La
noticia de cabecera de la mayoría de los informativos de las televisiones
españolas a lo largo del día de ayer y en el de hoy es el Ébola, ese mortífero virus
que asusta solo con mencionarlo. Concretamente, lo que hoy concita la
atención del negocio audiovisual es la repatriación de un anciano cura de
la orden de San Juan de Dios y de una monja española de origen ecuatoguineano,
que han llegado esta mañana a la base aérea de Torrejón de Ardoz. El hecho en sí no tendría más trascendencia, descontado
el tirón mediático que tienen estas enfermedades de consecuencias gravísimas, aportando carnaza al morbo que tanto agrada y con tanto ahínco persiguen las
empresas del ramo.
Confieso
que no he seguido exhaustivamente los informes que las autoridades sanitarias y
políticas han ofrecido del asunto. No obstante, con todas las cautelas que exige
una enfermedad de semejante gravedad y la prudencia que demanda la gestión del incidente, no puedo evitar algunas consideraciones y, especialmente, muchas preguntas. Naturalmente, parto del supuesto de que cualquier ciudadano tiene todo el derecho del mundo a que se le atienda adecuadamente en
sus necesidades básicas y, muy particularmente, las relativas a la enfermedad. Nadie
debiera discutir ni poner trabas al libre acceso de todos a la sanidad gratuita.
Pero hoy, en la tesitura que está viviendo este país, y reiterando sin reparos mi credo en
el axioma anterior, no puedo dejar de preguntarme muchas cosas. Entre ellas, lo que cuesta activar una base militar para una operación de esa envergadura, lo que vale fletar un avión medicalizado con personal sanitario especializado
del ejército, lo que importa habilitar en el aeropuerto receptor una unidad de evaluación
para hacer la primera revisión sanitaria a los repatriados. O lo que hay que pagar para trasladar a varias decenas de pacientes desde el hospital que recibirá a los
enfermos a otros centros sanitarios, o cuánto vale activar una comitiva de catorce vehículos y sus
correspondientes dotaciones de personal para desplazar los enfermos desde Torrejón hasta Madrid o el precio del
refuerzo de la seguridad del hospital que
debe acogerlos. En fin, me pregunto cuánto cuesta habilitar habitaciones acristaladas, de
compresión negativa, con videoseguimiento y exclusas individualizadas para
retirar el material sanitario que produzcan y lo que valen los trajes de
seguridad que debe utilizar el personal sanitario. Y decenas de interrogantes más.
Traslado de un enfermo contagiado de Ébola |
Como colofón, me quedan algunos interrogantes para los que ni imagino la
respuesta. Me pregunto, si hubiésemos aplicado el gasto que está generando este lamentable incidente a otras finalidades: ¿cuántas habitaciones seguirían abiertas este verano para responder a necesidades que no se atienden?, ¿cuántas operaciones aplazadas se
realizarían a tiempo?, ¿cuántas urgencias vitales se podrían abordar y cuántos
muertos se evitarían?, ¿cuántos tratamientos efectivos contra la
hepatitis y otras enfermedades graves podrían acometerse?
Millones
de ciudadanos de este país nos hacemos interminables preguntas y alguien
debiera proponerse darles alguna respuesta, que para eso viven del erario
público al que la mayoría contribuimos. Pero entonces viviríamos en otro país.
Soñemos, pues, como diría el clásico.
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