Ahora
que estamos en campaña, y aún cuando no se esté en ella, no hay debate público
en el que no se suscite alguna problemática relativa a un colectivo tan extenso
y difuso como el de la clase media; un grupo social al que todos queremos
pertenecer, nos corresponda o no, y al que la práctica totalidad de los
políticos quieren representar pese a su presunta decrepitud, que es
consecuencia de una “salud” que parece que ha ido empeorando en las últimas
décadas, como se argumenta en el reciente informe de la OCDE titulado Under
Pressure: The Squeezed Middle Class (Bajo Presión: la clase
media exprimida).
En
él se asegura que la gente que engrosamos este segmento social cuestionamos sin
paliativos los hipotéticos beneficios de la globalización, a la vez que nos
sentimos abandonados por las clases gobernantes. Y ello no parece ser asunto de
carácter emocional o perceptivo, sino más bien, al contrario, es el resultado
de que durante estos años, en muchos países de la OCDE, los ingresos han crecido
menos que el promedio o han permanecido estancados. Por otro lado, las
tecnologías han automatizado muchas ocupaciones cualificadas, centrifugando hacia
la periferia del mercado laboral a los trabajadores de clase media que
precedentemente las desempeñaban. Además, los costes de algunos bienes y
servicios que caracterizan su peculiar estilo de vida, como la vivienda o la
educación de los hijos, han aumentado mucho más rápido que sus ganancias y que la
inflación. En conjunto, todo ello ha mermado su capacidad de ahorro,
cuando no ha generado, directamente, su endeudamiento.
De
modo que el referido informe intenta –supongo que interesadamente, porque cuanto
hace o propone la OCDE no suele ser ni aséptico ni bienintencionado– arrojar
luz sobre los múltiples apremios que se han extendido sobre la clase media, a
base de analizar indicadores concernientes a dimensiones como la ocupación
laboral, el consumo, la riqueza y la deuda, o las percepciones y actitudes
sociales que tiene la ciudadanía sobre su propia situación socioeconómica. El
informe también incluye algunas propuestas políticas que ofrecen hipotéticas
respuestas a las preocupaciones de este relevante estrato social, que se
orientan a proteger sus estándares de vida y a garantizar su seguridad financiera.
Más
allá de lo precedente, no conozco ni un solo economista que cuestione el viejo
axioma de la ingeniería social que se resume en que la prosperidad de un país
es directamente proporcional a la amplitud y estabilidad de su clase media. A
lo largo de muchas generaciones, la han integrado ciudadanos que podían vivir
en una casa cómoda, con un estilo de vida gratificante, desempeñando ocupaciones
estables que les brindaban oportunidades para progresar y consolidar su carrera
profesional. Este estado de cosas representaba para las familias una plataforma
básica sobre la que asentaban sus aspiraciones, básicamente construir su
bienestar y asegurar un futuro prometedor para sus hijos. Pues bien, conforme
pasan los años esa clase social tiene dificultades crecientes para materializar
los presupuestos básicos que constituyen su razón de ser. Y en buena medida, apostillo,
como consecuencia de las políticas económicas propiciadas y apoyadas por la
OCDE.
En
el texto referido, la institución integrada por los países más desarrollados
del mundo recurre a una definición más empírica para delimitar qué es
exactamente la clase media. De hecho, allí se dice que incluye a los ciudadanos
cuyos ingresos están entre el 75% y el 200% de la renta media nacional. Por otro
lado, el consenso académico-institucional establece que en España la integran quienes
no forman parte del 40% que menos gana ni del 30% que gana más. En términos generales,
se acepta una horquilla de ingresos que oscila desde los 20.000 a los 60.000
euros anuales, intervalo que se explica considerando la profusa variedad de
realidades sociales. Es evidente que el estándar para abordar estos cálculos no
puede ser la persona, sino lo que llamamos hogar familiar. No es lo mismo
25.000 euros para una pareja sin hijos que los mismos ingresos para otra con
dos hijos a cargo. Y huelga decir si adicionalmente deben atenderse las
necesidades de una o varias personas mayores dependientes. La OCDE alerta de
que cada vez hay menos ciudadanos englobados en esa horquilla y pide a los
Gobiernos que hagan más esfuerzos para invertir la tendencia al progresivo
encogimiento de la clase media. Constata que en las últimas décadas se ha
estancado o ha disminuido su nivel de vida, mientras los grupos con rentas más
altas han acentuando la patrimonialización de la riqueza. De hecho, el 10% de las rentas superiores
acumulan casi la mitad de los recursos, mientras que el 40% de las rentas más
bajas acopian solo el 3%.
Es
evidente que el empeoramiento de las perspectivas de la clase media no es ajena
a la emergencia de los populismos y de otros fenómenos políticos y sociales,
como los chalecos amarillos en Francia, o los jubilados de Euskadi. Promover
políticas de apoyo a la clase media ayuda a impulsar el crecimiento económico y
a crear un tejido social más cohesionado y estable. Hoy por hoy, muchos de quienes
la engrosamos percibimos que el sistema económico actual es profundamente
injusto y que el crecimiento general de las economías occidentales no nos
reporta beneficios equiparables a lo que representa nuestra contribución, sino
que redunda en beneficio de pocos, que cada vez son menos. De ahí que nos resulte inasumible el aumento del
coste de la vida, como nos enoja la reducción de la movilidad social por las
inciertas perspectivas del mercado laboral. Pese a todo, resulta difícil
cuestionar que, durante el largo proceso de deterioro general iniciado con la
gran crisis de 2008, ha sido la clase trabajadora la que más ha perdido. Ahora
bien, desde una perspectiva estructural, saltan las alarmas cuando es la clase
media la que sufre, en tanto que es factor de estabilización del sistema.
Sin
embargo, por otro lado, algunos datos niegan el grave deterioro de la clase
media en España al que aludimos. Ellos demuestran que los que más han sufrido
con la crisis han sido los empleados no cualificados o con escasa
cualificación, en tanto que la clase media es la que más se ha podido
beneficiar de las prestaciones y ayudas habilitadas institucionalmente para
compensar el descalabro.
Realmente, lo que parece innegable es que la crisis ha producido una fractura
en toda la franja media de la población, abriendo una grieta muy importante
entre los grandes patrimonios y los medianos y bajos, generando muy distintas
realidades dentro de la clase media, que ahora se ofrece más fragmentada que
nunca. Tan es así que una de sus rasgos característicos, la aspiración a la
promoción social, ahora se ha convertido en el anhelo por no verse afectados
por los procesos de ‘desclasización’ y, por tanto, por evitar perder el estatus.
Creo que la crisis significó una profunda
traición del sistema a las clases medias, a las que históricamente venía enviando un
mensaje inequívoco: “estudien, trabajen, no se metan en líos y gozarán de unas
condiciones de vida dignas”. No tengo la menor duda
que la quiebra de esa confianza ha contribuido decisivamente al alza de los nuevos movimientos y
organizaciones sociales y políticos que en los últimos años han ido ocupando
amplios segmentos del espacio público. Y algo habría que hacer para frenar los
populismos y radicalismos de uno y otro signo, si es que todavía seguimos
considerando el centro político y social como el espacio predilecto de quienes
ansían situarse en lo que podría llamarse “normalidad”. Por otro lado, los políticos tampoco debieran
olvidar que les conviene ensanchar los límites de la clase media, porque al fin
y al cabo es el caladero de votos en el que se decantan los resultados
electorales, además de constituir por sí misma una herramienta de estabilidad
social y política, tanto en España como en el conjunto del mundo occidental. De
hecho, ¿acaso existe alguna duda de que buena parte de los valores que se han
ido transmitiendo de generación en generación como definitorios del éxito y la
solvencia socio-profesional han estado ligados a ella?
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