Amanece
una nueva jornada postelectoral. Ayer hubo elecciones autonómicas en el País
Vasco y en Galicia con los resultados conocidos: triunfo inapelable de la derecha,
nacionalista y no nacionalista. En mi opinión, lo que sigue a esta última cita
electoral puede reseñarse de dos maneras: la enésima decepción o,
alternativamente, la crónica de una muerte anunciada. El titular será todo lo
pesimista que se quiera, pero ante todo es inequívoca y rabiosamente
realista. Aunque hubiese alguna traza de otra cosa, había que ser demasiado
ciego y sordo para imaginar que podría suceder algo distinto. Muchos,
muchísimos, sabíamos que nada cambiaría más allá de la apariencia porque todo
estaba dispuesto para que siguiese igual, para hacer valer una vez más el viejo
lema del príncipe de Lampedusa.
Éste
es un país inequívocamente de derechas. Podemos argumentar cuanto queramos,
podemos opinar lo que tengamos a bien, podemos sentir lo que está escrito y lo
que no existe más allá de nuestra imaginación… Pensemos, opinemos o sintamos lo
que nos apetezca, éste, formalmente, es indudablemente un país de derechas. Me
explicaré.
La
derecha lleva gobernando el país prácticamente toda la vida, lo que en mi
opinión significa varias cosas. Primera, que ello no puede ser fruto de la
casualidad o de la fortuna. Tal incertidumbre prima en los sucesos aleatorios,
pero no opera en las recurrencias estadísticas. Éstas son tozudas y obedecen a
razones que pueden acotarse y definirse. Segunda, que cuenta con el apoyo
indiscutible de los poderes fácticos, tanto los económicos como los sociales, que no
albergan duda alguna acerca de quién los representa políticamente como desean.
Tercera, que conoce profundamente los resortes del poder porque no en vano está
utilizándolos desde casi siempre. Cuarta, que ha tenido –y ha aprovechado,
porque no suele “perder el tiempo”, cuando gobierna– la oportunidad de influir
en el ordenamiento del sistema político para que le beneficie, como no podría
ser de otro modo y como haría cualquier organización que tuviese opción a ello.
¿O vamos a sucumbir a la ingenuidad de pensar que alguien medianamente cuerdo sea capaz de organizar un sistema para que le haga dilapidar sus oportunidades?
Desde
las aparentemente justificadas triquiñuelas del sistema electoral a la
organización del poder judicial, pasando por el diseño y el proceder de las
instancias de fiscalización de la actividad de los poderes
públicos (Tribunal de Cuentas, Comisiones del Parlamento, Diputaciones
Permanentes, etc.), en suma, toda la estructura del Estado ha sido delineada fundamentalmente por la derecha. Ello es un hecho irrefutable porque
quiénes controlaron su materialización en los
años de la transición fueron los políticos de la derecha. Y a nadie se le
escapa que el alcance de los resortes y mecanismos del poder es inmenso, como
lo es el poderío que otorgan a quienes los controlan y aplican al logro de
sus objetivos.
A veces
da la impresión de que sociológicamente este país es de izquierdas. Y es
posible que hasta lo sea en determinadas coyunturas sociales o socioculturales. Pese a todo lo dicho, tal vez también pudiera serlo, formalmente, si la derecha
tuviese enfrente un proyecto sólido, unívoco, armonioso, vertebrado. Pero desgraciadamente los resortes del poder auténtico se afanan y consiguen neutralizar ese hipotético potencial
electoral, fragmentándolo y reduciéndolo a los términos que se consideran aceptables para cada ocasión.
Porque,
¿tiene alternativa la derecha? En España, hasta hoy, el PSOE ha sido
prácticamente la única disyuntiva. Y no deja de ser un sarcasmo que la
alternativa a los gobiernos conservadores esté representada por un partido con
vocación opositora. ¿O puede decirse otra cosa de una organización con 137
años de historia que únicamente ha ocupado el poder durante 21 de ellos? El
PSOE es un partido con propensión a ejercer la oposición y quiénes piensan lo contrario creo que se equivocan. Por otro lado, en esa organización, como en todas, ha habido
circunstancias y circunstancias. Ha atravesado momentos en los que parecía estar más unida y fortalecida que
en otros, y viceversa. Hoy es de dominio público que el PSOE es una auténtica
jaula de grillos. Y no hay peor compañero de viaje para una aventura electoral
que la percepción de la división, el disenso, el
fraccionamiento o la desintegración de una organización política por parte de los electores.
Feijóo y Urkullu durante la campaña electoral. |
Por
tanto, lo que ayer sucedió en Galicia y en el País Vasco es la crónica de una
muerte anunciada. Tras los batacazos del 20 de diciembre y del 26 de
junio, no hay que ser adivino para augurar un porrazo tal vez mayor en la próxima convocatoria de diciembre. Porque, por un lado, Pedro Sánchez seguramente
no va a cambiar de estrategia y, si cambia, puede ser peor. Si opta por abstenerse y
deja gobernar a la derecha, eso puede suponer el principio de la desafección
definitiva de su electorado más fiel. Por otro lado, si dimite o lo hacen
dimitir, y el PSOE intenta cincelar en un par de meses una cara nueva, un
líder novedoso que ilustre su próximo cartel electoral y aglutine los
restos del naufragio, auguro asimismo que será otro empeño imposible. De
modo que, en unas hipotéticas elecciones, el PSOE me parece condenado a cosechar otro escandaloso
fracaso y a obtener, probablemente, los peores resultados electorales de su
historia reciente, que le relegarán a la tercera o la cuarta fila de las bancadas parlamentarias.
¿Y
qué hay de las fuerzas políticas emergentes? Otra de las evidencias que
arroja el resultado electoral es que Ciudadanos ha encontrado por fin
su propia medida: la nada, la inexistencia. Ni ha logrado ni un solo diputado en los
parlamentos gallego y vasco. Evidentemente, no sucederá lo mismo en el
parlamento español, pero tampoco creo que sea necesario ser un lince para
vaticinarles otra debacle en la próxima confrontación electoral. Ya he dicho en
más de una ocasión que si no hay otra alternativa que optar a una mala copia siempre es mejor quedarse con el original,
esté como esté. Así parece que lo ven también muchos de los que tuvieron la tentación de escapar
del redil habitual, emigrando a territorios novedosos, porque han desistido de
su precipitada aventura y están volviendo a marchas forzadas al “camino de la
verdad”, que no es otro que el que representa el PP.
¿Y que
pasa con Podemos y la sopa de siglas que le acompaña en los territorios
autonómicos? Pues, en mi opinión, que también ha encontrado su justa definición.
Podemos tiene la dimensión que tiene, ha cumplido su papel y lo más que puede aspirar
es a seguir desempeñándolo con eficiencia. Porque si no es un invento directo
de la derecha, por lo menos ha sido auspiciado claramente por ella y por su
corte mediática. Con un objetivo bien definido: fraccionar y desgastar a la
oposición. A la vista de la situación que el PP ha debido gestionar en los
últimos años (desempleo, recortes, involución, rescates encubiertos…), no cabía otra
alternativa que impulsar un movimiento político para debilitar a la oposición, utilizando
la estrategia bélica más elemental: divide y vencerás. Y ese propósito ha sido
materializado exquisitamente: la izquierda se ha fraccionado todavía más de lo
que estaba, facilitando así el gobierno de la derecha por muchos años. Es más,
por si la cosa no acababa de cuajar, los poderes fácticos inventaron adicionalmente C’s (conocido también como el partido del Ibex 35) para
cubrir las hipotéticas y coyunturales defecciones del flanco diestro. Y éste
también ha sido un objetivo plenamente logrado. En síntesis, lo que le queda a
Podemos es mirarse el ombligo y ahogarse en su propia sopa. Su máxima
aspiración ya está conseguida: dar el ‘sorpasinho’ al PSOE en Galicia y en el País Vasco. Ahora lo que resta es
intentar hacer lo mismo en Madrid, mantener la posición y a ver venir las sucesivas
confrontaciones electorales.
No parece
buena cosa la estrategia que enarbola su carismático líder pretendiendo
amedrentar a la gente poderosa. En mi opinión, ese recorrido es tan corto como
las mangas de un chaleco; me parecen simples fuegos de artificio o juegos de niños,
como se prefiera, orientados al consumo interno. Hoy por hoy, semejantes
actitudes no hacen sino inducir la risa de los auténticamente poderosos y el cabreo
de quienes consideran que tienen pequeños patrimonios que defender. Por otro lado, más
antes que después, Podemos y sus socios van a tener que retratarse en Cataluña
y en el País Vasco. Hasta ahora navegan en una cierta indefinición que hace
compatible la defensa de la unidad de España con el respeto del derecho decidir
de los territorios. Eso y no decir nada es lo mismo. Y la prueba está en lo que
ha sucedido en el País Vasco, pese a que actualmente está mucho menos "incendiado" que Cataluña.
Aquí, los que han ganado ampliamente las elecciones son PNV y Bildu (bien que lo subrayó Otegui tras conocer los resultados: "con 58 de los 75 escaños, esta noche empieza el asalto a los cielos"), los partidos que
tienen claro el asunto de la identidad, que es un factor esencial tanto en allí
como en Cataluña, aunque ellos no lo crean. Y cuando Podemos deba posicionarse
al respecto, porque antes o después tendrá que hacerlo, la disyuntiva está
clara: o pierden poder en esos territorios o lo perderán el resto del Estado,
porque nadar y guardar la ropa es sencillamente imposible.
De
modo que no es que mi actitud sea pesimista, al contrario, estoy convencido de que es
profundamente realista. En este día postelectoral sucede una vez más lo que
viene ocurriendo desde hace años. Que la derecha gobierna, que tiene por
delante cuatro años para seguir haciéndolo y que no se vislumbra en el
horizonte ninguna perspectiva que pueda entorpecer su trayectoria. Es justo lo
contrario de lo que nos espera a la mayoría de los ciudadanos, que incluye buena parte de los que votan al PP. Unos y otros seguiremos sufriendo y siendo
víctimas de sus políticas reaccionarias.
En el País Vasco gobernará la derecha, sustentada por el PNV, un partido inequívocamente conservador. En Cataluña, de celebrarse elecciones en este momento, me parece clara la expectativa de gobierno que tiene una hipotética coalición de Esquerra Republicana y Unió Democrática de Cataluña, ex-CiU. Por tanto, también allí gobernaría hipotéticamente la derecha, por más que Esquerra se apellide de un modo que en absoluto se corresponde con su ideario. Y qué decir de lo que sucedió ayer en Galicia. La tercera mayoría absoluta consecutiva de Feijóo habla por sí misma y le encumbra como la alternativa al liderazgo de Rajoy a nivel nacional. ¡No quieran los dioses que venga otro gallego, por favor!
En el País Vasco gobernará la derecha, sustentada por el PNV, un partido inequívocamente conservador. En Cataluña, de celebrarse elecciones en este momento, me parece clara la expectativa de gobierno que tiene una hipotética coalición de Esquerra Republicana y Unió Democrática de Cataluña, ex-CiU. Por tanto, también allí gobernaría hipotéticamente la derecha, por más que Esquerra se apellide de un modo que en absoluto se corresponde con su ideario. Y qué decir de lo que sucedió ayer en Galicia. La tercera mayoría absoluta consecutiva de Feijóo habla por sí misma y le encumbra como la alternativa al liderazgo de Rajoy a nivel nacional. ¡No quieran los dioses que venga otro gallego, por favor!
Y en
el resto del Estado, pues lo de siempre. Los contrapesos del sistema electoral
bien definidos y operativos, garantizando uno tras otro procesos proclives al
triunfo de la derecha. Por tanto, parece cantado el resultado de una hipotética
y próxima confrontación electoral. Así que, señores, ¡ajo y agua! Es lo que da
el país y seguramente lo mejor que tenemos porque lo de hacerse apátrida no
parece nada fácil.
Se
me acusará de ser pesimista o de agorero, o tal vez de las dos cosas. Pues
bien, lo acepto, me arriesgo y aquí dejo mis opiniones. Solo es cuestión de esperar porque
en pocos meses sabremos lo qué pasa realmente. ¡Ah!, un pequeño detalle que
olvidaba: no puede imaginarse lo que me gustaría equivocarme, ni lo a gusto que
me desdeciría.
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