martes, 22 de marzo de 2016

Duelo.

Ayer fue un día como otro cualquiera. Probablemente el mundo amaneció con las mismas venturas y desventuras que cualquier otra jornada. Si acaso, tal vez lo que cambió ligeramente es su geografía. Por un lado, pareció una fecha dichosa para muchos cubanos, que vieron alborozados como un presidente norteamericano visitaba de nuevo la isla después de casi noventa años sin que otro lo hiciera. Algunos han puesto en ello grandes esperanzas porque consideran que ese viaje contribuirá a desatascar la timorata transición a la democracia del régimen castrista. En el otro lado de la balanza, fue una jornada especialmente aciaga para los refugiados en Grecia. Los diarios aseguran que, para vergüenza de la Humanidad, la policía desalojó el campo de refugiados de Moria en apenas veinticuatro horas, consumando a empujones el desahucio de una legión de famélicas personas, asustadas, mojadas y sin otra alternativa que la deportación a Turquía, de acuerdo con las previsiones del ominoso acuerdo de expulsión masiva de refugiados que la UE activó el domingo.

También ayer fue un día fatídico para trece familias que perdieron alguno de sus hijos en un horroroso accidente sucedido cuando apenas eran las seis de la mañana, en la autopista del Mediterráneo, a su paso por la localidad tarraconense de Freginals. Leo en los periódicos que siete de las trece víctimas, todas mujeres, eran italianas. Una de ellas se llamaba Serena Saracino, estudiante de farmacia con apenas veintitrés años. Su padre, absolutamente destrozado, declaraba a los medios de comunicación que a su juicio “era demasiado tarde para conducir un autobús lleno de chicos tan jóvenes, que llegaron aquí para ser cuidados y en cambio han muerto. A esa hora, los conductores están cansados". Y añadía, quejándose amargamente, que "un país bello como éste hubiera debido garantizar a estos chicos un viaje en plena seguridad. Conducir bajo la lluvia, a las cuatro de la mañana, no es seguridad". "No queremos vivir sin nuestra hija. Llegó feliz aquí, y volvemos con una masa de carne lívida. Sé que sois un pueblo amigo, pero no tiene que ocurrir nunca más. Por esto estoy aquí hablando. Tenéis que controlar que esto no ocurra nunca más en vuestro país", concluyó el padre.

Un testimonio tan desgarrador debería servir para algo más que para ponernos a todos un nudo en la garganta. Lamentablemente, el amargo gesto o el desencajado semblante de unas familias destrozadas que desfilan como zombis en los tanatorios o por los polideportivos nos volverá a remover circunstancialmente el estómago, pero al rato habremos orillado una vez más la desgracia y seguiremos en lo mismo.

Abomino la dejadez que se ha instalado desde hace décadas en los comportamientos sociales y cívicos. Y todavía abomino más del silencio y la inacción de las autoridades, intelectuales,  profesionales, comunicadores, en suma, de todos, entre los que me incluyo, que apenas alcanzamos a criticar puntual y tímidamente las conductas y actuaciones desmadradas, de particulares, entidades e instituciones, que suelen acompañar a las fiestas y días de guardar.

Ayer la desgracia se cebó con unos muchachos que volvían un sábado por la noche de ver la ‘cremà’ de las Fallas. No puedo evitar preguntarme: ¿no había otra alternativa que meterse en un autobús a las cuatro de la mañana para hacer tres o cuatrocientos quilómetros bajo la lluvia y llegar las ocho o las nueve a Barcelona? ¿Por qué y para qué hacerlo a esa hora? Puedo imaginar algunas respuestas, aunque ninguna incluye la necesidad de asistir a sus clases en la Universidad.

Ha ocurrido esta fatalidad como hace años sucedieron otras desgracias que todavía colean, como aquella terrible fiesta de Halloween en el pabellón Madrid Arena. Ambos son casos llamativos que producen un gran impacto en la opinión pública. Pero son muchas más las catástrofes que acontecen cualquier viernes o sábado en cualquiera de nuestros pueblos y ciudades, sin que se nos mueva ni una pestaña al conocer los datos de siniestralidad cada lunes por la mañana. Y si ello no es suficiente, pongamos el foco en algunos lugares concretos y comprobaremos que aquí el desmadre campa a sus anchas, a mayor lucro y gloria de unos negociantes depravados y de unas autoridades que ni merecen tal nombre. ¿Quién no recuerda lugares ‘míticos’ de marcha como Salou, Benidorm o Magaluf, donde se venden y triunfan los comas etílicos, el balconing o el trato denigrante a las personas y parecidas añagazas? Son décadas sin que nadie ponga coto a semejantes barbaridades que, a mi juicio, no solo son execrables sino incompatibles con la civilidad.

Pese al tremendo momento que atraviesa el padre de Serena, demuestra que es un hombre lúcido que, en mi opinión, tiene toda la razón cuando aconseja que debemos controlar que no se repita una desgracia parecida. Todos los esfuerzos serán pocos al respecto porque la vida de esas trece muchachas ni tiene precio ni reparación posible. Y, por cierto, para quienes interesadamente defienden los establecimientos y empresas que sostienen y amparan los desatinos y barbaridades que mencionaba, lucrándose con ellos mientras engañan e intoxican a la opinión pública arguyendo su hipotética contribución a dinamizar la actividad económica, impulsar el empleo o producir riqueza, tengo una propuesta: que inviertan todo su caudal en promocionar, participar y disfrutar de esos maravillosos negocios entre ellos mismos y sus propias familias, trasladándose a vivir cerca de ellos para gozarlos en plenitud, abandonando la adocenada y aburrida existencia que arrastran habitando complejos residenciales del extrarradio, alejados de los maravillosos distritos que acogen sus ruidosos negocios que, además de contribuir a echar a perder a la gente, molestan y perjudican a quiénes, pese a ser ajenos a ellos y haberse establecido allí previamente a su implantación, las propias autoridades municipales condenan a sufrirlos resignadamente con sus resoluciones o su inacción.

1 comentario:

  1. Suscribo totalmente tus reflexiones.Una reflexión profunda en la que queda patente que está Sociedad está DESIQUILIBRADA.

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