jueves, 3 de abril de 2025

Crónicas de la amistad: Aspe (57)

La comitiva amistosa había sido convocada para hoy en el denominado Valle de las Uvas, en el municipio de Aspe; concretamente en el hotel boutique Bellevall, un interesante establecimiento radicado en las faldas del conocido Peñón de la Ofra, que es lugar idóneo para disfrutar de una escapada. Se trata de un complejo amplio con instalaciones acogedoras, en un contexto medioambiental saludable, rodeado de naturaleza, viñedos de uva de mesa, olivos y algunos limoneros. Un marco apropiado para descansar, comer bien y conversar sobre lo divino y lo humano. Y, también, para explorar y disfrutar los entresijos de la amistad, ese vínculo que nos anuda desde hace tantos años.

Podría decirse que la amistad está de moda, aunque tal vez sería más preciso afirmar que es asunto que no prescribe. Como he referido en otras ocasiones, no hay periodo histórico en el que los pensadores hayan olvidado ocuparse de ella, bien es verdad que con extensión e intensidad dispares en función de las particularidades del momento. El penúltimo ejemplo lo constaté durante las pasadas semanas cuando, casi de manera simultánea, un periodista del diario El País y una filósofa catalana decidieron compartir con los lectores sus conocimientos y opiniones sobre la relación amistosa.

El primero, Daniel Soufi, partiendo desde un amplio repaso a la literatura reciente sobre la materia, recordaba la evolución del vínculo amistoso en las últimas décadas, concluyendo que es uno de los principales refugios que utilizamos las personas para sobrellevar las crisis amorosas, familiares y laborales. Por su parte, la filósofa Marina Garcés compartía sus pensamientos a través de una entrevista que le hizo Noelia Ramírez para el suplemento Ideas del mismo diario. En sus respuestas, aseguraba que la amistad es la aventura de dejar llegar al otro, y reivindicaba poder ser «próximos de gente extraña» en un mundo que se llena de muros.

El periodista, por otro lado, nos recordaba que recientemente abundan los ensayos, novelas, películas, series y obras de teatro dedicados a contar historias de amigos. Y conjeturaba con que, probablemente, el ser humano nunca ha sido tan dependiente del vínculo amistoso como lo es en el siglo XXI. Para defender esta opinión, utilizaba una frase casi lapidaria de la aludida filósofa: «Ante el colapso del amor, de la familia y del trabajo, los amigos es lo último que queda». Y es que la profesora Garcés define la amistad como un «vínculo sin ley», en el que nunca ha hecho falta un contrato, a diferencia de los lazos amorosos, familiares o laborales. Y de ahí que, en su opinión, el tema de los amigos ocupe ahora el centro de nuestras preocupaciones y deseos, «la vanguardia de los afectos», como lo llama ella. De esta manera, coincide con su colega, Alicia Valdés, para quien la amistad se ha convertido en un «vínculo esencial», en un contexto donde la centralidad de la familia comienza a ser cuestionada.

Para que se entienda mejor el enfoque intelectual de Marina Garcés, precisaré que esta ensayista es una referencia nacional en el ámbito del «pensamiento de lo común». Muy simplistamente, podría decirse que lo común es un proyecto fraguado a lo largo de la historia por convergencia de energías y esfuerzos comunitarios. De ahí que su sentido político tenga un carácter transformador y enriquecedor de la realidad, siendo una alternativa para encauzar el discurso de los derechos. Pues bien, en este contexto, en su último ensayo (La pasión de los extraños, 2025), Garcés propone nuevas perspectivas sobre la relación amistosa que resultan muy interesantes. Plantea, por ejemplo, hacer una «contralectura» para aportar una visión crítica y politizada del supuesto carácter inmutable que defiende lo virtuoso y bondadoso de la amistad. Asegura que cualquier otro tema central de la filosofía, como el amor, la verdad o la justicia, ha generado batallas ideológicas o políticas, mientras que no ha sucedido lo mismo con la amistad. Y se pregunta por qué. Argumenta al respecto que, desde Aristóteles, la amistad se define por la reciprocidad de los hombres libres. Son amigos aquellos que no dependen los unos de los otros. A la amistad acceden los adultos autosuficientes, tanto en términos materiales como sociales. Las relaciones de dependencia están delegadas en las mujeres o los esclavos; y la infancia y la vejez son zonas sin interés. Por otra parte, todas las dependencias, reproductivas o materiales, quedan fuera de ella. No cabe duda que, entendida así, la amistad es un paradigma violento y excluyente.

Por otro lado, le resulta curioso que un referente tan estable, como lo es el concepto de amistad, no haya generado instituciones propias. Ciertamente, no se han inventado formas que lo regulen e institucionalicen. No se firma papel alguno para ser amigo de alguien. Y tal vez de ahí proviene lo que tienen de extraño las relaciones de amistad: los amigos no proceden de nuestros núcleos familiares, son presencias que vienen de fuera. El vínculo no viene construido, hay que inventarlo.

Es evidente que los miedos contemporáneos promueven el repliegue de la gente a sus mundos interiores, sean domésticos o basados en identidades muy definidas, que corresponden a personas que son, piensan y se desenvuelven como nosotros. Eso hace bastante impracticable la idea de dejar llegar al extraño, de descubrir lo insólito en nosotros mismos, que es la auténtica aventura de la amistad en opinión de la profesora Garcés. En la actualidad, podría decirse que no creamos comunidades de amigos, sino burbujas de iguales. Por tanto, cabría preguntarse en qué medida confundimos la necesidad de seguridad con el deseo de amistad. Evidentemente, los amigos nos pueden dar apoyo o acompañamiento, pero cuando la amistad se considera como una terapia («mis amigos son mi salvavidas»), se reducen las dimensiones de la aventura amistosa porque su finalidad no es anestesiar nuestros miedos, sino poder perderlos juntos.

Garcés sostiene que se está acelerando la tendencia a vivir en sociedades de la enemistad, y no de la amistad. Se imponen los escenarios dominados por el binomio amigo-enemigo. Las colectividades basan su articulación en el enemigo interior como peligro y en el exterior como amenaza. Ante esa doble correlación plantea una reflexión política: ¿qué relaciones de amistad son viables en esa encrucijada? Evidentemente, no caben otras alternativas que las de carácter defensivo. Lo que suscita una nueva pregunta: las relaciones de amistad ¿solo pueden ser defensivas?, o realmente son otra cosa.

Concluye la filósofa en que para gozar de la amistad debe perderse el miedo a la soledad. Muchas de las amistades que se nos proponen, sean de tipo terapéutico o identitario, no se construyen desde la aceptación de la soledad, sino desde el miedo al aislamiento social y a la soledad no deseada. Esa fobia es la que crea la necesidad casi adictiva de la vida social y escenificada, siquiera sea reducida a las redes sociales, en las que siempre hay otros. De ahí que Garcés reivindique la soledad, no como aislamiento, sino como la condición que nos hace aprender que uno no basta, ni se basta.

Me parece que los párrafos precedentes aportan razones que justifican el imperecedero interés por la amistad y esbozan algunas de las profusas perspectivas o aristas desde las que puede enfocarse. Y ahí lo dejo, cual cabo suelto de un hilo discursivo que tal vez quepa retomar en otra oportunidad.

Ahora, lo que corresponde es referenciar que aún no era la una del mediodía cuando ya nos habíamos congregado en la terraza exterior del restaurante El Xorret, un innovador gastrobar reconocido en la comarca por la calidad de su oferta gastronómica y por la exquisita atención que dispensa su personal. Un establecimiento que aúna tradición e innovación en su oferta de platos made in Spain, en sus jugosas y tradicionales ensaladas y en los sabrosos e imaginativos entrantes, además de ofrecer bocatas personalizados y apetitosas hamburguesas. Alternativamente, se sirven delicias culinarias de carne y pescado que redondean una carta muy completa, rematada con una profusa oferta de postres clásicos y contundentes. Pese todo, no era hoy el destino que había elegido el anfitrión, Antonio García, para completar la refacción del meridión. Hoy El Xorret ha sido un mero punto de encuentro y tránsito donde, tras los efusivos saludos, hemos despachado las primeras cervezas y sendas copas de Ribera y verdejo de Rueda, a gusto de cada cual. Todas ellas han aportado meritorio contrapunto a un aperitivo surtido que incluía una espléndida ensaladilla Xorret con langostino, unas croquetas de jamón, rabo de toro y boletus, y unas zamburiñas finales. La ingesta ha estado trufada con los relatos de las novedades, los dimes y diretes, habladurías, comentarios y cotilleos que han articulado fútiles conversaciones, premeditadamente triviales.

Se acercaba la hora de la comida y, una vez circunvalada la población, siguiendo el camino viejo de Hondón, nos hemos desplazado al hotel Bellevall. En escasos diez minutos nos hallábamos a las puertas de este complejo residencial y gastronómico. El jefe de cocina, excelente anfitrión, nos ha acompañado y enseñado la finca y sus instalaciones, desde las que se divisan unas vistas espectaculares del Peñón de la Ofra y de las zonas adyacentes. Se ofrecen gran variedad de espacios de ocio y deporte, piscina y otros servicios que invitan a permanecer en el complejo y seguramente logran que los usuarios desconecten de sus realidades cotidianas.

Antonio García había concertado un menú compuesto de cuatro entradas: jamón ibérico con tomate asado y crema de burrata, calamarcitos a la andaluza con salsa tártara, huevos rotos con patatas, tomate seco y gambones salteados con ajetes y, finalmente, una flor de alcachofa con crema de foie. Como plato principal se daba opción a elegir entre una amplia oferta: solomillo de cerdo con stillton y boniato, meloso de chipirones y alcachofa, bacalao gratinado con pisto, fideuá del señoret, solomillo de ternera a la brasa, bogavante a la Formentera y meloso de bogavante. La inmensa mayoría nos hemos decantado por el arroz meloso de chipirones y alcachofa, mientras alguno se ha inclinado por el solomillo de ternera a la brasa. Todo ello bien maridado con sendos Juan Gil y verdejo de Rueda. De postre, acompañado de los oportunos cafés e infusiones, nos han preparado exquisitas torrijas de lotus con leche merengada, que han sido la elección absolutamente dominante, que únicamente ha contado con el contrapunto de un coulant de chocolate y pistacho.

Como suele ocurrir, mientras despachábamos algunos cafés adicionales y la copa de rigor, hemos concluido el ágape con el tradicional concierto. Una vez más, la voz y los acordes que Antonio desgranaba con su guitarra han amenizado la sobremesa, haciéndonos rememorar otros tiempos. Tras las clásicas Que tinguem sort y Bella ciao, entre comentarios y disquisiciones marginales, Antonio ha puesto sobre la espléndida mesa que hoy nos habían preparado piezas imperecederas como María la portuguesa y Habanera de Cádiz, del inolvidable Carlos Cano, o Rosas en el mar, de Luis Eduardo Aute. No podía faltar la música popular, que esta vez se ha hecho presente con piezas como la Cançoneta del fil de cotó, La briola i el cremaor y la inefable Jibia i el sequió.

Acabo la crónica de hoy apelando una vez más a los clásicos. Reproduzco los párrafos con que Cicerón concluye Laelius sive de amicitia, un corolario que suscribo en sus propios términos y que dice literalmente: «Declaro que de todas las bendiciones que la fortuna o la naturaleza me han concedido, no conozco ninguna comparable a la amistad de Escipión [Emiliano]. En ella encontré simpatía en público, consejo en asuntos privados; en ella también un medio de pasar mi tiempo libre con un placer sin paliativos. Nunca, que yo sepa, le ofendí ni siquiera en el punto más trivial; nunca oí de él una palabra que hubiera deseado no decir. Teníamos una misma casa, una misma mesa, un mismo estilo de vida; y no solo estábamos juntos en el servicio exterior, sino también en nuestros viajes y estancias en el campo [...] Si el recuerdo y la memoria de estas cosas hubieran perecido con el hombre, yo no habría podido soportar el pesar por alguien tan estrechamente unido a mí en vida y afecto. Pero estas cosas no han perecido; más bien son alimentadas y fortalecidas por la reflexión y la memoria. Aun suponiendo que se me hubiera privado por completo de ellas, el tiempo de vida que me queda no deja de consolarme, pues ya no me queda mucho tiempo para soportar este pesar, y todo lo que es breve debe ser soportable, por severo que sea. Esto es todo lo que tenía que decir sobre la amistad. Un consejo sobre la despedida. Decidíos por esto. La virtud (sin la cual la amistad es imposible) es lo primero; pero junto a ella, y solo a ella, la más grande de todas las cosas es la amistad».

Salvo contingencia sobrevenida, nos veremos en Novelda el próximo 12 de junio. Luis concretará el lugar oportunamente.