Víspera
de luna llena. Veinte ya los encuentros. Noches para emociones, insomnios y nostalgias,
que no tenemos. Se consumió un verano ardoroso, que empezamos extraviando la
suerte en la lotería y ganando los arrullos amorosos de la primera nieta de la
familia Cascant. El regusto de los últimos chocolates vileros de Tomás y Rosana
impregnó los primeros compases del estío. Antonio Antón casi se despedía del
Camino Jacobeo en Portomarín y Pascual saludaba la nueva estación desde un
chiringuito de su pueblo, con Tabarca al fondo, cual decorado de lujo. Domingo
disfrutando de las recónditas calas ibicencas –gozo privativo de los ‘pitiusos’– y
animando el grupo con guasaps y ocurrencias. Alfonso doctorándose en
ebanistería fina, mientras Antonio García promocionaba la oferta estival de los
tatoos de su hijo. Apenas sin darnos
cuenta se nos echaron encima les festes
de la Vila, los nardos y el espectacular desembarco. Y pocos días después
el inefable Misteri, con Antonio
Antón y Pito, el hijo de Guti y Luis, y tantos otros conciudadanos
materializando tan espléndido y anual milagro sacro-musical, declarado por la
UNESCO patrimonio inmaterial de la Humanidad hace más de cinco lustros. Ardió
Ibiza y tronó en el Vinalopó. Aparecieron los primeros “verderols” en la Vila,
a la vez que algunos estrenaban la temporada de paellas “amb conill, cigrons y
pebrera vermella”. Y un año más, hubo guerra de carretillas en Elx, y multitud
de perjudicados.
Restaurante El Pagell |
Llegó
el día. Apenas despuntaba el alba cuando enviaban sus misivas los ausentes. “Seguro
que lo pasaréis bien, como siempre. Seguro que Tomás hará de excelente
anfitrión. Disfrutad de vuestra compañía y de los manjares y libaciones. El
resto ausente estará, sin duda, con vosotros, sintiendo el no poder hacerlo y
deseando ya el próximo encuentro. Una vez más sentiréis que el tiempo es una
farsa porque, en este caso, no ha existido su paso para ajar los afectos. Os
quiero. Feliz día”, decía Pascual. Y apostillaba Luis: “Ánimo Pascual. En la
próxima nos tomaremos la revancha. Carpe diem". Imposibles mejores
augurios.
Como
así fue. Apenas rayaban las once y media cuando ya estábamos todos congregados
en la terraza del bar Diego, una especie de oficina muy particular que tiene
Tomás enfrente de su casa, en la que despacha los asuntos urgentes y otros que
lo son menos. Una cervecita bien tirada, acompañada de aceitunas y almendras,
sirvió de tentempié para estrenar el programa que tan cuidadosamente había
preparado nuestro anfitrión. Los nada protocolarios saludos, a base de sentidos
abrazos, miradas y gestos de complicidad, y un breve descanso nos llevaron casi
sin solución de continuidad a emprender la primera actividad: la visita al Vilamuseu, una novísima instalación
museística, estrenada hace apenas dos años, que ocupa el solar en el que antes
estuvo el colegio Dr. Esquerdo, en la calle Colón, cuya fachada original han
conservado con excelente criterio. El proyecto ha sido trazado de acuerdo con
los parámetros del denominado diseño inclusivo –design for all–, que lo convierte en uno de los museos más
accesible de Europa por su comodidad, facilidad de comprensión, amenidad y
seguridad para todas las personas. Y esa es su mayor originalidad. Existen muy
pocos ejemplos en el mundo que, como este, atiendan la diversidad humana por
razón de edad, capacidades, cultura, etc.
El
edificio Vilamuseu ocupa unos cuatro
mil metros cuadrados dedicados a exposiciones, talleres de trabajo abiertos al
público, así como almacenes y laboratorios. Cuenta con un laboratorio de arqueología
subacuática que permite la desalación y tratamiento de ánforas y otros
materiales procedentes del pecio romano hallado en aguas de La Vila, denominado
Bou Ferrer, y de cualquier otro yacimiento
subacuático que se excave en el futuro. El proyecto fue redactado por el
arquitecto vilero Tomás Soriano. Malena Lloret nos ha acompañado gentilmente en
nuestro paseo a lo largo, ancho y profundo de unas magníficas instalaciones,
explicándonos magistralmente los detalles de su interesantísimo contenido.
Bar Calavera |
¿Qué
se puede decir del Pagell? Seguramente todo: malo, regular y bueno. Nosotros,
hoy, no podemos optar por otra alternativa que no sea la última; es más, incluso
deberíamos reconocer que muy bueno. Juan nos ha tratado magníficamente,
ofreciéndonos una comida copiosísima y valiosa, a base de tomates trinchados
con mojama y anchoas, cigalas espectaculares, chipirones extraordinarios, gamba
a la plancha magnífica y arròs a banda
excelente, aunque “sentidito”. Y para rematar, una fritura de randera
espléndida. Y a un precio que mejor omitir porque quienes opinan de otro modo
probablemente no le darán crédito. Un fantástico menú, regado con las
libaciones habituales: café licor, cervezas y buen vino.
Por
lo demás, hemos sido bien recibidos y acogidos. Nos hemos sentido bien acompañados
y hasta consentidos por el regente de un establecimiento que no suele dejar
indiferente a la clientela. En semejante ecosistema, no sólo hemos dado buena cuenta
de los manjares que componían el menú, rematado por higos verdales y melón, sino
que, al rescoldo de las copas, hemos desgranado infinidad de canciones coreando
de aquella manera a nuestro incombustible Antonio Antón, que hoy se acompañaba
con una guitarra de la casa. Los fumadores han consumido sus cigarrillos en un
despejado comedor, en el que hemos permanecido sin limitación alguna hasta que
hemos decidido marcharnos envueltos en las mejores atenciones. Y todo ello
gracias a los buenos oficios de Tomás, una excepcional persona que deja amigos
por donde pasa.
Así
concluyó el vigésimo cónclave de la amistad. Despidiéndonos entre abrazos en el
aparcamiento del restaurante cuando empezaba a caer la tarde. Planificando el
próximo encuentro y estirando el recuerdo de Pascual y Luis, que allí estarán.
Era jueves, 5 de octubre, víspera de la luna llena, de la fase que activa
especialmente la comunicación y el afecto, dimensiones en las que estamos particularmente
entrenados. ¡Ojalá que podamos seguir disfrutándolas muchos años!
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