domingo, 5 de julio de 2015

Tal como éramos.

Unos meses atrás rememoré en este blog a mi amigo Manolo Gomis. Entre otras cosas –todas ciertas- le decía que “en pocos momentos de mi vida he sentido tan intensamente la profesión como en los años que trabajé con él. En esa época tenía continuamente la sensación de que estábamos haciendo lo que debíamos, cuando correspondía y de la manera que convenía que se hiciese. El nuestro era un ejercicio profesional impregnado de sentido, de convicción y  -¿por qué no decirlo?- de pasión por lo que hacíamos. Pocas veces he disfrutado personal y profesionalmente tanto como lo hice entonces. La tarea diaria fluía con naturalidad, sin retóricas, artificiosidades o imposturas. Era habitual la coherencia entre lo que pensábamos, lo que se sentíamos y lo que hacíamos. Los otros, nuestros alumnos y sus familias, y muchos compañeros, lo percibían y lo vivían con idéntica intensidad y simultaneidad. Aquella realidad no era flor excepcional, producto de un día de trabajo inspirado, sino un eje conductor que vertebraba nuestro ocupación docente a lo largo de las semanas, los meses y los cursos académicos. Hay centenares de testigos que ratificarán lo que digo”. Pues mira por donde, aquí tenemos una evidencia. Volvemos al año 1980-81, si no yerro.

Viaje fin de estudios 8º EGB (CP Ruperto Chapí, 1981)

Hace dos días que echa humo un grupo de whats up habilitado por un tal Valeriano Amat, un ‘fulano’ casi cincuentón que, treinta y cinco años después, toca la corneta y sigue entusiasmando a algunos de sus profesores y a sus condiscípulos, a los que siempre lideró con naturalidad y maestría y, lo que es mejor, sin que nadie le enseñase. Muchos teóricos del liderazgo deberían conocer algunos “valerianos” con los que he convivido en mi ejercicio profesional. En un par de horas de fructífero diálogo les hubiesen ahorrado meses de sesudas elucubraciones acerca de las formas, los estilos o los enfoques de una competencia que ellos ejercitan con absoluta normalidad. A la vista está.

Insisto en lo dicho en el primer párrafo. No sé si entonces les enseñamos a nuestros muchachos pocas o muchas matemáticas o algo de física, no sé si aprendieron rudimentos de geografía e historia y desconozco si llegaron a dominar la ortografía y la sintaxis (por lo que leo, me parece que no lo suficiente), pero de lo que no albergo duda alguna es de nos esforzamos en enseñarles a ser, a vivir y a convivir y, por lo que parece, algo logramos que aprendiesen. Podrá aducirse que se trata de un grupo pequeño, de apenas dieciocho personas (bienaventurados los grupos pequeños, porque son los que logran ser tales), y que otra cosa sucedería si estuviésemos, por ejemplo, ante un centenar. Tal vez la cosa cambiase en ese caso, pero ello no es obstáculo para acreditar y celebrar que continúan siendo un grupo auténtico. Solo hay que leer el torrente de ‘guasaps’ para confirmarlo: comparten identidades, objetivos y valores. ¿se puede pedir más después de tres décadas sin apenas interaccionar entre ellos?

Hace dos o tres años, no puedo precisar más, algunos colegas de entonces tuvimos la oportunidad de celebrar otro encuentro con la promoción de chavales que siguió a la que menciono. Aquello fue una reunión fenomenal, en la que pudimos revivir y reeditar los valores y las experiencias que nos aunaron y nos conformaron cual somos. Por otro lado, no hace ni mes y medio que tuve otro cónclave con cuarenta y tantos de mis compañeros de Magisterio. Gentes que empezamos a estudiar el año 67 y que seguimos reuniéndonos para celebrar habernos encontrado entonces y después, compartiendo retos, experiencias, provechos y decepciones que han urdido y ahondado el caudal de afecto y reconocimiento que nos amalgama con, en  y por encima de nuestras historias personales.

Sopesando lo que mis alumnos y mis colegas me procuran, confieso que soy un privilegiado por haberlos acompañado en un tiempo inolvidable y retador, en el que debimos hacer y lograr muchas cosas. Y creo, sinceramente, que todos completamos bien nuestro respectivo trabajo. Fueron años excepcionales, de excelentes cosechas. Después, hemos vagado por otro tiempo que trajo propuestas que nos eran ajenas, unas veces porque representaban la involución, sin más; otras, porque no iban más allá del lucro y la mediocridad, cuando no de la frivolidad y la caspa. Un tiempo en el que hemos combatido –con más intensidad y tesón que en la Dictadura- para que nos dejasen trabajar por lo que siempre hemos creído. Un tiempo en el que hemos peleado para no perder lo logrado. Un tiempo en el que hemos vuelto a aprender que nada es definitivo, que todo es efímero, que tenemos que seguir luchando por los ideales de la modernidad, por la escuela pública, laica y de calidad. Y espero que, a no tardar, republicana.

Ahora se abre un tiempo nuevo, que será diferente y espero que mejor, estoy seguro de que mis queridos Valeriano, Consuelo, José Manuel, Juani, Antonio, Coronado, Palmira, Eleuterio, Miguel, Rafa, Mari Ángeles, Pili, Fela, J.A. Villaescusa, M. Carmen Picó, Juanma Cascales, Antonia Pagán y sus hijos (y alguno de sus nietos/as) tendrán mucho que decir en él. Y lo dirán como, cuando y donde corresponda. Para eso les enseñamos y para eso aprendieron, que lo suyo les costó.

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