A
finales de noviembre del año pasado, el profesor Santos Juliá resumía en una
tribuna del diario El País sus impresiones sobre el congreso fundacional de Podemos, celebrado en Madrid en el
penúltimo fin de semana de ese mes. En ella diseccionaba con brevedad y
lucidez, como suele hacer, la parafernalia, la organización, los contenidos y
las formas del cónclave (Asamblea
Ciudadana, le llaman ellos). Lo que hoy quiero rescatar es la parte de su
aportación que aludía al contenido político del discurso del líder Pablo
Iglesias.
Decía
el profesor que este nuevo dirigente había subvertido la oratoria política
porque habría desterrado de ella la estructura y las figuras del discurso (entendido
como el genuino medio de la acción e intervención política), también el
análisis de una situación y los contenidos concretos de una determinada
política, así como la palabra que suscita una adhesión de la voluntad como
resultado de la iluminación de la razón. En su opinión, Pablo Iglesias y sus
correligionarios habrían erradicado el propio discurso político. Yo estoy de
acuerdo con este análisis. Apostillaba el catedrático que el discurso de este joven
profesor universitario lo integran únicamente frases más o menos hilvanadas,
escritas de antemano, leídas de corrido una detrás de otra, que no tienen otro
propósito que cosechar el aplauso, que parece que se ha convertido en la
suprema manifestación de la ciudadanía participativa, tal como la entienden los
dirigentes de Podemos. Esas sentencias
son preferentemente cortas, porque son las que digieren bien telespectadores y twitteros. Son contundentes, porque buscan
exasperar a los contrincantes en las tertulias. Son una especie de consignas
muy eficaces para entusiasmar a un público que toma por agudeza de ingenio o
por receta infalible lo que no son más que ocurrencias o fuegos de artificio.
Frases, en definitiva, que pretenden ante todo suministrar abundantes titulares
a los diarios digitales que los publicitarán pocas horas después de que se
hayan pronunciado.
Es
ocioso recordar que vivimos en la era de las tecnologías y de la globalización
y que ello condiciona la comunicación en general, y la comunicación política en
particular. Esta tendencia ‘universalizante’ ha impregnado muchas áreas de la
actividad humana que se sirven de la persuasión, como la publicidad o la mercadotecnia,
y también la política. Los políticos han encontrado en la red y en las nuevas
tecnologías un filón comunicativo que les acerca más que nunca a los ciudadanos.
El ejemplo más claro y conocido es la campaña que llevó a cabo el presidente
Obama para su primer mandato. Todos reconocen que la clave de su éxito fue la
explotación de las nuevas tecnologías en cada una de las prácticas
comunicativas que empleó para hacer valer su candidatura. Así pues, desde
entonces los políticos tienen en sus manos un arma de doble filo. Por un lado,
las tecnologías les proporcionan herramientas para conseguir hacer campaña
permanente de manera sencilla y económica; pero por otro les colocan frente a una
sociedad interactiva que cada vez será más exigente y ejercerá sobre ellos una
presión mucho mayor a través de la red.
Más allá del contexto sociopolítico en el que han emergido las nuevas
formaciones políticas (crisis económica, desafección ciudadana hacia la
política, quiebra del bipartidismo, corrupción…), que no les ha ayudado poco,
lo que es evidente es que, particularmente el partido de Pablo Iglesias, más
que utilizar las funciones del discurso político tradicional, en el que la
retórica y la persuasión son elementos fundamentales, ha hecho prevalecer la
presencia activa y asidua de sus líderes en la TV y en las redes sociales,
generando una interacción constante con los ciudadanos. Lo que ha hecho
triunfar a Podemos es el discurso
político mediático, basado en la difusión viral y en estar en boca de muchos
ciudadanos rápidamente, a través de la interacción y la comunicación bidireccional a
través de la TV y las redes sociales. Se podrá argüir que todos los partidos
están presentes en ellas, pero nadie podrá rebatir que ninguno logra hacerlo tan
activa y efectivamente como ellos. Deberían aprender al respecto si pretenden
seguir ganando elecciones.
Estoy convencido de que el uso planificado y sistemático de la TV e Internet es
absolutamente indispensable a la hora de diseñar cualquier campaña electoral. Ningún
candidato puede ni quiere quedarse al margen de las posibilidades que brindan
las redes, que son muchas: aportan imagen de modernidad, permiten conversar con
los ciudadanos, sus usuarios son líderes de opinión en los entornos que
frecuentan, son herramientas de comunicación que generan comunidad, son los
medios más pegados a la actualidad, constituyen una fuente de información para
los periodistas y una vía para mejorar su relación con los políticos, ayudan a éstos
a sintetizar y a expresarse por medio de titulares y, por ello, les hacen ser
mejores comunicadores y portavoces de sus organizaciones. Por si todo esto
parece poco, contribuyen a humanizarlos y aumentan la empatía hacia ellos. De
modo que son auténticos termómetros sociales y ayudan significativamente a obtener
buenos resultados electorales. Sin ningún género de dudas.
Pienso
que el concepto de comunicación participativa y diálogo abierto que han
contribuido a implantar redes como Twitter
es algo que tardará tiempo en diluirse en el ámbito de la comunicación política
y electoral. Probablemente también sobrevivirán bastantes años los estragos que
han producido en el discurso político convencional la televisión y los tweets. Ambos han convertido en modélico
el banal arte de emitir frases deshilvanas sin pronunciar discurso alguno, que tan
excelentemente practican los líderes de Podemos.
Pero
no todo el monte es orégano, ni bien ni mal que cien años dure. Hoy es noticia
que más de 5.000 simpatizantes de Podemos,
entre los que se encuentran 700 cargos autonómicos, municipales e internos, se
han “plantado” frente a la convocatoria de primarias anunciada la semana pasada
por la dirección del partido. Los promotores de esta iniciativa, denominada Podemos es participación, pretenden
frenar el proceso de votación interna que culminará hacia finales de mes para
votar la candidatura al Congreso de los Diputados, con un calendario tan
ajustado como intencionado y una única circunscripción estatal, como
corresponde a una organización que se dice nueva pero que cada vez se parece
más, como recuerda Juliá, a una mezcla de asambleas, consejos y vanguardia que remedan
por igual al asambleísmo universitario, a los sóviets o consejos de soldados,
obreros y campesinos y al centralismo democrático del socialismo real.
Y a
todas estas, los viejos partidos con sus aparatos, comités, órganos,
fontaneros, expertos, consejos de sabios, experiencia de gobierno, información
privilegiada, especialistas en comunicación, recursos sobrados, etc., etc.
viéndolas venir. Pues, eso, que lo que se les avecina se lo están ganando a pulso.
¡Tiene
perendengues la cosa!, como dicen en mi pueblo.
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