Se
califica de peripatéticas a las personas que siguen la filosofía o la doctrina
de Aristóteles. La palabra griega peripateticós (περιπατητικός) proviene del
prefijo peri (περι), del verbo patein (πατειν) y del sufijo ico (ικο), que
significan respectivamente alrededor, deambular y relacionado con. Por tanto,
etimológicamente, peripatético o peripatética es quien camina alrededor de un
determinado espacio o lugar. Tradicionalmente, por similitud, se aplica a los
seguidores aristotélicos porque, allá por el primer tercio del s. IV a C., los
integrantes de esos círculos filosóficos debatían sus pensamientos mientras
caminaban por un jardín contiguo al templo dedicado a Apolo Licio, guiados por
su mentor.
Sin
que nada tenga que ver con ello, la Universidad de Alicante, a finales de los noventa,
puso en marcha la Universidad Permanente, una iniciativa de extensión
universitaria dirigida a los mayores de 50 años. Entre las numerosas personas
que desde entonces siguen sus actividades se cuenta un grupo, autodenominado peripatéticos,
que ha escogido para identificarse un lema redundante: caminar y pensar. Caminan
por la ciudad y los espacios abiertos, conociendo su patrimonio y dialogando sobre lo
que observan o sobre lo que les sugiere lo que ven. De alguna manera, se
inspiran en John Butcher, creador
de Walk21, una asociación sin
ánimo de lucro fundada en 1999 que promueve la mejora de las condiciones de las
calles, espacios públicos y sistemas de movilidad urbana, asegurando su
compromiso con la calidad de vida de las personas. Butcher es así mismo impulsor
de la llamada Carta Internacional del Caminar (Walk21, octubre de 2006), una
propuesta que trata de impulsar la creación de comunidades sanas, eficientes y
sostenibles, donde la gente elija el caminar. Pues bien, a este curioso personaje
se le atribuye el siguiente párrafo: Caminar es la primera cosa que un niño
quiere hacer y la última que una persona mayor desea renunciar. Caminar es el
ejercicio que no necesita tener gimnasio. Es la prescripción sin medicina, el
control de peso sin dieta, y el cosmético que no puede encontrarse en una
farmacia. Es el tranquilizante sin pastillas, la terapia sin un psicoanalista,
y el ocio que no cuesta un céntimo. Y además, no contamina, consume
pocos recursos naturales y es altamente eficiente. Caminar es conveniente,
no necesita equipamiento especial, es auto-regulable e intrínsecamente seguro.
Suscribo
plenamente el contenido del parágrafo anterior, de la misma manera que concuerdo
con los principios y acciones que incluye la referida Carta del Caminar, que se
articulan en torno a ocho epígrafes: incrementar la movilidad integral, diseñar
y gestionar espacios y lugares para las personas, mejorar la integración de las
redes peatonales, planeamiento especial y usos del suelo en apoyo a la
comunicación a pie, reducir el peligro de atropellos, mejorar la sensación y
seguridad personal, aumentar el apoyo de las instituciones y desarrollar una
cultura del caminar. No abundaré, por otra parte, en los enormes beneficios que
caminar reporta a la salud, a juicio de los médicos.
De
modo que ni me falta documentación ni mucho menos motivación para acometer las más
que recomendables caminatas. De hecho hace años que consumo generosos intervalos diarios para llevarlas
a cabo por espacio de una hora u hora y media, recorriendo entre 5 y 7
kilómetros. Algo que imposibilita la actual situación de confinamiento, que agota ya su cuarta semana, haciendo imposible tan saludable tarea, pese a que estoy
convencido de sus intrínsecas bondades y de los evidentes beneficios que
reporta a mi salud física y emocional. De modo que, como supongo que le habrá
sucedido a millones de compatriotas, no me ha quedado otra alternativa que
buscarme la vida e idear una artera astucia para remedar los paseos
diarios, que me ha convertido de facto en un peripatético de salón. Sí, me
autocalifico así porque he optado por mudar la superficie de mi casa, durante
una hora al día, en una suerte de circuito cerrado, que recorro con porte
penitente, aunque a buen paso, unas cuarenta veces, como si de procesión o prueba
de gincana se tratase.
Debo
puntualizar que, tratando de que se adapte a mis requerimientos psicofísicos, el
circuito reviste especiales características. En primer lugar, lo integran 170
pasos, con una longitud media estimada de unos 60 cm, dado que los que se dan en
el interior de la vivienda no alcanzan la amplitud de los que se consiguen cuando
se camina en espacios abiertos. De modo que puede contrastarse que 170 pasos
por 60 centímetros de media equivalen a un desplazamiento aproximado
de 100 metros lineales, que multiplicados por las 40 vueltas diarias suponen un
recorrido total de unos 4 kilómetros, que completo aproximadamente en una hora.
En segundo lugar, admito que puede parecer un tanto tedioso el ritmo de mi doméstico
deambular, que lo es. Pero no puede serlo de otro modo porque el machacón
recorrido está salpicado, inintencionadamente, de obstáculos de toda naturaleza
que es cierto que contribuyen a la lentificación de los desplazamientos, pero
no lo es menos que añaden exigencia a mi desempeño haciéndolo más completo y
personalizado. Así, a mi paso por el salón encuentro mesas, sofás, muebles auxiliares,
lámparas y otros objetos, que he de ir sorteando cuidadosamente completando
sutiles movimientos que tonifican mi musculatura. Por otro lado, en los
pasillos que dan acceso a las habitaciones se suceden los giros a derecha e
izquierda que disturban mi trayectoria, como lo hacen los
estorbos que se interponen en cada pieza de la casa, como camas,
coquetas, mesitas, alfombras y otros
impedimentos cuya evitación añade complejidad y valor al ejercicio. En
conjunto, todo ello ralentiza mi deambular, merma mis cronos de paso hasta los
parámetros que menciono y me obliga a implementar movimientos y giros,
torsiones y flexiones, que añaden exigencia y calidad a mi singular entrenamiento.
Pero es que, además del beneficio psíquico y físico que me reportan estos singulares
paseos, me proporcionan ventajas adicionales nada desdeñables. Así, por
ejemplo, me permiten descubrir pelusas de polvo debajo de los muebles, al pie
de las cortinas o en los recovecos de las habitaciones, que serán objeto de
caza, aspirador mediante, en la siguiente sesión de limpieza doméstica
(queridísima Silvia, cuanto te hecho de menos); descubres baldosas que tienen
deteriorada su fijación, que se mueven al pisarlas y producen ruidos molestos
para los vecinos, advirtiéndote de que debes ponerles remedio; encuentras
objetos que habías perdido de vista hacía años, reposando pacientemente sobre
mesas o cómodas, sin que parezca afectarles el prolongado desdén con que los trato, de tanto mirarlos sin verlos.
En
fin que, visto lo visto e intuyendo lo que parece que espera, creo que seguiré
optando por atender aquel viejo refrán que asegura que “a camino largo, paso
corto”. Salud y ánimo.
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