Si a veces escribir es un vicio incontinente, una quimera que te absorbe y te seduce, a poco que te descuides se convierte en una
costumbre fugitiva, corroída por la pereza e invadida por el olvido de la
cotidianidad o presa de ambas cosas. No sé
exactamente cuánto, pero seguramente hará alrededor de un mes que no he cogido el
lapicero para completar una línea de este blog. Cuatro semanas de ayuno expresivo
condicionado por otros menesteres que, aunque estaban relativamente previstos,
han terminado ocupándome más de lo que hubiese deseado. Menos mal que una
noticia aislada, que leí el pasado viernes en el diario Hoy, de Extremadura, me rescata de esa alargada apatía. Aquello a
lo que me refiero no es asunto novedoso. Es más, en los medios de comunicación suelen
aparecer opiniones equiparables a las que relataré, de la misma manera que recogen
cada cierto tiempo interesadas –y casi siempre desafortunadas– declaraciones de
políticos insidiosos, que aprovechan cualquier coyuntura para meter cizaña y
trabajar en la dirección que no debieran.
El
titular del artículo al que aludía rezaba del siguiente modo: “Santa Amalia no
quiere ser Helsinki”. Hablamos de un municipio pacense de la vega del Guadiana,
próximo a Don Benito. La entradilla subrayaba: Madres de alumnos del colegio
público de Santa Amalia exigen a Educación que modifique la enseñanza ‘a la
finlandesa’ que se imparte de 3 a 6 años”. Despieces y textos de
apoyo recogían entrecomilladas algunas opiniones de las madres que sostenían
opiniones categóricas sobre la metodología escolar: “Le tuve tres meses y le
saqué del colegio porque no me gustaba el método; mi hijo, como los demás,
estaba al libre albedrío”, señalaba una. Otra aseguraba que su hija “perdió lo
que llevaba aprendido de la guardería cuando llegó a este centro, el único que hay
en el pueblo.” Incluso una tercera apostillaba: “He matriculado directamente a
mi hijo en un colegio de una localidad cercana; no respaldo un método en el que
el niño hace lo que le apetece en cada momento”.
El colegio público Amalia de Sajonia es un centro educativo con 400 alumnos de E. Infantil y E. Primaria, de
los que un centenar tiene edades entre 3 y 6 años. Por lo que se dice en el reportaje,
desde hace casi una década desarrolla un proyecto educativo innovador, rotulado “Aprendiendo a ser yo
mism@”. Se trata de una propuesta de inspiración finlandesa, basada en el modelo constructivista
del aprendizaje, que pretende ser una réplica de las exitosas prácticas
educativas de aquel país, y que esencialmente consiste en “educar al ser humano
en su totalidad, estando a su lado cuando nos necesita, pero dejándole libre
para ser”. Las
seis profesoras responsables de materializarlo argumentan que han optado por él
después de años de experiencia, de formación y de continua renovación pedagógica. Han
transformado las aulas en espacios abiertos y su función docente ha permutado
la directividad por el acompañamiento. De modo que en el colegio no existen clases por niveles, los
alumnos se mueven con libertad y cumpliendo normas claras por los
seis espacios que han preparado con los recursos materiales y humanos de que disponen. Seis son, pues, los entornos en los que se trabajan
otros tantos ámbitos formativos: Lengua,
Actividades Multisensoriales, Ciencias y Experiencias, Plástica,
Psicomotricidad y Música, así como un espacio de Juego Simbólico.
Las
mamás de los pequeños aseguran que no rechazan la metodología constructivista sino el modo cómo la aplica el colegio. Consideran que es una forma de enseñanza que no
es segura para sus hijos, “dado que con el sistema de aulas abiertas todos los
niños se encuentran simultáneamente al cuidado de todas las profesoras a la
vez”, de tal manera que ninguna está pendiente de un grupo concreto. “Esto hace
que cuando vas a preguntar a la tutora por tu hijo, pueda decirte poco”, aseguran. Por otra parte, apostillan que, al permitir que los niños estén en cada momento de la jornada
lectiva en el lugar que les apetece, “algunos pasan prácticamente todas las
mañanas fuera de las aulas”. Más allá de la seguridad, entienden que es preciso
que se les motive para que inicien el aprendizaje. En su opinión, deberían
comenzar el conocimiento de los números y las letras, aproximarse a la lectura
y a la escritura, ya que afirman que “se pueden pasar tranquilamente los tres
cursos de Infantil sin coger un lápiz”.
Estoy
seguro de que algunos que lean lo que escribo recordarán episodios similares
vividos en otros tiempos y lugares. Y aunque resulte redundante, conviene
evocar lo que hace pocos días decía la maestra, escritora y académica Carme
Miquel en el diario Levante, que no
es otra cosa que el prontuario que todo maestro o maestra que se precie tiene
siempre en el frontispicio de su pensamiento. En ese vademécum se recoge categóricamente
que ser maestro requiere capacidad y técnica para poner al alcance de los alumnos los
conocimientos científicos y humanísticos, valorando las aportaciones de todos
los pueblos y culturas, empezando por los propios. También exige ocuparse de
desarrollar al máximo sus capacidades intelectuales y físicas proporcionándoles
mecanismos para vivir y convivir de manera óptima. Demanda, además, ensanchar su
creatividad y racionalidad, transmitirles una cultura de paz y de defensa de
los derechos humanos y educarles en la solidaridad y en la cooperación. Exige
fomentar en los niños y muchachos actitudes de respecto al territorio,
habituándolos a tener conciencia y saber tomar medidas para revertir los
problemas ecológicos que amenazan el planeta. Ser maestro o maestra preceptúa la obligación de favorecer en ellos el sentido crítico, la capacidad de discernir, de pensar
libremente y de decidir, obviando las presiones sociales inconvenientes.
Todo
ello hace del magisterio un oficio ilusionante y digno, pero también
enormemente complejo. La inmensa mayoría de los profesionales son personas
conscientes, rigurosas y comprometidas
en sacar adelante un empresa con infinitas aristas y enormes dificultades. Muchas
veces deben navegar contracorriente, combatiendo con valentía y determinación
las exigencias torticeras de grupos de presión y de conglomerados sociales que
fomentan la competitividad, la irracionalidad y la
banalización de aspectos importantes de la vida. La educación de las personas
que habitan un país necesita el apoyo del conjunto de la sociedad. Utilizar el
mundo educativo para hacer demagogia, fracturar la convivencia o generar
malestar y desconfianza hacia los maestros, sembrando infundios y espoleando a
los padres para que actúen como inspectores de la tarea
educativa, sin cualificación, además de ser indigno y manipulador, es extremadamente pernicioso
para la formación de los futuros ciudadanos. Una sociedad moderna jamás se
asienta sobre la intolerancia, la manipulación o el sectarismo.
Si las madres de los alumnos de Santa Amalia conociesen mínimamente los rudimentos del trabajo que desarrollan las maestras y los maestros, estoy seguro que tendrían opiniones diferentes de las que traslada el artículo de referencia. Nunca es tarde para aprender, únicamente se requiere actitud y voluntad para hacerlo.
Si las madres de los alumnos de Santa Amalia conociesen mínimamente los rudimentos del trabajo que desarrollan las maestras y los maestros, estoy seguro que tendrían opiniones diferentes de las que traslada el artículo de referencia. Nunca es tarde para aprender, únicamente se requiere actitud y voluntad para hacerlo.
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