En mis conversaciones con algunos amigos emergen, de vez en cuando, flecos alusivos a la situación socioeconómica y política del país, de Europa y del mundo. Entonces, compartimos perplejidades que nos sumen en la confusión. En semejantes tesituras, nos preguntamos cómo es posible que ciertas ideas, aparentemente disparatadas y retrógradas, por injustas y extemporáneas, propulsen algunas de las opciones políticas que tienen mayor impacto actualmente en el mundo occidental, e incluso más allá. No logramos entender como propuestas crueles y abominables, que son bien (?) conocidas porque no hace demasiados años que fueron desterradas de lo que pudiera denominarse la galaxia democrática, reaparecen con la virulencia que lo están haciendo y reciben, además, un apoyo ferviente y militante por parte de amplios sectores de la población con edades, ideologías y extracciones sociales diversas, y con caracteres raciales, niveles socioeconómicos y procedencias geográficas dispares.
Pocos años atrás, hubiésemos despachado estos asuntos con escuetos o displicentes comentarios del tipo: «Bueno, son cosas de los americanos», entendiendo por tales a determinados estereotipos, generalmente pobladores del medio oeste, que nuestros ojos y entendederas perciben y juzgan como personas con limitadas capacidades intelectuales, nula cultura y vidas superficiales y anodinas, amigas de tradiciones y patrioterías casposas, que trasudan las rudezas e inequidades del ansiado y truculento «american way of life». Sin embargo, en la actualidad, resulta mucho más comprometido defender esas percepciones y juicios. Porque es difícil creer que una persona como Donald Trump, presidente de los Estados Unidos de América por segunda vez, por mor de los 312 votos electorales logrados en los últimos comicios, que se corresponden con los más de 77 millones de americanos que lo han votado, sea uno de los mequetrefes a los que aludía, aunque lo aparente. Y tampoco me parece que lo sean quienes engrosan la plutocracia de Silicon Valley que lo arropa y lo ha aupado al poder, con la que parece haber pactado embarcar a su país y al mundo entero en una insólita aventura sustentada por un discurso aislacionista, rancio y simplista («America first»), incompatible con los valores democráticos, contrario a los derechos humanos, agresivo con el ecosistema planetario y revestido, en cierto modo, de tintes apocalípticos.
No tengo la menor duda de que este sunami no es precisamente el resultado de una noche de ensoñaciones calenturientas del incombustible Trump, ni de los sueños de grandeza de sus ricachones amigos. Tampoco me parece fruto de la improvisación. Más bien, creo que responde a estrategias bien meditadas y planes cuidadosamente diseñados, sustentados en análisis de ingentes cantidades de datos y en teorías acreditadas sobre la manera de orientar los cambios sociales y políticos, que elaboran y monitorizan influyentes centros de pensamiento ultraconservador, como el America First Policy Institute (AFPI), que ha conseguido colocar a muchos de sus integrantes en puestos de alto perfil de la nueva administración trumpista, o la también prestigiosa Heritage Foundation, otro influyente think tank conservador que está detrás del Proyecto 2025, la controvertida hoja de ruta diseñada para el segundo mandato de Donald Trump.
Actualmente, el análisis de datos es una parte vital para el éxito de los negocios y también para el de las políticas, pues cuando se utiliza de manera efectiva mejora la comprensión de las dinámicas y rendimientos durante un determinado periodo y, consecuentemente, ayuda a tomar decisiones informadas que minimizan los riesgos indeseados. Desde su aparición en 1962, la ciencia estudiosa de los datos ha evolucionado muchísimo. Hoy en día, los expertos disponen de innumerables maneras de recopilarlos, analizarlos y usarlos en una amplia variedad de ámbitos y actividades, mediante la aplicación de investigaciones descriptivas, exploratorias, diagnósticas y predictivas.
Adicionalmente, los think tank mencionados y otros, auspiciados y financiados por instancias gubernamentales, partidos políticos y lobbies, diseñan desde hace años modelos teóricos que identifican y describen el rango de ideas que son consideradas socialmente aceptables en un momento dado. Ese conocimiento es esencial para «orientar» las dinámicas de cambio social, político y cultural, porque proporciona criterios y estrategias para metamorfosearlas y someterlas a los intereses de sus patrocinadores. Sabemos por experiencia que lo que en un determinado momento histórico fue inaceptable, en otro posterior dejó de serlo. Hoy existen instrumentos para analizar y entender cómo se producen esos tránsitos. Me referiré a uno de ellos, que ni es el único ni el mejor, pero me sirve para ejemplificar lo que digo. Me refiero a la llamada «ventana de Overton», que toma su nombre de Joseph Overton, un joven investigador, tempranamente desaparecido, de The Mackinac Center for Public Policy, un think tank norteamericano considerado de tendencia conservadora. Se trata de una teoría política que explica cómo las opiniones públicas sobre ciertos temas pueden cambiar con el paso del tiempo. Pone de relieve cómo algunas ideas que nos parecían imposibles, descabelladas o inmorales pasan a ser aceptadas socialmente y enarboladas por los dirigentes políticos. Eso es justamente lo que me parece que se ha producido en EE. UU. y lo que se pretende impulsar en Europa, empezando por las elecciones alemanas que se celebran este mismo mes.
Joseph Overton contrastó que para cada momento socio-histórico hay un conjunto limitado de políticas que son aceptables para la opinión pública. Por ello, cualquier político que recomiende medidas fuera de ese rango, corre riesgo de perder apoyo popular. Desarrollando su teoría, Overton organiza las políticas según su aceptabilidad en un espectro vertical, desde «la más libre» hasta «la menos libre». Pueden moverse hacia arriba o hacia abajo, lo que significa que pueden transformarse en más liberales o más restrictivas según cambian las opiniones o circunstancias. Para explicar su teoría, utilizó la metáfora de la ventana para transmitir la idea de un espacio bien delimitado, a través del cual podemos mirar unas cosas y no otras. Pero no son las ideas de los políticos, individualmente consideradas, las que determinan qué políticas caen dentro de esta ventana y cuáles quedan fuera de ella, sino las opiniones, valores y creencias predominantes en la sociedad, que son influenciables y sensibles a la acción intencionada de gobiernos, partidos políticos y grupos de presión, que pueden cambiar la percepción sobre las ideas aceptables o inaceptables a través de la persuasión pública, las disposiciones legales o la implementación de políticas concretas.
La ventana de Overton se compone de cinco etapas. Para facilitar su comprensión, partiré de un ejemplo extremo representado por el hecho incontestable de que, actualmente, el acto de consumir carne humana es condenado y visto como inmoral, repulsivo y perturbador en la mayoría de las sociedades. Sin embargo, aunque parezca inimaginable, en teoría, el canibalismo podría moverse dentro de la ventana de Overton y convertirse en una idea aceptable en el discurso político y social a través de la manipulación.
En la primera etapa (De lo impensable a lo radical), el canibalismo está por debajo del nivel más inferior de aceptación de la ventana de Overton. Se percibe como práctica aberrante y contraria a toda norma moral. Pese a ello, algunas voces pueden comenzar a discutir su posibilidad y, aún percibido mayoritariamente como abominable, se empieza a debatir sobre él en contextos científicos donde se considera que no hay temas tabúes y se permiten enfoques objetivos y analíticos del mismo.
En la segunda etapa (De lo radical a lo aceptable), la discusión comienza a ganar relevancia y visibilidad. La idea no se descarta de antemano y empieza a generar interés entre grupos o comunidades no necesariamente científicas. Para despojar al canibalismo de su estigma negativo, se le renombra con eufemismos, como antropofagia o antropofilia. En este contexto, quienes rechazan explorar el tema se consideran fanáticos opuestos al progreso científico.
En la tercera etapa (De lo aceptable a lo sensato) se pretende que la idea se perciba como lógica y justificada. Los expertos y los medios argumentan que la práctica podría ser útil en situaciones humanas extremas, como la escasez de alimentos, o resaltar que ha habido casos de canibalismo a lo largo de la historia, por lo que no era un comportamiento extraño en algunas sociedades. De esta manera, promover el consumo de carne humana como un derecho común podría hacer que la idea parezca sensata. Simultáneamente, se haría hincapié en la importancia de respetar la diversidad cultural y se censuraría a quienes se opusieran a este debate
En la cuarta etapa (De lo sensato a lo popular), el asunto se convierte en un tema central del discurso político. Los medios de comunicación y las RR.SS. empiezan a promoverlo como algo aceptable y hasta positivo. Con el tiempo, esta tendencia empieza a ser considerada como opción viable por un sector significativo de la población. Ya no se ve como una rareza o tabú, sino como una elección personal respaldada por argumentos científicos y culturales.
Finalmente, en la quinta etapa (De lo popular a lo político) se inicia el proceso legislativo para normativizar la idea, en este caso la práctica del canibalismo.
De ese modo, una idea que en principio era impensable e inmoral en todos sus aspectos llega a establecerse en la conciencia colectiva como un derecho, a través de estrategias que pueden cambiar la percepción pública sobre cualquier noción, por disparatada que pueda parecer.
Evidentemente, el canibalismo es una realidad aberrante y extrema que he utilizado para facilitar la comprensión de la propuesta de Overton, pero hay otros muchos asuntos cuya percepción ha experimentado un cambio radical en su apreciación a lo largo del tiempo. Ejemplos perfectamente encuadrables en la ventana de Overton son, por ejemplo, la igualdad de derechos de todos, los discursos antiinmigración, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la aceptabilidad de la eutanasia, la violencia de género, la COVID-19, el cambio climático, etc.
La habilidad de los líderes para detectar cuestiones en las que existe una división o perspectiva no mayoritaria latente, y no representada en el debate público, es fundamental. Una vez se descubre un asunto concreto, el político puede forzar la ventana de Overton para introducirlo en la agenda pública sin arriesgarse demasiado, pues cuenta con que este riesgo se traduzca en una masa de apoyo antes dormido o desactivado que acabará por aflorar.
Un ejemplo de lo que digo, específico de nuestro país, es la postura de Vox respecto a la violencia de género. Hasta que no fue cuestionada introduciéndola en la ventana de Overton, era un conflicto grave e incontestable entre la sociedad española. Sin embargo, Vox ha convertido la inaceptable idea de que no se necesitan medidas para frenar la violencia contra las mujeres en un asunto susceptible de ser debatido y replanteado, forzando incluso cambios en el discurso de otras formaciones, como el Partido Popular.
Siguiendo idéntico proceso, Vox ha introducido en la ventana de lo aceptable temas que parecían no tener contestación, como la supresión de las comunidades autónomas, la ilegalización de partidos contrarios a la unidad territorial de España, la supresión de las cuotas de género en las listas electorales o el cierre de las mezquitas.
Para concluir, es evidente que ni la ventana de Overton, ni otras teorías para orientar los cambios sociales y políticos son fórmulas mágicas y sin fisuras. Si los agentes sociales y políticos se posicionan muy lejos del espacio de lo aceptable y no logran mover la ventana hacia su punto de interés, el marco podría acabar rompiéndose y desdibujarse la fotografía. Así pues, seamos reflexivos y no perdamos la perspectiva. Ni Trump ni sus corifeos son ilusos, ni están locos. Saben perfectamente quienes son (pocos), lo que quieren (casi todo) y cómo lograrlo (a cualquier precio). ¿Y nosotros, qué sabemos? Y lo que es más importante, ¿qué estamos dispuestos a hacer para evitarlo?