lunes, 6 de julio de 2015

Tecnologías digitales.

Reconozco que durante bastante tiempo pensé que lo de las nuevas tecnologías era una nueva paparruchada. En mi habitual línea visionaria, casi auguré que serían una moda más o menos efímera y les atribuí una caducidad predeterminada, una vida pasajera como tienen la mayoría de las novedades. Obviamente erré, como en tantas otras cosas.

El primer hecho que me dio la auténtica perspectiva del poder de las nuevas tecnologías, y de las aplicaciones y redes sociales que han propiciado, fue el SMS que sirvió para convocar la concentración de protesta frente a la sede del PP el 13 de marzo de 2004. Aquel texto que escribió un particular, que decía: "¿Aznar de rositas? ¿Lo llaman jornada de reflexión y Urdaci trabajando? Hoy 13M, a las 18h. Sede PP, c/Génova 13. Sin partidos. Silencio por la verdad. ¡Pásalo!", que envió a las personas de su libreta de direcciones y que se convirtió en un fenómeno viral cuyas consecuencias son sobradamente conocidas: un vuelco electoral sin precedentes en este país. Ello me puso en la pista de que las nuevas tecnologías no eran ninguna broma y que había que tomarlas en serio. Lo que ha sucedido después, la última década, nos ha desvelado que el fenómeno además de imparable es alucinante: decenas de videos y noticias virales, campañas de apoyo a causas justas y menos, crowdfunding, etc., etc.

Evidentemente, los grandes creadores de opinión, las gentes que realmente influencian el mundo, se han aplicado intensamente a concentrar y controlar los medios de comunicación utilizando las nuevas tecnologías para generar corrientes de pensamiento, que son vendavales de doctrina única que nos inundan globalizadamente por doquier. Pero, al margen de estos fenómenos planetarios que nos sobrepasan, reconozco que es asombrosa la capacidad que tienen las tecnologías en manos de los particulares o de los pequeños grupos. Recientemente he tenido dos experiencias que me han ayudado a entender esta realidad. Las dos han representado unas movidas impresionantes, iniciadas en ambos casos por sendas personas que, a título individual, crearon grupos de WhatsApp con algunos de sus contactos telefónicos. En total, no más de 20 ó 30 en cada grupo que, en apenas dos o tres días, generaron miles de mensajes participados simultáneamente por quienes integraban los grupos y, por extensión, por otras muchas personas, a las que aquellos comunicaban los comentarios, imágenes o links a través de redes sociales como Facebook, Twitter, Instagram, etc. Los dos grupos han sido auténticos fenómenos virales –evidentemente, a pequeña escala- posibilitando que se compartiesen en tiempo real proyectos, opiniones, percepciones, sentimientos, etc. Así pues, han concretado una realidad al alcance de casi cualquiera, impensable hace escasamente una década.

Ciertamente, las herramientas que propician las redes sociales me parecen algo portentoso. Bien utilizadas, como tantas otras cosas, son instrumentos magníficos, que deben ponerse al servicio de la comunicación auténtica y de las relaciones humanas verdaderas,  así como atender a propósitos éticos, útiles y provechosos.

Ahora sí que creo que se impone impulsar la pedagogía tecnológica. Una pedagogía auténtica que no solo debe alfabetizar y capacitar a los ciudadanos en el uso de las nuevas tecnologías para intentar evitar la nueva brecha de la desigualdad digital, sino que también debe capacitarles para que entiendan y usen racional, ecológica, saludable y educadamente los nuevos medios, cuyo propósito debe ser contribuir a hacernos mejores a las personas y más justas a las sociedades, y no otros como a menudo sucede. Ese es el gran desafío que se nos plantea. Y es un reto que debemos encarar sin demora para evitar que estos grandes inventos sean simples herramientas en manos de negociantes, gentes malintencionadas o de personas insolventes que los utilizan para lo que no debieran.

Las nuevas tecnologías han impactado especialmente en la juventud proporcionándole muchos beneficios, pero también trayéndole serios perjuicios. Me preocupa la legión de niños y niñas, de muchachas y muchachos –también un buen número de adultos- que viven aferrados al móvil, obsesionados con Internet. Parecen incapaces de controlar su uso y hasta llegan a poner en peligro sus estudios y ocupaciones, sus relaciones sociales e incluso su integridad personal. Por eso, me parece inaplazable abordar educativamente el problema del uso inadecuado y del abuso de las nuevas tecnologías, trabajando la prevención y las variables psicosociales incidentes y asegurando el apoyo familiar y social con que deben contar las personas para intentar vencer sus dificultades y problemáticas. Los desafíos que plantean las nuevas formas de comunicación son ilusionantes, pero no debemos descuidar sus riesgos; todo progreso tiene sus contrapartidas y si no se atienden y amortiguan pueden llegar a neutralizarlo. Intentemos evitar que ello suceda. Creo que vale la pena lograrlo.

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