La gran maravilla del toreo es convertir
la pesada e hiriente realidad de una bestia en algo tan inconsútil como el velo de
una danzarina. (Juan Belmonte)
Hay
quienes aseguran que la tauromaquia es una metáfora de la vida. Yo digo que
menos mal que solo es eso, una simple alegoría, porque con los aires que se
ciernen sobre el planeta taurino…“mala barraca”, que decimos en Alicante. Chascarrillos
aparte, efectivamente, se ha dicho que la fiesta de los toros es un remedo del
devenir de la vida porque no en vano concreta el enfrentamiento de un ser
humano con lo desconocido, su lucha a brazo partido contra la adversidad, el
afán por superar las dificultades y la búsqueda permanente del éxito. Todavía más,
en el planeta de los toros, igual que sucede en la existencia, son más los
perdedores que los triunfadores; son muchísimos menos los que se encumbran que quienes
no hallan en su camino otra cosa que el fracaso, el silencio y el olvido.
Pese
a las posiciones encontradas de defensores y detractores de la tauromaquia, es
incuestionable que la “filosofía” que rodea su particular mundo forma parte de nuestra
idiosincrasia social. Con el paso del tiempo, se ha contrastado ampliamente que
ese peculiar compendio de actitudes, hábitos, costumbres, tradiciones,
racionalidad, pensamientos, identidad, cultura y sentimientos ha influenciado
el idioma. Por tanto, no es nada extraordinario que nuestras lenguas incluyan
vestigios que acreditan tres siglos largos de existencia de una actividad
enraizada y extendida en la sociedad española e hispanoamericana.
Algunos
estudiosos sostienen que el conjunto de las expresiones taurinas conforman un
universo alegórico que impregna nuestra visión del mundo, y también algunas
realidades cercanas. Es una evidencia que el lenguaje de los toros adopta términos generales y los
especializa, fijándolos en expresiones que designan elementos o acciones
específicas. Ejemplos hay a docenas: capote, vara, montera, muleta, quite,
trapío, encaste, bravura, mansedumbre,
fijeza, recorrido, etc., etc. Posteriormente, en justa correspondencia, este
lenguaje especializado se aplica por extensión, similitud o uso metafórico a la
vida cotidiana. De ese modo, palabras y frases genuinamente taurinas retornan a
la lengua común, que utilizan tanto los aficionados como los detractores de la
fiesta de los toros, proporcionándole expresividad, colorido, ironía e incluso
belleza. ¿Se puede discutir la hermosura de términos como albahío o barboquejo, que aluden respectivamente al toro cuya capa o pelaje
es de color blancuzco-amarillento y a la cinta con que el picador sujeta el castoreño (sombrero) por debajo de la
barbilla? ¿Quién no ha tenido oportunidad de comprobar cómo el lenguaje de la
tauromaquia está incrustado en el habla cotidiana? Algunos ámbitos están sembrados de metáforas que
provienen del lenguaje taurino; lo encontramos en las conversaciones cotidianas,
en la política, en la vida amorosa y sexual, en la manera de afrontar las
dificultades, etc., etc. Como no
quiero hacerme pesado, hoy ofreceré algunas pinceladas y otro día me extenderé en
otros aspectos.
A
poco que recapacitemos, comprobaremos que en las conversaciones se utilizan
muchas expresiones taurinas. Por ejemplo, cuando alguien nos pregunta sobre un asunto
molesto o comprometido solemos optar por darle una larga cambiada, para desorientarlo
o para evitar que siga con el tema. Y si un amigo atraviesa dificultades, le
echamos un capote para ayudarle o intentar excusarlo. Nos dan
la vara quienes nos molestan y aburren, y por ello acostumbramos a cambiar
de tercio, es decir, de tema de conversación. Por otro lado, intentar
resolver una situación complicada o plantear un asunto que puede causarnos
perjuicios equivale a lanzarse al ruedo. En fin, decimos que cualquier
diálogo da juego si permite que nos entretengamos, que aprendamos o
que obtengamos información, cosa que seguramente sucede porque la otra
persona entra al trapo, es
decir, responde a nuestra pretensión. Otras veces, los antagonistas no
tienen un pase porque apenas aportan algo interesante, no responden a
las preguntas o se salen por la tangente.
Por otro lado, quienes han toreado en muchas plazas, pueden
preparar una encerrona a quien acaba de tomar la
alternativa o es nuevo en la plaza. A veces hasta toreamos
a alguien porque le ofrecemos falsas esperanzas o le distraemos con
engaños. Uno puede crecerse en el castigo o buscar las
tablas antes de que le den la puntilla y lo dejen
para el arrastre. Aunque si lo que se desea es abandonar una determinada
ocupación personal o profesional, entonces no queda otra que cortarse la
coleta.
Quiénes
son avezados o han convivido con la tauromaquia saben que existen otras muchas expresiones, menos habituales, que suelen ser
desconocidas para los ajenos al mundo taurino. Es el caso de sentencias como tomar
el olivo, dar la espantá o tirarse de
cabeza al callejón, que equivalen
a huir del peligro y buscar refugio. O aquella que alude a los seres taimados o
de aviesas intenciones, que reza: tiene más intención que un toro
marrajo (que no es otro que el que arremete a conciencia, sabiendo
que acierta con el golpe). En otras frases se menciona el “hule”, la tela
plastificada que antiguamente cubría la mesa de operaciones en las enfermerías
de las plazas de toros. Perviven expresiones como: haber hule, que
es una advertencia de que existe peligro cierto; o ir al hule, que equivale a pasar por la
enfermería por causa de un percance; esta última también se utiliza
para indicar que alguien va encaminado al fracaso. Otra expresión genuina es citar
en corto, con la que se alude a una actuación decidida por parte de alguien.
Finalmente, entablerado es un término atribuido al toro que tiene
querencia a permanecer en actitud defensiva cerca de las tablas (barrera) que,
por extensión, se utiliza para designar al marido receloso de que lo engañen. Además
de otras muchas expresiones frecuentes, existe una amplia fraseología taurina, que
incluye refranes y sentencias específicas de las que me ocuparé en otra ocasión.
Creo
en mi fuero interno que, inexorablemente, la fiesta de los toros acabará
desapareciendo. Con ella se irán ecosistemas, especies animales y vegetales,
oficios, herramientas, costumbres, valores, virtudes y defectos… Sin duda, se
lograrán otras cosas, siendo probablemente la principal de todas ellas evitar
que continúe siendo un espectáculo público una actividad dramática, cuya
esencia radica en que una persona pone en juego su vida (aunque no debiera
olvidarse que sucede exactamente lo mismo en todos los deportes del motor y en
otros espectáculos y hobbies universalmente
consentidos). Sin embargo, sería una lástima que también se esfumase el patrimonio
léxico con que la tauromaquia ha contaminado el lenguaje común. Tienen mi
reconocimiento las personas que se han ocupado de recopilarlo y quienes se
dedican a preservarlo, utilizando los viejos y los nuevos formatos: libros, revistas,
medios de comunicación, plataformas digitales, webs, blogs, redes sociales… Espero
y deseo que toda esa labor consiga que perdure más allá de la vigencia de los
festejos porque es un patrimonio que no debe dilapidarse. Sea este un pequeño
homenaje a quienes han hecho y hacen un esfuerzo por evitarlo. ¡Va por ustedes!
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