Por
más que de tanto en tanto me pregunte si la crónica todavía no escrita trascenderá
los márgenes del anecdotario; por más que a veces tenga la impresión de que los
pretextos amistosos dan para poco más en mis relatos; por más que me desconcierte
a menudo el reto de encararme al papel para garabatearlo con el hilo de mis
pensamientos o la efervescencia de mis emociones; por más que me asalte de
nuevo el síndrome de la hoja en blanco… siempre acabo concluyendo con una perogrullada
que me persuade: toda idea empieza en la nada. En consecuencia, me convenzo de
que si el meollo del asunto es evitar que la página vacía me devore, el reto
que tengo ante mí consiste en responder a semejante desafío, enhebrando las
teclas del ‘ordenata’ e intentando tejer
algo que, antes o después, acabará tomando forma. Solo es cuestión de
perseverancia.
Hoy mis
reflexiones sobre la amistad se deslizan por un calzada heterodoxa, pavimentada
con los versos de mi amigo Paco Pastor. Porque la amistad también es cosa de
poetas, de su vida y de sus obras. ¿O acaso no es amistad lo que tan
intensamente compartieron y han dejado escrito gentes como Rafael Alberti y Antonio
Machado? ¿Alguien puede negar el apego entre Pablo Neruda y los poetas
andaluces de la Generación del 27? ¿Cómo puede llamarse a la timba que desde
hace años alimentan, en Rota, Sabina, García Montero, Ángel González y otros aviesos
cómplices? Salvando las distancias, Paco, además de excelente persona, también es
un gran poeta que, entre otros reconocimientos, ha obtenido recientemente el VIII Premi de poesía Ciutat de Torrent,
con un gran poemario, que es joya delicadísima editada por Tabarca Llibres
(2017), cuya última pieza, Fils de llum,
además de darle nombre, sugiere que:
no importa
la nit i la ferralla,
jo aproparé el rostre
d’ivori
als seus mars
d’esclavitud,
emmudiré les roses
que encara crepiten
en l’oracle
de les llàgrimes,
despullaré
a la sal besada
del seu primer
nèctar,
com un profeta
dels horitzons
instigaré els alisis
de la paraula,
diluiré la tristor
de la pedra,
i no importa
que el gorg
s’acabe
al final de la canya,
jo perseguiré els instants
on encara repose
un espill brut,
un atles
de la llum
esquiva
En este 20
de abril, pisando lo que queda de las abancaladas terrazas moriscas del Comtat
y de la Baronía de Planes, me pierdo en el devoto recuerdo que enlaza el
vaporoso discurrir de los versos del amigo, navegante de los alisios de la
palabra, licuante de la triste piedra seca, perseverante rastreador de la luz
esquiva. Siento tan contiguas, tan sentidamente íntimas sus estrofas, tan
aladas mensajeras del pálpito amistoso, que las percibo como propias. Y me
reconozco en ellas. Está claro, amigos, que a poco que me descuide me arramblan
las ensoñaciones; más, si menudean las vivencias amistosas. Pero ya estáis
vosotros para separarme del ensimismamiento. ¿O acaso no eras tú, Elías, la luz
que nos guiaba hoy a tu Muro? Así debió ser porque allí estábamos todos, en el
bar Alcoyano, cuando rayaba la hora meridiana. El regente, Juanvi –un crack de
la mercadotecnia gastronómica, en proceso de desguace–, había dispuesto una
mesa circular en la que nos ha servido algo más que una trivial colación: ensalada
de tomate con ventresca, bolets, croquetas de bacalao, boquerones fritos, tortilla
de butifarra y alguna otra genial fruslería nacida del talento gastronómico de
su esposa. Todo ello, regado con algunas litronas de Amstel, nos ha dispuesto (o indispuesto, según a quiénes se
pregunte) el cuerpo para dirigirnos al primer destino: Planes y el Barranc de l’Encantà, una hondonada de
leyenda.
Un tópico,
el de la “encantada”, diseminado a lo largo y ancho de la geografía peninsular.
Según en qué lugares la protagonista adopta el perfil de ninfa, de náyade, de mujer
de agua, de ser encantado, en suma. Son historias que aluden a tesoros ocultos,
a enigmáticas doncellas afloradas por el bullir de los manantiales en noches de
luna llena, a amoríos imposibles que cincelaron paisajes pétreos… Estanques, pozas,
cuevas, fuentes, castillos, lagos, minas o saltos de agua que aúnan su
particular encanto a la seducción de la memoria oral, que les atribuye hechizos
que el devenir de los siglos no ha logrado desvanecer. Mucho se ha especulado
sobre el significado de estos relatos, aunque parece que su propósito más
verosímil no es otro que disuadir a los incautos de los riesgos que entraña
intentar acceder a lugares de especial peligrosidad (cuevas, ríos, castillos,
pozos, cerros…). Y para ello, los anónimos relatores se valen de referencias
nocturnas, morunas y sobrenaturales, que intentan atemorizar para lograr tal propósito.
En este caso, el Estrecho de l’Encantà es, junto con el Gorg del Salt, el lugar
más comprometido del barranco, donde se hallan las mayores pozas y desniveles.
Aunque la leyenda asocia l’Encantà con los moriscos, Cavanilles alude a una
inscripción labrada sobre la piedra de entrada a la gruta (en la que
presuntamente los moriscos escondieron cuanto de valor poseían), fechada en
1573, que confirmaría que la fábula es anterior al decreto de expulsión de
1609. Por ello, otros creen que, dado que el relato arranca de un exilio musulmán
–descartada la expulsión decretada por Jaime I en 1248, por no afectar a estos
territorios–, su origen podría vincularse con el destierro de Al-Azraq y sus
súbditos, acaecido en la primavera de 1258. ¿Quién sabe? En todo caso, hoy pisamos
territorio de leyenda en el que, lamentablemente, el discurrir de la primavera
había evaporado ya los efluvios de la flor de los cerezos.
Un
brevísimo paseo por el camino que discurre en paralelo al cauce del exiguo regato
y unas fotografías a pie de poza para inmortalizar la visita al asombroso Barranc de l´’Encantà han puesto fin a
la vertiente socionatural del encuentro, a la que algunos descreídos han
renunciado, apostados, cual “gorrillas”, junto a los coches y cobijados en la
inexistente sombra de los pinos. Enfrascados en la enésima, estéril y bizantina
discusión sobre la pertinencia de esta componente cultural, que ya es habitual en
nuestros encuentros, nos hemos acomodado en los vehículos para que decenas de
curvas y contracurvas nos devolviesen a Muro. Nos esperaban en Casa Calvo, un
restaurante tradicional especializado en cocina valenciana energética y saludable.
Un establecimiento señero, que echó a andar en 1930 y que hoy estaba a rebosar
de gentes que habían concluido la semana laboral y disfrutaban de los placeres
de la mesa y de la compañía, como nosotros. Tras algunas consideraciones, hemos
echado por el camino de en medio y nos hemos decidido comer “de picaeta”. De
modo que “contenidos”, como siempre, le hemos encomendado a la encantadora
maître que nos trajese pericana, ensalada de encurtidos, calamares a la
romana, carne en salsa con
albondiguillas y patatas fritas…y alguna cosa más. Un menú que ha precedido a
unos postres exquisitos, a base de milhojas de crema con chocolate, tarta de
trufa con salsa de naranja y manzana asada con crema catalana. Todos ellos
remates inefables.
Tras un
breve escarceo por el carrer Carme, buscando el acceso a la terraza del bar La
Música, cerrado hoy a cal y canto, hemos recalado en “El Batán”, un bareto
habilitado junto al cauce de un antiguo barranco que, aunque sigue siendo tal,
ha sido transformado en un vial concurridísimo y decoradísimo con pinturas
murales que honran a nuestros ancestros y pretextos: Ramon Llull, Roiç de
Corella, Joan Valls, Ovidi Monllor… Allá hemos despenado los postreros cubatas
y ‘cafeses’, mientras Antonio Antón espoleaba su guitarra y sus habilidades
intentando acompañar las propuestas de un Elías hoy desbordante, enseñoreado de
su Muro.
Una vez más
he hallado en nuestros encuentros el territorio de la alegría. A mí, como a
García Montero (lo siento, hoy tocan los poetas), la felicidad me da pudor. La
vida y el mundo están llenos de carencias y precariedades que me persuaden de abordar
la trascendencia de la felicidad. Pero sí ansío saber, hablar y gozar de la
alegría, del deseo de vivir, de disfrutar de la existencia. Y, en mi opinión,
uno de los lugares de privilegio para hacerlo es el delicado espacio que
conforman nuestros encuentros. Por eso hago votos para que sean muchas las
ocasiones en que podamos disfrutar de la vida a manos llenas, como hoy. Ya
sabéis, la próxima ocasión se presenta en Novelda, será el 18 de mayo, en casa
de Luis, y sin que sirva de precedente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario