De
nuevo, lunes. Vuelta a la normalidad después de un largo fin de semana en la
capital. Hacia más de un mes que no veíamos al nieto y tocaba compartir unos
días con él y con sus padres. La ocasión pintaba calva porque se celebraba en
Madrid la segunda edición del Mad Cool Festival. Dicen que es uno de los mejores festivales celebrados el pasado año en España, en el que actuó gente
como The Who, Neil Young o Vetusta Morla.
Esta vez se anunciaba un gran plantel de grupos, como Foo
Fighters, Green Day, Kings of Leon, Wilko, Fuel Fandango, etc., que actuaron
en la Caja Mágica las tres tardes/noches del fin de semana. Como nuestros hijos
son muy aficionados a esos acontecimientos, consideraron que era una buena
ocasión para esparcirse, despegarse mínimamente de su pequeño retoño y vivir un
poco la noche madrileña. Así que la situación se presentaba pintiparada para que
nos ofreciésemos a atender al pequeño durante esas veladas. De modo que nos
plantamos en la villa y corte con los escasos pertrechos necesarios para pasar
un revuelto y primaveral weekend –atmosféricamente hablando–
con profusión de tormentas y temperaturas agradables.
Apenas
habíamos puesto el pie en Madrid, comprobamos que las cuatro o cinco semanas
transcurridas desde la última vez que vimos al nieto ha sido tiempo suficiente
para que haya perfeccionado numerosas habilidades y recursos. Ha dejado de
arrastrarse y ha aprendido a gatear, a incorporarse y a ponerse de pie
cogiéndose a cualquier asidero, sea cesto, trona, silla o mano adulta próxima. Gatea que se las pela recorriendo las estancias de su casa, que no son
todas las que desea porque sus padres acotan el terreno para evitarle peligros
evidentes. Disfruta, por ejemplo, subiendo y bajando las escaleras que conducen
al piso superior cogido de las manos de cualquier adulto. En tierra firme, avanza,
detiene la marcha, toma asiento, mira en derredor mientras recupera fuerzas y
reemprende con renovado vigor sus particulares circuitos de gateo, que disfruta
especialmente cuando los demás simulamos ostentosamente que le perseguimos y le jaleamos. Cogiéndole de las manos camina a buen paso, yo diría que hasta con “marcialidad”. Con la misma fe y determinación afronta el ascenso y descenso de las escaleras de su casa, con las que tiene una auténtica –y esperemos que pasajera– fijación. Estaría medio día subiéndolas y bajándolas, infatigablemente, deslomando a padres, abuelos y a quien se presente. Por otro lado, consigue mantener el cuerpo erguido y en equilibrio sujetándose con una mano a un punto de apoyo cualquiera, sea un mueble o el junquillo de una ventana. De modo que no parece lejano el día en que se decidirá a caminar autónomamente, que muy probablemente llegará antes de que finalice el verano.
Hemos
contrastado que ha incrementado su capacidad lingüística que se limita,
obviamente, a la emisión de sonidos intencionados para establecer relaciones
sociales, que además apoya en gestos elocuentes, especialmente uno que utiliza
a menudo que no es otro que señalar con el dedo índice lo que quiere coger o
hacia donde desea ir. A esta función interaccional de su particular lenguaje se
añade la instrumental y regulatoria que subyace a determinados balbuceos,
sollozos y gritos, que expresa con la inequívoca
intención de satisfacer algunas de las necesidades básicas que siente y,
también, para controlar comportamientos propios y ajenos, como comer y beber,
salir de su parque o negarse a subir al carro de paseo.
Sigue
experimentando con el balbuceo, que ha adquirido cierto ritmo y entonación. Expresa
a las claras placer o malestar sin palabras y repite algunos bisílabos (caca,
papa, yaya…). Muestra indicios de que comprende algunos términos referidos a objetos
y contextos concretos y repetitivos. Cada vez son más las los ensayos que
prodiga para intentar articular sus primeras palabras intencionadas, que a buen
seguro no tardará en pronunciar.
Ha
perfeccionado muchísimo sus habilidades motrices, ofreciendo una coordinación muy
precisa de las distintas partes del cuerpo. Sorprende el cuidado con el que
cambia de la posición erecta a la sedente y viceversa, o la escrupulosidad con
que ase cada utensilio, cubierto o juguete por la parte que debe, sea el mango,
el asa o la empuñadura.
Hemos comprobado que sigue ejercitando sin desmayo su afán por comer y crecer. Es como una pequeña lima que goza ingiriendo lo que sea a cualquier hora del día. Pese a ello, no está obeso porque sus progenitores evitan que se exceda ya que, si fuese por él, no dejaría de comer, bien sea lo que le toca en cada comida o un trozo de pan, una galleta, un colín o lo que se tercie. Obviamente tiene sus preferencias. Entre ellas el yogur ocupa un lugar muy destacado, tanto que lo antepone a cualquier otra vianda, que relega ipso facto a poco que se descuide quien le dé la comida y le muestre simultáneamente ambos alimentos. En este momento de su proceso evolutivo parece, como decía Freud, que todo el conocimiento lo adquiere a través de la boca, a la que acaba llevándose cualquier objeto que cae en sus manos. La boca es el principal origen de su placer (chupar, morder, masticar) y al mismo tiempo de sus conflictos y frustraciones cuando las personas que lo cuidan evitan que chupe o mordisquee lo que no debe. Ahora empiezan a interesarle otras partes de su cuerpo, como sus genitales, pero su atención sigue centrada esencialmente en la actividad oral.
Hemos comprobado que sigue ejercitando sin desmayo su afán por comer y crecer. Es como una pequeña lima que goza ingiriendo lo que sea a cualquier hora del día. Pese a ello, no está obeso porque sus progenitores evitan que se exceda ya que, si fuese por él, no dejaría de comer, bien sea lo que le toca en cada comida o un trozo de pan, una galleta, un colín o lo que se tercie. Obviamente tiene sus preferencias. Entre ellas el yogur ocupa un lugar muy destacado, tanto que lo antepone a cualquier otra vianda, que relega ipso facto a poco que se descuide quien le dé la comida y le muestre simultáneamente ambos alimentos. En este momento de su proceso evolutivo parece, como decía Freud, que todo el conocimiento lo adquiere a través de la boca, a la que acaba llevándose cualquier objeto que cae en sus manos. La boca es el principal origen de su placer (chupar, morder, masticar) y al mismo tiempo de sus conflictos y frustraciones cuando las personas que lo cuidan evitan que chupe o mordisquee lo que no debe. Ahora empiezan a interesarle otras partes de su cuerpo, como sus genitales, pero su atención sigue centrada esencialmente en la actividad oral.
Nos
ha sorprendido cómo ha adquirido en tan poco tiempo algunas habilidades
comunicativas. Ya sabe, por ejemplo, mostrar “vergüencitas” y hacer carantoñas,
fruncir el ceño e incluso aparentar con cierto “cinismo” que está risueño
cuando busca que los demás aprueben sus conductas. Simultáneamente, ha
desarrollado la autonomía en el juego, entreteniéndose en su parque durante un tiempo
considerable explorando una caterva de juguetes,
activando sus mecanismos visuales y sonoros, cambiándolos de lugar o indagando táctil y oralmente en sus respectivos contenidos. Mención especial merece su
habilidad con los mandos de la TV que, a poco que te descuides, toma, acciona y
dirige hacia la pantalla con la naturalidad y habilidad que lo hacemos los adultos,
cambiando fortuitamente los menús o los canales para sorpresa de propios y
extraños.
Como puede comprobarse, para gozo de sus progenitores y de sus abuelos, nuestro nieto es un ejemplo paradigmático de un bebé que raya su primer año. Por lo que dice el pediatra, el repertorio sus capacidades y habilidades se corresponde globalmente con el estándar de la fase evolutiva por la que atraviesa. Pese a ello, como supongo que les sucederá a los demás abuelos primerizos, no dejan de sorprendernos porque son progresos que teníamos casi olvidados. De modo que, durante estos días, hemos disfrutado mucho contrastando los rapidísimos avances de una criatura que afortunadamente se cría sana y bien. Eso sí, para disgusto de sus padres, se ha hecho un poquito más madrugadora de lo que era porque raramente le dan durmiendo las siete de la mañana.
Como puede comprobarse, para gozo de sus progenitores y de sus abuelos, nuestro nieto es un ejemplo paradigmático de un bebé que raya su primer año. Por lo que dice el pediatra, el repertorio sus capacidades y habilidades se corresponde globalmente con el estándar de la fase evolutiva por la que atraviesa. Pese a ello, como supongo que les sucederá a los demás abuelos primerizos, no dejan de sorprendernos porque son progresos que teníamos casi olvidados. De modo que, durante estos días, hemos disfrutado mucho contrastando los rapidísimos avances de una criatura que afortunadamente se cría sana y bien. Eso sí, para disgusto de sus padres, se ha hecho un poquito más madrugadora de lo que era porque raramente le dan durmiendo las siete de la mañana.
Por
lo demás, a veces muestra signos inequívocos de que “tiene genio”, e incluso
ofrece algún gesto que denota una cierta “mala leche”, como se suele decir.
Especialmente cuando se le insiste en que haga algo que no desea. Aunque ello
nos suceda a todos, no deja de asombrar tal conducta en una criatura tan
pequeña. No obstante, al margen de estos puntuales furores, ha aprendido peculiares zalamerías, como mirar con ojos cariñosos y sonrisa pícara, fingir pequeñas
vergüenzas o hacerse el encontradizo, con las que nos regala impagables instantes
de felicidad.
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