miércoles, 9 de marzo de 2016

La teoría del privilegio.

Hace unos días leí en el diario El País una tribuna que firmaba la periodista Milagros Pérez Oliva, que me pareció tan acertada como pertinente. El núcleo central de su colaboración giraba en torno a lo que denomina la “teoría del privilegio”, que debe denunciarse de inmediato. Según ella, se trata de una filigrana ideológica encaminada a condicionar la opinión pública, presentando ante ella como normales, e incluso como deseables para el interés general, propuestas que no lo son. En efecto, la teoría sociológica ha documentado este recurso para encauzar el debate público que utilizan los think tank cuando diseñan marcos conceptuales interesados. Estos influyentes laboratorios de ideas parten de la hipótesis de que quienes logran determinar el marco en que se producirá la discusión tienen asegurada la patrimonialización de buena parte de sus resultados finales.

La periodista explicaba como en nuestro país y en Europa existe hoy una indisimulada tendencia que presenta como privilegios inaceptables las condiciones laborales y salariales que hace pocos años parecían no solo normales, sino precarias. El ejemplo paradigmático es el de los mileuristas. Hace apenas una década eran considerados pobres desheredados de la fortuna; sin embargo, hoy se muestran como auténticos privilegiados por parte de quienes practican este asedio ideológico, que colisiona frontalmente con la cordura y con las conquistas sociales básicas, consideradas logros irrenunciables hasta hace bien poco.

En ese rizar el rizo, se omite sin recato la devastación que ha producido en el tejido social la crisis económica, que se ha exhibido como coartada incuestionada e incuestionable para imponer reformas legislativas y económicas que han laminado buena parte de los logros y ahorros de las clases medias y populares. Ahora se presenta a las personas que han esquivado relativamente la crisis y conservado trémulamente las condiciones laborales o económicas previas a las últimas reformas, como privilegiados que injusta, ilegítima y egoístamente ansían mantener unos supuestos privilegios que son lesivos para el interés general. ¡Serán sinvergüenzas!

No sólo se considera privilegiados a quienes tienen o logran un contrato indefinido, sino que se les presenta como culpables de que los demás, en el mejor de los casos, solo consigan enlazar un contrato precario con otro temporal. Y lo que es más –y peor–, esa teoría del privilegio se está extendiendo a los pensionistas. El objetivo no es otro que ir configurando un estado de opinión que acepte con naturalidad el recorte de las pensiones más altas por inevitable, con el peregrino argumento de que el sistema es insostenible y de que lo justo, por tanto, es reducir las prestaciones de quienes cobran más, sin reparar en que ello es la consecuencia de haber cotizado más y durante mayor tiempo. La cuestión esencial no es que la pensión máxima sea excesiva, que evidentemente no lo es porque obedece a criterios objetivos, establecidos con anterioridad a que el latrocinio y la indecencia contaminasen y saqueasen estructuralmente el sistema. La cuestión fundamental, a la que nadie hace referencia, es qué hay que hacer para activar políticas económicas que generen empleo de calidad y aumenten en consecuencia las cuantías de las cotizaciones. Eso es lo que hará que el sistema sea viable y que nadie deba perder los derechos que ha consolidado a lo largo de su vida laboral.

No cabe la demora ni el titubeo a la hora de denunciar este asalto ideológico interesado que la sociedad en su conjunto debe combatir con cuantos medios tiene a su alcance. Y debe hacerlo porque colisiona con el progreso, que no es otra cosa que igualar a las personas por arriba y no hacerlo por abajo. Ello solo lo practican los cuatro desaprensivos privilegiados que no conciben otra opción vital que apoderarse obscena y espuriamente de lo que no les corresponde: el esfuerzo y el sacrificio de los demás.

La tendencia irrefrenable a la concentración del poder y del capital que caracteriza al filibustero y desbocado capitalismo financiero y cibernético que sufrimos hace, si cabe, más imprescindible que nunca el rearme ideológico de la sociedad. Yo no veo otro camino para reencauzar lo que de verdad conviene al interés general.

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