A
veces un detalle nimio motiva hermosas reflexiones. Hoy mismo, el titilante reflejo
de la bombilla de un downlight sobre
la superficie del café con leche del desayuno me ha traído a la memoria el
recuerdo de un personaje rutilante que ocupa un lugar preeminente en mi galería
personal: Pascual Ruso. No es ajeno a tal recuerdo el hecho de que nos viésemos
ayer con motivo de la inauguración de la exposición “100 Artistas Solidarios”,
en el Museo del Mar de Santa Pola, su pueblo. Durante aproximadamente una hora
tuvimos ocasión de reencontrarnos y ponernos al día relativamente. Casi acordamos,
incluso, el próximo encuentro de la amistad que, según sus previsiones, acogerá
esta magnifica villa a primeros de noviembre.
Como
suele decirse y he dicho en otras ocasiones, cuando su madre lo parió rompió el
molde. Todos conocemos a dos o tres personas excepcionales, esos rarísimos
seres que se pueden inventariar con la mitad de los dedos de una mano. Entre
los que considero privativos, está él. Desde siempre. Lo conocí el año 1967,
cuando empezamos los estudios de Magisterio en el vetusto edificio del monte
Tossal, triste e incomprensiblemente abandonado por la Academia, huérfano de
estudiantes desde que las Escuelas de Magisterio se transformaron en Facultades
de Educación, no estoy seguro si para bien.
Pascual
era entonces un alumno brillante, que culminó la carrera incrustado entre lo
mejor de aquella magnífica promoción de maestros a la que me enorgullece
pertenecer. Un estudiante reconocido por la práctica totalidad de sus
profesores por su dedicación, su rendimiento académico y sus grandes capacidades.
Un compañero ejemplar, divertido, íntegro y virtuoso, a juicio de la mayoría de
sus condiscípulos. Entonces lucía una poblada cabellera que coronaba un cuerpo
esbelto, permanentemente bien vestido. Siempre supo lucir sin estridencias una
elegancia natural que parecía haber mamado en la cuna. Vestía pantalones
perfectamente planchados, con la raya bien marcada y se enfundaba jerséis de
cuello vuelto y rebecas impecables. Sus gafas de concha oscura le daban un
cierto aire de Peter Sellers, con sus incombustibles “Oliver Glodsmith”. Como
él, siempre rodeado de bellísimas jovencitas para envidia de todos sus amigos.
Concluimos
nuestros estudios y seguimos itinerarios profesionales diferenciados. Él se
incorporó a una escuela en Santa Pola, en la que ejerció un excepcional
magisterio durante una larga década. Yo me quedé en Alicante, inicialmente en la
Escuela Aneja a la Normal y después en otros centros. Durante ese tiempo volvimos
a coincidir en el antiguo CEU –Centro
de Estudios Universitarios de Alicante; el embrión de la actual Universidad– cursando
Geografía e Historia (única opción posible entonces) en horario nocturno
(cuando lo permitían nuestras ocupaciones principales), inquietos por completar
una formación que presumíamos exigua para lo que parecía que nos demandaría el
tiempo que se avecinaba. Fue más o menos al final de este periodo cuando se
decidió a emprender la primera fase de su gran aventura italiana, recalando en el
Liceo Español, de Roma, donde me consta que desplegó una espléndida labor
profesional.
Años
después regresó a casa y nuevamente el destino nos emparejó. Esta vez desempeñando
tareas de inspección educativa en la Dirección Territorial de Alicante. Cuatro
o cinco años extraordinarios para él, para mí y para algunos otros compañeros y
amigos, que trabajamos codo con codo, sin descanso y sin desmayo. Tiempos excepcionales.
Creo que no he conocido persona más disciplinada, diligente y grata en el
cumplimiento de sus obligaciones laborales. En ese tiempo empezaba a perder
el tupé y a ganar volumen, aunque
mantenía intacta la elegancia.
Definitivamente, quedaba claro que era algo consustancial a él.
Arreciaron
los vientos y aparecieron otras circunstancias que le hicieron tomar nuevas
decisiones. Una vez más se arremangó y, sorprendentemente, con inusitada
osadía, emprendió la segunda etapa de su aventura italiana, dándose una nueva
oportunidad para conquistar la felicidad, una de sus sabias e irrenunciables aspiraciones.
Este definitivo viaje contribuyó a metamorfosearlo, dándole casi la imagen que
nos ofrece hoy que, de alguna manera, parece haber mimetizado con la pátina
característica de los imaginarios habitantes de la ciudad que le acogió. Porque
realmente Pascual muestra actualmente la fisonomía de un auténtico patricio
romano, del pater familias que nunca
fue, que ha customizado muy inteligentemente con una vestimenta desenfadada,
que le quita años y le añade interés.
A
estas alturas del relato es fácil deducir que cualquier pretensión de describir
a nuestro personaje exige la utilización de calificativos de largo alcance,
porque es persona profesionalmente brillante, coherente, considerada, curiosa,
diligente, diplomática, discreta, eficiente, elegante, fiable, hábil,
imaginativa, inteligente, perseverante, positiva, práctica, prudente,
responsable, sagaz, sensible, talentosa… Personalmente es un ser afectuoso,
amable, apasionado, atento, atrevido, avispado, cordial, culto, divertido,
educado, encantador, energético, entusiasta, extravertido, generoso,
interesante, modesto, pasional, sincero, simpático, sofisticado y hasta
valiente. Y mucho más.
Podría
extenderme ampliamente en enumerar las cualidades que adornan a alguien fuera
de lo común, amigo fidelísimo y colega irrepetible. Muchas son las páginas
necesarias para glosar sus polifacéticos y vastísimos logros, como los fervores
que ha despertado entre las personas que lo han conocido y en los lugares por los
que ha transitado. Cuenta por cientos sus amistades y lo recuerdan dondequiera
que haya estado. En fin, ¿qué añadir? Creo que sobran los argumentos. Solamente
agregaré un pequeño rótulo que deseo poner al pie de su retrato: felicidad y
larga vida, queridísimo Pascual.
Coincido perfectamente con la descripción de mi querido amigo.Tengo la gran suerte de encontrarme entre sus amigos.Siemore es un placer escucharle porque a pesar de ser muy culto nunca es pedante,su parte transgresora le hace ser divertido y original.
ResponderEliminarPlenamente de acuerdo.
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