miércoles, 8 de julio de 2015

Perendengues.

A finales de noviembre del año pasado, el profesor Santos Juliá resumía en una tribuna del diario El País sus impresiones sobre el congreso fundacional de Podemos, celebrado en Madrid en el penúltimo fin de semana de ese mes. En ella diseccionaba con brevedad y lucidez, como suele hacer, la parafernalia, la organización, los contenidos y las formas del cónclave (Asamblea Ciudadana, le llaman ellos). Lo que hoy quiero rescatar es la parte de su aportación que aludía al contenido político del discurso del líder Pablo Iglesias.

Decía el profesor que este nuevo dirigente había subvertido la oratoria política porque habría desterrado de ella la estructura y las figuras del discurso (entendido como el genuino medio de la acción e intervención política), también el análisis de una situación y los contenidos concretos de una determinada política, así como la palabra que suscita una adhesión de la voluntad como resultado de la iluminación de la razón. En su opinión, Pablo Iglesias y sus correligionarios habrían erradicado el propio discurso político. Yo estoy de acuerdo con este análisis. Apostillaba el catedrático que el discurso de este joven profesor universitario lo integran únicamente frases más o menos hilvanadas, escritas de antemano, leídas de corrido una detrás de otra, que no tienen otro propósito que cosechar el aplauso, que parece que se ha convertido en la suprema manifestación de la ciudadanía participativa, tal como la entienden los dirigentes de Podemos. Esas sentencias son preferentemente cortas, porque son las que digieren bien telespectadores y twitteros. Son contundentes, porque buscan exasperar a los contrincantes en las tertulias. Son una especie de consignas muy eficaces para entusiasmar a un público que toma por agudeza de ingenio o por receta infalible lo que no son más que ocurrencias o fuegos de artificio. Frases, en definitiva, que pretenden ante todo suministrar abundantes titulares a los diarios digitales que los publicitarán pocas horas después de que se hayan pronunciado.

Es ocioso recordar que vivimos en la era de las tecnologías y de la globalización y que ello condiciona la comunicación en general, y la comunicación política en particular. Esta tendencia ‘universalizante’ ha impregnado muchas áreas de la actividad humana que se sirven de la persuasión, como la publicidad o la mercadotecnia, y también la política. Los políticos han encontrado en la red y en las nuevas tecnologías un filón comunicativo que les acerca más que nunca a los ciudadanos. El ejemplo más claro y conocido es la campaña que llevó a cabo el presidente Obama para su primer mandato. Todos reconocen que la clave de su éxito fue la explotación de las nuevas tecnologías en cada una de las prácticas comunicativas que empleó para hacer valer su candidatura. Así pues, desde entonces los políticos tienen en sus manos un arma de doble filo. Por un lado, las tecnologías les proporcionan herramientas para conseguir hacer campaña permanente de manera sencilla y económica; pero por otro les colocan frente a una sociedad interactiva que cada vez será más exigente y ejercerá sobre ellos una presión mucho mayor a través de la red.

Más allá del contexto sociopolítico en el que han emergido las nuevas formaciones políticas (crisis económica, desafección ciudadana hacia la política, quiebra del bipartidismo, corrupción…), que no les ha ayudado poco, lo que es evidente es que, particularmente el partido de Pablo Iglesias, más que utilizar las funciones del discurso político tradicional, en el que la retórica y la persuasión son elementos fundamentales, ha hecho prevalecer la presencia activa y asidua de sus líderes en la TV y en las redes sociales, generando una interacción constante con los ciudadanos. Lo que ha hecho triunfar a Podemos es el discurso político mediático, basado en la difusión viral y en estar en boca de muchos ciudadanos rápidamente, a través de la  interacción y la comunicación bidireccional a través de la TV y las redes sociales. Se podrá argüir que todos los partidos están presentes en ellas, pero nadie podrá rebatir que ninguno logra hacerlo tan activa y efectivamente como ellos. Deberían aprender al respecto si pretenden seguir ganando elecciones.

Estoy convencido de que el uso planificado y sistemático de la TV e Internet es absolutamente indispensable a la hora de diseñar cualquier campaña electoral. Ningún candidato puede ni quiere quedarse al margen de las posibilidades que brindan las redes, que son muchas: aportan imagen de modernidad, permiten conversar con los ciudadanos, sus usuarios son líderes de opinión en los entornos que frecuentan, son herramientas de comunicación que generan comunidad, son los medios más pegados a la actualidad, constituyen una fuente de información para los periodistas y una vía para mejorar su relación con los políticos, ayudan a éstos a sintetizar y a expresarse por medio de titulares y, por ello, les hacen ser mejores comunicadores y portavoces de sus organizaciones. Por si todo esto parece poco, contribuyen a humanizarlos y aumentan la empatía hacia ellos. De modo que son auténticos termómetros sociales y ayudan significativamente a obtener buenos resultados electorales. Sin ningún género de dudas.

Pienso que el concepto de comunicación participativa y diálogo abierto que han contribuido a implantar redes como Twitter es algo que tardará tiempo en diluirse en el ámbito de la comunicación política y electoral. Probablemente también sobrevivirán bastantes años los estragos que han producido en el discurso político convencional la televisión y los tweets. Ambos han convertido en modélico el banal arte de emitir frases deshilvanas sin pronunciar discurso alguno, que tan excelentemente practican los líderes de Podemos.

Pero no todo el monte es orégano, ni bien ni mal que cien años dure. Hoy es noticia que más de 5.000 simpatizantes de Podemos, entre los que se encuentran 700 cargos autonómicos, municipales e internos, se han “plantado” frente a la convocatoria de primarias anunciada la semana pasada por la dirección del partido. Los promotores de esta iniciativa, denominada Podemos es participación, pretenden frenar el proceso de votación interna que culminará hacia finales de mes para votar la candidatura al Congreso de los Diputados, con un calendario tan ajustado como intencionado y una única circunscripción estatal, como corresponde a una organización que se dice nueva pero que cada vez se parece más, como recuerda Juliá, a una mezcla de asambleas, consejos y vanguardia que remedan por igual al asambleísmo universitario, a los sóviets o consejos de soldados, obreros y campesinos y al centralismo democrático del socialismo real.

Y a todas estas, los viejos partidos con sus aparatos, comités, órganos, fontaneros, expertos, consejos de sabios, experiencia de gobierno, información privilegiada, especialistas en comunicación, recursos sobrados, etc., etc. viéndolas venir. Pues, eso, que lo que se les avecina se lo están ganando a pulso.

¡Tiene perendengues la cosa!, como dicen en mi pueblo.

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