jueves, 5 de octubre de 2023

Crónicas de la amistad: La Vila (49)

Tras haber sobrevivido a uno de los tres veranos más cálidos desde que existen registros climáticos en el mundo, en el que se han batido 552 récords históricos de temperaturas diurnas y nocturnas, acreditados por las agencias meteorológicas y sufridos estoicamente por cuantos vivimos por estos lares a lo largo y ancho de los pasados meses estivales, hoy, por fin, estábamos emplazados en La Vila. Tomás, el anfitrión, nos convocó una vez más en la cabecera de una de las rutas comerciales que más han contribuido históricamente a la pujanza de la única ciudad que ostenta tan insigne título en toda la comarca. La cita era a las 12:30 horas, en el punto de encuentro habitual: el Bar Diego, en la avenida del País Valencià, del que es asiduo parroquiano, pues no en vano se ubica frente a su domicilio.

Surgía de ese modo una nueva oportunidad para disfrutar de la amistad, que Laín Entralgo consideró uno de los ingredientes fundamentales del problema histórico y antropológico de España, tema medular de su obra, compendiado esencialmente en su libro Sobre la amistad (1972), en el que aborda una teoría general de la misma, la amistad en la relación médico-enfermo y, finalmente, la amistad como meta ideal de la convivencia sociopolítica entre los hombres. Previamente, en un ensayo titulado Vocación de amigo (1963), Laín aseguraba que «la amistad consiste, cuando se la reduce a su quintaesencia, en dejar que el otro sea lo que es y quiere ser, ayudándole delicadamente a que sea lo que debe ser. La relación amistosa exige, según esto, un cuidadoso respeto de la libertad del otro y un amoroso fomento de su vocación. Sin la justicia y la libertad como presupuestos, la amistad no es posible. No apoyada en la justicia, se trueca en compadrazgo; carente de atención a la libertad, se convierte en el mejor de los casos, en mera tutela». Pues bien, para cultivar estas y otras virtudes de no menor grandeza, nos habíamos congregado.

Pero antes de abordar los detalles de la jornada, siquiera para compensar la ausencia de la parcela recreativa y cultural que hoy hemos eludido y que otras veces inaugura nuestros encuentros, me vais a permitir una digresión sobre ciertos aspectos del devenir histórico y socioeconómico de la ciudad que nos acoge. Diré al respecto que en plena época ibérica, veinte siglos atrás, la ruta que muchos años después se conocería como El Camí del Peix ya conectaba dos metrópolis que llegarían a ser los núcleos cardinales de sus respectivos entornos geográficos: La Vila Joiosa y Alcoi. Así lo acreditan los oppida (poblados) existentes en lugares estratégicos del trazado a su paso por la propia Vila, Orxeta, Relleu y La Torre de les Maçanes. Durante la Edad Media, las tropas cristianas continuaron utilizando este camino para acceder desde la costa a las comarcas interiores —L’Alcoià y El Comtat—, cuando se sucedían en ellas las revueltas que acaudillaba el mítico Al Azraq. Más tarde, desde los siglos XVI al XVIII, cuando los piratas berberiscos incursionaban en los enclaves costeros practicando la rapiña y el pillaje, las tropas acantonadas en Alcoi utilizaron la ruta para desplazarse a socorrer La Vila, que entonces era pieza clave del sistema defensivo anti-corsario del Reino. Posteriormente, durante la Guerra de la Independencia, tanto las tropas españolas como las francesas utilizaron el itinerario para trasladarse desde la costa a las tierras interiores y viceversa. A medio camino, en Relleu —lugar con importante e inveterado valor estratégico—, el ejército imperial estableció una posición de control para interceptar los movimientos entre ambos territorios y controlar de cerca La Vila, que era a la sazón un importante foco anti-napoleónico.

Sin embargo, pese a cuanto antecede, es indiscutible que El Camí del Peix alcanza su mayor relevancia durante la época de esplendor de las exportaciones de la industria alcoyana hacia las colonias de ultramar, como consecuencia de la promulgación del Reglamento para el Comercio Libre, en 1778. Lo establecido en esta disposición quebró el secular monopolio de la Baja Andalucía en las transacciones con América. Cádiz dejó de ser el único puerto autorizado, pasando a ser ahora nueve los puertos habilitados para mercadear con Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, Margarita y Trinidad. Lo que se pretendía era contribuir a desarrollar los intercambios entre la Península y sus colonias, dentro de un marco de protección y vigilancia. Entre los puertos autorizados a tal efecto se incluía el de Alacant.

En esa época no existía comunicación directa entre las ciudades de Alcoi y Alacant, enlazadas exclusivamente por una senda que partía desde Xixona. El transporte de mercaderías desde la ciudad industrial a la portuaria, y viceversa, se realizaba dando un gran rodeo que seguía el trazado de la ruta que se dirigía desde Alcoi hasta Villena, y desde allí hasta la capital. El Camí del Peix era, por tanto, la vía de comunicación más rápida, eficaz y directa entre Alcoi y el Port d’Alacant, único habilitado en la zona para comerciar con las colonias. Desde aquí partían, además, otras rutas comerciales internacionales, lo que favoreció el asentamiento en la ciudad de una notable colonia de comerciantes extranjeros, cuyos apellidos perduran en algunos patronímicos. Durante estos años, la dársena alicantina se erigió como uno de los principales puertos del Reino para abastecer el comercio nacional y el colonial. Esa pujanza revitalizó extraordinariamente El Camí del Peix y el puerto de La Vila, que se consolidaron como piezas esenciales de la principal ruta utilizada por los industriales alcoyanos para trasladar sus productos a Alacant, exportándolos desde aquí a otros lugares del Reino y a las colonias de ultramar.

Así pues, el mencionado Reglamento incentivó extraordinariamente los flujos comerciales. Hasta el punto de que cada día más de dos mil caballerías, cargadas con productos textiles y papel de fumar, recorrían el camino que enlazaba las factorías y talleres alcoyanos con el puerto de la Vila, regresando a su origen colmadas de materias primas provenientes de ultramar. El puerto alcanzó la segunda matrícula naval de España y sus grandes goletas y pailebotes recorrían el mundo. La construcción del ferrocarril Alcoy-Gandía a finales del siglo XIX y el trazado de una nueva carretera entre La Vila y Alcoy, que pasa por Sella, influyeron en la decadencia de El Camí, aunque entre el final de la Guerra Civil y principios de los años sesenta, durante el periodo de autarquía, siguió utilizándose para comerciar con productos como el carbón, la leña o el esparto, y también para el estraperlo.

Pese a todo, fue en el siglo XIX cuando la vía recibió el nombre de Camí del Peix, con el que popularmente se conoce desde entonces. Alude al pescado fresco que, durante décadas, los arrieros de La Vila cargaron en sus caballerías para venderlo en Alcoi y Cocentaina, llegando a hacerlo incluso en Xàtiva. En esta época, el camino se utilizaba, además, para transportar a las ciudades la nieve almacenada durante el invierno en los pozos de las montañas, que incluso llegó a exportarse a Orán desde el puerto de La Vila. La irrupción de los vehículos a motor y el trazado de nuevas carreteras durante los años cincuenta/sesenta del pasado siglo hicieron que El Camí perdiese su utilidad, desapareciendo parte de su trazado. Unas veces la carencia de mantenimiento lo ha hecho pasto de la maleza. Ciertos tramos han sido sustituidos o destruidos por la construcción de nuevas carreteras. Incluso algunos de sus trechos se los han apropiado particulares, vallándolos y cultivándolos ilegalmente, obviando la imprescriptibilidad de su carácter público, que ninguna autoridad ha preservado ni hecho prevalecer.

Quienes han estudiado sus particularidades y conocen los valores culturales y paisajísticos que atesora reclaman con insistencia su recuperación y su puesta en valor. Una tarea que requiere la cooperación de los siete municipios por los que discurre el trazado, a saber, La Vila, Orxeta, Relleu, La Torre de les Maçanes, Penàguila, Benifallim y Alcoi. Ese recorrido, de aproximadamente 50 kilómetros, lo encuadra entre los parámetros que corresponden a los senderos de pequeño recorrido (PR), de acuerdo con las normas establecidas por la Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada (FEDME). Refuerza esa pretensión la constatación de que, además de lo dicho, al menos desde 1734 (probablemente con anterioridad) llegan a La Vila peregrinos con la intención de iniciar desde aquí su camino por tierra hasta «Santiago de Galicia». De modo que el Camino de Santiago vilero, recuperado del olvido en 2015 y reconocido como ruta oficial en este itinerario cultural europeo, tiene su kilómetro 0 en el antiguo Hospital de Pobres, hoy Casa de la Juventud, en la calle Fray Posidonio Mayor, 30.

Pues bien, como decía al principio, era poco más del mediodía y ya habíamos llegado al Bar Diego los convocados. Hoy, además de Elías, nos faltaba Pascual, a quien inconvenientes sobrevenidos le han impedido concurrir a tan esperado encuentro. Como sucede habitualmente, Domingo Moro nos seguía la pista y supervisaba el cónclave telemáticamente desde Ibiza. Nos ha sorprendido gratamente la presencia en la terraza de las esposas de Tomás y de Luchoro, que nos han acompañado durante unos minutos. Luchoro, viejo conocido de algunos, ha permanecido con nosotros y, poco después, se ha incorporado al grupo el insigne vilero Vicente Sellés. En la terraza del bar hemos consumido un primer aperitivo a base de mejillones escabechados en conserva, queso curado, atún en aceite y torreznos. Desde allí nos hemos desplazado a las inmediaciones del puerto.

Tomás había hecho la comanda en el Restaurante El Nàutic, un establecimiento familiar y señero, regentado actualmente por Antonio (camarero) y Sergio (cocinero), con casi cuatro décadas de historia, que conocimos hace ahora un septenio, cuando Tomás se incorporó al grupo Botellamen, y que es una referencia en la preparación de especialidades de la gastronomía local, con su peculiar «comida del mar» a base de productos procedentes de la pesca artesana en la que, como no puede ser de otro modo, predominan el pescado y el marisco, así como diferentes maneras de preparar los arroces. Más allá del «suquet de peix”», «els polpets amb orenga» y la «pebrereta» o el «caldero de peix», entre los platos más apreciados destacan «l’arròs amb ceba», «l’arròs amb espinacs» y «l’arròs amb llampuga». Sergio nos había preparado un aperitivo exuberante que incluía alioli casero, hueva de bonito, calamar de potera, gamba blanca al ajillo, gamba roja a la plancha y unas rodajas de lechola con ajetes. Todos ellos manjares exquisitos con una preparación esmeradísima y una calidad inmejorable. Para rematar tan suculento preámbulo, Tomás había escogido como plato principal «l’arròs amb llampuga», pues no en vano nos encontramos en temporada de capturas de estos singulares ejemplares.

La llampuga, también llamada llampec, daurat, lampuga, dorado, lirio, perico o sandalio, es una especie que está presente en todos los mares tropicales y subtropicales del mundo, incluido el Mediterráneo. Son peces migratorios, por lo que en invierno viajan a latitudes más cálidas, y en verano viceversa. Son muy populares entre los pescadores deportivos por su tamaño y belleza, así como por la calidad de su carne. Cualidades todas ellas apreciadas desde muy antiguo, como atestiguan registros que aluden a que se consumían generosamente en tiempos de las civilizaciones egipcia y griega. De hecho, son abundantes sus reproducciones en grabados y en la decoración de diferentes tipologías de vasos griegos (ánforas, hidrias, cráteras, lécanes, carquesios o cántaros), en los que pueden admirarse los pescadores portando profusas ristras de inconfundibles llampugas, llamadas así por el reflejo iridiscente que proyectan sus gualdos vientres cuando nadan velozmente rasgando la superficie de los mares.

De postre nos han servido un combinado de anchoas, dátiles deshuesados y queso curado, que ha puesto dignísimo contrapunto a un menú que puede calificarse de memorable, sin exageraciones. Ciertamente, no esperábamos menos de Tomás. Como es habitual, hemos rematado el ágape con el acostumbrado concierto que ha comandado Antonio Antón mientras despachábamos los cafés y las copas de rigor. Con su maestría y paciencia habituales, ha desgranado una docena de piezas de su repertorio, que han puesto el habitual broche a un encuentro formidable. El próximo está previsto para el próximo noviembre y será en Aspe. Hasta entonces, amigos.



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