lunes, 14 de marzo de 2016

El previsible (?) final de la prensa escrita.

Ayer pasé una mañana de domingo estupenda. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto. Compré media docena de periódicos y me dispuse a ojearlos plenamente repantingado en el sofá. A medida que pasaba las innumerables páginas de sus ediciones dominicales experimentaba en las yemas de los dedos el placer que me producían el tacto de las hojas, más o menos satinadas y/o grumosas, y el inevitable tufillo a esa mezcla de tinta fresca y disolvente que acompaña a la prensa matinal. Hoja tras hoja fui repasando las noticias, que para variar se reiteraban como los eructos resabiosos de la cebolla.

En ese ir y venir entre las páginas recordé una reflexión que hace tiempo que me inquieta: la profunda transformación que está sufriendo la prensa escrita, inducida por la omnipresente revolución digital. Por lo que dicen, se piensa que la supervivencia de las grandes empresas de comunicación esta muy condicionada por su capacidad para transformarse y adaptarse a los nuevos vientos. Parece que su futuro se aleja inevitablemente del soporte papel y se acerca ineludiblemente a las redes sociales, a las que deberá incorporar sus contenidos con una adecuada puesta al día que adapte sus tradicionales hechuras a los requerimientos de los dispositivos electrónicos. Los expertos aseguran que asistimos calladamente a una revolución en los formatos de la comunicación. La gente se está relacionando de forma distinta y ello exige cambiar el formato y el soporte en el que circularán las mensajes y las noticias, asegurando su presencia en la multiplicidad de plataformas que han surgido en los últimos años. No solo en los grandes imperios como Facebook o Instagram, sino también en pequeñas aplicaciones, como Snapchat, una ‘app’ para móviles que permite enviar archivos que desaparecen diez segundos después de que el destinatario los reciba. Según dicen, disponer de capacidad para atender ambos frentes es el principal reto que tiene hoy cualquier empresa de comunicación que se precie.

Los que saben de esto aseguran que en el mundo periodístico actual hay dos realidades. Una, la que representan los grandes holdings de la comunicación (Disney, Time Warner, Fox News, Viacom, Bertelsmann, Vocento, etc.); otra, la conformada por las denominadas plataformas digitales puras. Parece que unos y otros comparten una particular evolución que les lleva a recorrer sentidos contrarios y simultáneamente confluyentes de la misma dirección. Los primeros tratan de incorporar a marchas forzadas los recursos que utilizan los segundos para intentar llegar a las grandes audiencias. Los segundos copian a aquéllos agregando a sus plantillas analistas y periodistas expertos en tratar contenidos con profundidad, buscando prestigiarse a base de superar los enfoques superficiales y las banalidades.

Por otro lado, es una evidencia que los grandes medios de comunicación apenas consiguen un veinte por ciento de sus audiencias con el reclamo de sus portadas en Internet. Cada vez dependen más de las redes sociales y de la de la optimización de los motores de búsqueda (SEO, Search Engine Optimizer), que parecen ser la clave que condiciona su clientela. Por tanto, ahí es a donde dirigen sus principales esfuerzos, a posicionarse en esos motores para lograr el mayor número posible de visitas. Otro frente que tienen abierto los gigantes de la comunicación es la brega por conquistar los teléfonos del Planeta, cosa harto complicada porque las redes de telefonía funcionan con cuarenta o cincuenta sistemas distintos a lo largo y ancho del mundo, lo que hace harto complicado armonizar una emisión compatible con todos ellos. Además, cada vez los contenidos están más condicionados porque deben mostrarse en pantallas crecientemente reducidas, que obligan a una comunicación más restrictiva que hasta llega a exigir que los vídeos carezcan de sonido. Y para complicar más la situación parece que se ha instituido una tendencia universal a la proliferación de las redes sociales, lo que hace de ellas un ecosistema que la prensa debe permeabilizar para garantizarse la supervivencia.

A la vista de todo lo anterior, y teniendo en cuenta lo que aseguran los más influyentes directivos de los principales diarios, parece inevitable que el placer de ojear la prensa escrita, de pasar las páginas de los periódicos manchándote los dedos de tinta, tiene sus días contados. Por eso, consciente de lo irremediable, durante la mañana del domingo me entregué en cuerpo y alma a disfrutarlo. Y pienso hacer lo mismo en las próximas semanas por si acaso les entran las prisas, que ya se sabe cómo son las cosas en este mundo de la globalización. No vaya a ser que cualquier domingo al llegar al kiosco me encuentre con una pantalla digital autoalimentada mostrando un lacónico mensaje del siguiente tenor: “Estimado cliente, por razones ajenas a nuestra voluntad lamentamos comunicarle que a partir de hoy mismo solo podrá acceder a la consulta de los periódicos a través de las pantallas digitales que incorporan los frigoríficos y demás electrodomésticos y/o artilugios digitales. Lamentamos las molestias y le pedimos disculpas por ello. Hasta siempre”.

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