Cuando
tomo conciencia de que formo parte de la llamada blogosfera me asalta un cierto estupor y me apresuro a consultar en
internet, por si acaso, no vaya a ser
que… Entre un sinfín de cosas encuentro un artículo de un profesor
universitario, que parece experto en este tema y que asegura que “un weblog –también conocido como blog o
bitácora (listado de sucesos)– es un sitio web con un uso o temática
particular, periódicamente actualizado y escrito con un estilo personal e
informal, que recopila cronológicamente textos o artículos que publica o
publican libremente uno o varios autores, donde el más reciente aparece primero”.
Hasta aquí, nada que objetar. Eso es exactamente lo que creo que hago aquí, en
ababolesytrigo.blogspot.com.es, bitácora que empecé en mayo de 2013 sin otra
intención que ir conformando un dietario retrospectivo y actual mientras tenga
motivación por ir completándolo. Y la sigo teniendo.
Continuo
con el artículo y empiezo a perderme cuando leo el concepto de blogosfera que se
expresa en él, definiéndola como: “una conceptualización precisa de
conocimiento integrado dentro de Internet que gira en torno a los blogs”, un enunciado
que me deja atónito por su imprecisión y vaguedad. Probablemente no entiendo bien
la definición porque, como aclara el profesor en otro apartado, basa su
artículo en el “modelo lexemático funcional, MLF, de Mingorance; en la teoría
comunicativa, TCT, de Teresa Cabré; en la teoría combinada de la metáfora de
Fauconnier y Turner (2002) y en la propuesta de integración conceptual de Johanson
(2004)”. Soy un ignorante que desconoce las aportaciones de esas distinguidas –supongo– autoridades
académicas y la verdad es que carezco de motivación para indagar al respecto.
Así que, como me descamino entre tan concentrada epistemología, prefiero refugiarme
en la simplicidad de la definición del Diccionario
Panhispánico de Dudas que indica que se ha tomado la voz bitácora para
traducir el término inglés weblog [de web+log (book); abreviado, blog],
que significa ‘sitio electrónico
personal, actualizado con mucha frecuencia, donde alguien escribe a modo de
diario o sobre temas que despiertan su interés, y donde quedan recopilados
asimismo los comentarios que esos textos suscitan en sus lectores’. Esto,
que entiendo perfectamente, me tranquiliza y me convence de que con lo que hago
ni saco los pies del tiesto, ni delinco. Por tanto, dos preocupaciones que me
evito.
Empecé
el blog hace algo más de tres años. En ese tiempo he ido dejando en
él más de doscientas entradas que incluyen de todo un poco: retazos de
actualidad, impresiones puntuales, aspectos que me parecen relevantes de mi vida
o de las de otros, historias pretéritas, ilusiones, ingenuidades,
preocupaciones congruentes e incongruentes, quimeras, aficiones, afectos, etc.
En el dilatado, irregular y hasta atolondrado relato que conforman los pequeños
capítulos que escribo de vez en cuando, en esa especie de gran almazuela –o patchwork, como se prefiera–, se
puede encontrar perspectiva suficiente para entender e interpretar, más o menos
fielmente, buena parte de mi recorrido vital.
A
veces consulto el movimiento del blog para curiosear la gente que lo visita, cuántos
son, de dónde proceden, qué navegador utilizan, etc. Me asombra el relativo
gran número de visitas que recibe (próximas a las 20.000), algo que
me inquieta tanto o más que me gratifica. Evidentemente, más de la mitad corresponden
a ciudadanas y ciudadanos españoles, pero también son numerosísimas las visitas
de personas extranjeras procedentes de países variopintos, algunos de ellos lejanos e inesperados (China, Ucrania, Australia). Los estadounidenses lo han visitado
en más de 2000 ocasiones, casi 600 son las corresponden a los ciudadanos
alemanes y más de 500 las realizadas por los rusos; en fin, alrededor de 200 corresponden a los franceses. Adicionalmente se contrasta una larga nómina de países cuyos ciudadanos han
visitado el blog en torno a un centenar de ocasiones, como es el caso de
Ucrania, México, Irlanda, Bélgica o China.
Este público, polifacético y cosmopolita, parece que tiene interés por los desahogos,
los pensamientos o las disquisiciones que plasmo en los sufridos,
amistosos y digitales folios; y que también se
inquieta por lo que me preocupa o me motiva. Y ello resulta una agradabilísima
sorpresa porque es como encontrar una especie de muda interlocución con la
que confronto, sin hacerlo, las preocupaciones, opiniones y quimeras que,
cuando constato que interesan a otros, parece que se truecan en asuntos
compartidos o, por lo menos, aparentemente participados. Pero evidentemente se trata de una
infundada ilusión porque uno de los flancos débiles de la blogosfera es precisamente que
no se ha concebido como formato orientado a propiciar la interlocución, el
diálogo o la comunicación multidireccional. Es cierto que, dependiendo de la
voluntad del bloguero, los lectores pueden añadir comentarios a las
entradas del blog, pero tales apostillas no buscan incitar el diálogo con él; más bien, se utilizan para trasladarle impresiones u opiniones sobre lo
que escribió, para matizar algún aspecto del relato o para expresarle juicios
evaluativos. En mi caso, solo unos pocos amigos, y unas
cuantas personas con las que tengo gran confianza, añaden de vez en cuando comentarios amables y bienintencionados. La
inmensa mayoría de los lectores no indican nunca nada.
Es
cierto que mi bitácora no tiene otro objetivo que el que se expresa en su primera entrada: ser una especie de dietario retrospectivo y actual que
cultivaré hasta que me canse. Pero con el paso del tiempo he comprobado que lo
que escribo parece que también interesa a otros porque, a los pocos minutos de
insertar alguna entrada, contrasto que entre diez y quince personas han accedido
a ella, lo que me hace pensar que les importan las cosas que cuento y, tal vez
por ello, han activado avisos para seguir puntualmente las novedades. Evidentemente, otras muchas acceden fortuitamente y otro
importante grupo lo hace cuando se insertan referencias en otras redes sociales,
como Facebook.
Reconozco
que me gustaría saber por qué me leen con cierta regularidad quiénes lo hacen,
y también qué evaluación hacen de lo que escribo, sus coincidencias y discrepancias con lo que digo, etc, etc. Y hasta estoy dispuesto a
aceptar de buen grado algún exabrupto proferido por quienes consideren que les
hago perder el tiempo entreteniéndoles innecesariamente con mis disquisiciones.
Con la misma libertad que expreso mi pensamiento, doy mis opiniones o escribo
las percepciones que tengo, acepto gustoso que se me replique sin otra cortapisa que la
que me autoimpongo: el uso de términos y expresiones correctos y respetuosos. Creo que a estas alturas está claro que creo en la dialogicidad,
en el poder y en el valor del diálogo como motor de la ciencia y del progreso,
como catalizador de la convivencia y como ingrediente imprescindible de la civilidad. Sería extraordinario que pudiésemos iniciar un diálogo explícito, que empieza a resultarme imprescindible aunque
entiendo que otros no compartan tal necesidad. Y tal vez acepten peor que
se vehicule a través de un medio público como este. En todo caso,
si alguien quiere trasladarme privativamente cualquier impresión puede hacerlo
a la dirección de correo: vicente.carrasco@ua.es
Muchas gracias por acompañarme a través de la lectura y un sordo y cordial
saludo a todas las silenciosas voces que todavía no logro escuchar.
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