Ayer
pasé una mañana de domingo estupenda. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto.
Compré media docena de periódicos y me dispuse a ojearlos plenamente
repantingado en el sofá. A medida que pasaba las innumerables páginas de sus
ediciones dominicales experimentaba en las yemas de los dedos el placer que me producían
el tacto de las hojas, más o menos satinadas y/o grumosas, y el inevitable
tufillo a esa mezcla de tinta fresca y disolvente que acompaña a la prensa
matinal. Hoja tras hoja fui repasando las noticias, que para variar se
reiteraban como los eructos resabiosos de la cebolla.
En
ese ir y venir entre las páginas recordé una reflexión que hace tiempo que me
inquieta: la profunda transformación que está sufriendo la prensa escrita, inducida
por la omnipresente revolución digital. Por lo que dicen, se piensa que la
supervivencia de las grandes empresas de comunicación esta muy condicionada por
su capacidad para transformarse y adaptarse a los nuevos vientos. Parece que su
futuro se aleja inevitablemente del soporte papel y se acerca ineludiblemente a
las redes sociales, a las que deberá incorporar sus contenidos con una adecuada
puesta al día que adapte sus tradicionales hechuras a los requerimientos de los
dispositivos electrónicos. Los expertos aseguran que asistimos calladamente a
una revolución en los formatos de la comunicación. La gente se está relacionando
de forma distinta y ello exige cambiar el formato y el soporte en el que
circularán las mensajes y las noticias, asegurando su presencia en la multiplicidad
de plataformas que han surgido en los últimos años. No solo en los grandes
imperios como Facebook o Instagram, sino también en pequeñas aplicaciones,
como Snapchat, una ‘app’ para móviles
que permite enviar archivos que desaparecen diez segundos después de que el destinatario
los reciba. Según dicen, disponer de capacidad para atender ambos frentes es el principal
reto que tiene hoy cualquier empresa de comunicación que se precie.
Los
que saben de esto aseguran que en el mundo periodístico actual hay dos realidades.
Una, la que representan los grandes holdings
de la comunicación (Disney, Time
Warner, Fox News, Viacom, Bertelsmann, Vocento, etc.); otra, la conformada
por las denominadas plataformas digitales puras. Parece que unos y otros comparten
una particular evolución que les lleva a recorrer sentidos contrarios y
simultáneamente confluyentes de la misma dirección. Los primeros tratan de
incorporar a marchas forzadas los recursos que utilizan los segundos para intentar
llegar a las grandes audiencias. Los segundos copian a aquéllos agregando a
sus plantillas analistas y periodistas expertos en tratar contenidos con
profundidad, buscando prestigiarse a base de superar los enfoques superficiales
y las banalidades.
Por
otro lado, es una evidencia que los grandes medios de comunicación apenas
consiguen un veinte por ciento de sus audiencias con el reclamo de sus portadas
en Internet. Cada vez dependen más de las redes sociales y de la de la
optimización de los motores de búsqueda (SEO,
Search Engine Optimizer), que parecen ser la clave que condiciona
su clientela. Por tanto, ahí es a donde dirigen sus principales
esfuerzos, a posicionarse en esos motores para lograr el mayor número posible de
visitas. Otro frente que tienen abierto los gigantes de la
comunicación es la brega por conquistar los teléfonos del Planeta,
cosa harto complicada porque las redes de telefonía funcionan con cuarenta o
cincuenta sistemas distintos a lo largo y ancho del mundo, lo que hace harto
complicado armonizar una emisión compatible con todos ellos. Además, cada vez los contenidos están más condicionados porque deben mostrarse en pantallas
crecientemente reducidas, que obligan a una comunicación más restrictiva que hasta llega a exigir que los vídeos carezcan de sonido. Y para complicar más
la situación parece que se ha instituido una tendencia universal a la proliferación de
las redes sociales, lo que hace de ellas un ecosistema que la prensa debe permeabilizar para garantizarse la supervivencia.
A la
vista de todo lo anterior, y teniendo en cuenta lo que aseguran los más
influyentes directivos de los principales diarios, parece inevitable que el
placer de ojear la prensa escrita, de pasar las páginas de los periódicos
manchándote los dedos de tinta, tiene sus días contados. Por eso, consciente de
lo irremediable, durante la mañana del domingo me entregué en cuerpo y alma a
disfrutarlo. Y pienso hacer lo mismo en las próximas semanas por si acaso les entran las
prisas, que ya se sabe cómo son las cosas en este mundo de la globalización. No
vaya a ser que cualquier domingo al llegar al kiosco me encuentre con una
pantalla digital autoalimentada mostrando un lacónico mensaje del siguiente
tenor: “Estimado cliente, por razones ajenas a nuestra voluntad lamentamos
comunicarle que a partir de hoy mismo solo podrá acceder a la consulta de los
periódicos a través de las pantallas digitales que incorporan los frigoríficos
y demás electrodomésticos y/o artilugios digitales. Lamentamos las molestias y
le pedimos disculpas por ello. Hasta siempre”.
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