jueves, 25 de abril de 2019

Crónicas de la amistad: La Vila (29)

Cuando planifico un viaje, además de recurrir a las acostumbradas guías turísticas, suelo buscar en las librerías dos o tres obras de autores oriundos de los lugares que voy a visitar. Esos libros, más allá de distraerme durante los trayectos y aliviarme la espera en aeropuertos y estaciones, suelen ofrecerme en sus páginas descripciones de paisajes y personas, relatos de costumbres, curiosidades puntuales, referencias de museos o edificaciones y, casi siempre, algo singularmente valioso: la idiosincrasia de colectividades y de personas que posteriormente, cuando las conocí, tuve la oportunidad de contrastar.

Recuerdo que en los preparativos de un breve viaje que hice por algunas ciudades de Centroeuropa cayó en mis manos El último encuentro, de Sándor Márai, una novela construida en torno al fracaso de la relación amistosa de dos hombres que habían servido al imperio austrohúngaro, ya desaparecido en el momento en que se desarrolla la acción. Narrativamente también se había disipado la amistad que les unió, transcurridas varias décadas desde que el más joven optase por marcharse inopinadamente hacia un destino incierto, sin dejar ninguna pista ni dar señales de vida, quebrando así la amistad que forjaron cuando eran adolescentes, un apego profundo como el que une a quienes no esperan nada a cambio de su absoluta entrega a los demás. El personaje que se quedó es ahora un viejo general, incrédulo y desmoralizado, que optó por recluirse en su palacete, que ha mantenido alcanforado, como ha hecho con su vida, permaneciendo ambos prácticamente con las mismas fisonomías que tenían en el momento en que divergieron las biografías amigas.

En la primera parte de la novela desgrana los recuerdos y el dolor por aquel paraíso perdido, que es como el viejo concibe el añorado tiempo de juventud en el que se forja la amistad. En la segunda, cuando se produce un encuentro concertado, comienza un diálogo que es casi un monólogo teatral en el que el general, que se autopercibe como un personaje ridículo, atrapado en un destino que ha decidido cumplir pese a los condicionantes del mundo que le rodea, vierte sus reflexiones en torno a la amistad, el amor, el honor y todos los valores en los que se formó, que ahora rezuman obsolescencia. Su interlocutor apenas responde con expresiones monosilábicas a sus disertaciones. Ambos han vivido a la espera de este momento, pues entre ellos se interpone un gran secreto. De modo que todo converge en un duelo sin armas, aunque tal vez mucho más cruel, cuyo punto neurálgico es el recuerdo imborrable de una mujer. La trama sirve de pretexto al autor para abordar una temática universal, como es la búsqueda de la verdad en tanto que fuerza liberadora, como soporte ético imprescindible para sobrellevar el peso de la vida. De ese modo, mientras los viejos amigos se despedían, esta vez sí definitivamente, en el relato cuya lectura concluía, yo estaba llegando a una ciudad y a un mundo que, pese a ser la primera vez que me acogía, ya no me resultaba desconocido.

Obviamente, sería una necedad cualquier tentativa para documentar nuestro corto viaje a La Vila. Si algo necesitásemos saber de ese exiguo periplo, disponemos a tal efecto de nuestro amigo Tomás, que no es precisamente un anfitrión cualquiera. Pese a ello, no me resisto a compartir un par de leyendas que me contaron unos vileros como él que, curiosamente, ni están referidas a Santa Marta ni a la mar. Con ellas pretendo alfombrar la antesala de nuestro encuentro, no sé si influenciado por la proximidad de la festividad del libro, o es mi tímida renuencia  al abandono autoimpuesto de la vertiente cultural de los encuentros, o simplemente apreciándolas como indulgente preludio de otra jornada memorable que transcurrió en las vecindades de la mar.

La primera alude a la Roca Encantà, un bien de relevancia local (BRL) incluido en el Catálogo de Bienes y Espacios Protegidos de La Vila. Se trata de un afloramiento rocoso que existe junto al camino que conduce al Pont del Salt d’En Gil que desde muy antiguo los habitantes de La Vila han considerado un lugar embrujado, imponiéndoles cierto respeto a la vez que inspirándoles algunas leyendas. Una de ellas cuenta que una bella señora vestida de negro salía a pasear al caer la tarde, vendiendo cintas de colores. Cuando la gente se retiraba a sus casas ella se dirigía hacia la Roca Encantà y permanecía sentada sobre ella hasta la medianoche, esperando día tras día el regreso de su caballero que había partido a guerrear contra los moros. Cuentan que así lo hizo noche tras noche, viviendo como alma en pena y consumiendo su vida, hasta que un día desapareció misteriosamente. Al poco tiempo empezó a decirse que, en algunas noches de luna llena, de una grieta que tiene la Roca surge una dama vestida de negro, que lleva consigo una madeja de cintas de colores que va esparciendo por el camino que conduce hasta la Creu de Pedra, desde donde regresa a su refugio para volver a desaparecer. Y se asegura que la persona que logre coger una de las cintas, antes de que ella se esfume en el interior de la roca, gozará para siempre del amor verdadero.

Pero, además de la Roca Encantà, junto a la villa romana de Xauxelles y a poca distancia de l’Ermita de Sant Antoni, está la Olivera Grossa, un imponente ejemplar considerado también BRL. Este singular elemento patrimonial ha inspirado así mismo algunas leyendas. Una de ellas que, como no podía ser de otro modo, tiene relación con los musulmanes refiere que durante la invasión sarracena se enamoraron una doncella cristiana y un apuesto joven árabe. Obviamente vivían un amor imposible porque las diferencias religiosas y sociales de sus familias no permitían que se consumase el enlace. Sin embargo, era tan ardiente su amor que cada noche, sorteando todas las dificultades imaginables, se encontraban junto a un enorme olivo que actualmente se conoce como la Olivera Grossa. Fueron descubiertos en uno de esos encuentros, llegando la noticia a oídos de sus respectivas familias que les prohibieron taxativamente que volviesen a verse. Pero su amor era tan fuerte que idearon una treta para que su apasionado romance jamás se borrase de la faz de la tierra. Una noche, tras eludir la vigilancia que les ponían, se volvieron a encontrar junto al olivo, bajo la luz de la luna. Cada uno llevaba un anillo que simbolizaba su amor y su unión. Tras la definitiva despedida, decidieron quitárselos e introducirlos, juntos, por una rendija que tenía el olivo. Muchos años después, los más viejos del lugar aseguran que a ellos siempre les han contado que esos anillos siguen allí, en el corazón de este enorme árbol que a lo largo de los años los ha custodiado secretamente, preservando así la bella historia de amor de la que un día fue testigo.

No lejos de allí, era poco más del mediodía y ya estábamos en el bar Diego, frente a la casa de Tomás. Todos cuantos nos habíamos convocado excepto Luis, que se había comprometido a presentar el libro Vísperas de sangre y otros relatos sombríos, del periodista, investigador y escritor David Casado, en la Sede de la Asamblea Amistosa Literaria de Novelda. Un espléndido y soleado día, algo ventosillo, liquidaba un largo fin de semana de temporal y nos daba la bienvenida a la Vila, como no podía ser de otro modo. Hoy nos acompañaba otro ilustre vilero, Vicente Sellés, que se ha incorporado a la comitiva en el mencionado bar donde hemos comenzado a despenar los primeros aperitivos: unos espectaculares mejillones en escabeche, de conserva, y unos tacos de atún fresco, también escabechado, especialidad de la casa, que no desmerecían de los anteriores. Algunas cuñitas de queso manchego de oveja curado D. Apolonio, regadas con las correspondientes cañas y algún vaqueret han puesto fin a la primera estación. Desde allí hemos recorrido los apenas doscientos cincuenta metros que nos separaban de uno de los cafés decanos de La Vila, el Café Mercantil, donde se asegura que nació el nardo allá por el año de 1956, cuando lo regentaban Jaime Lloret y su hijo Luis. Un local excelentemente decorado y muy bien ambientado, cuya barra está coronada por un cartel en el que se explica pormenorizadamente la anécdota que originó tan singular bebida, aludiéndose a un concierto de Gloria Lasso en la capital al que asistieron un grupo de amigos que, a su regreso, decidieron tomar un refrigerio, queriendo el destino que se confeccionase con café granizado y absenta. De esta manera tan sencilla parece que nació el famoso nardo, que algunos se han animado a degustar. La mayoría hemos optado por la cerveza y el vino tinto con los que hemos acompañado unas criadillas rebozadas, especialidad de la casa, y unas lonchas de atún de hijada regadas con excelente aceite que han puesto un glorioso punto final a la fase del aperitivo.

Desde allí nos hemos dirigido a los vehículos, con los que hemos emprendido el camino hacia el Club Naútico donde nos esperaba un menú tipo degustación realmente espectacular, a base de lo que podría denominarse cocina de mercado, es decir, productos frescos del día, cocinados sin artificiosidades y con aliño justo. Me declaro insolvente para destacar especialmente nada de cuanto se ha ido presentando sobre la mesa porque todo ha resultado excelente, desde los iniciales boquerones en vinagre y la ensaladilla rusa al calamar de potera; pasando por los raorets y la gamba roja a la plancha, hasta llegar al atún de hijada, felizmente rematado con unos filetes de morrillo, también de atún, envueltos en hoja de platanero, cocinados a la sal. Todo ello perfectamente maridado con vino blanco de Rueda, un magnum de Rioja crianza y alguna que otra cerveza.

Luego, ya en la terraza, han llegado los cafés, las copas y los cigarrillos para quienes todavía fuman. También hoy Tomás nos trajo chocolates y bombones de Marcos Tonda, que nos han endulzado el paladar y las recurrentes canciones. No ha faltado Si em dius adeu, del amigo Llach, a petición del anfitrión que reclamaba su pequeño homenaje por haber cumplido recientemente la setentena. Homenaje que le hemos tributado gustosísimamente, como a Antonio Antón, que tiene a tiro los 69. Han seguido otras muchas: L’estaca, la Cançó de les balances y Hora negra. Antonio tampoco ha orillado la canción popular, deleitándonos con clásicos como La Briala i el cremaor, Les danses d’Elx o El segon dia de mona. Pascual se ha animado de nuevo y ha entonado con la complicidad de los demás La xica banyant-se en el sequió, que ha dado pie para que Tomás, espoleado por su amigo Vicente Sellés, se arrancase con La perdiz, haciéndonos viajar en el tiempo más de cincuenta años en pocos segundos, sumergiéndonos en el repertorio de la Sección Femenina que popularizó la inefable Amparo Ferrándiz. Inmediatamente, para compensar, hemos atacado María la Portuguesa, la Bella Ciao y el Songorokosongo Songo. Conforme se iban asentando las bebidas espirituosas avanzábamos hacia la encalmada, no sin antes remedar a los Lone Star a instancia de su rendido admirador Antonio García. La canción de la novia del pescador, Serra de Mariola, La Paloma y algunos clásicos de los Beatles (Yesterday, Let it be y otros) pusieron hoy punto final a nuestro encuentro. Caía la tarde y nuevamente se imponía emprender el regreso a casa tras exprimir otra magnífica oportunidad para cultivar la avenencia, la armonía y el afecto.

Cuanto antecede no es sino la expresión de lo que algunos llamamos “cosas de la amistad”, ese contrato tácito que, en palabras de Voltaire, se establece entre personas sensibles y honradas. Efectivamente, en su Diccionario filosófico refiere textualmente: “Digo sensibles, porque un monje, un solitario, puede no tener nada de malvado y vivir sin conocer la amistad. Digo honradas, o virtuosas, porque la gente perversa, o malvada, sólo tiene cómplices; la gente voluptuosa, o lasciva, tiene compañeros de vicios, o libertinaje; la gente interesada tiene socios; la gente política tiene partidarios; la mayoría de los hombres ociosos tiene relaciones; la gente de la realeza tiene cortesanos. Únicamente la gente honrada, o virtuosa, tiene amigos”. Eso mismo pienso yo, y no creo errar al considerar que vosotros también.

La próxima será en Aspe, el 5 de junio. Allí estamos todos emplazados.

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