sábado, 12 de agosto de 2023

Un verano sin serpientes

Cuando proliferaban los kioscos de prensa, cuando casi todos los periódicos se imprimían en papel, en talleres con tecnología analógica y letras de plomo, es decir, no hace muchos años, cada verano, indefectiblemente, se producía en el mundo periodístico un singular acontecimiento que consistía en alimentar durante semanas historias prodigiosas de sucesos poco habituales, nacidos de la necesidad y de la inspiración: eran las tradicionales «serpientes de verano», una espuria estrategia periodística para animar una estación inhóspita de noticias, que solía ser más tiempo de anécdotas que de categorías. Bien mirado, se trataba de una práctica relativamente inocente que provocaba muchas más risas que enfados, fruto de la calenturienta imaginación del redactor de turno, que llegaba a descubrir y compartir fenómenos y personajes extraordinarios, novedosos e inusuales. En las agotadoras jornadas de canícula, los reporteros manejaban el bulo, el rumor y la mentira, inventando o remedando noticias que no eran tales. Los lectores tolerábamos con resignación tan adulterada práctica que a día de hoy ha devenido en innecesaria, pues se da el fenómeno inverso por obra y gracia del caudal de noticias que generan cotidianamente las innumerables crisis y conflictos que asolan al planeta.

Sin embargo, antes no ocurría lo mismo. Y por ello, ya en el mes de julio, pero especialmente durante todo el «ferragosto» —cuando las ciudades se vaciaban, la Liga y la Copa de fútbol habían finiquitado y se decretaban las vacaciones parlamentarias y con ellas el cese de la actividad política— los cronistas se afanaban en apresar una buena serpiente estival como alternativa a las auténticas noticias, que entonces procedían casi exclusivamente del fútbol, de la política y de los sucesos luctuosos. Cuando lo conseguían, en lugar de despacharla con diligencia, se esforzaban en mantenerla con vida durante varias semanas, intentando que colease hasta finales de mes. Si lo lograban, habían completado exitosamente el cometido que les había confiado el jefe de la redacción de llenar como fuese las planas del diario en época de tan acusada sequía informativa. Lo bueno de estos culebrones era que solo comparecían en esa estación. Tan era así que, fuera de ella, si alguna información tenía apariencia de no ser cierta se despachaba displicentemente, tildándola de serpiente de verano. A estos especímenes hoy los denominaríamos fake news, que es la equivalencia anglosajona de nuestras mentiras o realidades paralelas. Como dijo en alguna ocasión el veterano periodista vasco Díez Unzueta «hace tiempo que las serpientes de verano no son más que otra cara de la realidad. O, posiblemente, la realidad toda es una serpiente de verano».

Con todo, insisto en que es una expresión de origen periodístico, que se ha consolidado como frase hecha alusiva a temas llamativos pero intrascendentes, a trivialidades sin consecuencias, que lograron interesar y entretener a los lectores de prensa durante años y años. Según dicen algunos veteranos y cualificados periodistas, la cosa viene de cuando algún rotativo publicó un determinado día que en cierto lugar de la ciudad se había visto una serpiente mayor de lo normal, un suceso que pese a producir cierta inquietud, no alcanza a percibirse como excesivamente peligroso. Esa es justo su esencia. También se cifra su origen en el celebérrimo Nessie, el legendario monstruo, supuesto habitante del lago Ness que, desde los años treinta del pasado siglo, emerge y se muestra casi religiosamente durante los meses de julio y agosto.

Década tras década ha alumbrado una amplia tipología de serpientes estivales: extrañas aves vislumbradas por algún vecino sobrevolando las azoteas de la ciudad, fantasmas que se aparecían dentro de los estrictos límites de un determinado barrio o caserío pero jamás en ningún otro, el abuelo georgiano que sobrepasaba el centenar de años pese a fumar, cual carretero, tabaco de petaca toda su vida…, por no mencionar los años dorados de la fiebre del OVNI. Ahora, en cambio, los paseos de los jabalíes por algunos barrios de Barcelona y de otras ciudades son habituales. La condición de serpiente veraniega solamente la adquieren cuando en pleno mediodía se aproximan a alguna playa mediterránea para bañarse y soliviantar de paso, supongo que involuntariamente, a los atribulados bañistas.

Todo cambió cuando al periodismo tradicional le surgió la competencia de Internet. Su omnipresencia en el espacio y en el tiempo provocó la disrupción periodística y acabó con el concepto de periodicidad y, de paso, con el viejo periodismo cíclico. Con Internet desaparecen los intervalos periodísticos porque la información asequible mana con un flujo continuo. Todo es inmediato y, por tanto, carece de sentido esperar a que se emita el siguiente boletín radiofónico, a que den los noticiarios televisivos o a que esté disponible en el kiosco el diario o la revista que nos gusta. Lo queremos todo aquí y ahora mismo. Y si no, «la liamos parda», como amenazan los jovencitos con algunas de sus bravatas. Siendo ello lamentable, no es lo peor. Lo auténticamente calamitoso es que esa incontinente ansia informativa no es tal, porque no responde al interés legítimo de los ciudadanos por enterarse de lo que sucede en el mundo, sino a reclamar lo que impone la (i)lógica de la moda y el consumo, fenómenos ambos controlados por terceros y efímeros por definición. La globalización acabó con la periódica sequía informativa y la gran digitalización «serpientizó», a su vez, la información. Hasta el punto de que si no se hubiese dado el fenómeno de trivialización extrema basada en el sensacionalismo, muy probablemente tampoco se hubiese producido el de las fake news, que no son sino una versión perversa y malintencionada de las inocentes y vetustas serpientes estivales.

Uno, que por edad ha vivido los efectos del disparatado concepto de la información estival al que vengo aludiendo, acepta con cierto alivio que la estricta y cotidiana realidad haya relevado a la indolencia informativa, celebra que hayan desaparecido las placenteras serpientes informativas y que los periódicos y redes sociales centren su atención en la cobra de siete cabezas, en la hidra infra-mundana, que conforma la actualidad diaria frecuentemente. Sí, parece que se acabó la apacible serpiente de verano que acompañaba a la siesta y a la fiesta y, como digo, incluso doy por bueno que se hayan acabado los plácidos veranos informativos, pero reclamo inmediatamente que los medios informen solvente —no interesadamente— de la dura realidad: de las agresiones machistas que no cesan, de las detenciones de los matones que violan y apalean en cuadrilla, de los mangoneos de los desaprensivos y de algunos políticos, de la indecente fosa común en que se ha transformado el Mediterráneo, del imparable infierno climático que nos asedia, del futuro del país, de Europa y del mundo… Sí, incluso los más veteranos nos vamos acostumbrando a que la vida, también en verano, se desgrane con aspereza, como nos muestran páginas de papel y pantallazos, que también debían prodigarse para dar cumplida información no solo del fútbol, el tenis o los deportes del motor, sino de otros minoritarios, menos prostituidos y más feminizados. Y eso sí, los políticos crispados y sus berridos deben ir en la última página, como por derecho les corresponde, pues es verano y la mayoría están de vacaciones.



5 comentarios:

  1. Muy acertado, lúcido y crítico. Como siempre.

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  2. Un análisis muy real de la etapa que nos está tocando vivir.Siempre con nuevas fantasías engañosas.

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  3. Molt bó.
    Dona gust llegir les teues reflexions tan ben escrites...
    "Todo cambió cuando al periodismo tradicional le surgió la competencia de Internet. Su omnipresencia en el espacio y en el tiempo provocó la disrupción periodística y acabó con el concepto de periodicidad y, de paso, con el viejo periodismo cíclico. Con Internet desaparecen los intervalos periodísticos porque la información asequible mana con un flujo continuo."

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