miércoles, 5 de junio de 2024

Crónicas de la amistad: Elx (53)

Si hacemos una búsqueda simple del término «amistad» en Google, en apenas 0,32 segundos obtendremos aproximadamente 545.000.000 de resultados. En cambio, si repetimos la rutina para la palabra «enemistad» serán unos 5.860.000, es decir, la centésima parte. Alternativamente, al consultar «amistad» en Google Académico, se alcanzarán 735.000 resultados, mientras al hacerlo con «enemistad» se lograrán alrededor de 53.400. Parece evidente que la primera interesa mucho más que la segunda, siendo también perceptibles las diferencias entre lo que se ha reflexionado y escrito sobre ambas. A lo largo y ancho de estas crónicas he desgranado definiciones, meditaciones y argumentaciones relativas a la amistad; he abordado sus características, virtudes y excelencias; e incluso he mencionado curiosidades y refranes asociados con ella. Sin embargo, hoy pongo el foco en su antónimo, en el término enemistad, que alude a la «aversión u odio entre dos o más personas», como recuerda el DRAE.

Años atrás, Ángel Gabilondo (exrector de la Universidad Autónoma de Madrid, exministro de Educación y actual Defensor del Pueblo), en una de las entradas del blog El salto del ángel que le publicaba el diario El País, escribía acerca de la enemistad. Decía que no es una simple sensación, ni un mero sentimiento. Tampoco algo que va y viene en el juego de las consabidas rupturas y reconciliaciones, o de las aproximaciones y distancias. Basaba su reflexión en una nota que Kant incorpora a su obra política La paz perpetua, en la que subraya que la enemistad es una verdadera ruptura del pacto social, porque significa su quebranto. De acuerdo con ello, podría decirse que no asumir las propias tareas y responsabilidades, tratar de imponer los propios criterios, creerse en posesión de la verdad, no contribuir a generar espacios compartidos u oponerse a los afanes conjuntos, todas ellas, son actitudes que acreditan enemistad, que en último término no es otra cosa que indignidad. Porque seamos claros, ser enemigo auténtico no significa exclusivamente estar contra alguien, incluye la obcecación por ignorarlo, que es mucho peor. Lamentablemente, constatamos a diario la vigencia del pensamiento kantiano.

No faltan quienes consideran que generar enemistad es cuestionar la opinión ajena. A algunos les incomoda, sin más, algo tan simple y natural como que alguien desee, busque o anhele, simplemente eso. Para ellos, tal actitud es merecedora de combatirse per se. De ahí que su obsesión y sus inconfesables estrategias no busquen otra cosa que lograr su reducción, su asimilación o su rendición. O si se prefiere expresarlo de otro modo, actuar a la defensiva es la estrategia idónea frente a cualquier presunto invasor de la voluntad propia. La vida de quienes piensan o sienten así se resume en un combate constante contra los demás. En su opinión, vencer y derrotar son los términos que mejor expresan la eficacia y el realismo. Sin embargo, paradójicamente, esa enfermiza desconfianza hostil hacia los otros no hace sino evidenciar la propia inseguridad. Ansían derrotar a los demás porque los consideran sus enemigos, es decir, quieren lo mismo, quieren lo que les pertenece por derecho autoatribuido.

¡Qué ajenos a tamañas quimeras son los afanes y afectos que nos convocan y nos caracterizan a quienes integramos el grupo Botellamen de Dios! Como supongo que os sucede a vosotros, a cada cual con vuestras cosas, me entrego plenamente a mis devociones y aficiones cuando decido emprenderlas. Igual que intento reproducir con la escritura mis pensamientos, emociones o estados de ánimo, de la misma manera acometo las tareas ineludibles con todo el coraje moral que consigo acopiar. Transcribo mis ilusiones y me expongo a la mirada de los demás mostrando sin ambages lo que soy, cómo pienso y qué siento, sometiéndome al escrutinio general, ajeno al veredicto final. Y lo hago porque, como imagino que os sucede a vosotros, me preocupa mucho menos lo que debo hacer que actuar como debo. Y me parece que en este universo filosófico de inequívoca raigambre kantiana tiene difícil encaje la enemistad.

Por tanto, retomo el discurso amistoso que acompaña habitualmente a nuestro particular itinerario emocional, que hoy se desgrana por territorios del Baix Vinalopó. Un espacio geográfico que ciento veinticuatro años atrás se erigió en un mirador excepcional para contemplar un prodigioso y casi olvidado fenómeno astronómico, que volverá a repetirse el próximo 12 de agosto de 2026, como si los astros hubiesen determinado preludiar el esplendor de El Misteri con un concluyente apagón general.

Dicen las crónicas que, el 28 de mayo de 1900, una expedición de cuarenta científicos españoles, ingleses, escoceses y franceses, procedentes de universidades de media Europa, además de un ejército de más de veinte mil forasteros, se había desplazado hasta las tierras del Baix Vinalopó para contemplar un eclipse total de sol, que solo duró un minuto y diecinueve segundos.

Aseguran que a lo largo del mes y medio que duraron los preparativos el impacto sobre la comarca fue notabilísimo, como consecuencia del revuelo promovido por el astrólogo valenciano Josep Landerer que publicó un estudio asegurando que los mejores observatorios del fenómeno se localizaban en el Baix Vinalopó. Dicen que la población de Elche, que apenas rebasaba las 25.000 almas entonces, se duplicó durante los meses de abril y mayo. Y además, ingleses y escoceses se establecieron en la costa de Santa Pola, donde llegaron a atracar un buque. En la edición del 29 de mayo del diario alicantino El Liberal se leía: «Comoquiera que uno de los puntos mejores para observar el eclipse era Santa Pola, allí nos dirigimos (...) a visitar los observatorios, comenzando por el de la comisión de Londres establecido en la playa, a cuyo frente se encontraba anclado el magnífico transporte inglés Theseus. Los marinos del buque se hallaban jugando al football, violento ejercicio que se realiza con una gran pelota de goma». Tan fue así que algunos estudiosos sostienen que se trata de la primera referencia que se tiene documentada sobre la introducción del fútbol en las comarcas del sur del País Valencià. Es más, años después, se constituyó en Elche un club con el nombre de «Eclipse».

Con un 80% de analfabetismo en la ciudad, la burguesía ilicitana (médicos, abogados y políticos) hizo de anfitriona de los visitantes. Uno de ellos, el prestigioso científico Camille Flamarion, un fenómeno de popularidad en los círculos científicos de la época, encabezó la expedición francesa y actuó de reclamo para el resto de observatorios europeos. Algunos conocidos lugares que acogieron a la numerosa comunidad científica fueron la terraza del campanario de la Basílica de Santa María, el Faro de Santa Pola y el castillo de Santa Bárbara de Alicante, la hacienda de Gervasio Torregrosa en la carretera de Crevillente, la tejera de Jaime Beltrán, en el camino viejo de Alicante, la finca del Toscar L’Hort de Villa Carmen, la Hacienda de Canales o la Fonda la Confianza. Casi ninguna de estas edificaciones sigue en pie, excepto la finca del banquero Jaime Brotons, denominada «El Pino», en la carretera de Santa Pola, también conocida como la «casa azul», que puede verse cuando se va o se viene de Elche a Santa Pola o viceversa. Como anécdota que acompañó a tan singular evento, el diario local El Pueblo de Elche destacó que «Varios rateros se dedicaron al lucrativo estudio de eclipsar algunas carteras. Una de las eclipsadas contenía, según rumores, 4.000 pesetas», que no eran moco de pavo para aquellos tiempos. Pese a todo, es indiscutible que en las fechas señaladas Elche se permitió el lujo de acoger y lucir un arsenal de instrumentos astronómicos, que incluía el telescopio más grande de España.

Pues bien, en torno al eje imaginario que une Novelda con Santa Pola es donde transcurrió nuestro encuentro de hoy. Antonio Antón nos había citado a las 12:00 h. en las puertas de su casa. Aún no rayaba el mediodía y allí estábamos los integrantes de la expedición proveniente de Benilloba, La Vila y Alacant. Antonio y Paqui nos acogían en la terraza de su casa y nos obsequiaban unos refrescos iniciales que han sido muy bien acogidos porque hoy el día era inusualmente caluroso. Pocos minutos después y casi simultáneamente llegaban Pascual, Luis y Antonio García. Inmediatamente nos hemos enredado todos en los habituales y efusivos saludos, recordando a quienes no estaban con nosotros, pero viven en nuestras mentes y en nuestros corazones. Sin solución de continuidad hemos ido despachando el piscolabis que habían preparado Antonio Antón y Paqui a base de langostinos con salsa verde, lacón, queso, almendras, morcón y alguna cosa más, todo ello regado con quintos de Estrella de Galicia y un blanco fresquito.

Antonio había previsto que nos desplazásemos al casco urbano para hacer un breve recorrido por el Parque Municipal, un espacio que forma parte de la vida cotidiana de los ilicitanos, pues no en vano es el principal pulmón vegetal del centro de la ciudad con alrededor de 1600 palmeras. Sus seis hectáreas conforman un espacio único que agrupa los conocidos huertos del Colomer, Real, Mare de Déu y Baix. Un área excepcional que Nicolás Caro, su propietario, legó en el siglo XVII a la patrona de la ciudad y que desde hace muchos años contribuye al disfrute y al descanso de los ciudadanos. Fue el primer jardín público creado en la localidad en 1946, con una extensión inicial de 20.000 metros cuadrados. Pues bien, pese al interés que tenía la visita, a la vista de la climatología, la familia Antón Martínez nos ha disuadido de que la llevásemos a cabo, proponiéndonos alternativamente que prolongásemos el tiempo del piscolabis en su terraza y que desde allí nos dirigiésemos al restaurante donde habían reservado el almuerzo. De modo que hemos cambiado el programa sobre la marcha, hemos aplazado la visita al Parque Municipal y una vez concluido el piscolabis nos hemos dirigido al Restaurante Parres, en el Parque Deportivo, colindante con el anterior.

Una vez allí, bien aposentados en una mesa rectangular, hemos dado buena cuenta de un menú muy completo, integrado por abundantísimos entrantes que incluían pan con alioli y tomate, jamón al corte, queso curado de oveja, buñuelos de bacalao, pulpo a la gallega, calamares a la romana y ensalada de capellán. Como plato principal la mayoría hemos degustado el arroz con costra y algunos se han decantado por un solomillo trinchado. Todo ello ha estado bien regado con cerveza, un blanco de Rueda y un tinto de crianza de la Ribera del Duero. Hemos rematado el menú con un postre de tarta de almendra y los cafés correspondientes.

Tras un breve receso, nos hemos desplazado hasta los vehículos estacionados en un aparcamiento próximo y hemos regresado a la terraza de Paqui y Antonio, donde nos han obsequiado las copas con que acostumbramos a acompañar la sobremesa. Inmediatamente, Antonio ha echado mano de su guitarra, que hoy se mostraba inusualmente rebelde y desafinada. No obstante, la sabiduría y las habilidades de su propietario han puesto en orden el instrumento para arrancarse inmediatamente con los primeros acordes del concierto. Hoy hemos contado con la colaboración especial de Paqui, que ha interpretado varias piezas al alimón con Antonio. Especialmente emotiva ha sido la titulada Un alcalde de la població que alude a su abuelo, Tomás Alonso Blasco, que parece ser el alcalde más reincidente en la presidencia de la corporación municipal de Elche. No han faltado otras piezas del folklore popular como La coveta de S. Pascual o Una xica banyant-se en el sequió. Han vuelto a sonar las viejas melodías (Si em dius adéu, María la portuguesa…), acompañadas esta vez de otras menos habituales como La vall vermella, Que va a ser de ti u Oye niña, estas últimas del maestro Serrat. De nuevo, la música puso el mejor punto final a un encuentro realmente espléndido.

Hace una década decía en otra crónica, y me reafirmo en ello, que tenemos la fortuna de compartir un asombroso caleidoscopio compuesto por un prolijo muestrario de los elementos que conforman la amistad. Ese envidiado artilugio es una amalgama de vivencias, relaciones y afectos que hemos ido acrecentando y redefiniendo con el paso de los años. Es un imaginario artefacto, caprichoso y excepcional, que logra armonizar la nostalgia y el alborozo, lo vivido y lo conjeturado, el cabreo socioambiental y la fascinación por lograr vivir en armonía. Y esa es la grandeza de nuestra amistad, que no es nostálgica, pues no descansa exclusivamente en las vivencias del pasado y en los recuerdos que nos amalgaman, sino que incluye, además, el optimismo vital, la perspectiva esperanzada de cuanto está por venir. Y hago votos porque así sea durante muchos años más. Salud, amigos. Santa Pola nos espera en septiembre, esta vez concurriremos acompañados de nuestras parejas.