miércoles, 6 de agosto de 2014

El retiro.

Hace ahora un par de años que me jubilé, que abandoné el ejercicio de mi profesión y que accedí a que me pagasen una pensión, que bien merezco por haber contribuido religiosamente al sistema de clases pasivas del Estado durante toda mi dilatada vida laboral.

En este intervalo vital me he enfrentado a los que probablemente son dos de los principales retos que lleva aparejado el retiro: el abandono del trabajo y la reducción de la remuneración. Como todo el mundo, he intentado adaptarme a vivir “sin trabajo” y he procurado reestructurar la economía familiar a las nuevas circunstancias. Globalmente, estoy satisfecho. Creo que he logrado instalarme en un punto bastante equidistante de los dos extremos posibles. Por un lado, el que representan las personas a quienes les aburre y hastía la jubilación, que visualizan como la negación de lo que ha sido tantos años su vida, su trabajo diario, sus obligaciones de toda índole, que tantas satisfacciones les han proporcionado desde su punto de vista. Por otro, el que encarnan quienes la viven como una liberación, porque les ofrece la libertad y el tiempo libre del que nunca han disfrutado, su siempre soñado dolce far niente. Ambas son dos maneras contradictorias de enfocar la cuestión que, en todo caso, está sujeta a los problemas y dificultades que pueden sobrevenir en cualquier momento, matizándola significativamente (enfermedades, déficits psíquicos y físicos, dificultades familiares, etc.). Estos contratiempos, propios o generados por el entorno que nos rodea, pueden complicar la aparente situación de privilegio en la que vivimos muchos jubilados y dar al traste con ella de un día para otro. Por cierto, no debieran extrañarnos porque también acontecen, y hasta con frecuencia, en cualquier otra etapa vital. Pero no nos engañemos, es más frecuente que sucedan ahora.

A lo largo de mi vida activa ha primado el esfuerzo por lograr los objetivos que me he propuesto, por realizar bien mi trabajo, por materializar mis ilusiones y satisfacer mis necesidades, por cultivar la amistad y el amor y lograr ser correspondido, etc. Ahora, en esta nueva etapa, la verdad es que apenas han cambiado las cosas. Tengo los mismos deseos y los mismos sentimientos que antes. Probablemente debería intentar enfocarlos de otra manera, pero lo cierto es que percibo que todavía puedo afrontarlos con la misma ilusión, inteligencia y pasión que lo hacía. Es verdad que he conseguido añadir a lo anterior algunos elementos importantes, como vivir más relajado, saborear a ratos la calidad del tiempo, disfrutar de muchas cosas sencillas y de otras que hacía tiempo que no gozaba, etc. Todavía no paladeo las zalamerías y las sonrisas de los nietos, pero espero poder hacerlo. Y, desde luego, sigo participando de las alegrías de mi familia y de mis amigos, y disfruto con las aficiones que tenía y otras nuevas que he buscado. En suma, sigo sintiendo ‘cosas’ en mi interior y me apasiono por ellas. Como dijo alguien: el interior no envejece al mismo ritmo que el envoltorio. Puedes pensar que estás en tu mejor momento vital pero, si debes echar a correr para coger el autobús, mejor esperas al siguiente.

Así que, haciendo un balance apresurado de estos dos años de retiro, creo que no me engaño al pensar que me mantengo activo física e intelectualmente. Camino bastante, voy al gimnasio a hacer un poco ‘el indio’ (“cardio”, le llaman a eso ahora), practico algunas aficiones, leo, escribo… Estas cosas me hacen sentir vital y útil, y hasta me procuran cierto reconocimiento social de vez en cuando. Sigo conservando la mayoría de mis relaciones sociales: amigos, conocidos, familia, etc. Así pues, el entorno socioafectivo está presente en mi día a día. El escenario de las relaciones interpersonales apenas se ha modificado. Sin duda, el mayor cambio se ha producido en las relaciones con el entorno laboral. Mis vínculos con el contexto de mi última ocupación, como profesor universitario, se han quebrado radicalmente. Ni existo para la mayoría de mis excolegas, ni ellos existen para mí. He perdido casi absolutamente el interés por las cosas del día a día profesional, por la vorágine de la ‘meritocracia’ y la supervivencia en el sistema, por estar actualizado en las últimas novedades profesionales…. Se me paró el reloj en ese mundo. Es curioso que ello solo suceda en ese rincón de mi vida, pero así lo percibo. No sé si vale la pena reflexionar al respecto, pero hoy no siento especialmente tal necesidad.

Me he adaptado casi perfectamente a la reducción de los ingresos de mi familia. La verdad es que, en líneas generales, somos unos privilegiados. Hoy por hoy, nuestras pensiones nos permiten vivir razonablemente bien. Así que, con lo que está cayendo, ni podemos ni debemos quejarnos. Y no lo solemos hacer.

En fin, que aspiro a seguir viviendo con ilusión y curiosidad. Y a recibir lo que venga con esperanza. Salud que no falte.

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