Hace
poco más o menos un año que escribía algunas impresiones sobre el curso que
seguía el desarrollo de mis nietos. Me sobran los motivos para sentarme de
nuevo frente al ordenador y anotar mis nuevas constataciones, y las emociones
que las acompañan. Porque, para mi suerte, con ellos regresó la estación de los
amores, en la antesala del invierno timorato que se resiste a llegar, pese a
que los esféricos y oropelados frutos que penden de las acacias de avenidas y bulevares
acrediten empecinadamente que se nos fue el otoño.
Celebro
una vez más la fortuna de compartir con mis nietos unos cuantos días,
disfrutándolos y asombrándome con su imparable crecimiento, admirando sus estrenadas
habilidades, gozando de sus espontáneas contingencias. Comprendo y comparto como
nunca que todos los abuelos aseguremos lo mismo de nuestros retoños: son guapos,
listos, ocurrentes, despiertos... ¡Faltaría más! Y además de pregonarlo, añado,
en lo que me corresponde, que los míos son criaturas excepcionales, que me
llenan de felicidad y que logran que mire la vida de otro modo, pues me ayudan a ver
con la mayor naturalidad y la más exquisita complacencia la compleja sencillez
de la existencia.
Renuncio
a la vana pretensión de enumerar los progresos que han hecho Arizona y
Fernandito en los últimos meses. Son tantos que necesitaría demasiadas páginas
para reflejar mínimamente el ingente muestrario de sus adelantos y virtudes,
tan acelerados como sorprendentes. Todos ellos son referencias que refuerzan la
inmensa fortuna que significa poder contrastar el desarrollo de unas personitas que
crecen sin parar, siguiendo los parámetros de la más absoluta normalidad.
Arizona,
a sus diecisiete meses, ya ha logrado acostumbrarnos a su enérgico genio y a
sus pequeñas rabietas, pero además se ha hecho más zalamera y muestra más
explícitamente sus afectos. Ha aprendido a compartir, puntualmente, sus juguetes
y ha convertido su dedo índice en un puntero eficientísimo para señalar cuantas
cosas le parecen interesantes o quiere mostrar a los demás. Cada vez explora
más por su cuenta y le cuesta relativamente menos prescindir circunstancialmente
de la presencia de sus progenitores. Últimamente ha hecho notorios progresos en
sus habilidades comunicativas: ha aprendido a decir sí y no, y a sacudir la
cabeza en un sentido y en el otro. De la misma manera, articula palabras
aisladas como hola, papá, mamá, dame… Conoce la utilidad de numerosas cosas de
uso común (cuchara, tenedor, vaso, plato, cepillo, teléfono; este último de
manera especial) e identifica algunas partes de su cuerpo (pie, mano, cabeza…).
También atiende instrucciones verbales de un solo paso, sin necesidad de que se
le refuercen con gestos. Hace aproximadamente un trimestre que camina sola y ya
corre que se las pela, subiendo escalones, trepando a sillas, sofás, mesas y a cualquier
superficie elevada que esté a su alcance. En fin, por decirlo en pocas
palabras, lo suyo es un no parar de progresar.
Por
su parte, Fernandito –que ya es Tito para la mayoría de las personas que lo conocen– cumplió
hace unos días tres años y medio. Es un pequeño hombrecito que hace tiempo
que copia a los adultos y demuestra espontáneamente afecto por sus amigos y
familiares, mostrando cierta preocupación si nos ve tristes o disgustados. Sabe
esperar su turno en el juego y conoce el nombre de la mayoría de las cosas que le rodean. También de otras que no lo son tanto, como las
tipologías de los dinosaurios o los animales salvajes, por ejemplo. Entiende
perfectamente la idea de lo que es suyo y lo que pertenece a los demás, del
mismo modo que sigue instrucciones de tres y cuatro pasos y tiene interiorizados
numerosos conceptos básicos como dentro/fuera, arriba/abajo; delante/detrás,
largo/corto, etc. Sabe los nombres de sus familiares y amigos y es capaz de
expresar una gran variedad de emociones. Habla con sorprendente corrección, hasta
el punto de que las personas que no lo conocen pueden entender casi todo lo que
dice. Conversa usando y combinando dos y tres oraciones en tiempos verbales diferenciados
(se está yendo el tren, lo voy a poner abajo…).
Podría
seguir enumerando decenas de conductas y rutinas que una y otro han ido perfeccionando
en los últimos meses, sin embargo, me limitaré a mencionar alguna anécdota, para
no fatigar. Ayer, sin ir más lejos, se posicionaron frente a una ínfima pizarra
que hemos habilitado en casa y, al alimón, tiza en mano, se dispusieron a
plasmar en ella sus mejores ensoñaciones. Fernandito trazó con gran habilidad
un rotundo garabato circular, que no era otra cosa que el sol, al que inmediatamente
adicionó dos ojos y sus respectivas pupilas, una boca grande y sonriente e incontables
rayos luminosos que, proyectándose desde la línea que definía su curvatura, se
enseñorearon de una habitación especialmente preparada para acoger tan singular
interpretación de los sueños. Arizona le daba réplica jugando a lo que
últimamente más le motiva, que no es otra cosa que imitarlo. Y así inició el
trazado de abundantísimas líneas, de un festín de pequeños garabatos que
emulaban una auténtica lluvia de estrellas, desplazándose de norte a sur y de
este a oeste, inundando de luz y magia la noche oscura que proyectaba la
párvula pizarra, suspendida de dos cáncamos provisionales.
Pero
no concluye aquí el elenco de sus habilidades artísticas. La expresión musical suele
estar presente en la mayoría de sus visitas, manifestándose a través de
improvisados pasacalles al son y ritmo de la flauta dulce, de la pandereta, del
cazú y de cualquier otro objeto común susceptible de ser utilizado como
instrumento de percusión. En un momento determinado, sin que nadie sepa
explicar por qué, se inicia un singular desfile pasillo adelante, pasillo hacia
atrás, habitación tras habitación, sorteando en el camino los restos
desordenados de artificiosos y abandonados safaris y zoológicos que, cual
sembrado de cebras, hipopótamos, tigres, leones, caballos, vacas…, aparecen en
cualquier lugar de la casa.
La
plastilina, ese recurso universal tan proclive a la manipulación, con moldes o
sin ellos, es otro elemento recurrente; de momento, más que la moderna arena
mágica. Todavía quedan en casa algunos bricks sin estrenar que muestran ufanos
el celofán de sus envolturas y la pureza de sus colores. Sin embargo, en las
cajas donde se guardan los viejos retales, son mucho más abundantes los pegotes
y amasijos de hebras con tonalidades invariablemente parduzcas, producto de las
imposibles combinaciones cromáticas que propician los incontables manoseos. Como
digo, esta socorrida substancia, moldeada en forma de churros o extendida en
planchas paralelepípedas, permite conformar toda suerte de objetos animados e
inanimados. Lo mismo se encarna en serpientes y caracoles, perritos y
dinosaurios, vacas o jirafas, que ayuda a poner en pie casas, hace crecer los
árboles o formaliza los fenómenos atmosféricos o cualquier otra necesidad
nacida de la imaginación infantil. Tampoco debe desdeñarse el juego de la oca,
ese entretenimiento inmemorial, de origen italiano, al que recientemente se ha
aficionado Fernandito y que está ayudándole muchísimo a asimilar rutinas
imprescindibles como respetar el turno, seguir el orden, discriminar colores,
contar, aventurar consecuencias (de oca a oca y tiro porque me toca; de puente
a puente y tiro porque me lleva la corriente)...
Naturalmente,
trufados con todo lo anterior se nos ofrecen los efluvios propios de la condición
infantil y del tiempo invernal, las inapetencias sobrevenidas y los deseos
imposibles. También el hastío que produce el abandono de las rutinas diarias y el
hartazgo de la hiperestimulación que inducen los montones de regalos, las
celebraciones y las obligadas visitas, la parafernalia desbordante de parques, ferias
y cabalgatas, y las decenas de juguetes que desbordan la capacidad de atención
más acreditada. En suma, lo que da el tiempo invernal que remata cada año y
anuncia el inicio del siguiente que, como siempre, deseamos que sea mejor.
Salud
y felicidad en 2020 para Fernando y Arizona.
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