viernes, 10 de abril de 2020

Peripatético

Se califica de peripatéticas a las personas que siguen la filosofía o la doctrina de Aristóteles. La palabra griega peripateticós (περιπατητικός) proviene del prefijo peri (περι), del verbo patein (πατειν) y del sufijo ico (ικο), que significan respectivamente alrededor, deambular y relacionado con. Por tanto, etimológicamente, peripatético o peripatética es quien camina alrededor de un determinado espacio o lugar. Tradicionalmente, por similitud, se aplica a los seguidores aristotélicos porque, allá por el primer tercio del s. IV a C., los integrantes de esos círculos filosóficos debatían sus pensamientos mientras caminaban por un jardín contiguo al templo dedicado a Apolo Licio, guiados por su mentor.

Sin que nada tenga que ver con ello, la Universidad de Alicante, a finales de los noventa, puso en marcha la Universidad Permanente, una iniciativa de extensión universitaria dirigida a los mayores de 50 años. Entre las numerosas personas que desde entonces siguen sus actividades se cuenta un grupo, autodenominado peripatéticos, que ha escogido para identificarse un lema redundante: caminar y pensar. Caminan por la ciudad y los espacios abiertos,  conociendo su patrimonio y dialogando sobre lo que observan o sobre lo que les sugiere lo que ven. De alguna manera, se inspiran en John Butcher, creador de Walk21, una asociación sin ánimo de lucro fundada en 1999 que promueve la mejora de las condiciones de las calles, espacios públicos y sistemas de movilidad urbana, asegurando su compromiso con la calidad de vida de las personas. Butcher es así mismo impulsor de la llamada Carta Internacional del Caminar (Walk21, octubre de 2006), una propuesta que trata de impulsar la creación de comunidades sanas, eficientes y sostenibles, donde la gente elija el caminar. Pues bien, a este curioso personaje se le atribuye el siguiente párrafo: Caminar es la primera cosa que un niño quiere hacer y la última que una persona mayor desea renunciar. Caminar es el ejercicio que no necesita tener gimnasio. Es la prescripción sin medicina, el control de peso sin dieta, y el cosmético que no puede encontrarse en una farmacia. Es el tranquilizante sin pastillas, la terapia sin un psicoanalista, y el ocio que no cuesta un céntimo. Y además, no contamina, consume pocos recursos naturales y es altamente eficiente. Caminar es conveniente, no necesita equipamiento especial, es auto-regulable e intrínsecamente seguro.

Suscribo plenamente el contenido del parágrafo anterior, de la misma manera que concuerdo con los principios y acciones que incluye la referida Carta del Caminar, que se articulan en torno a ocho epígrafes: incrementar la movilidad integral, diseñar y gestionar espacios y lugares para las personas, mejorar la integración de las redes peatonales, planeamiento especial y usos del suelo en apoyo a la comunicación a pie, reducir el peligro de atropellos, mejorar la sensación y seguridad personal, aumentar el apoyo de las instituciones y desarrollar una cultura del caminar. No abundaré, por otra parte, en los enormes beneficios que caminar reporta a la salud, a juicio de los médicos.

De modo que ni me falta documentación ni mucho menos motivación para acometer las más que recomendables caminatas. De hecho hace años que consumo  generosos intervalos diarios para llevarlas a cabo por espacio de una hora u hora y media, recorriendo entre 5 y 7 kilómetros. Algo que imposibilita la actual situación de confinamiento, que agota ya su cuarta semana, haciendo imposible tan saludable tarea, pese a que estoy convencido de sus intrínsecas bondades y de los evidentes beneficios que reporta a mi salud física y emocional. De modo que, como supongo que le habrá sucedido a millones de compatriotas, no me ha quedado otra alternativa que buscarme la vida e idear una artera astucia para remedar los paseos diarios, que me ha convertido de facto en un peripatético de salón. Sí, me autocalifico así porque he optado por mudar la superficie de mi casa, durante una hora al día, en una suerte de circuito cerrado, que recorro con porte penitente, aunque a buen paso, unas cuarenta veces, como si de procesión o prueba de gincana se tratase.

Debo puntualizar que, tratando de que se adapte a mis requerimientos psicofísicos, el circuito reviste especiales características. En primer lugar, lo integran 170 pasos, con una longitud media estimada de unos 60 cm, dado que los que se dan en el interior de la vivienda no alcanzan la amplitud de los que se consiguen cuando se camina en espacios abiertos. De modo que puede contrastarse que 170 pasos por 60 centímetros de media equivalen a un desplazamiento aproximado de 100 metros lineales, que multiplicados por las 40 vueltas diarias suponen un recorrido total de unos 4 kilómetros, que completo aproximadamente en una hora. En segundo lugar, admito que puede parecer un tanto tedioso el ritmo de mi doméstico deambular, que lo es. Pero no puede serlo de otro modo porque el machacón recorrido está salpicado, inintencionadamente, de obstáculos de toda naturaleza que es cierto que contribuyen a la lentificación de los desplazamientos, pero no lo es menos que añaden exigencia a mi desempeño haciéndolo más completo y personalizado. Así, a mi paso por el salón encuentro mesas, sofás, muebles auxiliares, lámparas y otros objetos, que he de ir sorteando cuidadosamente completando sutiles movimientos que tonifican mi musculatura. Por otro lado, en los pasillos que dan acceso a las habitaciones se suceden los giros a derecha e izquierda que disturban mi trayectoria, como lo hacen los estorbos que se interponen en cada pieza de la casa, como camas, coquetas,  mesitas, alfombras y otros impedimentos cuya evitación añade complejidad y valor al ejercicio. En conjunto, todo ello ralentiza mi deambular, merma mis cronos de paso hasta los parámetros que menciono y me obliga a implementar movimientos y giros, torsiones y flexiones, que añaden exigencia y calidad a mi singular entrenamiento.

Pero es que, además del beneficio psíquico y físico que me reportan estos singulares paseos, me proporcionan ventajas adicionales nada desdeñables. Así, por ejemplo, me permiten descubrir pelusas de polvo debajo de los muebles, al pie de las cortinas o en los recovecos de las habitaciones, que serán objeto de caza, aspirador mediante, en la siguiente sesión de limpieza doméstica (queridísima Silvia, cuanto te hecho de menos); descubres baldosas que tienen deteriorada su fijación, que se mueven al pisarlas y producen ruidos molestos para los vecinos, advirtiéndote de que debes ponerles remedio; encuentras objetos que habías perdido de vista hacía años, reposando pacientemente sobre mesas o cómodas, sin que parezca afectarles el prolongado desdén con que los trato, de tanto mirarlos sin verlos.

En fin que, visto lo visto e intuyendo lo que parece que espera, creo que seguiré optando por atender aquel viejo refrán que asegura que “a camino largo, paso corto”. Salud y ánimo.

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