miércoles, 13 de mayo de 2020

Difícil, pero no imposible

Vengo aludiendo a la proliferación de adivinos, pitonisas, comunicadores, expertos y asesores, columnistas y especímenes varios, versados en prospectiva socioeconómica y política, que prodigan y airean sus certezas, presuntamente fundamentadas en incontrovertidos axiomas defendidos por plumas afamadas o autoridades institucionales y académicas, atributos que en absoluto son garantes per se de raciocinio o solvencia científica. En este orden de cosas, hace unos días atrajo mi interés un artículo que publicaba el diario El País, firmado por Mohamed El-Erian, jefe de asesoría económica en la macroempresa alemana de servicios financieros Allianz.

Este personaje, con amplísima y fructífera trayectoria personal en el ámbito de las finanzas internacionales, afirmaba en su escrito que muchos observadores están deduciendo que el golpe que el coronavirus está dando a las economías de sus respectivos países es peor que la carnicería que provocó la crisis financiera de 2008. Decía, por otro lado, que la nueva conmoción marcará a una generación entera y ya está poniendo a prueba no sólo la capacidad de gestión de los sistemas políticos y de las instituciones, sino también la potencia para la recuperación que tiene el conjunto de la sociedad. De ahí que considere que deben activarse políticas para evitar que las amenazas a corto plazo se conviertan en impedimentos duraderos y asegurar así la prosperidad económica inclusiva, la sostenibilidad y la estabilidad financiera. No debo alcanzar a desentrañar bien lo que intenta decir este buen hombre porque, en mi opinión, lograr eso es poco menos que alcanzar la cuadratura del círculo. Algo que en el mundo actual, en el marco del neoliberalismo radical en que nos hemos instalado a nivel global, me parece simplemente imposible.

Asegura, por otra parte, que las incertidumbres sanitarias, cuya duración nadie es capaz de prever, hacen muy difícil aventurar cuánto tiempo se prolongará la emergencia económica. Llega a suponer que algunas de las disrupciones coyunturales que se producen actualmente (desempleo con tendencia a la larga duración, quiebras de empresas, etc.) es posible que se instalen permanentemente en la economía de muchos países. De ahí que insista en que, si no se toman las oportunas medidas políticas, la productividad no tardará en caer. Incluso aventura que es posible que emerja una nueva era de desglobalización, con incidencia en determinadas cadenas de suministro locales y con el consiguiente aumento de las tensiones geopolíticas. También especula con la probabilidad de que aumente la concentración industrial y de que subsistan grandes empresas zombis, que se mantendrían vivas a base de medidas excepcionales de bancos centrales y gobiernos. Y todo ello se dará, según él, en un contexto de mayor confusión por el enmarañamiento creciente del sector público con el privado.

Comenta finalmente en su artículo que el consumo podría debilitarse por causa del desempleo, del descenso de los salarios y de la automatización. Por otro lado, aunque considera difícil estimar en qué medida aumentará el ahorro doméstico como forma de previsión, piensa que la rigidez en la combinación de oferta y demanda es otro lastre estructural que se añadirá al endeudamiento creciente de gobiernos, hogares y empresas.

De Economía apenas sé nada, y de geopolítica menos. Sobre gobernanza, teorías de las organizaciones y teoría social, así como sobre regímenes políticos y sus transiciones y evoluciones, sé aproximadamente lo mismo. Sin embargo, desde el atrevimiento que me procura la ignorancia, me aventuro a compartir algunas de las perogrulladas que me inspira la condición de ser humano reflexivo y de atónito ciudadano habitante de un mundo global, que comparto con siete mil ochocientos millones de congéneres.

La primera y la más importante de ellas es que la salud es el asunto principal de la vida. Si falla, todo lo demás deviene irrelevante. ¿Para qué se quieren el dinero, las propiedades y posesiones o la capacidad de influencia si no hay posibilidad de disfrutarlos? No es necesario buscar inspiración en películas de ciencia ficción o en las distopías relatadas por quienes imaginaron futuros inexistentes e indeseables. Circunscribámonos a lo sucedido en el último trimestre y comprobaremos inmediatamente que un ínfimo virus puede paralizar el mundo, ponerlo patas arriba y cuestionarlo por completo. ¿Alguien puede asegurar que se trata de un episodio circunstancial e irrepetible? En mi opinión –y en esto coincido con eximios conciudadanos que sí tienen acreditada su sabiduría, verbigracia, gente como S. Hawking, B. Obama, B. Gates, entre otros– la agresión sistemática que desde hace siglos venimos causando al Planeta, que en las últimas décadas se ha intensificado exponencialmente, nos aboca irremisiblemente a futuras y virulentas crisis, que muchos aventuran que serán cada vez más frecuentes y devastadoras. Hasta el punto de que se ha llegado a conjeturar que será una de ellas, y no una explosión nuclear, un meteorito u otro fenómeno provocado por la mano del hombre, lo que acabe con la especie humana. Ergo, no parece que el camino que seguimos nos conduzca al lugar adecuado para disfrutar placenteramente de nuestro bien más preciado. Insisto, no hay duda, la salud es lo primero. Y, por tanto, cuanto se invierta en ella será poco. Conclusión: no más recortes ni cicaterías en la inversión en investigación, prevención, infraestructuras sanitarias, médicos, medicinas… Punto y final de la tolerancia con los negocios que se lucran con la gestión de hospitales, cuidados a mayores, dependientes y atención social.

Segunda cuestión. Los discursos que escucho en las últimas semanas insisten en la necesidad de neutralizar rápidamente la crisis sanitaria para reemprender la vida justo en el punto donde la dejamos, sin replantearse otras cosas que no sean las exigencias al Gobierno para que dicte instrucciones básicas (limpiezas, desinfecciones, pantallas protectoras, mascarillas, distanciamiento) que hagan posible retomar la actividad productiva en la nueva normalidad. Para muchos la pandemia aparenta ser un fenómeno fortuito, lamentable, sí, pero que no reviste mayor relevancia. Se acota, se combate, se resuelve y punto pelota. Leo y veo en la televisión y en las RRSS a líderes políticos criticando sistemáticamente la estrategia gubernamental para la desescalada, sin que aporten una sola propuesta alternativa. Veo a Presidentes Autonómicos enfadados porque sus respectivas Comunidades no han alcanzado la fase 1, pareciéndoles que pierden una absurda carrera para lograr los primeros lugares en no sé qué ranking nacional de la estupidez. Escucho a empresarios, que aseguran estar en la ruina, presionando a las autoridades para que aceleren la vuelta a la normalidad, regateando rebajas en los requisitos higiénicos que deberán observar sus empresas y demandando ayudas y reducciones de impuestos, pero sin alterar un punto sus expectativas de negocio. Veo y leo noticias relativas a empresas de construcción, promotoras inmobiliarias, turoperadores, aerolíneas, restauradores, dueños de chiringuitos, gestores de apartamentos turísticos, todos clamando por la vuelta a la normalidad con carácter inminente, como si ello dependiese del poder de una varita mágica accionada por el Merlín de turno, capaz de revertir cuanto ha sucedido y devolver las fichas a la casilla de inicio retomándose así la acostumbrada normalidad. No creo que se precise ser un lince para deducir que es imposible revertir el desastre social, laboral, económico y personal que ha generado y seguirá produciendo la radical limitación de la movilidad de los ciudadanos y la paralización de buena parte de la actividad económica. Me temo que asistimos a fenómenos que no serán coyunturales sino que han venido para quedarse, como el desempleo de larga duración y la quiebra de multitud de empresas por la debilitación del consumo y otras disfunciones económicas. Por no mencionar el descenso de los salarios, las consecuencias de la automatización y el teletrabajo, el  estrepitoso endeudamiento de gobiernos, hogares y empresas, etc. En síntesis, nada será igual en el futuro por más que nos empeñemos en mirar para otro lado.

Tercero.  Aún considerando que fuese posible devolver las cosas al punto donde se encontraban antes de que se desatase la pandemia, está más que acreditado que el sistema económico neoliberal es incompatible con la sostenibilidad, pues impacta en los ecosistemas y arrasa los recursos de manera inconciliable con la viabilidad del Planeta, abocándonos, como han argumentado autoridades científicas reconocidísimas, a un cambio climático insoportable, que alterará las condiciones de vida de las especies, por no mencionar el paralelo agotamiento de las energías fósiles, las letales tasas de contaminación atmosférica, etc. Y todo ello para que un número progresivamente menor de personas acumulen incalculables beneficios a base de producir y distribuir bienes que no satisfacen ninguna necesidad básica y que suelen producirse deslocalizadamente en unas condiciones laborales indecentes e intolerables. Una de los extremos que ha evidenciado la pandemia a los ojos de muchísimas personas es que se puede vivir consumiendo muchísimas menos cosas de las que compramos habitualmente y, por tanto, que necesitamos menos dinero del que gastamos normalmente. De modo que, desde mi cortedad de miras, no veo la economía del Planeta creciendo al ritmo que lo hacía en los últimos años. Ni por capacidad de hacerlo, ni por conveniencia. Lo que ha sucedido en los últimos años ha contribuido enormemente a agrandar la desigualdad en la distribución de la riqueza y en el acceso a las oportunidades. Es más, incluso me parece que este es uno de los principales incentivos que ha instigado la polarización política que se ha instalado en muchas regiones del mundo.

De modo que, desde mi ignorancia, pero también desde mi irrenunciable derecho a opinar, me atrevo a aventurar algunas actuaciones que igual podrían tomarse en consideración. La primera de ellas es la contención. Creo que es una obviedad que debe ralentizarse la actividad económica, haciéndola compatible con una explotación más armoniosa de los recursos naturales, con la mirada puesta en la vida decente de las personas y la sostenibilidad del Planeta. Acabamos de comprobar el efecto que producen dos meses de parálisis productiva en los indicadores de la salubridad global, que alcanzan niveles que casi habíamos olvidado. La cuestión es si queremos vivir sanamente u optamos por seguir acríticamente la insaciable carrera del consumismo, desatendiendo las auténticas necesidades y contribuyendo a asolar el futuro de la Humanidad.

La segunda es la desactivación de la secular tendencia hacía la urbanización desaforada. Me parece que se impone la desescalada urbanística y la reocupación del territorio vaciado e incluso de otros más inhóspitos. Las megalópolis no son sino inventos de quienes jamás pensaron en vivir continuadamente en ellas, al menos no en las condiciones que lo hace el común de los ciudadanos. Son instrumentos para el lucro, que favorecen a quienes no persiguen otra cosa que especular u obtener el máximo rendimiento con la menor inversión, sojuzgando con sus servidumbres, problemas y dificultades a quienes residen en ellas, y hasta a quienes no. Además de contener su crecimiento, debería incentivarse la redistribución de la población y de los recursos en el conjunto del territorio planetario. Las grandes ciudades y las megalópolis fagocitan las inversiones, las instituciones y las empresas productivas, absorben los recursos de las zonas colindantes y generan agravios lacerantes con los territorios que las abastecen. A esa finalidad debieran aplicarse una parte significativa de los enormes recursos que tenemos. Si nos lo proponemos, podemos hacerlo y ello contribuirá a que vivan mejor las futuras generaciones. Recuperarán referencias, identidades, empatías y, en conjunto, valores imprescindibles para asegurar la auténtica civilidad y la convivencia.

La tercera es recomponer lo antes posible y con determinación la estructura económica del país. No podemos seguir dependiendo del monocultivo turístico y de lo que conlleva con relación a la construcción y a los servicios afines. Este producto estacional, dependiente de la demanda de terceros y sensibilísimo a factores coyunturales (epidemias, conflictos sociales, flujos comerciales…) no puede seguir teniendo el altísimo peso que tiene  en el PIB de este país. O diversificamos la economía o acabaremos pobres de solemnidad y esclavos del “no turismo” de sol y playa, que llegará. Existen decenas de alternativas: energías limpias, cuidados y geriatría para la población europea, agricultura ecológica, manufacturas a precio justo, suministros para atender las necesidades básicas de salud y alimentación, etc.

La cuarta es consolidar socialmente la relevancia de la política, en tanto que instrumento útil para matizar las pulsiones de la economía. Obviamente me estoy refiriendo a la política de escala, la que se escribe con letras mayúsculas, no a la que practican cada vez más a menudo instituciones menos representativas y  ciudadanos crecientemente mediocres. Está demostrado que la pulsión lucrativa del capitalismo socava profundamente la cohesión social, generando inestabilidad y multiplicando la desigualdad. El sistema capitalista sustituye la ética del trabajo por la estética del consumo, desprecia la cohesión social y busca crear el consenso en torno a la idea de que lo que importa es poder elegir en la rueda del consumo, desatendiendo las opciones redistributivas. Es imprescindible arrancar a la economía la gobernanza global y reasentarla en una arquitectura institucional con más recursos y capacidades, más transparente, justa y democrática, que contribuya a moralizar la acción cotidiana, a reorientar su rumbo, transitando desde la búsqueda del beneficio económico y la satisfacción de los intereses particulares al logro del interés común, que podría concretar el cumplimiento de objetivos definidos en nuevas constituciones más respetuosas con los derechos humanos que corresponden a los ciudadanos.

Soy consciente de la complejidad del mundo y de la pluralidad de intereses que acoge. Tengo conciencia de que son muchísimas las aristas que debe abordar la gobernanza universal. Pero toda gran empresa la integran pequeñas porciones sin cuya concurrencia es imposible alcanzar los grandes propósitos corporativos. Las reflexiones y propuestas precedentes no tienen otra pretensión que intentar concitar el interés de los lectores y motivarles a emprender sus propias reflexiones. Dicen que las crisis acarrean grandes dificultades pero también propician nuevas oportunidades. Ojalá que la pandemia que nos acosa represente un tiempo de oportunidad que impulse alternativas radicales para enfocar la vida planetaria desde perspectivas más saludables, sostenibles y justas para todos.

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