jueves, 3 de agosto de 2023

Ojo al dato

La profesora Gallardo Paúls firmaba ayer una tribuna en el diario El País con el rótulo: «Realismo ciudadano, 1; discurso hegemónico, 0». En ella vertía algunas reflexiones desde una perspectiva comunicativa, pues no en vano es catedrática de Lingüística. Inicialmente, recordaba que «desde el anuncio de la cita electoral del 23 de julio la esfera discursiva pública evolucionó hacia una espiral informativa que daba por hecho el cambio de Gobierno. Que esta previsión haya sido desmentida por los votos evidencia una brecha considerable entre el discurso público aparentemente mayoritario y la decisión ciudadana sobre el rumbo del país». Una evidencia que todos hemos constatado tras el 23J.

Argumenta en su texto que, durante el periodo electoral, los ingredientes más visibles de la esfera pública fueron un discurso dominante que preveía un triunfo holgado del PP y su pacto de gobierno con la ultraderecha. En su opinión, este mensaje, propagado con expresividad negativa y crispada, encontró una respuesta más hábil y creativa por parte del bloque progresista, que dio la vuelta al insulto generando argumentos en positivo. Y es que la estrategia del PP ignoraba dos cosas: que los pactos de gobierno surgidos en mayo podían servir de polígrafo para las afirmaciones de su líder y del jefe de Vox respecto al 23-J; y lo que es más determinante, las elecciones generales tienen una aritmética parlamentaria diferente a las autonómicas.

Los partidos conservadores unieron sus voces en una cadena interminable de acusaciones que criminalizaban la fecha elegida, el funcionamiento del voto por correo e incluso la avería del AVE Valencia-Madrid del mismo 23 de julio. Junto a esta interpretación interesada de la realidad, los bulos y mentiras invadieron el discurso de la campaña conservadora, que no movía un músculo en defensa de un programa electoral propio, sino que empeñaba la mayor contra el Gobierno de coalición. Tampoco han faltado después las falacias, como la de invocar una y otra vez el triunfo de la lista más votada en un sistema representativo.

La profesora Gallardo entiende que «este discurso tan poco político, tan deudor de las hipertrofias personalistas y frívolas fraguadas en la era del espectáculo televisivo, se convierte en dominante al ser amplificado por una voz mediática paralela que, desde radios, televisiones y textos de opinión, asume su difusión magnificada y acrítica. Los temas fetiche se han repetido machaconamente como verdaderas glosolalias, con mensajes moralistas que evitaban hablar de iniciativas políticas y enmascaraban las evidentes limitaciones mostradas por el supuesto ganador en su desempeño comunicativo. Esta labor ha sido constante por parte de los medios alineados con la derecha, mayoritariamente asentados en Madrid, propiciando una mirada que tiende a ignorar la pluralidad del país y solo mira a las periferias cuando busca votos».

Este discurso propagandístico, de tono colérico, destaca por su vacuidad conceptual. Solo hay ofensas, descalificaciones y desprecios porque la ira y la rabia fagocitan cualquier racionalidad. La falta de contenido argumentativo se da también en las voces que fomentan esos mensajes desde los medios. Se pretende que el lenguaje cree la realidad, pero esto solo ocurre en los conjuros y sortilegios. La misma aspiración se aprecia en el uso de las encuestas electorales, tratadas por políticos y medios como verdaderos oráculos proféticos. Lo cierto es que la función informativa de las encuestas se pierde porque muchas se publican sin ficha de datos, pues su difusión tiene más voluntad prescriptiva que descriptiva. Del mismo modo que los falsos medios sirven para proporcionar falsas noticias que luego se publican en redes y mensajería instantánea, las encuestas se difunden para «preidentificar» un determinado ganador.

Los ciudadanos hemos desafiado con nuestros votos la «democracia de los crédulos» descrita por Gérald Bonner. Las elecciones las ha perdido el discurso bronco y desquiciado que el bloque conservador ha cultivado durante toda la legislatura, el que sigue el manual propagandístico de los populismos, los eslóganes construidos sobre la crueldad o los editoriales sustentados en el insulto personalista. Al confiar su éxito electoral a este tipo de mensaje que desacredita las instituciones, Feijóo y su equipo han despreciado la importancia del discurso como elemento clave del sentido de Estado. Su discurso ultra lo ha llevado a quemar puentes con casi todo el arco parlamentario, un lujo que, en democracia, ningún ganador de elecciones, ni siquiera con mayorías absolutas, debería permitirse.

Poco que añadir a las constataciones de la profesora Gallardo, con la que hace años tuve la oportunidad de colaborar como peer review en la revista @Tic, que dirigía en la Universitat de Valencia.

Estoy seguro de que los «fontaneros» del PP y de Vox han tomado buena nota de cuanto antecede y de otras muchas apreciaciones y opiniones que han seguido a las elecciones del 23 J. Lo lógico sería que metabolizasen los traspiés y no volviesen a cometer los mismos errores para enderezar el camino que les conduzca a una futura victoria. Sin embargo, son tan prepotentes, están tan acostumbrados a ganar, que me temo que no conseguirán evitar caer en los mismos errores. ¡Ojalá sea así!

No quiero concluir esta entrada sin dedicar un pequeño comentario a un hecho que no suele ser objeto de análisis, pese a que me parece sumamente interesante: la influencia de la componente de género en el voto. La divergencia política de género es enorme y eclipsa otras explicaciones de los resultados electorales. Si en España sólo votaran los hombres, el 23-J la derecha hubiera obtenido mayoría absoluta. Si solo hubiesen votado las mujeres, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz gobernarían con comodidad. Entre las mujeres, el voto a los partidos de izquierda ha superado a los de la derecha en más de 1,1 millones de sufragios; mientras la ventaja de la derecha sobre la izquierda entre los hombres ha sido de cerca de 1,5 millones.

La interpretación habitual del último vuelco electoral es la conjeturada «revuelta» de la España plural. En contraste con el Madrid encerrado en la burbuja mediática del «antisanchismo», la España periférica se rebeló contra un posible gobierno con Vox. Y entiendo que bastante verdad hay en ello, pero no me parece despreciable otro elemento: la imperceptible, intensa y constante corriente que impulsan centenares de miles de españolas y decenas de miles de españoles que abogan por la incorporación plena de la mujer en la sociedad frente a quienes sienten resentimiento hacia ese cambio e intentan obstaculizarlo cuanto pueden. En este país, hoy por hoy, mal que les pese a algunos, somos menos desiguales de lo que éramos, y a algunos «machos» y «machotes» les duele mucho. Atención al dato, que no es baladí y que puede ser decisivo en las próximas confrontaciones electorales.


Mujeres y hombres junto a una mesa electoral ejerciendo su derecho al voto en Albacete durante las elecciones de febrero de 1936 (Fondo Luis Escobar, AHP Toledo)

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