sábado, 13 de abril de 2019

De nuevo, los nietos

Tras largas semanas de correr despendoladamente, casi sin tiempo para recuperar el resuello, voluntariamente incurso en los preparativos del Encuentro que la Generalitat Valenciana y la Comisión Cívica de Alicante para la Recuperación de la Memoria Histórica programaron en el último fin de semana de marzo, para conmemorar el 80 aniversario del final de la guerra civil en Alicante; después de aguantar a pie firme y con las carnes destempladas el temporal que aguó el último acto de esa celebración, en el Puerto; por fin, felizmente, llegó la bonanza. Se me brindaba la oportunidad para cambiar el chip y emprender un viaje alternativo y distinto, tan largamente previsto y tan cuidadosamente planificado como azarosa e imprevisible fue la peripecia anterior.

Contrariamente a la vorágine de los días precedentes, sin duda fruto del proverbial atolondramiento que caracteriza a buena parte de las conductas de la clase política y, también, por qué no decirlo, de la problemática que engloba la abundancia y disparidad de los aspectos que componen un Encuentro tan variopinto y plural como el mencionado, lo que ahora se terciaba era supuestamente mucho más sencillo, aunque no sé si en realidad menos embarazoso: el cuidado de los nietos. Es decir, asegurar la atención que requiere el precioso patrimonio familiar que se alcanza o no, de manera puramente aleatoria, sin que nadie, sea cual sea su naturaleza, estatus, condición o clase social, tenga la incontrovertible potestad de encarnarlo. Un fortuna que tal vez la hace tan valiosa el hecho de que se revele de este modo tan genuinamente caprichoso. Sus padres debían ausentarse por motivos de trabajo y, como no puede ni debe ser de otro modo, al menos mientras se pueda, nos comprometimos a atender como se merece la mejor heredad de su casa.

Media mañana del domingo. Optamos por desplazarnos hasta la estación del ferrocarril con el autobús urbano que a esas horas se ofrece casi vacío, con asientos libres y amplios espacios que aseguran un trayecto que suele recorrerse con despaciosidad y sosiego. Como disponíamos de tiempo, compramos los periódicos en el “relais” de la estación y nos encaminarnos tranquilamente hacia el control de equipajes y los andenes que dan acceso al AVE, que ya se nutrían de una concurrida y disciplinada columna de jubilados participantes en los viajes del IMSERSO, como acreditaba la guía que les acompañaba con su indumentaria y sus continuas instrucciones. Una primera ojeada a la prensa nos ponía al día de la agenda política de la jornada. Titulares que alertaban de que "La campaña [electoral del 28 de abril] se juega en todos los frentes, con resultado impredecible". Según los expertos, parece que está claro qué partidos ocuparán alrededor de 250 escaños, pero hay un centenar que no se sabe muy bien qué sucederá con ellos, pese a que son los que decidirán la contienda. Leemos, por otro lado, que “En España hay cerca de 2000 municipios en los que habitan más jubilados que trabajadores”, una realidad que nos motiva algunas preocupantes reflexiones. En el panorama internacional, la noticia que más resuena alude a las disputas por alcanzar el poder y la sucesión de Buteflika en Argelia. No le anda a la zaga “la batalla venezolana”, donde Juan Guaidó sigue intentando redoblar en las calles la presión sobre el gobierno, iniciando la que ha llamado Operación Libertad, un plan que pretende culminar en el Palacio de Miraflores, sede del gobierno venezolano. Por  otra parte, El Corte Inglés inaugura con la primavera el “mes del circuito”, ofreciendo viajes por el Mediterráneo, vueltas al mundo y escapadas a cualquier lugar del globo. Finalmente, Ideas, el cuaderno central de El País ofrece un interesante reportaje sobre el sindicalismo en la era del coworking. “¿Cómo se defiende los trabajadores atomizados?”, es el interrogante que enmarca un conjunto de reflexiones en torno al desafío que tienen ante sí las organizaciones sociales para enfrentarse al nuevo paisaje laboral, cada vez más individualizado y más líquido, que ofrece entre otros aspectos la desprotección de la creciente legión de trabajadores autónomos. O la desaparición de la conciencia de clase trabajadora en las profesiones tecnológicas, los problemas de precariedad y autoexplotación, o los difusos límites de las jornadas laborales. Se apela finalmente a que en un momento en que el mercado laboral demanda creatividad sin freno, tal vez la lucha de los trabajadores también tenga que ser más creativa. Y creo que no le falta razón a quien esto redacta.

Apenas has terminado de hojear el diario y, mientras franqueas algunos de los arrabales sureños de la villa y corte, visualizas el “Pirulí”. Casi sin solución de continuidad atraviesas el Puente de Vallecas y ya casi te has dejado atrás, a la izquierda, El Corte Inglés de Méndez Álvaro. Han transcurrido poco más de dos horas y estás poniendo los pies en la Meseta, encarnada en esta ocasión por la estación que constituye el principal complejo ferroviario de “los madriles”, a la que todo el mundo parece querer llegar y de la que nunca acaba de salir la gente que llega allí. Sorprendentemente se llama Atocha, el nombre de una planta herbácea de tallo recto, hojas radicales, largas, duras, resistentes, flores en panoja espigada y semillas muy menudas, también llamada esparto, característica de la vegetación esteparia, que en estas coordenadas se revela como un estrepitoso anacronismo.

Una vez allí, tras un larguísimo y concurridísimo desplazamiento trufado de escaleras mecánicas y cintas transportadoras, sales a la superficie, saludas a la torre de la basílica de Nuestra Señora de Atocha y al “gintónic” (monumento homenaje a las víctimas del 11M-2004, de tan azarosa como corta vida) y tomas el Cabify de turno, que se dirige a la casa de tus hijos, en la antigua Ciudad Lineal, el genuino espacio con el que, allá por 1886, el genial Arturo Soria, urbanista, constructor, geómetra y periodista, pretendía “ruralizar la ciudad y urbanizar el campo”. Allí, en un modesto apartamento de un centenar de metros cuadrados, esperan los nietos. Apenas han transcurrido veinte minutos y en el momento justo en que pones los pies en el zaguán de su casa, intuyes al mayor jugando al escondite para subrayar el interés y la relevancia de la visita, jugando a sorprenderse a sí mismo entre correrías, amagos, risas, bromas y chispazos… que hacen que se detenga el tiempo.

Ya no hay espacio para la especulación o el ocio, ni para la curiosidad o las retrancas habituales, tampoco para la displicente lectura o el disfrute de los horizontes uniformes y tediosos, siempre distintos, que conforman la planicie inmensa que nunca deja de sorprendernos. Justo en este momento empieza otra vida, en la que no existe otra prioridad que no sea el requerimiento pronto y la inmediatez de la respuesta, el efímero interés y la sorpresa, la plena dedicación a la atención de las necesidades más primigenias. No existe otro propósito que no sea empeñar tus mejores habilidades en la satisfacción de una incontinente y maravillosa demanda vital.  

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