miércoles, 9 de agosto de 2023

Imagen de los maestros rurales

Durante los pasados días he leído la tesis doctoral que compuso y defendió José Antonio Leal Canales en la Universidad de Extremadura, en 2014, con el rótulo El maestro de escuela rural en la narrativa del siglo XX. El autor fue maestro de escuela rural en los inicios de su carrera profesional y explicita su añeja atracción por un personaje con el que se identifica. Por otro lado, aunque no lo dice expresamente, me parece que no son ajenos a su proyecto otros acontecimientos acaecidos en los primeros años del actual milenio, entre ellos, el estreno de películas y documentales sobre los maestros de la II República (Las maestras de la República, de Pilar Pérez Solano, 2013, entre otros) y la publicación de algunos libros sobre los fusilamientos y torturas que sufrieron muchos por el mero hecho de haberse identificado con una idea de la educación y de la vida que, por lo general, fue más pedagógica que política. Es el caso del libro de María Antonia Iglesias, Maestros de la República. Los otros santos, los otros mártires (2006).

Leal Canales inicia su trabajo de investigación asegurando que el personaje del maestro rural no ha recibido mucha atención por parte de los narradores, probablemente porque nunca encarnó las características del héroe. Tal vez por ello, en la mayoría de las obras suele aparecer como actor secundario. Solo en determinados momentos históricos logró concitar un especial interés, que generalmente se vincula a un cierto sesgo político. Ocurre esto, singularmente, en las obras narrativas ambientadas en el periodo de la Segunda República y también en los años previos e inmediatamente posteriores.

El objetivo del autor es mostrar al personaje del maestro rural a base de rastrearlo y analizarlo en docenas de obras, mayoritariamente novelas, dejando constancia de cómo aparece descrito en ellas. Su trabajo, que se extiende por espacio de casi 700 páginas, lo estructura en cuatro grandes apartados, subdivididos en prolijos sub-apartados. Los cuatro grandes epígrafes a los que aludo son: la introducción, en la que aborda los precedentes y la situación del maestro rural en el marco histórico, político y educativo del siglo XX, así como su contextualización en la narrativa española del periodo. Un segundo apartado en el que expone la evolución novelística, desglosando autores y tendencias. Un tercer epígrafe en el que aborda la figura del maestro rural como persona y como personaje literario. Y en el último capítulo de la obra desglosa las conclusiones de su investigación, acompañándolas de una exhaustiva bibliografía, tanto de obras de carácter general como de otras, específicamente narrativas. Entre las conclusiones a las que llega el autor, destacaría especialmente las que siguen.

Los maestros de escuela rural, en tanto que personajes literarios, han interesado poco a los narradores españoles del siglo XX. Sin embargo, con relativa frecuencia aparecen en las novelas como personajes secundarios. Solo adquieren una relevancia protagonista en las novelas centradas en la Segunda República, probablemente porque, tomados de la propia realidad política del momento, resultan ser figuras trágicas. Emergen así perfiles humanos y profesionales bien conformados que se tornan en mártires, como Ezequiel (Historia de una maestra), fusilado ante las tapias de un cementerio, o como don Gregorio (La lengua de las mariposas), cuyo destino es evidente, una vez detenido y obligado a subir al camión junto con otros republicanos. También revisten cierto interés para los narradores los personajes que sufren las consecuencias de la guerra, aunque no hayan sido condenados a muerte, como es el caso de Gabriela, esposa de Ezequiel o de Irene Gal (Diario de una maestra).

La mayor parte de los narradores que se interesan por el maestro rural han tenido alguna relación con la enseñanza. Así sucede con la novela que describe más ampliamente el personaje (Historia de una maestra), cuya autora, Josefina Rodríguez Aldecoa, estuvo muy relacionada con la educación, pues dirigió el colegio Estilo, de Madrid, inspirándose en teorías educativas que había aprendido en Inglaterra y Estados Unidos, así como en el krausismo y en la Institución Libre de Enseñanza. Sabemos, también, que el personaje de Gabriela está inspirado en la biografía de su madre, que fue maestra. Por su parte, la autora de Diario de una maestra, Dolores Medio, estudió Magisterio y ejerció como maestra rural. De hecho, su novela es en gran medida una recreación de su propia vida, abarcando desde los estudios en la Escuela Normal hasta su depuración tras la guerra civil.

Como decía, en muy pocos casos los maestros aparecen como protagonistas de las novelas. Y cuando sucede, suelen ser mujeres. Sin embargo, habitualmente emergen enredados entre los personajes secundarios, casi como elementos decorativos que dan color al paisanaje local y animan tópicos del mundo rural. En ocasiones se presentan como seres temidos que violentan y maltratan a los alumnos, mostrándose en otros casos, paradójicamente, como figuras deseadas, con perfiles que suelen corresponder a mujeres jóvenes y bellas. El autor refrenda estas y otras afirmaciones sobre la caracterización y la tipología de los maestros y maestras rurales con profusión de ejemplos concretos.

Respecto a la evolución del personaje, solo parece existir una novela que ofrece una amplia panorámica del mismo, desde sus inicios, como profesional destinado en una aldea, hasta la vejez. Se trata de la trilogía de Josefina Rodríguez Aldecoa, integrada por las novelas Historias de una maestra, Mujeres de negro y La fuerza del destino. En ellas se aprecia como la protagonista, Gabriela, ha ido evolucionando desde la ingenuidad de la maestra joven, recién egresada de la Escuela Normal, entusiasta y vocacional, hasta la desesperanza que se describe en la última novela, en la que una mujer ya jubilada, tras su exilio mexicano, vuelve a Madrid a pasar la última etapa de su vida, y analiza lo que han sido todos los años que dedicó a la profesión.

Por otro lado, al margen del personaje contextualizado en el breve periodo que supuso la Segunda República, del análisis de las obras narrativas estudiadas, se concluye que el maestro ha estado siempre politizado en mayor o menor medida. Así, por un lado, estuvo sometido al poder de los caciques rurales, de quiénes dependía económicamente, como se explicita en algunas novelas ambientadas en el primer tercio del siglo XX (El médico rural, Doña Mesalina, Los gozos y las sombras). Y lo mismo sucedió tras el paréntesis republicano con la dictadura franquista, que impondrá un tipo de profesional sumiso con el régimen (El florido pensil, Escenas del cine mudo, Entre líneas).

Interrumpiré la recensión que vengo desgranando porque está lejos de mi ánimo arruinar el interés que pudiera tener la investigación para cualquier lector. De modo que concluiré diciendo que me parece que estamos ante un trabajo interesante, que complementa otros estudios sobre el magisterio de carácter socio-histórico, quizá más documentados y rigurosos, que tal vez alleguen una aproximación más certera de la realidad sobre la que versan, pero probablemente lo hacen de manera mucho más fría que la que ofrece el análisis textual al que me refiero, que seguramente permite entender mejor cómo era la vida de los maestros rurales durante el siglo XX. En todo caso, se puede recurrir a una amplia bibliografía referenciada en el trabajo de investigación

Concluiré con una mención a Aristóteles, que el autor ofrece a modo de corolario de su tesis y que, a mi juicio, resume plenamente sus intenciones: «La ficción es más verdadera y más universal que la historia». Pese a todo, si algún lector está interesado en conocer íntegramente el trabajo mencionado, puede hacerlo a través del siguiente enlace:

https://www.educacion.gob.es/teseo/mostrarRef.do?ref=1113288#



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