viernes, 15 de septiembre de 2023

El valor del silencio

El mundo occidental es hoy una sociedad avasallada por el exceso de palabras y de imágenes, en la que se ha instalado, además, el imperio del ruido desmedido. En muy pocas décadas, casi hemos olvidado que el silencio es esencial para discernir lo importante de lo insignificante, para discriminar lo fundamental de lo trivial.

En esta sociedad digital y posmoderna en la que estamos inmersos todo ocurre muy deprisa. Se han esfumado casi por completo los viejos lugares antropológicos: los pueblos, las plazas, los patios de vecindad…, espacios, todos ellos, cargados de sentido y significación cultural en tanto que ámbitos que posibilitaban las prácticas sociales y culturales. No hace muchos años que allí la gente se conocía, conversaba y se forjaban las identidades comunitarias. Estos lugares con personalidad definida se han diluido a medida que los han ido relevando otros muy diferentes, que son mayoritariamente zonas de paso, como las grandes superficies comerciales, las estaciones de trenes y autobuses, los aeropuertos, las grandes avenidas o las autopistas, que han suplantado a los viejos emplazamientos que invitaban a permanecer en ellos y a interactuar con los demás. No cabe duda de que se han impuesto definitivamente los que algunos autores han denominado «no-lugares», es decir, los espacios para la circulación rápida, carentes de identidad histórica y territorial, llenos de ruido y brevedad.

La prisa se ha adueñado de nuestras vidas: no aguantamos diez segundos cuando descargamos una página web, llegamos tarde a cualquier cita... Tenemos prisa para todo: para esperar una llamada de teléfono, para cocinar, para perder el tiempo, para relacionarnos con nuestra pareja. Aunque lo auténticamente insoportable es el silencio. Impera el ruido en sus múltiples versiones (acústica, visual o mental) e impide las pausas y los silencios que necesitamos las personas, pues es en los tiempos de calma cuando el cerebro internaliza y evalúa la información que recibe en los momentos de ajetreo. Sin tiempo para el silencio, para aceptar el dolor y el paso del tiempo, para reconocer el aburrimiento como oportunidad para no hacer nada. Una era «sin-tiempo» y «sin-lugar», cuando todo está conectado y siempre tenemos a mano una píldora para ser un poco más felices. Imbéciles pero felices.

Aunque millones de personas naturalicen los bocinazos, el trajinar de los ferrocarriles y los metros o el constante ir y venir de riadas de gente a su alrededor, esa marea sonora que nos envuelve diariamente trastoca nuestra salud. En reiteradas ocasiones, la ONU ha advertido que la contaminación acústica en las ciudades es un peligro creciente para la salud pública. En la Unión Europea los niveles de ruido aceptables se superan en numerosas ciudades, provocando 12 000 muertes prematuras al año y afectando a uno de cada cinco de sus ciudadanos. Los especialistas informan que esta problemática no solamente genera estrés, sino también molestias crónicas y alteraciones del sueño. Estos cuadros conducen a su vez a graves enfermedades cardíacas y trastornos metabólicos, como la diabetes, al tiempo que causan problemas auditivos y una peor salud mental.

Desconozco si soy un obseso «anti-ruido» o realmente me persigue el ruido incansablemente. Hace casi una década escribí en este blog que España es un país esencialmente ruidoso. En concreto, el segundo país más estridente del mundo, solo por detrás de Japón, según un ranking de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Nueve millones de españoles (el 20% de la población) estamos expuestos a niveles de sonido que diariamente sobrepasan los 65 decibelios que establece la OMS como máximo tolerable. Un disparate como otro cualquiera. Paradójicamente, la regulación del ruido en España es amplia y se aborda tanto en la normativa estatal como en la específica de las comunidades autónomas y en las ordenanzas locales. Los tres niveles institucionales tratan de desarrollar los mandatos constitucionales prescritos por los artículos 43 y 45 de la Constitución, que aluden a la necesidad de proteger la salud y el medio ambiente.

Pues bien, todo ello ni a mis conciudadanos ni a mí nos sirve de nada. Los fines de semana he de emigrar de mi domicilio habitual porque el ruido que produce un bar/discoteca en la planta baja del edificio me impide hacer vida normal y conciliar el sueño. Me desplazo a la segunda vivienda y, por mencionar el último episodio, me encuentro que desde el 12 de agosto hasta el 26 de septiembre se ha instalado un circo en un espacio dotacional público colindante con mi casa. En el periodo mencionado, ese negocio, imagino que autorizado por el municipio, genera niveles de ruido por encima de lo permitido a lo largo de 10 o 12 horas diarias, sin que hasta hoy nadie haya puesto coto a tamaño dislate, pese a las denuncias de algunos vecinos.

Sé que el ruido en España es un problema cultural y medioambiental, y como tal hay que abordarlo. Sé que no es asunto que se pueda resolver exclusivamente con medidas sancionadoras, ni tampoco con parches que atajen circunstancialmente sus causas. La erradicación del ruido exige una estrategia para lograr que los ciudadanos tomemos conciencia de que es una lacra que sufrimos innecesariamente todos en mayor o menor medida, y que vale la pena suprimirlo de nuestras vidas porque, entre otras cosas, es insalubre per se, produce muchos más perjuicios que beneficios y, además, si comparamos el contingente de quienes lo sufren con el de los que lo producen, contrastaremos la abrumadora e injusta asimetría existente entre ambos colectivos. Ni la ley permite, ni el sentido común justifica que nadie, sea una población minoritaria o mayoritaria, haga sujetos pasivos de las consecuencias de su incivilidad a otras personas, muchas de las cuales tienen situaciones económicas y/o estados físicos y/o anímicos que les incapacitan para hacer frente a tales agresiones, ya que ni siquiera poseen fuerzas o recursos para poner pies en polvorosa y alejarse de las fuentes del ruido, aunque no tengan obligación de hacerlo.

Como dije en otra ocasión, sigo creyendo que no me parece especialmente difícil ir mitigando paulatinamente los efectos del ruido si todos ponemos un poquito de nuestra parte (recordemos lo que ha sucedido con el tabaco, por ejemplo). Ahora bien, no dejemos todo en manos de las autoridades, porque ellas solas no pueden hacerlo. Aquí se ha instalado un statu quo privativo –no hay otro lugar de Europa donde suceda algo similar– cuya erradicación requiere más asenso y más compromiso que el que corresponde o pueden aportan la clase política y los funcionarios. Vamos, lo mismo que para evitar la corrupción. O nos ponemos a la faena una mayoría significativa de los ciudadanos, o unos pocos inciviles seguirán campando a sus anchas, apropiándose y viviendo de lo que es de todos y riéndose a mandíbula batiente. Y no creo que ese sea el camino del progreso y de la civilidad.



8 comentarios:

  1. Como siempre brillante artículo. Si escribieras en algún periódico tendrías club de fans. Me gusta.
    Saludos.
    Ya estáis en Gestalgar????

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  2. Muchas gracias. Tenemos entretenimientos varios por aquí y tardaremos algo en ir por allá.
    Un abrazo.

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  3. MuMy claro
    Esclavos del ruido.Te situaba en el poble.
    Todo es rapidez, ruido,noticiarios excitantes....Para qué pararse a pensar.
    Es difícil valorar esa quietud del pensamiento que propones y sobre todo buscando el bien personal haciedo balance de vida.
    Intento hacer mía esa propuesta.Un abrazo.

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  4. Com sempre, extraordinària reflexió, Vicent. Encara que en la primera part de l'article fas alguna referencia a un altre soroll, sense nomenar-lo, que també causa estrès i desassossec en la gent, el soroll polític!

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  5. Moltes gràcies, Joan.
    Efectivament, estic d'acord amb tú.

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  6. Una vez más estoy completamente de acuerdo contigo. Pero con el exceso de ruido me llegas al corazón. Qué verano de gritos, música alta, noticias políticas... Cómo escapar de esta vorágine???

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  7. Difícil asunto. Hoy por hoy, el negocio prevalece sobre el derecho a la salud. Algunos asimilan el ruido a la creación de riqueza. Particularmente, entiendo que ruido y ruina son lo mismo. En fin...qué decirte que no sepas?

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