Árabes, construidos hacia 1150 y conservados
en su totalidad en un estado excepcional, gracias a que durante siglos fueron
el tesoro escondido del patrimonio local, hasta su rehabilitación y apertura al
público en 1998. El convento, que dejó de ser tal en 2004, cuando el
Ayuntamiento lo permutó a las clarisas por un nuevo edificio, fue el mejor
escudo protector que pudo imaginarse para preservar tan valioso legado.
Seguidamente
hemos puesto rumbo a la Torre de la Calahorra, una fortaleza de
origen islámico que se encuentra a escasos cincuenta metros de los Baños, concebida
inicialmente como torre de vigilancia incorporada a la muralla defensiva de la
ciudad, cuya construcción corresponde a la época almohade (ss. XII-XIII). Originariamente
tenía al menos dos alturas más, que se desplomaron en 1829 por causa del
conocido como Terremoto de Torrevieja,
uno de los más destructivos que ha sufrido la provincia. A lo largo de los
siglos el edificio ha ido cambiando de manos, primero fueron nobiliarias y
después plebeyas, pero siempre adineradas. Gutierre de Cárdenas, comendador de
León; Rafael Brufal, marqués de Lendínez; o José Revenga, terrateniente de
Caudete fueron algunas de ellas. Su estado actual responde a las reformas que
en el último siglo inspiraron algunos miembros de la ilustre familia ilicitana
de los Ibarra, emparentada con sus postreros propietarios. No faltan en sus
estancias decorados de inspiración egipcia, trampantojos preciosistas y
alusiones a la masonería. La terraza es un magnífico mirador que pone al
alcance de la vista la bóveda y la cubierta de Santa María y el conjunto de las
construcciones que conforman el cogollo histórico de la ciudad.
Tras
la recuperada y bienhadada faceta cultural del encuentro, nos hemos dispuesto
para enfrentar el doloroso misterio de la pasión, que esta vez ha estado
precedido de un vía crucis aligerado, con dos únicas estaciones: el referido
bar del Parque Deportivo y el denominado La
Dama y el Palmeral, un clásico ilicitano donde hemos dado cumplida cuenta
de otra cañita acompañada de una tapa de calamares y sendos zepelines, cuantía suficiente
para reponer las ya mermadas fuerzas y tomar impulso para llegar al Restaurante
El Pernil, en la calle Juan R. Jiménez, cerca de la antigua Puerta de Orihuela,
donde nos hemos adentrado para procesionar devotamente. El Pernil es un
establecimiento de referencia en la ciudad y alrededores desde su inauguración
hace ya un cuarto de siglo. Un local espléndido, limpio y cuidadoso con los
detalles, con un ambiente tranquilo y acogedor y una carta basada en la cocina
tradicional ilicitana, a la que se han agregado platos creativos que aportan renovados
sabores. Nos han ubicado en una mesa redonda y primorosa, junto a un ventanal
desde el que se avista el cauce del Vinalopó, donde nos han servido el menú que
ofrece la casa y que había propuesto Antonio, que concitó el acuerdo mayoritario.
Un buen menú compuesto por cuatro entrantes: triángulo de ensaladillas, diverso
de ibéricos de bellota, clásico revuelto de pernil y ensalada Camp d’Elx; a los
que han seguido un arroz moreno con sepia y verduras, y otro al horno. Alternativamente,
dos optaron por el secreto con patatas y pimientos de padrón como plato
principal. Todo ello rematado con repostería de la casa y regado con un
albariño de Martín Códax y un par de botellas de Izadi, un excelente crianza de
la Rioja Alta, recomendado por Tomás.
Concluido
el ágape nos hemos desplazado hasta la casa de Antonio y Paqui en la carretera
de Santa Pola. Allí nos esperaba la anfitriona, con todo lo necesario para
despachar con probidad el que suele ser el último acto de los encuentros, que acoge
las copas y las canciones. Porque, hay que decirlo, llegó un punto de la
jornada en que era “qüestió de xuclar”, como algunos propusieron, aunque no precisamente
interpretando la expresión en su estricta literalidad. Allí los anfitriones nos
habían preparado tres sorpresas: una estupenda barra libre, una espléndida
tarta de almendras y lo más valioso, la compañía de sus nietos Leo y Nuno, dos
chavales extraordinarios. Antonio nos ha deleitado de nuevo con sus
interpretaciones de Diguem no, Ai, Pere, Pere (al alimón con Paqui), La cançó del comerciant y Si em dius adéu, que ponían el broche perfecto
a una espléndida reunión, desarrollada en un día de climatología inusualmente
primaveral.
Cierro
esta crónica, queridos amigos, exteriorizando una vez más mi alegría por vivir,
y por haber vivido y convivido con vosotros tan placenteramente. Y no solo por
ello, que es muchísimo, sino también por haber podido contar muchas de las cosas
que nos sucedieron, algunas particularmente importantes, como las que acontecen
en nuestros encuentros. Vivir para
contarla es exactamente el título que eligió mi admirado García Márquez para
su autobiografía. Concuerdo con él en que, no solamente, pero sí de alguna
manera, contar la vida –diría más precisamente, sus fragmentos– es otra manera de vivirla,
porque equivale a compartir una privativa manera de pensar, de sentir o de
creer en las cosas del acontecer diario. Me pregunto si acaso la vida es cosa
distinta de la percepción de los pequeños momentos y experiencias que se van
sucediendo mientras los disfrutamos, y también cuando los sufrimos. Me gusta colectivizar
los pormenores y el significado de esos retazos porque tal vez mis sentires y
reflexiones interesen a otras personas y contribuyan a distraerlas. Incluso
llego a imaginar que hasta pueden ayudarles a repensar y a justipreciar determinados
pasajes de los suyos. Me hace feliz pensar que quizás lo consigo de vez en
cuando.
La
próxima será en Muro, el 25 de marzo, allí estamos nuevamente emplazados. Hasta
entonces, salud y felicidad, queridos amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario