En
otra ocasión hice una breve incursión en el léxico de la tauromaquia,
comprometiéndome a ahondar en él posteriormente. Esta me parece una buena
ocasión.
Hace
muchos años que García Lorca dijo aquello de que “pudiera ser que la de los
toros fuese la fiesta más culta del mundo” y, tal vez, su juicio no solo fue acertado
sino premonitorio. Pondré un ejemplo. No hace mucho tiempo que un taurino aficionado
a la pluma –pasional, como la mayoría– aseguraba que, en lo tocante a
los toros, se declaraba “kantiano” convencido. Y lo explicaba del siguiente
modo. Kant asegura que "no hay ni puede haber ciencia –técnica– en
lo bello [...] En las bellas artes cabe la modalidad pero no cabe el método”.
Por tanto, para él, el arte es una construcción ideal. Si se extrapola su
pensamiento a la tauromaquia no es difícil inferir que la aspiración final de cualquier
concepción artística del toreo es “lo bello”. Partiendo de este postulado, la
técnica se revela tan importante como secundaria porque, para el arte, lo que de
verdad cuenta es el valor y la inspiración. No me negarán que la cosa tiene su
enjundia.
Sin
embargo, en la actualidad, en este período histórico ‘líquido’, en el que ha
triunfado el ‘pensamiento débil’, los aficionados admiran el toreo técnicamente
perfecto a base de toques, de líneas, de conocimiento de los terrenos, etc.,
etc. Hoy, como ayer, escasean las aptitudes para deleitar estéticamente y, por
el contrario, abundan los “pegapases”, los diestros que componen sus faenas con
decenas y decenas de lances. Es imposible discriminar la ejecución de las
diferentes suertes porque se parecen como gotas de agua y por eso se olvidan
apenas concluye el aguacero. ¿Qué sentido tiene recordar lo que carece de
originalidad? ¿Para qué evocar lo que adolece del más elemental talento?
A muchos,
a muchísimos aficionados, les satisface esta manera de interpretar el toreo. Si
no fuese así, sería impensable que el noventa y tantos por ciento de las actuaciones
que se producen en los festejos se aparten radicalmente del canon ‘kantiano’,
que comparto. Como aquel aficionado, yo creo que en el toreo la expresión
artística debe ser ajena a toda coacción que intente ajustarla a reglas
arbitrarias. Dicho de otra manera, no se puede ser artista toreando con el
folleto de instrucciones en la mano. El toreo emerge como arte cuando transciende
las normas técnicas. Contrariamente, hoy, las consideradas faenas cumbre se trazan
con escuadra y cartabón porque, como ha sucedido a lo largo de la historia, las
que se dibujan a mano alzada solamente nos gustan a una minoría.
Esta
larga digresión me sirve para enmarcar mi propósito inicial que no era otro que
ahondar en las referencias al léxico taurino, dejando constancia de algunas de
las expresiones habituales en el habla coloquial que, por sabidas, no precisan de
mayor explicación. Porque, ¿quién no ha utilizado en alguna ocasión frases o
expresiones como: ponerse el mundo por
montera, estar para el arrastre, echar un capote, coger al toro por los cuernos,
estar al quite, atarse los machos, caerse del cartel, lleno hasta la bandera,
pinchar en hueso, rematar la faena o tener
vergüenza torera? Pero hay más, muchas más, también de uso muy frecuente.
Por ejemplo: tener mano izquierda, hacer
una faena de aliño, hasta el rabo todo es toro, no hay quinto malo, dar una estocada
hasta la bola, pegar la ‘espantá’, ver los toros desde la barrera, pasar en
falso, salir por pies, venirse arriba, capear el temporal, cambiar de tercio,
estar hecho un toro, hacer un brindis al sol, entrar al trapo, crecerse en el
castigo.… Y tantas otras, como: estoy
para el arrastre; si no me echas un capote, me va a pillar el toro; me gustaría ponerme el mundo por montera y
coger el toro por los cuernos, pero voy a dar la ‘espantá’, me caigo del cartel
y me corto la coleta.
También
en el mundo de la política es recurso acostumbrado echar mano del léxico taurino. A veces se descalifica a los
políticos o a los partidos tildándolos de subalternos o banderilleros
del gobierno. O se dice que los diputados torean de salón cuando
debaten y discuten retóricamente, sin aportar soluciones efectivas a los
problemas de la ciudadanía; tal vez por ello,
demasiado a menudo evitan coger al toro por los cuernos. Es
más, hasta proponen medidas imposibles, haciendo brindis al sol, es
decir, utilizando la demagogia para obtener el aplauso fácil de un público generalmente
poco exigente. En muy raras ocasiones un político saldrá por la puerta
grande, porque suele haber división de opiniones entre los ciudadanos.
En algunas ocasiones el Parlamento devuelve
el toro al corral; por ejemplo, cuando rechaza una ley promovida por el
gobierno.
En el
ámbito amoroso, hombres y mujeres matan –ligan– a
volapié o recibiendo,
es decir, unos toman la iniciativa en la estrategia del acercamiento al
otro sexo, en tanto que otros prefieren esperar la proximidad del partenaire. Es sobradamente conocido que
el mundo taurino es muy ‘machista’. Sus “tics”, de contenido sexista, se han
extrapolado a las conversaciones ordinarias, en las que se escuchan comentarios
que aluden a las mujeres que tienen buenos pitones (senos), o buen trapío (figura). Incluso se utilizan expresiones
que son impertinencias y groserías, como es el caso de lo que
necesita es un buen puyazo o ponerle los cuernos... El sesgo de
género que impregna estas locuciones las despoja de elegancia, haciéndolas vulgares,
e incluso ofensivas, en su absurdo afán por buscar paralelismos entre la lidia
y el cortejo amoroso a base de asimilar los roles de hombre y de mujer a los propios
de torero y toro, respectivamente, y deduciendo de ello el peligro que la segunda
puede acarrear al primero cuando trata de domeñarla de acuerdo con los añejos
patrones del cortejo.
También se echa mano del lenguaje taurino
para describir el modo como las personas afrontamos los problemas y las
dificultades. De modo que, si carecemos de mano izquierda para
intervenir con calma en una determinada situación, deberemos atarnos
los machos y agarrar al toro por los cuernos. En cambio, si
damos consejos a otros sobre cómo deben afrontar realidades que les afectan y
que nos son ajenas, probablemente nos respondan que es muy bonito ver
los toros desde la barrera. Por
otro lado, si nos va a pillar el toro, bien porque nos hemos despistado o porque
no hemos tomado las precauciones adecuadas, podemos optar por tirarnos
un farol o saltarnos a la torera la obligación que
tenemos y ponernos el mundo por montera. En fin, cuando nos disponemos a rematar la faena, pinchamos
en hueso cuando no logramos lo que pretendemos; en cambio, cuando
conseguimos nuestro propósito es porque hemos cobrado un estoconazo hasta la bola.
Sin
perjuicio de lo anterior, existe una amplia fraseología taurina que conforman refranes y sentencias referidas
al mundo del toro: Para torear y para casarse hay que arrimarse; putas
y toreros, los tres años primeros; al
toro y al loco, de lejos mirarle el moco; quien con toros anda, a torear
aprende; cuando hay toros no hay toreros, y cuando hay toreros casi
nunca hay toro; de toros solo
saben las vacas; el toro de cinco (años) y el torero de veinticinco; hasta el
rabo, todo es toro; quien con toros anda, a torear aprende, etc., etc.
Además de permeabilizar el lenguaje común, el lenguaje de los toros ha estado presente en la literatura española
de todos los tiempos. Lo hallamos en las obras de Tirso de Molina, Quevedo,
Góngora, Machado, García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández Gerardo Diego
o los Quintero, entre otros muchos. Remataré esta faena, que declaro solemnemente
inconclusa, con el poema de una mujer afable, cercana y profunda, de corazón
optimista y moderna, en el mejor sentido del término, en una época en la que
las mujeres no tenían fácil ocupar
espacio en la vida pública española: Gloria Fuertes.
PARA
DIBUJAR UN TORERO
Para
dibujar un torero
hay
que tener mucho salero.
Se dibuja la montera
-que es el sombrero-,
y debajo va la cara,
y más abajo va el cuerpo;
mucho adorno en la chaqueta,
chaquetilla de torero,
con borlitas -alamares-…
Muy
coqueta la chaqueta
bordada,
muy primorosa
-dos
claveles y una rosa-.
Muy
ceñido el pantalón,
a media
pierna un bordón.
¡Qué
primor!
Las medias con espiguilla,
de cuero las zapatillas,
la camisa muy rizada,
la corbata muy delgada,
y la faja cinturón
que adelgaza la cintura
y hace hermosa la figura.
¡Qué
valiente criatura
del
arte más peligroso!
El traje,
de seda y oro,
y el
toro, color de toro,
negro
el cuerpo, blanco el cuerno.
Negro
el toro, y azul él.
¡Torero, abre la capa,
ya estás en el redondel!
ya estás en el redondel!
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