jueves, 12 de octubre de 2023

Mi reino no es de este mundo

Pese a que no soy creyente, he repetido en bastantes ocasiones la frase del evangelio de S. Juan «mi reino no es de este mundo» (Juan, 18:36), que expresa la categórica sentencia que dirigió Jesús a Pilatos y que hago mía salvando la infinita distancia que obviamente me separa de ambos. Con ella, el nazareno se lo decía todo al romano: su reino no podía ser el de un mundo en el que el hombre es un lobo para el hombre, en el que el respeto a los demás brilla por su ausencia, en el que cualquiera cree ser el rey del mambo, y en el que no se escucha a los otros porque realmente importa un bledo lo que digan. Insisto en que suscribo tan concluyente resolución ahora que parece que los tiempos no paran de cambiar. Justamente, porque no sé si realmente es así y, en su caso, si lo hacen para bien.

Hoy es 12 de octubre, Día de la Hispanidad, fiesta nacional decretada por el gobierno en el ya lejano 1918, pese a que la epidemia de gripe que asoló España ese año impidió su celebración. Paradojas de la vida. Originariamente, era una festividad de carácter civil, pero la guerra del Rif motivó la creciente presencia militar en los actos. Fue en 1920 cuando se le adjudicó el rótulo de Día de la Hispanidad, por iniciativa del sacerdote Zacarías de Vizcarra, un agitador de convicciones tradicionalistas y pensamiento integrista, cuyas ideas defendió posteriormente Ramiro de Maeztu, personaje filofascista, megalómano y de temperamento violento, fusilado tras una de las tristemente célebres «sacas» por las milicias revolucionarias madrileñas en octubre de 1936, en el cementerio de Aravaca. La festividad perdió su carácter oficial concluida la Guerra Civil, retomando su connotación religiosa bajo los nombres de Día de la Hispanidad o Día de la Raza. En 1958, el gobierno franquista acabaría oficializándola como Día de la Hispanidad. Desde 1987, el nombre oficial que la ley atribuye al 12 de octubre es el de «Fiesta Nacional de España», aunque siguen utilizándose otros como: Día de la Fiesta Nacional, Día Nacional de España, Fiesta/Día de la Hispanidad o Día de la Raza. Ya lo dijo Tomás de Lampedusa: Tutto deve cambiare perché nulla cambi.

Este año el Rey aprovechó la celebración para presentar ante la sociedad española a su heredera, próxima a alcanzar la mayoría de edad, con lo que ello significa. En esta singular puesta de largo, en la escenografía dispuesta al efecto en la plaza de Neptuno de la Villa y Corte, la princesa de Asturias saludó a las principales autoridades del Estado y acompañó a su progenitor a depositar la corona de laurel en la tradicional ofrenda a los caídos. Permaneció a su diestra durante la parada militar, atenta a sus comentarios sobre algunos detalles del carpetovetónico desfile. Una vez concluido, se desplazaron al Palacio Real, en cuyo Salón del Trono la princesa de Asturias se estrenó en un interminable besamanos en el que participaron más de 2.000 invitados. Como corolario de la recepción, la primogénita aseguró lacónicamente estar «muy contenta». Verdaderamente, no era para menos.

Aunque alcancé el grado de sargento durante mi servicio militar obligatorio, ni soy experto en faceta alguna del arte de la guerra, ni entiendo los entresijos de la milicia. No obstante, cuando veo por TV retazos de las paradas militares que se realizan en España y en otros países del mundo (cuya suntuosidad y exhibicionismo suelen ser inversamente proporcionales a sus respectivas haciendas) me sorprendo muchísimo. Casi siempre tengo la impresión de estar observando un desfile de soldaditos de plomo, donde todo parece ser de juguete, desde los aviones de la Patrulla Águila a las piezas de artillería utilizadas para hacer las salvas de ordenanza, que acaban arrastradas por caballerías enjaezadas a la usanza decimonónica tirando de armones y cureñas. Por no mencionar el boato conformado por uniformes, bicornios, tricornios, birretinas y casacas; escarapelas, fajines y faldones, fusiles, sables, guiones, estandartes, banderas… Y el punto filipino que pone al conjunto el trote de la cabra de la legión.

Más allá de los distintos significados que a lo largo de la historia se han atribuido al Día de la Hispanidad o a la Fiesta Nacional de España (como se desee), por encima de las recurrentes polémicas y los disensos interpretativos que la festividad ha suscitado en los diferentes países y entre distintos sectores sociales latinoamericanos, que atribuyen a la conquista española significados bien distintos a los que suelen prevalecer en la «madre patria», este año 2023, el contrapunto a esta suerte de coso multicolor lo puso el pasado sábado, tan anticipada como dramáticamente, Hamás, el grupo armado islamista, que ese día materializó el mayor ataque realizado sobre el territorio israelí, causando más de 1300 muertos y secuestrando a un largo centenar de personas. A las pocas horas, el ejército sionista desencadenó un brutal e inmisericorde huracán de fuego sobre los territorios gazatíes, amenazando con abrasarlos por completo durante las próximas semanas.

Por lo general, las personas ideamos previamente las acciones que hemos de llevar a cabo para intentar satisfacer nuestras necesidades y aspiraciones. Lo mismo suelen hacer las organizaciones y las instituciones. Al elaborar esa programación, unas y otras consideramos la concurrencia de principios como la conveniencia, la oportunidad y la proporcionalidad, entre otros. Y en ese sentido, considerando el aquí y el ahora, con dos guerras declaradas en países fronterizos de Europa, cuyas novedades abren los telediarios desde hace semanas, siendo  incontables los conflictos que asolan casi todas las latitudes del mundo, generando centenares de miles de muertos y tragedias humanitarias que afectan a millones de personas inocentes e indefensas, con el Mediterráneo convertido en la mayor fosa común conocida, abarrotada de cadáveres que alguna vez aspiraron a vivir como personas... Con todo ello, insisto, no me parece que esta dramática realidad invite a emprender fastos superfluos y trasnochados eventos sociales, y mucho menos a producir innecesarios dispendios y ostentaciones de vanidad y frivolidad exasperantes, que humillan y degradan a quienes las pagan y no las disfrutan. Quienes quieran fiestas, que se las paguen y las organicen en sus «corralitos», sin molestar a los demás. Como debe ser, como establecen las normas y como hacemos casi todos.



8 comentarios:

  1. Muy acertado tu comentario enlazando las distintas situaciones bélicas que venimos soportando.La realidad un pueblo machacado poco a poco con argumentos y mensajes nada claros.Y por medio las personas del pueblo.Como siempre.Tristes guerras.....

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    1. Tiene razón el poeta. Todas las guerras son tristes, además de injustas y espantosas. Aborrezco la guerra y lo belicoso.

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    2. Un excelente artículo que suscribo totalmente.






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    3. Muchas gracias.

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  2. Molt encertat Vicent, el que vulgui festes, que les pagui... no estem per a dispendis més què qüestionables.

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  3. Plenament d'acord, Carme.

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  4. Dicen las malas lenguas que el ataque de Japón a Pearl Harbor ya lo sabía el gobierno de US. Con anterioridad... la cabra también estaba informada.

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  5. Cualquier cosa me parece posible.

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