El
diccionario de la RAE ofrece dos acepciones para el término dialogar. La
primera de ellas corresponde al verbo intransitivo “hablar en diálogo”;
la segunda, al verbo transitivo “escribir algo en forma de diálogo”. El mismo
Diccionario contiene tres significados para la palabra diálogo. El primero
alude a la “plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus
ideas o afectos”; el segundo se refiere a la “obra literaria, en
prosa o en verso, en que se finge una plática o controversia entre dos o más
personajes”; finalmente, el tercero apunta a la “discusión o trato en busca de
avenencia”. Hoy me interesa subrayar la primera acepción de la palabra dialogar
y la tercera del término diálogo, porque de lo que quiero hablar es del sentido
que tiene este cuando se orienta a resolver los conflictos.
De
entre las diversas tipologías del diálogo, en este momento me importa
especialmente aquella en la que los participantes actúan con la intención de
llegar a acuerdos que les satisfagan. Desecho abordar otras modalidades
conversacionales y desde luego renuncio a analizar el denominado diálogo de merluzos
o, si se prefiere, el que utilizan los sordos presuntuosos que solo buscan con él
satisfacer sus mediocres ambiciones personales o enrocarse en el poder. Y
todavía me interesa menos el pretendido diálogo que, con apariencia de tal, es
un simple remedo del monólogo crispado, radical y sectario, que carece de
empatía y está preñado de odio y de rechazo visceral por el oponente.
Quiero
referirme en concreto al diálogo en su expresión más genuina, a la
interlocución que las partes intervinientes perciben como herramienta con
capacidad para transformar positivamente las delicadas o complicadas
situaciones que les afectan. No cabe duda de que la intensidad y la complejidad
de los conflictos sociales son grandes desafíos para las estrategias de diálogo
y para las habilidades personales de quienes participan en él, pero ello no
debe ser obstáculo para iniciarlo, siempre asegurando previamente unos
principios básicos que constituyen un punto de partida indispensable para
llevar a cabo un diálogo auténticamente transformador. Para que este se
produzca debe elegirse y organizarse minuciosamente el espacio donde se llevará
a cabo, deben identificarse nítidamente los elementos generadores de las controversias
y es absolutamente indispensable que las partes adopten una actitud
constructiva y de confianza mutua.
Hoy
vivimos en el país un conflicto social gravísimo, con orígenes remotos, larga
trayectoria y difícil solución. Pero más allá de su complejidad, de los
posicionamientos antagónicos o de las consecuencias de las muchas meteduras de
pata que se han producido a lo largo del tiempo –muy especialmente en los últimos
años–,
creo firmemente en la eficacia del diálogo para resolver los problemas
sociales. Es más, me parece que no existe medio más eficaz a tal efecto. El
diálogo es clave para llegar al fondo de los problemas y alcanzar soluciones
asentadas en amplios consensos. Es más, por encima de todo ello, estoy
convencido de que la propensión al diálogo ayuda enormemente a evitar la
violencia, que es la primera premisa para resolver los conflictos.
Un
proceso de diálogo auténtico exige conformar escenarios que generen confianza y
disipen las resistencias de los participantes. Espacios que propicien abordar
con franqueza y aclarar los malentendidos, desvanecer los prejuicios, identificar
las pocas o muchas concomitancias entre las partes y, por encima de todo ello,
asegurar la toma de conciencia por los participantes de que los problemas son
de todos y a todos afectan; y, por tanto, solo es posible encontrar vías para
su solución conjuntamente.
Otra premisa imprescindible del diálogo
auténtico es la inclusión de todas las voces concernidas. Nadie de cuantos
protagonizan o tienen interés legítimo en el conflicto puede quedar o
permanecer al margen. Todos forman parte del problema y todos deben
intervenir en su solución.
La resolución de los conflictos sociales
exige también recurrir a mediadores independientes que convoquen a las
partes, que propongan el funcionamiento del proceso dialógico y logren que se
acuerden los procedimientos de manera consensuada. Ese proceso debe incorporar reglas
inequívocas que garanticen el respeto mutuo y el uso ponderado de la palabra, debe
estimular la búsqueda de soluciones y asegurar la adecuada redacción de los
acuerdos alcanzados, que resumirán e incorporarán la voluntad de las partes,
estableciendo plazos y responsables de su cumplimiento. No debe olvidarse el
principio fundamental de que un acuerdo que no se cumple es un conflicto que
retorna.
Evidentemente, un diálogo como el que se
propone debe incluir un sistema de evaluación del proceso negociador que ayude
a identificar sus fortalezas y debilidades y a introducir los mecanismos
correctores, que coadyuvarán a legitimar y profundizar la idoneidad del
mecanismo dialógico como herramienta para resolver los conflictos sociales.
Las
retóricas trasnochadas y los intereses espurios quedan al margen en un procedimiento
de esta naturaleza, que en último término no persigue otra cosa que coadyuvar a
asegurar el interés general de la ciudadanía española y catalana, catalana y
española. A las puertas de la sala de negociación deben quedar las mochilas
cargadas con patrioterismos, intereses partidistas, apasionamientos, maniqueísmos,
presunciones y falsas verdades. Empecinarse en resolver los conflictos
utilizando las herramientas punitivas o la fuerza no es otra cosa que
contribuir a prolongarlos en el tiempo y/o a agravarlos. Las soluciones a los
problemas sociales jamás han sido universales ni eternas, pero es evidente que
las construidas sobre el acuerdo y el pacto han sido más duraderas y sólidas que
las conformadas sobre las imposiciones. Una sociedad democrática está obligada
a utilizar el diálogo como vía fundamental para resolver los conflictos que
surgen en ella. Caer en la tentación de atajarlos con otros procedimientos más
expeditivos o demagógicos, además de menoscabar la calidad democrática del
funcionamiento institucional, tiene otros riesgos que la mayoría de los ciudadanos
ni deseamos ni queremos asumir.
Totalment d'acord.
ResponderEliminarGràcies.
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