domingo, 22 de octubre de 2017

Pascual Ruso

A veces un detalle nimio motiva hermosas reflexiones. Hoy mismo, el titilante reflejo de la bombilla de un downlight sobre la superficie del café con leche del desayuno me ha traído a la memoria el recuerdo de un personaje rutilante que ocupa un lugar preeminente en mi galería personal: Pascual Ruso. No es ajeno a tal recuerdo el hecho de que nos viésemos ayer con motivo de la inauguración de la exposición “100 Artistas Solidarios”, en el Museo del Mar de Santa Pola, su pueblo. Durante aproximadamente una hora tuvimos ocasión de reencontrarnos y ponernos al día relativamente. Casi acordamos, incluso, el próximo encuentro de la amistad que, según sus previsiones, acogerá esta magnifica villa a primeros de noviembre.

Como suele decirse y he dicho en otras ocasiones, cuando su madre lo parió rompió el molde. Todos conocemos a dos o tres personas excepcionales, esos rarísimos seres que se pueden inventariar con la mitad de los dedos de una mano. Entre los que considero privativos, está él. Desde siempre. Lo conocí el año 1967, cuando empezamos los estudios de Magisterio en el vetusto edificio del monte Tossal, triste e incomprensiblemente abandonado por la Academia, huérfano de estudiantes desde que las Escuelas de Magisterio se transformaron en Facultades de Educación, no estoy seguro si para bien.

Pascual era entonces un alumno brillante, que culminó la carrera incrustado entre lo mejor de aquella magnífica promoción de maestros a la que me enorgullece pertenecer. Un estudiante reconocido por la práctica totalidad de sus profesores por su dedicación, su rendimiento académico y sus grandes capacidades. Un compañero ejemplar, divertido, íntegro y virtuoso, a juicio de la mayoría de sus condiscípulos. Entonces lucía una poblada cabellera que coronaba un cuerpo esbelto, permanentemente bien vestido. Siempre supo lucir sin estridencias una elegancia natural que parecía haber mamado en la cuna. Vestía pantalones perfectamente planchados, con la raya bien marcada y se enfundaba jerséis de cuello vuelto y rebecas impecables. Sus gafas de concha oscura le daban un cierto aire de Peter Sellers, con sus incombustibles “Oliver Glodsmith”. Como él, siempre rodeado de bellísimas jovencitas para envidia de todos sus amigos.

Concluimos nuestros estudios y seguimos itinerarios profesionales diferenciados. Él se incorporó a una escuela en Santa Pola, en la que ejerció un excepcional magisterio durante una larga década. Yo me quedé en Alicante, inicialmente en la Escuela Aneja a la Normal y después en otros centros. Durante ese tiempo volvimos a coincidir en el antiguo CEU –Centro de Estudios Universitarios de Alicante; el embrión de la actual Universidad– cursando Geografía e Historia (única opción posible entonces) en horario nocturno (cuando lo permitían nuestras ocupaciones principales), inquietos por completar una formación que presumíamos exigua para lo que parecía que nos demandaría el tiempo que se avecinaba. Fue más o menos al final de este periodo cuando se decidió a emprender la primera fase de su gran aventura italiana, recalando en el Liceo Español, de Roma, donde me consta que desplegó una espléndida labor profesional.

Años después regresó a casa y nuevamente el destino nos emparejó. Esta vez desempeñando tareas de inspección educativa en la Dirección Territorial de Alicante. Cuatro o cinco años extraordinarios para él, para mí y para algunos otros compañeros y amigos, que trabajamos codo con codo, sin descanso y sin desmayo. Tiempos excepcionales. Creo que no he conocido persona más disciplinada, diligente y grata en el cumplimiento de sus obligaciones laborales. En ese tiempo empezaba a perder el  tupé y a ganar volumen, aunque mantenía intacta la elegancia.  Definitivamente, quedaba claro que era algo consustancial a él.

Arreciaron los vientos y aparecieron otras circunstancias que le hicieron tomar nuevas decisiones. Una vez más se arremangó y, sorprendentemente, con inusitada osadía, emprendió la segunda etapa de su aventura italiana, dándose una nueva oportunidad para conquistar la felicidad, una de sus sabias e irrenunciables aspiraciones. Este definitivo viaje contribuyó a metamorfosearlo, dándole casi la imagen que nos ofrece hoy que, de alguna manera, parece haber mimetizado con la pátina característica de los imaginarios habitantes de la ciudad que le acogió. Porque realmente Pascual muestra actualmente la fisonomía de un auténtico patricio romano, del pater familias que nunca fue, que ha customizado muy inteligentemente con una vestimenta desenfadada, que le quita años y le añade interés.

A estas alturas del relato es fácil deducir que cualquier pretensión de describir a nuestro personaje exige la utilización de calificativos de largo alcance, porque es persona profesionalmente brillante, coherente, considerada, curiosa, diligente, diplomática, discreta, eficiente, elegante, fiable, hábil, imaginativa, inteligente, perseverante, positiva, práctica, prudente, responsable, sagaz, sensible, talentosa… Personalmente es un ser afectuoso, amable, apasionado, atento, atrevido, avispado, cordial, culto, divertido, educado, encantador, energético, entusiasta, extravertido, generoso, interesante, modesto, pasional, sincero, simpático, sofisticado y hasta valiente. Y mucho más.

Podría extenderme ampliamente en enumerar las cualidades que adornan a alguien fuera de lo común, amigo fidelísimo y colega irrepetible. Muchas son las páginas necesarias para glosar sus polifacéticos y vastísimos logros, como los fervores que ha despertado entre las personas que lo han conocido y en los lugares por los que ha transitado. Cuenta por cientos sus amistades y lo recuerdan dondequiera que haya estado. En fin, ¿qué añadir? Creo que sobran los argumentos. Solamente agregaré un pequeño rótulo que deseo poner al pie de su retrato: felicidad y larga vida, queridísimo Pascual.

2 comentarios:

  1. Coincido perfectamente con la descripción de mi querido amigo.Tengo la gran suerte de encontrarme entre sus amigos.Siemore es un placer escucharle porque a pesar de ser muy culto nunca es pedante,su parte transgresora le hace ser divertido y original.

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