Despuntaba el siglo XX y España ansiaba reponerse de los desastres que alumbraron a la generación del 98. Entonces el 60% de los ciudadanos eran analfabetos, primaban las inagotables jornadas de explotación laboral retribuida con salarios de una peseta diaria y el hambre acechaba por arrabales y suburbios. En síntesis, concurría un caldo de cultivo propicio para que emergiese el periodismo de denuncia, que empezaron a practicar algunos cronistas. En las esquinas de las calles madrileñas proliferaban los medios impresos (veinticuatro periódicos publicados a diario), algunos de los cuales aireban sus crónicas.
Para ciertos autores, esos tiempos constituyen la auténtica edad de oro de nuestro periodismo que, sin embargo, ha sido escasamente reivindicada, como acredita el periodista y profesor universitario Miguel Ángel del Arco en su obra Cronistas Bohemios (Taurus). En ella ofrece una buena contextualización histórica y reúne textos espléndidos, precedidos de los perfiles de sus autores, que ejemplifican las aportaciones de esta bohemia a la historia del periodismo, particularmente en lo correspondiente al lenguaje (basado en la paradoja y el uso de la palabra como explosivo), el contenido (de calado social) y el humor (a menudo ácido, e incluso negro). Entre ellos se contaron literatos de altura, que pasaron a la historia como la Gente Nueva y que fueron coetáneos, compañeros de café y colegas de modernistas y noventayochistas. También hubo pioneros, corresponsales, cronistas y reporteros, cuyos trabajos conformaron los inicios del periodismo moderno.
Destacan especialmente cinco nombres que corresponden a especímenes atrabiliarios e iconoclastas, odiados y adorados por igual: Luis Bonafoux, Joaquín Dicenta, Alejandro Sawa, Antonio Palomero y Pedro Barrantes. Todos ellos, cada cual a su manera, denunciaban, se batían en duelo, bajaban a la mina para hacer un reportaje o ejercían la crítica de espectáculos sin piedad. De esa manera alumbraron un nuevo periodismo, que nada tiene que ver con las triquiñuelas de la posverdad que proliferan en estos tiempos, en los que la caverna mediática se ha adueñado del espacio comunicativo, especialmente de la burbuja madrileña y de la que conforman los medios audiovisuales y las redes, desdibujando y desacreditando casi por completo la profesión periodística. Pese a todo, esa pléyade de paniaguados e impresentables que alimentan mañana tras mañana los titulares de los medios escritos y digitales no puede hacernos perder de vista la honda estela que siguen dejando gentes como Iñaki Gabilondo o Ramón Lobo, que han creído, practicado y cultivado los valores asociados al papel de la prensa en una sociedad plural y democrática.
Los Bonafoux y compañía fueron primogénitos de la estirpe de los Chaves Nogales, al que hoy reivindico. Viajaban, leían sin descanso, hablaban varios idiomas y, si no lograban cristalizar en tinta un rumor de café (su hábitat natural), hacían guardia en las casas de socorro en busca de cualquier desdicha denunciable. Fundaron y dirigieron periódicos cuando cerraban o les echaban de los medios en los que generaban problemas. Todos eran habituales en las páginas de El País, El Heraldo, El Liberal, El Globo, Don Quijote, El imparcial…
Pues bien, como decía, Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897-Londres, 1944), pertenece a esta raza de periodistas, a los que incluso trasciende. Demócrata antes de cualquier otra consideración política, enemigo de los extremismos de izquierdas y de derechas, partidario del diálogo pisoteado por los bandos contendientes en la Guerra Civil, defiende una postura que muy pocos osaban respaldar en su momento: por encima de todos los problemas que acosaban a la sociedad, dos fuerzas se habían enfrentado en España para imponer sus criterios, ambas eran extrañas al país y ambas eran senos de acogida de todo tipo de seres deplorables, que se ampararon en los miles de combatientes, de uno y otro signo, que, ellos sí, actuaban por convicciones. Dos ideologías foráneas, prepotentes y ambiciosas, que utilizaron el suelo español para medir sus fuerzas y dirimir sus diferencias: el Imperio contra la Revolución, el fascismo contra el comunismo y el anarquismo. Hitler contra Stalin.
Chaves Nogales se autodefinió como intelectual liberal. Su trabajo era el de un periodista al servicio de la República. Su esfuerzo estuvo presidido por la reflexión profunda, de modo que no es en absoluto fruto de la prisa ni de la improvisación. Las raíces de su liberalismo se hundían en los ilustrados que habían seguido una línea de actuación muy castigada en el país, como Blanco White, Olavide o Larra, entre otros muchos. Personas que defendían el libre desarrollo de la personalidad, la autonomía de pensamiento, la capacidad de decisión independiente y soberana como parte esencial del ser humano. Esa autonomía debía ejercerse desde el diálogo y la tolerancia, desde el libre raciocinio y la no menos libre actuación del contraste de pareces. Ciudadano de una República democrática y parlamentaria, Chaves Nogales fue persona despreciada por ambos bandos, precisamente por miedo a la libertad. Su salida de España obedeció a una razón suprema: su causa, la de la libertad, no había quien la defendiese.
He leído recientemente el libro Manuel Chaves Nogales. Barbarie y civilización en el siglo XX, de Francisco Cánovas Sánchez. El autor traza en él una panorámica de los grandes acontecimientos sucedidos en Europa y en el mundo durante la primera mitad del siglo XX, con especial referencia a la historia de España. De alguna manera, explica así los pormenores de las coordenadas históricas y de los escenarios en los que se desenvolvió el periodista Manuel Chaves Nogales, sin duda, una de las grandes personalidades de la cultura española contemporánea, que empezó a reconocerse como tal a partir de los años noventa del pasado siglo. El relato que construye Cánovas es la narración de un historiador riguroso, que se documenta y que se apoya en fuentes y autores solventes, entre ellos José Mª Jover, Enrique Moradiellos o Julián Casanova, y en otros de reconocido prestigio.
Traza un panorama muy documentado de las vicisitudes que aquejaban a la sociedad española, europea y mundial en la primera mitad del siglo XX y pone en contraste ese marco de referencia con las aportaciones periodísticas, literarias, radiofónicas y de toda índole que realizó Manuel Chaves, prematuramente desaparecido, con apenas 47 años.
La contextualización que hace el historiador del trabajo de Chaves en las coordenadas históricas y en las realidades sociales, culturales, institucionales y políticas de su tiempo es tremendamente esclarecedora, y permite apreciar el extraordinario valor y la gran trascendencia de la ingente obra de un periodista que supo ir más allá de la crónica, el relato o la fabulación, que le inducían y sugerían los escenarios y los personajes que visitaba, entrevistaba y analizaba, para inferir reflexiones, deducciones y consecuencias de naturaleza política, social, cultural y humana, que en muchos casos fueron premonitorias.
Como ha dicho, Antonio Muñoz Molina, «Chaves Nogales es el hombre justo que no se casa con nadie porque su compasión y su solidaridad están del lado de las personas que sufren». Y por ello debería reivindicarse y difundirse su obra con mayor intensidad porque constituye una especie de solera fundacional, amasada con actitudes y convicciones como la tolerancia, la solidaridad y la libertad que se oponen radicalmente al discurso del odio visceral e irracional que defienden las derechas reaccionarias e involucionistas, tratando de movilizar los peores sentimientos del ser humano, revitalizando sus prejuicios, dividiendo a la sociedad y señalando a un enemigo real o imaginario. Es decir, reivindicando los mismos postulados que defendían los viejos fascismos. Malos tiempos para la razón y los buenos sentimientos, pero no queda otra que pelear por ellos o nos someterán quienes no conocen otros argumentos que la sinrazón y el miedo.
Con tus artículos muchas veces aprendo en profundidad a conocer la historia de nuestra España....Gracias.Diego.
ResponderEliminarGracias a ti, por leerme.
ResponderEliminarVicent, llig la teua crònica sobre MChN quan estic acabant de rellegir la 'Brevísima Historia de España' d'Henry Kamen i els dos textos em ratifiquen quant imprescindible és actualment la Història i el seu ensenyament per a consolidar qualsevol projecte de Nació modern, plural, progresista, just i democràtic en ple segle XXI.
ResponderEliminarPer tant, gràcies i segueix endavant! Una abraçada de Ximo Martí
Plenament d'acord, Ximo.
ResponderEliminarEn tot cas, gràcies a tu per llegir-me.
Una forta abraçada.