A
propuesta de Luis, hoy alteramos la secuencia del recorrido habitual yendo de
Novelda a Elx. Seguimos sin perder de vista el Vinalopó, el viejo río que los
romanos denominaron Pinna Lupi (peña
del lobo), título que copiaron los árabes, llamándolo Binalūb, y al que mucho más recientemente otros, como
Schulten, basándose en la Ora Marítima, de Avieno, denominaron Alebus. Un regato de casi 81 kilómetros de
longitud cuyo ínfimo cauce modela y vertebra, milenio tras milenio, buena parte
del flanco occidental de la geografía provincial.
Nuevamente
se nos ofrece otra oportunidad para celebrar la amistad que, como dijo el
periodista Antonio Lucas, tal vez sea “la más imprecisa de las verdades, o la
más exacta de las religiones, porque se apoya en una rigurosa sospecha: saber
que uno se prolonga mejor en el otro”. Y es que la amistad es un modo de
quererse fascinante del que hay tantas versiones como personas. En sí misma, es
una crónica fabulosa que apenas se escribe, pero que se piensa casi a diario,
porque el hecho de querer a alguien incluye, sin pretenderlo, una hermosa
geometría que obliga a triangular muy bien para acoplar entusiasmos y frialdades.
Estoy convencido de que la mayoría de las veces lo mejor que nos sucede a los
amigos cabe en un silencio o un abrazo oportunos; en un saber estar juntos sin
más pretensión que tenerse al lado; en saber hacer el ridículo en el momento
justo sin temor a ser reprendido; … en ser capaz de escuchar una risa en el
peor momento del día. Por otro lado, como decía Rafael Azcona, creo que la
principal virtud de la amistad es la capacidad de evitar poner al otro en la
tesitura de tener que decirte: “no”. Y es que los amigos son como el mindfullness del amor. Con un amigo no hay pasado ni futuro,
siempre es ahora; y esa visión, que no paga peajes ni pide réditos, quizás sea
la única garantía de que el amor puede llegar a ser invulnerable.
Paseando por el Fondo |
Antonio
Antón nos había citado en su casa de la carretera de Santa Pola, a las once. A
esa hora allí estábamos todos, como clavos. Tras embarcarnos en un par de
coches nos hemos dirigido al Fondo, que no al Fondó, un parque natural declarado
como tal en 1988, que es parte de la antigua albufera de Elche, que modeló históricamente
la desembocadura del río Vinalopó y que los humanos han desecado casi
completamente para convertirla en terreno cultivable. En esa zona pantanosa, la
Compañía de Riegos de Levante, a principios del siglo pasado, construyó dos
embalses reguladores para recoger y distribuir a los agricultores el agua que
se eleva desde la desembocadura del río Segura, que riega más de mil hectáreas.
Este singular conjunto hidráulico, oculto tras los cañaverales y la vegetación
palustre, aparenta ser una gran laguna natural, que se complementa con charcas
y saladares que trufan cultivos y palmerales conformando un paisaje excepcional,
que acoge a casi doscientas especies de aves. Entre ellas la cerceta pardilla y
la malvasía cabeciblanca, ambas especies en peligro de extinción, además de
distintas variedades de garzas, anátidas, limícolas y flamencos (pocos) que
conviven con anguilas, mújoles, carpas y con el fartet común, también llamado peixet
de sequiol, una singularidad exigüísima del Mediterráneo español, que se
caracteriza por su voracidad (de ahí su nombre), pese a que las hembras, que
son las de mayor tamaño, apenas alcanzan los cuatro centímetros cuando son
adultas.
Concluida
la faceta socio-natural de la jornada, que amaneció tan heladora como espléndida,
nos
hemos detenido en una zona de picnic del propio Parque donde hemos dado cuenta
de la coca de miguitas con sardina de bota –que otros llaman arengada,
sardina de cubo, de casco, o salpresa–, que
había provisto Pascual, adquirida en el Horno Mamella, una institución en Santa
Pola, acompañada de unos botes de San Miguel, conservados bien fresquitos en
una coquetona nevera portátil. Ahí hemos empezado a pasarnos de revoluciones. Tal
vez ha sobrado detenernos en la siguiente estación del itinerario previsto por
Antonio, la Venta de La Úrsula, en la carretera de Dolores. Un clásico que nos
ha ofrecido un irrenunciable tentempié a base de un remedo del “chanchullo”
noveldense, acompañado de unos platitos de embutido casero regados con un par
de litronas y otras tantas copas de Protos.
Sin
solución de continuidad, desde allí nos hemos dirigido a Perleta, en cuyo
Asador Antonio Antón había encargado la francachela de hoy. Un renovado restaurante-brasería
radicado en la genuina partida ilicitana, a la que debe reconocerse el mérito de
haber dedicado su escuela al Mestre Canaletes, el “mestre sense títol” por
antonomasia, que sacó de la ignorancia a centenares de personas analfabetas del
Camp d'Elx sin credencial alguna. José Canals Jiménez, que era su verdadero
nombre, fue un personaje nacido en Les
Baies que a los seis años trabajaba en las salinas, recogiendo los boñigos
de las reatas de mulas que movían las vagonetas, por lo que le pagaban dos
reales de jornal. Por la noche acudía a tomar lecciones de un maestro a la vez
que aprendía música, llegando a dominar la guitarra, el laúd y la bandurria. Con
apenas catorce años enseñaba música y, tras jornadas agotadoras segando juncos en El Hondo
o trabajando en la “teulera”, se desplazaba por las noches a Elx, andando, para
tomar clases adicionales. Cuando apenas tenía 18 años lo buscaron para
sustituir a un maestro rural y empezó a enseñar sistemáticamente, tarea en la
que no cejó en toda su vida porque a los 80 años aún daba clase en su casa de
la Baia Alta, en un lugar llamado Roal dels Garretes. Escribió en El Tío Cuc, El Obrero, La Tranca, El Bou y otras publicaciones y, sin ser
político, compartió las reivindicaciones de los trabajadores. La prosa y el
verso se le dieron bien y popularizó El
cuento del formigó, que fue un sonado varapalo a los políticos de la
República. Un consejo de guerra, celebrado en Alicante en 1941, le condenó a
seis meses y un día de prisión menor por auxilio a la rebelión. Según la
sentencia, era de antecedentes izquierdistas, y estuvo afiliado al Sindicato
Agrícola.
Pues
bien, en el mencionado asador, hemos despenado un menú pantagruélico, impresionante, absolutamente desmesurado. Compuesto
de aperitivos que incluían raciones triples y exuberantes de croquetas de
bacalao, quisquilla, gamba, calamar a la romana, jamón al corte, ensalada de
salazones y alcachofas a la plancha. Todo ello servido magistralmente en un
reservado excepcional. Semejantes fruslerías han dado paso a un caldero
tabarquino de gallina, con su arroz a banda y alioli (“fet a má per l’amic
Carrasco, per part de mare”), que no se
lo saltaba un romano. Tras los “divertimentos” previos, semejante reto ha
puesto en jaque nuestra capacidad de réplica, que en esta ocasión no ha estado
a la altura de las circunstancias. Espero que al menos haya servido para que
aprendamos algo. Los postres y cafés, a los que ha seguido un generoso servicio
de copas en la terraza del restaurant, han rematado una minuta espectacular a
precio de algo más que amigos.
Allí
hemos concluido nuestro encuentro, rumoreando como siempre las letras casi olvidadas
de las viejas canciones que siempre nos acompañan, con Antonio Antón a la
guitarra, hoy excepcionalmente acompañado en las voces por su querida Paqui,
que se ha desplazado ex profeso a tomar un café con nosotros. Allí, en una
espléndida terraza, olisqueando el humo de los cigarros que consumían Luis y
Elías y saboreando las postreras copichuelas en un ambiente distendido, grato y
fresquito, hemos despedido el cónclave entre abrazos y plácemes, como siempre.
Acabaré
reiterando lo que sabéis de sobra. Más allá del irrepetible anecdotario que distingue
a cada una de las convocatorias, lo que me impulsa a escribir estas crónicas no
es otra cosa que la humilde aspiración de preservar mínimamente, a través de
ellas, el inmarcesible caudal de afecto que liberamos en estos preciados
encuentros de amigos. Amigos que sabemos a ciencia cierta que da igual que
hayan transcurrido dos semanas o tres años desde que compartimos la última
cerveza o el penúltimo café; que sabemos que estamos incondicionalmente todos; que
sabemos que vamos a seguir respetando los tiempos, las ausencias y las
presencias, las miradas,
las palabras y los silencios…
el amor, en suma, que sentimos y compartimos. Sabéis que estuve y estoy porque decidí
estar; y que aquí estaré, pese a vosotros o a mí mismo. Porque, al final, de
quereres va la vida: de querer querer, de querer estar, de querer ser, de
querer dar y de querer recibir. Y yo, como vosotros, de querer, lo quiero todo.
Así
que, según lo acordado, ya sabéis cuales son las próximas oportunidades que se
nos ofrecen: a mediados de abril, en Muro; a finales de mayo, en Novelda; a
finales de junio, en Alicante. Y en septiembre, en Aspe.
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