jueves, 18 de enero de 2024

Crónicas de la amistad: Novelda (51)

Sin que su versión meteorológica nos alertase, volvió a sorprendernos el invierno astronómico. Se nos echó encima la estación en la que hormiguean los balances del pasado y se forjan esperanzas para el futuro. Se desgranó el año viejo y cuanto en él sucedió para gusto o disgusto de unos y de otros. Hubo de todo y para todos: se desató por enésima vez la guerra perpetua entre judíos y palestinos, solapándose con la de Ucrania y con otras muchas, a cuyas crueldades y tragedias, tristemente, nos hemos acostumbrado. Estalló la «ebullición global» que hizo de 2023 el año más caluroso de la historia. Acontecieron sismos devastadores en Turquía y Marruecos que provocaron miles de víctimas. Donad Trump se convirtió en el primer presidente estadounidense procesado penalmente; y no una sola vez, sino en cuatro ocasiones. Lula da Silva recuperó el poder en Brasil y un ultraliberal antisistema fue elegido presidente de Argentina. La OMS declaró el fin de la emergencia por Covid-19 y la India se erigió en el país más poblado del mundo, arrebatándole el récord a China. Carlos III, eterno candidato al trono británico, fue coronado rey a los setenta y tres años. La Luna volvió a situarse en el corazón de la carrera espacial: India se sumó a China, Rusia y USA en el ranking de los alunizajes controlados. Pedro Sánchez volvió a la Moncloa tras pactar con casi cuanto existe a la izquierda del PSOE y con el conjunto del independentismo. Como siempre, al PP le resultó insoportable que se le esfumase la plenitud del poder —atribución que considera su patrimonio natural—, pese a haber arrasado en los comicios municipales y autonómicos y gozar de mayoría absoluta en el Senado. En fin, sucedieron acontecimientos para contar y no acabar.

Pese a todo, en esta suerte de interludio, antesala del invierno, se prodigan las reflexiones y los buenos propósitos que, desgraciadamente, suelen ser circunstanciales y perecederos. Tan efímero paréntesis llega a ser ocasión propicia para recordar y avivar intenciones y pronunciamientos tan juiciosos como los que siguen: «Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano» (I. Newton). «Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace» (J.P. Sartre). «Quien no entiende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación» (Anónimo). «Lo que es de uno es casi de nadie, así que es mejor que sea de muchos» (E. Chillida). «El tiempo no existe porque el tiempo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada» (Manuel Vicent). Continuaría con una amplísima retahíla de sentencias, del mismo modo que podría recrearme comentando cualquiera de las mencionadas; pero, para no hacerme pesado, me limitaré a compartir algunas reflexiones que me suscita la última paremia.

Años ha que en una de sus impagables columnas Manolo Vicent decía lo siguiente: «No existe otro remedio conocido para que el tiempo discurra muy despacio, sin resbalar sobre la memoria, que vivir a cualquier edad pasiones nuevas, experiencias excitantes, cambios imprevistos en la rutina diaria. Lo mejor que uno puede desear para el año nuevo son felices sobresaltos, maravillosas alarmas, sueños imposibles, deseos inconfesables, venenos no del todo mortales y cualquier embrollo imaginario en noches suaves, de forma que la costumbre no te someta a una vida anodina. Que te pasen cosas distintas como cuando uno era niño». Bien podría haber sido este el contenido de mi carta a los reyes magos, si es que no lo fue.

Porque, como él, constato casi diariamente que se me escapa imperceptiblemente la capacidad de exprimir el tiempo, e incluso de aprovechar los estrechos márgenes que deja la atención de las obligaciones cotidianas. Todavía me subyuga, como a él, la idea de percibir a mi alcance efímeras pasiones o algunos de los venturosos sobresaltos que descubro en las lecturas que emprendo y en otros pagos. A veces, cuando me acuesto, invoco el retorno de sueños imposibles. Y de vez en cuando regresan a mi mente y resuenan en ella las estrofas de viejas canciones; como aquella de Battiato intitulada por su primer verso: «La stagione dell'amore viene e va/, i desideri non invecchiano quasi mai con l'età./Se penso a come ho speso male il mio tempo/che non tornerà, non ritornerà più./La stagione dell'amore viene e va, all'improvviso senza accorgerti, la vivrai, ti sorprenderà/Ne abbiamo avute di occasioni/perdendole; non rimpiangerle, non rimpiangerle mai…»

De alguna manera, tengo la inconsistente convicción de que la ficticia misiva que consigné para oriente llegó a sus destinatarios. Lo intuyo porque, en esta epifanía del nuevo año, contrasto que algunos de mis deseos han sido satisfechos. Además, en algunos de los sueños que consigo evocar, he vislumbrado bienandanzas futuras. Por otro lado, en las párvulas tardes de enero he paladeado frecuentemente la matizada luz violeta proyectada por efímeros ocasos entintados de oropel y carmesí. Y he experimentado sensaciones agridulces que me han transportado a lejanos fríos heladores, compañeros de fatigas de una infancia apurada en callejuelas, corralas y labrantíos, arrebujada en la luminosidad torva de jornadas nivosas, que casi siempre eran el obligado preludio de la ansiada primavera.

Así mismo, en estas jornadas, durante mis timoratos paseos, he observado por centésima vez la sutileza de las yemas incipientes que ribetean las ramas de los almendros con su hinchazón característica, que anuncia la espléndida floración que alimentada por sabias vigorosas colonizará y vestirá sus desnudeces en pocas semanas. De ese modo, como por arte de ensalmo, se acabará gozosamente con el ostracismo vegetal que imponen los rigores invernales.

Y por encima de todo ello, hoy, compruebo y proclamo que somos especialmente felices porque hemos vuelto a detener el tiempo durante unas horas. De nuevo dejamos constancia irrefutable de que nos subyuga la armonía amistosa y de que nos siguen pasando cosas interesantes. Proclamamos que hemos resuelto abolir la monotonía y nos hemos propuesto firmemente evitar que los días resbalen sin dejar huella sobre nuestras vidas. Hoy hemos declarado tácita y explícitamente que queremos seguir escalando la pendiente de la existencia y resistir luchando contra el tiempo, como lo hicimos cuando éramos niños y adolescentes. Y ello, venturosamente, ha sucedido en Novelda donde, como siempre, nos había emplazado Luis, en el restaurante-cafetería Panach, al que conocemos cariñosamente como su «oficina».

Era poco más del mediodía, cuando pasábamos lista y allí estábamos todos. No pudieron concurrir físicamente ni Domingo Moro, que nos seguía telemáticamente desde Ibiza, ni Elías, que sigue distraído con sus cosas. Sin embargo, ambos estaban allí; doy fe. En el espacioso y agradable patio interior del establecimiento, una diligente y eficientísima camarera, de nombre Bea, nos ha servido un copioso tentempié conformado por sendas tapas de ensaladilla rusa, verduras salteadas, croquetas varias, sepia a la plancha y una fritura de pescadito y gambosí. Todo ello regado liberalmente con cerveza, vino blanco de Rueda y un tempranillo de crianza. A lo largo del cuantioso piscolabis, Luis ha mantenido en secreto el destino donde había previsto que diésemos cuenta de la refacción posterior. Tras ponernos al día con las novedades sobrevenidas desde el cónclave anterior y despachar algunos comentarios sobre la actualidad, hemos cerrado la primera parte del encuentro y nos hemos encaminado a ese lugar, tan discretamente ocultado, que no era otro que el Ristorante italiano, de la calle Valencia, junto a la plaza de la Glorieta. En el anexo que tiene en la esquina que forma la calle Carlos I con la plaza, habían dispuesto una mesa tipo banquete en la que nos hemos acomodado tras girar una sucinta visita al establecimiento principal. Una vez allí, dos espléndidas camareras, Rosa y Marieli, rumana y cubana respectivamente, nos han dispensado un pantagruélico menú compuesto por una espléndida variedad de productos de la cocina italiana servidos generosamente, entre ellos: vitello tonnato, tagliatta alla crudaiola, polpetielli alla Luciana, pizza margherita, marinara con acciughe, pasta arrabbiata, bolognese y carbonara. Todo ello regado con cerveza Peroni Nastro Azzurro y sendos Montepulciano d’Abruzzo Solandia, y rematado con postres no menos rumbosos, como el semifredo di yogurt, el tiramisú o el brownie.

Los cafés han dado paso a las canciones y a las copas. Antonio Antón ha vuelto a echar mano de su inseparable guitarra y de su inagotable repertorio dirigiendo magistralmente el final canoro que remata siempre nuestros encuentros. Una vez más ha puesto lo mejor de sí en las canciones que interpretaba y los demás, como hacemos siempre, lo hemos seguido como hemos podido. Han vuelto a sonar las viejas melodías (Si em dius adéu, María la portuguesa…), acompañadas esta vez de otras que parecían hacer un guiño al establecimiento (Bella ciao, No tengo edad…) y alguna incursión en las canciones de trinchera, como Hasta siempre comandante Che Guevara, junto a otras más distendidas como Rosas en el mar. Una vez más la música puso el mejor punto final a un encuentro que resultó nuevamente espléndido.

Así pues, en estos machadianos «días azules y este [recordado] sol de la infancia», reivindico que nos pasen cosas —cuantas más mejor— para evitar que nos resbale, sin dejar rastro, el valioso tiempo que consumimos. Y también que acertemos a mirarlas con ojos rejuvenecidos. No creo en eso que se dice:  —Lo único que no envejece de las personas son los ojos. Claro que envejecen. Se empieza por las borrosidades y se llega a no ver casi nada. De tanto recordar, las luminarias se transforman en vidrios anodinos. Un determinado día, cuando te miras en el espejo, descubres en tu rostro una mirada aquerenciada al vacío, una suerte de masa cristalina a la que vuelven y vuelven las pupilas, como retornando a un punto ciego, casi infinito, que concentra la memoria de cuanto nos sucedió. Percibes un regusto agridulce que hace que te rebeles y recuperes la obstinación por retomarle el pulso al tiempo. Es por ello que propongo para el año nuevo que combatamos con determinación la opacidad que a veces amenaza a nuestros almendrados ojos. Reivindico que nos esforcemos en recuperar de vez en cuando las miradas infantiles, las que antaño esparcían tan generosamente nuestros ojos redondos, como soles. Y reclamo, además, para determinadas ocasiones, la intensidad de las miradas adolescentes. Tengo la certeza de que, si logramos ensayarlas, con las renovadas perspectivas conseguiremos disipar las nostalgias y las monotonías. E incluso, como propone nuestro paisano Vicent, algunas mañanas hasta nos parecerá que reestrenamos la vida. 



6 comentarios:

  1. ¡Enhorabuena por el post! Magnífico como siempre. Un abrazo ;-)

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  2. Muchas gracias. Eres muy amable. Otro abrazo para ti.

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  3. Un "gozazzo" leer todo lo que escribes. Mucha salud y amistad. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias! Un fuerte abrazo.

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  4. Una meravella, reflexions que te sents involucrada...i penses, sí, exacte...
    "constato casi diariamente que se me escapa imperceptiblemente la capacidad de exprimir el tiempo, e incluso de aprovechar los estrechos márgenes que deja la atención de las obligaciones cotidianas"

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  5. Moltes gràcies.

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