Tras
largas semanas de correr despendoladamente, casi sin tiempo para recuperar el
resuello, voluntariamente incurso en los preparativos del Encuentro que la
Generalitat Valenciana y la Comisión Cívica de Alicante para la Recuperación de
la Memoria Histórica programaron en el último fin de semana de marzo, para
conmemorar el 80 aniversario del final de la guerra civil en Alicante; después
de aguantar a pie firme y con las carnes destempladas el temporal que aguó el
último acto de esa celebración, en el Puerto; por fin, felizmente, llegó la
bonanza. Se me brindaba la oportunidad para cambiar el chip y emprender un
viaje alternativo y distinto, tan largamente previsto y tan cuidadosamente planificado
como azarosa e imprevisible fue la peripecia anterior.
Contrariamente
a la vorágine de los días precedentes, sin duda fruto del proverbial atolondramiento
que caracteriza a buena parte de las conductas de la clase política y, también,
por qué no decirlo, de la problemática que engloba la abundancia y disparidad
de los aspectos que componen un Encuentro tan variopinto y plural como el
mencionado, lo que ahora se terciaba era supuestamente mucho más sencillo,
aunque no sé si en realidad menos embarazoso: el cuidado de los nietos. Es
decir, asegurar la atención que requiere el precioso patrimonio familiar que se
alcanza o no, de manera puramente aleatoria, sin que nadie, sea cual sea su
naturaleza, estatus, condición o clase social, tenga la incontrovertible potestad
de encarnarlo. Un fortuna que tal vez la hace tan valiosa el hecho de que se revele
de este modo tan genuinamente caprichoso. Sus padres debían ausentarse por
motivos de trabajo y, como no puede ni debe ser de otro modo, al menos mientras
se pueda, nos comprometimos a atender como se merece la mejor heredad de su
casa.
Media
mañana del domingo. Optamos por desplazarnos hasta la estación del ferrocarril con
el autobús urbano que a esas horas se ofrece casi vacío, con asientos libres y amplios
espacios que aseguran un trayecto que suele recorrerse con despaciosidad y sosiego.
Como disponíamos de tiempo, compramos los periódicos en el “relais” de la
estación y nos encaminarnos tranquilamente hacia el control de equipajes y los
andenes que dan acceso al AVE, que ya se nutrían de una concurrida y disciplinada
columna de jubilados participantes en los viajes del IMSERSO, como acreditaba la
guía que les acompañaba con su indumentaria y sus continuas instrucciones. Una
primera ojeada a la prensa nos ponía al día de la agenda política de la jornada.
Titulares que alertaban de que "La campaña [electoral del 28 de abril] se
juega en todos los frentes, con resultado impredecible". Según los
expertos, parece que está claro qué partidos ocuparán alrededor de 250 escaños,
pero hay un centenar que no se sabe muy bien qué sucederá con ellos, pese a que
son los que decidirán la contienda. Leemos, por otro lado, que “En España hay
cerca de 2000 municipios en los que habitan más jubilados que trabajadores”,
una realidad que nos motiva algunas preocupantes reflexiones. En el panorama
internacional, la noticia que más resuena alude a las disputas por alcanzar el poder
y la sucesión de Buteflika en Argelia. No le anda a la zaga “la batalla venezolana”,
donde Juan Guaidó sigue intentando redoblar en las calles la presión sobre el
gobierno, iniciando la que ha llamado Operación Libertad, un plan que pretende
culminar en el Palacio de Miraflores, sede del gobierno venezolano. Por otra parte, El Corte Inglés inaugura con la
primavera el “mes del circuito”, ofreciendo viajes por el Mediterráneo, vueltas
al mundo y escapadas a cualquier lugar del globo. Finalmente, Ideas, el cuaderno central de El País
ofrece un interesante reportaje sobre el sindicalismo en la era del coworking. “¿Cómo se defiende los
trabajadores atomizados?”, es el interrogante que enmarca un conjunto de
reflexiones en torno al desafío que tienen ante sí las organizaciones sociales
para enfrentarse al nuevo paisaje laboral, cada vez más individualizado y más
líquido, que ofrece entre otros aspectos la desprotección de la creciente
legión de trabajadores autónomos. O la desaparición de la conciencia de clase
trabajadora en las profesiones tecnológicas, los problemas de precariedad y
autoexplotación, o los difusos límites de las jornadas laborales. Se apela finalmente
a que en un momento en que el mercado laboral demanda creatividad sin freno,
tal vez la lucha de los trabajadores también tenga que ser más creativa. Y creo
que no le falta razón a quien esto redacta.
Apenas
has terminado de hojear el diario y, mientras franqueas algunos de los
arrabales sureños de la villa y corte, visualizas el “Pirulí”. Casi sin
solución de continuidad atraviesas el Puente de Vallecas y ya casi te has
dejado atrás, a la izquierda, El Corte Inglés de Méndez Álvaro. Han
transcurrido poco más de dos horas y estás poniendo los pies en la Meseta, encarnada
en esta ocasión por la estación que constituye el principal complejo
ferroviario de “los madriles”, a la que todo el mundo parece querer llegar y de
la que nunca acaba de salir la gente que llega allí. Sorprendentemente se llama
Atocha, el nombre de una planta herbácea de tallo recto, hojas radicales,
largas, duras, resistentes, flores en panoja espigada y semillas muy menudas,
también llamada esparto, característica de la vegetación esteparia, que en
estas coordenadas se revela como un estrepitoso anacronismo.
Una
vez allí, tras un larguísimo y concurridísimo desplazamiento trufado de
escaleras mecánicas y cintas transportadoras, sales a la superficie, saludas a
la torre de la basílica de Nuestra Señora de Atocha y al “gintónic” (monumento
homenaje a las víctimas del 11M-2004, de tan azarosa como corta vida) y tomas
el Cabify de turno, que se dirige a la casa de tus hijos, en la antigua Ciudad
Lineal, el genuino espacio con el que, allá por 1886, el genial Arturo Soria,
urbanista, constructor, geómetra y periodista, pretendía “ruralizar la ciudad y
urbanizar el campo”. Allí, en un modesto apartamento de un centenar de metros
cuadrados, esperan los nietos. Apenas han transcurrido veinte minutos y en el
momento justo en que pones los pies en el zaguán de su casa, intuyes al mayor
jugando al escondite para subrayar el interés y la relevancia de la visita, jugando
a sorprenderse a sí mismo entre correrías, amagos, risas, bromas y chispazos…
que hacen que se detenga el tiempo.
Ya
no hay espacio para la especulación o el ocio, ni para la curiosidad o las retrancas
habituales, tampoco para la displicente lectura o el disfrute de los horizontes
uniformes y tediosos, siempre distintos, que conforman la planicie inmensa que nunca
deja de sorprendernos. Justo en este momento empieza otra vida, en la que no existe
otra prioridad que no sea el requerimiento pronto y la inmediatez de la
respuesta, el efímero interés y la sorpresa, la plena dedicación a la atención
de las necesidades más primigenias. No existe otro propósito que no sea empeñar
tus mejores habilidades en la satisfacción de una incontinente y maravillosa
demanda vital.
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