Qué sarcasmo estar consumiendo tus últimos días mientras los amigos te preparan una
amplia e intencionada exégesis de lo que en su opinión ha significado tu vida, barruntando que, para tu desdicha, está
próxima a finiquitar. En el prolífico guasap de Joan Pàmies se anunciaba ayer de
buena mañana que por la noche la Cuatro ofrecía Aute Retrato, una película de 99 minutos de duración, editada en
2019, que recrea buena parte de la biografía de Luis Eduardo Aute, siguiendo el
guión elaborado por Nacho Cabana, Juan Moya y Gaizka Urresti, siendo este
último su director. Obviamente la exhibición pretendía homenajear al artista,
fallecido el pasado sábado, tras cuatro años peleando contra las secuelas de un
infarto cerebral, que finalmente se lo ha llevado por delante con 76
septiembres.
Visioné
la peli con creciente atención, resultándome una sorprendente y grata
experiencia, que me ha permitido contrastar una realidad que desconocía, la
figura multipoliédrica de Luis Eduardo Aute, un creador inédito para mí en
algunas de sus facetas, que ahora sé que debe figurar entre los más
polifacéticos y meritorios del país. Abruma la cantidad de recursos expresivos
que dominaba esta persona: poeta, músico, cantautor, dibujante, pintor,
cineasta, y quién sabe cuantos más. Aute puede calificarse de hombre
renacentista, de artista total. Tal vez la directora Azucena Rodríguez es la que lo ha calado mejor al asegurar que “cuando
ves su pintura ves que tiene que ver con su música; su música tiene que ver con
sus películas y sus películas tienen que ver con su pintura. Y tiene una cosa
que es muy interesante cinematográficamente que es que toda su poética, como
cantante y como compositor musical, la traslada y la lleva al cine. Hace un
cine poético en el mejor de los sentidos”.
Pero
aún resulta más significativo que, pese a que en este tipo de producciones se
cargan los tintes hagiográficos, algunos de los que testimonian su opinión,
gente cualificadísima en sus respectivos menesteres, asegura con acreditada
sinceridad que, además, era bueno en cuanto hacía. Pintores, directores,
editores literarios, filósofos, literatos, letristas, colegas en el mundo de la
canción aseguran a pies juntillas que lo que hacía tenía fuste y solvencia,
pese a ser autodidacta en la mayoría de las facetas que cultivó.
El
elenco de los personajes que desfilan por el documental es apabullante. Obviamente,
predominan los cantantes, desde los nacionales Massiel, Rosa León, Víctor
Manuel, Serrat, Sabina, Ana Belén, Miguel Poveda, José Mercé, Ismael Serrano,
Rozalén, Jorge Drexler, Luis Pastor, Dani Martín, Pedro Guerra a foráneos como Silvio
Rodríguez o Pablo Milanés. La mayoría de ellos intervininieron en un
macroconcierto homenaje que se le tributó en diciembre de 2018, en el WiZink
Center de Madrid, con el rótulo “Ánimo, animal”, sin duda reconociendo la
prolífica creatividad de un artista que ha dedicado más de medio siglo de vida
a repartir belleza, a través de sus más de 300 canciones, que espantan
tristezas y melancolías, como dijo alguno de ellos, además de abrir camino a
las nuevas generaciones, como reveló Andrés Suarez o agradeció Marwan, reconociendo
explícitamente su inagotable compromiso social.
Pero
si dejamos de lado la música y nos adentramos en el mundo de la poesía o en el
de la pintura, encontraremos igualmente una figura que se acrecienta hasta lo
inimaginable. La matemática del espejo
(1975), La liturgia del desorden
(1978) o Templo de carne (1986) son
algunos de sus poemarios, sin perjuicio de AnimaLuno,
primer libro-disco que se editó en España con poemas, dibujos y canciones. Y es
que, además de lo dicho, Aute ha sido un precursor, un adelantado a su tiempo.
Le oí decir a alguno de sus colegas que cuando pensaban en hacer algo novedoso,
hurgaban un poco y era recurrente contrastar que Aute ya lo había hecho. En
2001, presentó en el Festival de San Sebastián un largo de animación insólito,
titulado Un perro llamado dolor. Fueron más de cinco años de
trabajo personal, meticuloso y obsesivo, con unos cinco mil dibujos realizados
a mano. Un original, artesanal y solitario proyecto que fue nominado al Goya,
que hizo únicamente con la ayuda de su hijo y de algún amigo. Aute, dice el
director Jaime Chávarri era un trabajador solitario, con una voluntad de hierro
para desarrollar sus ideas.
Sin
duda, Aute es también sinónimo de desinhibición para expresarse a través de diferentes medios, sea la pintura, la poesía, la música o cualquier otro. Una desinhibición desanclada del
pudor inicial que le producía aparecer en público, que fue venciendo con el
paso del tiempo y que se trocó en una suerte de omnipresencia a lo largo de
larguísimas temporadas de exposición pública a uno y otro lado del Atlántico.
Cuantos
intervienen en la película coinciden en subrayar que, por encima de sus
portentosas capacidades expresivas, Aute era una gran persona. Todos destacan
su elegancia, su talla humana, su propensión a la ayuda y al acogimiento, la
concepción de su casa como espacio de hospitalidad. Aseguran que pese a tener
más que sobrados motivos, jamás se endiosó y siempre tuvo los pies sobre la
tierra y ayudó cuanto pudo antes, durante y después; a los jóvenes y a quienes
lo eran menos. Describen a Aute como un fulano que siempre hizo lo que quiso,
sin dejarse influenciar por nada, ni por nadie, ni dar su brazo a torcer en lo
que creyó. Despreció contratos millonarios para poder hacer lo que ansiaba.
Destacan, en fin, su tenacidad para llevar a cabo sus propósitos.
Esta
noche he descubierto en su plenitud a una pieza muy importante del patrimonio
nacional, seguramente no valorado suficientemente por el conjunto de la
ciudadanía. Aute me parece un personaje
a reivindicar, no solo por su calidad artística o por su portentosa capacidad de
expresarse, no sólo por el legado inmenso que nos
ha dejado, que también, sino porque sobre todo es un ciudadano ejemplar, una
persona que deja un modelo de vida plenamente válido y consonante con las
exigencias de la sociedad actual. Aute fue una persona crítica, comprometida
con su tiempo y con su gente, alguien que siempre permaneció atento y supo
mirar el niño que fue, que jamás abandonó la búsqueda interminable por
encontrarse con sus raíces y consigo mismo, que nunca abdicó en la brega por
dotar de coherencia al conjunto su existencia. Que la tierra te sea leve,
amigo; por lo que dicen, lo mereces como pocos.
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