Hace
ahora un par de años que me jubilé, que abandoné el ejercicio de mi profesión y
que accedí a que me pagasen una pensión, que bien merezco por haber contribuido religiosamente al sistema de
clases pasivas del Estado durante toda mi dilatada vida laboral.
En
este intervalo vital me he enfrentado a los que probablemente son dos de los principales
retos que lleva aparejado el retiro: el abandono del trabajo y la reducción de
la remuneración. Como todo el mundo, he intentado adaptarme a vivir “sin
trabajo” y he procurado reestructurar la economía familiar a las nuevas
circunstancias. Globalmente, estoy satisfecho. Creo que he logrado instalarme en
un punto bastante equidistante de los dos extremos posibles. Por un lado, el
que representan las personas a quienes les aburre y hastía la jubilación, que visualizan
como la negación de lo que ha sido tantos años su vida, su trabajo diario, sus
obligaciones de toda índole, que tantas satisfacciones les han proporcionado
desde su punto de vista. Por otro, el que encarnan quienes la viven como una
liberación, porque les ofrece la libertad y el tiempo libre del que nunca han
disfrutado, su siempre soñado dolce far
niente. Ambas son dos maneras contradictorias de enfocar la cuestión que,
en todo caso, está sujeta a los problemas y dificultades que pueden sobrevenir
en cualquier momento, matizándola significativamente (enfermedades, déficits
psíquicos y físicos, dificultades familiares, etc.). Estos contratiempos,
propios o generados por el entorno que nos rodea, pueden complicar la aparente
situación de privilegio en la que vivimos muchos jubilados y dar al traste con ella
de un día para otro. Por cierto, no debieran extrañarnos porque también acontecen,
y hasta con frecuencia, en cualquier otra etapa vital. Pero no nos engañemos, es
más frecuente que sucedan ahora.
A lo
largo de mi vida activa ha primado el esfuerzo por lograr los objetivos que me he
propuesto, por realizar bien mi trabajo, por materializar mis ilusiones y
satisfacer mis necesidades, por cultivar la amistad y el amor y lograr ser
correspondido, etc. Ahora, en esta nueva etapa, la verdad es que apenas han
cambiado las cosas. Tengo los mismos deseos y los mismos sentimientos que antes. Probablemente debería intentar enfocarlos de otra manera, pero lo cierto es que
percibo que todavía puedo afrontarlos con la misma ilusión, inteligencia y pasión
que lo hacía. Es verdad que he conseguido añadir a lo anterior algunos
elementos importantes, como vivir más relajado, saborear a ratos la calidad del
tiempo, disfrutar de muchas cosas sencillas y de otras que hacía tiempo que no gozaba,
etc. Todavía no paladeo las zalamerías y las sonrisas de los nietos, pero espero poder hacerlo. Y, desde luego, sigo participando de las alegrías
de mi familia y de mis amigos, y disfruto con las aficiones que tenía y otras
nuevas que he buscado. En suma, sigo sintiendo ‘cosas’ en mi interior y me
apasiono por ellas. Como dijo alguien: el interior no envejece al mismo ritmo
que el envoltorio. Puedes pensar que estás en tu mejor momento vital pero, si
debes echar a correr para coger el autobús, mejor esperas al siguiente.
Así
que, haciendo un balance apresurado de estos dos años de retiro, creo que no me
engaño al pensar que me mantengo activo física e intelectualmente. Camino
bastante, voy al gimnasio a hacer un poco ‘el indio’ (“cardio”, le llaman a eso
ahora), practico algunas aficiones, leo, escribo… Estas cosas me hacen sentir vital
y útil, y hasta me procuran cierto reconocimiento social de vez en cuando. Sigo
conservando la mayoría de mis relaciones sociales: amigos, conocidos, familia,
etc. Así pues, el entorno socioafectivo
está presente en mi día a día. El escenario de las relaciones interpersonales apenas
se ha modificado. Sin duda, el mayor cambio se ha producido en las relaciones
con el entorno laboral. Mis vínculos con el contexto de mi última ocupación, como
profesor universitario, se han quebrado radicalmente. Ni existo para la mayoría
de mis excolegas, ni ellos existen para mí. He perdido casi absolutamente el
interés por las cosas del día a día profesional, por la vorágine de la ‘meritocracia’
y la supervivencia en el sistema, por estar actualizado en las últimas novedades
profesionales…. Se me paró el reloj en ese mundo. Es curioso que ello solo
suceda en ese rincón de mi vida, pero así lo percibo. No sé si vale la pena
reflexionar al respecto, pero hoy no siento especialmente tal necesidad.
Me
he adaptado casi perfectamente a la reducción de los ingresos de mi familia. La
verdad es que, en líneas generales, somos unos privilegiados. Hoy por hoy, nuestras
pensiones nos permiten vivir razonablemente bien. Así que, con lo que está
cayendo, ni podemos ni debemos quejarnos. Y no lo solemos hacer.
En
fin, que aspiro a seguir viviendo con ilusión y curiosidad. Y a recibir lo que
venga con esperanza. Salud que no falte.
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