En
estos primeros días del ferragosto mi casa se ha convertido en una especie de
madriguera, diría que casi en un improvisado sepulcro custodiado
pretorianamente por el sacrosanto aire acondicionado. Nada consigue sacarnos de
tan artificioso cenotafio, ni siquiera las noches, que no parecen tales, a fuer
de ser tan agotadoramente tórridas y repulsivas. Permanecemos enclaustrados desde
que el Sáhara decidió trasladarse a vivir más al norte, quizás para avisarnos,
siquiera por unos días, de lo que nos espera a la vuelta de la esquina si persistimos
en calentar el cotarro.
Sin
embargo, lo que pudiera parecer una perspectiva sombría –me refiero a la que delimitan los
angostos y lúgubres espacios que definen cuatro paredes tenuamente desnudas y otras
tantas ventanas cegadas por las persianas–, no lo es tanto. Desde la
protección que procura la penumbra, como si de un ejercicio de voyeurismo se tratase, a través de las
rendijas que dejan las lamas que ocluyen los vanos, se puede escrutar y hasta llegar
a descubrir encuadres interesantes, que son como claraboyas personalizadas mostrando realidades imaginarias o imaginadas realidades, que sazonan el tedio y apartan la desmotivación que acompaña a la obligada y deprimente reclusión
estival.
Plano 1. Así, llevado del bochornoso y mórbido ambiente, te aflojas y optas por
dirigir la mirada al primer resquicio que ofrece la persiana. Detectas a la
izquierda, en primer plano, un ventilador negro. En contraste con él, destaca un
inmaculado embellecedor del conducto del aire acondicionado que asciende
verticalmente y ribetea una pared de ladrillo, recortando un bloque de
apartamentos situado en un segundo plano, al otro lado de la calle, cuyas
ventanas cubren toldos listados de marrón y amarillo, sin anomalías evidentes. En el mismo plano, a la derecha,
descansan tres macetas sobre una mesa que sostiene un pie metálico de forja cuyo
tablero decoran arabescos de traza original. La superficie vaporosa y ardiente
del toldo se ofrece como telón de fondo de la terraza, sujeto en su extremo
inferior a una barandilla cilíndrica pintada de amarillo caléndula. Una torre de
focos perpendiculares emerge en los contornos de un deshabitado estadio de
atletismo. Las farolas trepan hacia las alturas en ambos lados de la calle. Una
piscina rodeada de pinos y palmeras pone su contrapunto, insolente y fresco, a
esta especie de naturaleza muerta que es una suerte de obligado plano medio que
fija la atención que ha dispersado un escenario tan avasalladoramente tórrido.
La cubierta de una singular construcción metálica, desvaída en el horizonte,
que descansa bajo los pies verdes y húmedos del único edificio que se avista hacia
el sur, sobre el Tossal, brinda la imaginaria y recortada silueta de un enigmático
unicornio azul.
Plano 2. Un visillo traslúcido vela la imagen que encuadra la rendija de otra ventana
delatando el defectuoso cierre de la persiana. A través de los cristales
entreabiertos de ese doble tragaluz orientado al norte se vislumbra la
superficie rectangular de una piscina grande, con una lámina de agua artificiosamente
tintada de un hiriente azul celeste, enmarcado por una alfombra de un mullido césped
que alterna múltiples tonalidades de verde. Pocas personas se bañan pese a la
canícula reinante. Un pequeño jardín triangular señala la línea de fuga que
corresponde a una parcela secundaria, sembrada con espaciadas sombrillas
vegetales. Tras él, un trozo de carretera, sin apenas circulación, trunca la
continuidad de la perspectiva. Solo el esqueleto de un edificio en construcción,
flanqueado por dos grúas que se elevan en paralelo, inmóviles y pobladas de
gaviotas, parece dar sentido a su pretenciosa proyección sobre el plano
imaginario ideado desde el punto de fuga que materializa el ojo del taimado observador
apostado en la penumbra. Como
contrapunto, un bloque rojo y gris cierra el plano de conjunto por el lado
derecho, mientras a la izquierda se aprecia, desleído, el contorno de los
primeros repechos del Cabeçó d’Or, cuya cumbre hace meses que perdimos de vista
mientras crecían las alturas del nuevo edificio. “Ciega la vida nueva,
es como un verso al revés, como amor por descifrar, como un dios en edad de
jugar”. (S. Rodríguez)
Plano
3. Una puerta corredera de una sola hoja cuartea la perspectiva en esta pieza que
mira al sur. El suelo de losas cuadrangulares extiende, al frente, sus
tonalidades pardas a lo largo de siete metros. Al fondo, una ventana entreabierta,
con cristales traslúcidos, permite enfocar una celosía de hechuras figurativas que fragmenta
y transforma en ficticias piezas de puzzle las fachadas del bloque de
viviendas del otro lado de la avenida. A la izquierda, en primer plano,
armarios y electrodomésticos se alinean con el banco de la cocina sobre el que
reposan cacharros variopintos. A la derecha, las puertas del frigorífico dan
paso a otra bancada sobre la que descansan una báscula digital, algunas cajas
metálicas de galletas, perolas de hierro y una tostadora supuestamente retro. Una
puerta corredera de aluminio lacada en blanco, protegida por una cortina china de encajes
vegetales, cierra una pieza que custodia la sombra de un viejo y colosal vagabundo.
Plano 4. Me engullen los vértices de rectángulos múltiples. A la izquierda,
enmarcado por una puerta corredera, un paralelepípedo ortogonal acoge bancos,
mesas y sillas que se proyectan sobre una superficie diáfana. A la derecha, un
largo rectángulo, mórbidamente iluminado, da acceso a dos puertas y a un
recibidor que se abren indolentemente a miradas sin inspiración. A primera vista
se entrevé un sofá de tonos enfoscados y una mesa de centro con objetos
diversos. En primer plano sobresale un pequeño mueble con numerosas fotografías
y discos. Al fondo, un espacio paralelepipédico conforma una habitación poblada
de libros y cuadros, custodiados por un ventilador desvencijado y blanco, que
descansa indolentemente sobre el suelo de terrazo. Alea jacta est.
¿Quién se atreve a ningunear el atractivo de la opacidad de un ferragosto doméstico más que especial? Porque si así fuese, amenazo con contar de inmediato una historia diferente, igualmente cierta y verdadera.
¿Quién se atreve a ningunear el atractivo de la opacidad de un ferragosto doméstico más que especial? Porque si así fuese, amenazo con contar de inmediato una historia diferente, igualmente cierta y verdadera.
Si es que... con esta calor...
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