domingo, 27 de agosto de 2017

Serpientes de verano

Como se sabe, con esta expresión se alude a las noticias irrelevantes o sorprendentes que publican los diarios para llenar sus páginas durante el verano, cuando la gente está de vacaciones y menudean los sucesos interesantes, aunque no sea precisamente este año. No sé si ello tendrá que ver con que los veranos, como tantas otras cosas, han dejado de ser lo que fueron: temporadas en las que las ciudades se vaciaban casi por completo y se llenaban las playas de familias que llegaban en el seiscientos  y atiborraban los apartamentos alquilados.

Uno de ellos fue el de 1990. Doce años después de que Dire Straits –la famosa banda de los hermanos Knopfler, que significa algo así como “grandes  apuros”– grabase Sultans of Swing, título de su histórico, homónimo y primer álbum, que nada tiene que ver con lo que aquí se cuenta. Concretamente, el veintisiete de julio los teletipos de las agencias de noticias y los diarios de mayor tirada destacaban la muerte inducida, mediante inyección letal, de Sultán, un semental canadiense de raza frisona, por el que el Gobierno de Cantabria, presidido a la sazón por el inefable Juan Hormaechea  –primer dirigente de una comunidad autónoma condenado por gravísimos delitos cometidos en el ejercicio de su cargo– pagó un millón de dólares dos años antes. El animal era un portento que medía más de tres metros de longitud y pesaba más de una tonelada antes de que se rompiese, cual si de un deportista de élite se tratase, el ligamento cruzado del corvejón izquierdo. Y no precisamente por causa de un accidente sobrevenido en un lance del juego sino practicando la mejor de sus habilidades: el “salto”, es decir, lo más parecido a la cubrición de una vaca; por cierto, placer del que nunca se le permitió gozar realmente. Trasladado a la Policlínica Veterinaria de San Vicente del Raspeig fue atendido como un rey. Sin embargo, pese a ser tratado con una avanzadísima terapia complementaria de rayos láser y microondas, en pocos meses sufrió un grave deterioro que lo dejó con apenas 500 kilos, situación que decidió a las autoridades cántabras a sacrificarlo y a disecar su cabeza y su pata trasera izquierda. ¿Por qué esta y no cualquier otra? Lo desconozco.

Durante su permanencia en España, Sultán fue padre de unos 30.000 terneros y proporcionó otras 50.000 dosis de esperma, por lo que su progenie siguió incrementándose tras su fallecimiento. Como el Cid Campeador, después de muerto ha ganado infinitas más batallas que aquél. Durante el año y medio que el prolífico animal estuvo produciendo dosis seminales, a razón de unas mil por semana, consiguió cambiar la fisonomía y el valor económico de la cabaña cántabra y también la mentalidad de los ganaderos. En los prados de la región aún pastan decenas de “sultanas”, como se conoce a sus hijas, además de centenares de nietas y  bisnietas. Pero no fueron solo bondades la herencia que dejó Sultán, también aportó aumento de la consanguinidad, así como problemas genéticos y de otra índole que los estudiosos han investigado ampliamente.

Viene esta larga digresión a cuenta de una de las serpientes de este verano de 2017 que resume el encabezado de un artículo publicado por el diario El País el pasado 25 de agosto: “Un superdonante de semen con más de 100 hijos asombra a Holanda”. Se decía allí que un solo donante, que ha recorrido sin cortapisas más de una decena de centros de fertilidad del referido país, es el padre confirmado de al menos ciento dos niños. Por otro lado, parece que no se trata de un caso único, porque se menciona a otro potente macho holandés que decidió repartir sus dádivas entre un par de clínicas y acumula también una notoria descendencia. Entre ambos suman una cifra desorbitada de retoños, que ha alarmado a autoridades y especialistas y ha reabierto el debate sobre la necesidad de crear un registro nacional de donantes que evite estos fraudes, que son tales porque la ley holandesa limita a veinticinco los servicios que los donantes anónimos de semen pueden ofrecer a una misma clínica, a razón de otros tantos euros por donación. La norma es clara, pero al no existir registro de donantes se produce una laguna legal que posibilita el fraude. De ahí que los especialistas hayan pedido reiteradamente al Gobierno que agilice la implantación del registro oficial.

Estos anónimos superdonantes explican con desparpajo su experiencia, asegurando que lo único que persiguen es hacer feliz a la gente. Y para ello, además de recorrer los centros de fertilidad y los bancos de esperma, han ofrecido sus servicios en las redes sociales, lo que sin duda acrecienta la probabilidad de que su prole sea bastante más numerosa de lo referido con anterioridad. A la vista de ello, la Asociación Nacional de Ginecólogos ha exigido que dejen de usarse las muestras de ambos y la Ministra de Sanidad en funciones ha abierto una investigación cuyas consecuencias no parecen a priori muy halagüeñas dado que el país continúa sin gobierno seis meses después de las últimas elecciones. Porque debe recordarse que en Holanda las donaciones de semen dejaron de ser anónimas en 2004; sin embargo, periódicamente salen a la luz casos como el descrito que evidencian prácticas alegales cuando no claramente delictivas, como la de un famoso médico de Rotterdam que inseminó en secreto con su semen a decenas de mujeres en su propia clínica. Tal fue el tamaño de sus desatinos que, además de ser padre legal de veintidós hijos, pudo tener de forma ilegal más de un centenar.

En España tampoco existe un Registro Nacional de Donantes, pese a que la Ley de Reproducción Asistida, de 2006, preveía en su artículo 21 su creación. De modo que hoy por hoy, no se sabe muy bien quién dona, dónde lo hace y cómo acaban esas células reproductivas. Es cuanto menos sorprendente que no haya un registro de donantes de semen humano y sí exista de sus homónimos animales. No deja de ser un contrasentido que nos preocupen los efectos de la consanguinidad o los problemas genéticos sobre la cabaña vacuna de una región o comunidad autónoma y nos inhibamos de los que pudieran aquejar a la población de un determinado territorio, con centenares, miles de ciudadanos, sin saber quién es su padre o sus hermanos, con las consecuencias de toda índole que derivan de tan magro asunto.

Mas allá de la gratitud que merecen los/las desprendidos/as machos/hembras donantes del producto de su virilidad/femineidad, más allá de la ilusión que seguramente embarga a muchas de las receptoras de tan preciosas y baratas ofrendas, creo que deberíamos hacérnoslo mirar. Se trata de que ellos y ellas, sus hijos e hijas y la sociedad en general tengamos certezas imprescindibles. No sé si esta especie de comercio tolerado constituye la enésima frivolidad de la vorágine consumista, pero me parece que se actúa irresponsablemente y sin control en asuntos muy serios, permitiendo malas prácticas que una sociedad avanzada no debería consentir. Alguien debe poner el cascabel al gato para atajar lo que hoy puede parecer una inocua serpiente de verano, pero que a la larga puede convertirse en una auténtica calamidad.

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