miércoles, 24 de agosto de 2016

Resiliencia.

Hace poco más de medio siglo que se acuñó el concepto de resiliencia, aunque el fenómeno que define este término es propio de la condición humana y, como tal, apareció con el homo sapiens, perviviendo a lo largo de la historia. La resiliencia es un acontecimiento milenario, inserto en el ADN de la especie humana, que actualmente se difunde con relativa asiduidad.

A mediados del siglo XX empezó a ser objeto de estudio por parte de investigadores de la rama de las ciencias naturales. Poco después, despertó interés en el ámbito de las ciencias sociales y, desde entonces, especialmente en la esfera anglosajona, la superación positiva de experiencias vitales violentas o traumáticas ha sido objeto de amplio análisis por parte de los investigadores, que han logrado sistematizar y proponer estrategias de comprensión y afrontamiento de algunos elementos característicos de la naturaleza humana, como el conflicto, las disfunciones, las crisis o el estrés. Para que nos hagamos una idea de la dimensión de este empeño, una consulta simple en Google Académico arroja casi 700.000 artículos relacionados con la resiliencia, solamente en lo que va de siglo.

Así pues, hace relativamente poco tiempo que se investiga un comportamiento que alude a la capacidad de sobreponernos a la adversidad que tenemos los seres humanos, a través de sugerentes líneas de investigación que, contrariamente a lo acostumbrado, privilegian la atención a las fortalezas en detrimento de los déficit o los problemas. Han surgido de la inquietud por identificar los factores que permiten sortear exitosamente las dificultades y condiciones desfavorables que se presentan en la vida, que tienen origen individual y social. Desde este novedoso enfoque analítico, una situación desfavorable, que desde la óptica tradicional tendría consecuencias perjudiciales, se concibe como un factor positivo, o ‘de resiliencia’, que puede contribuir a la mejora de las condiciones de vida de una persona y de su entorno. Ello, indudablemente, dibuja un nuevo escenario en el espectro de las tareas de prevención. Y ello me parece que es una de las razones que justifican la difusión masiva del concepto, de sus enfoques y de su aprendizaje. 

De hecho, hace unos días leía en el diario El País un artículo al respecto. El periodista refería las opiniones de sendas profesionales de la psicología y la psiquiatría que presentaban la resiliencia como un nuevo (?) concepto que ayuda a solventar los problemas vitales de las personas. Siempre tomo con cautela lo que leo en los medios de comunicación para filtrar las particulares visiones que presentan de las opiniones de las personas entrevistadas, que a veces se publican tergiversadas o se amputan, cambiando sustancialmente el sentido de lo que declaran. Aunque en esta ocasión, me parece que no es el caso.

En síntesis, estas profesionales parten del supuesto de que todos debemos afrontar a lo largo de la vida al menos tres o cuatro situaciones muy difíciles, derivadas de pérdidas, enfermedades, etc. Aseguran que los humanos tenemos tres niveles de respuesta a los problemas que se nos presentan. Todos quisiéramos poseer las herramientas necesarias para superar esos reveses o alcanzar nuestras metas, pero el funcionamiento del cerebro es extremadamente complejo. De hecho, como dicen, se autogestiona a través de neurotransmisores multirrelacionados. Si su funcionamiento no falla, tomamos las decisiones correctas, pero si en esa plurirrelación algo no va bien, obviamente sucede lo contrario.

Para hacerse entender, las facultativas entrevistadas argumentan que las personas tenemos tres cerebros ubicados a distintas alturas. En primer lugar, está el cerebro más primitivo, donde se encuentran los instintos de supervivencia; a continuación, el cerebro medio, que es emocional y, por último, el cerebro superior o racional, al que corresponde tomar las decisiones, que son resultado del modo en que se conectan los tres.

De acuerdo con esa ejemplificación, aseguran que hay tres maneras de enfrentarse a los problemas. La primera es hacerlo desde los impulsos que genera el instinto, la propia animalidad, el estadio más básico de los seres vivos. Se trata de una reacción mecánica y automatizada, que no suele proporcionar buenos resultados a quienes la adoptan. La segunda réplica que cabe ensayar frente a una dificultad grave es la respuesta emocional, con ella se trasciende el estricto mecanismo de defensa y se matiza la réplica desde las emociones del cerebro. Y la tercera es la respuesta racional, la que adopta el “cerebro racional”, responsable de tomar decisiones basadas en la experiencia y en el conocimiento. Esta última se adopta a partir del análisis de sus posibles consecuencias, derivaciones, intenciones, etc., que la moldean para que se adapte a los requerimientos del conjunto y de la propia persona resolviendo, en su caso, el conflicto de intereses.

En mi opinión, esta visión un tanto simplista de la resiliencia exige algunas matizaciones. Previamente, además, debe advertirse sobre la necesidad que apuntan importantes autoridades académicas acerca de que los científicos que la investigan mejoren el rigor de sus trabajos. Estas destacadas personalidades de la especialidad han puesto en tela de juicio algunas aportaciones, que consideran escasamente respetuosas con los altos estándares de evidencia y de auto-control que deben sostener las afirmaciones científicas.

Por no aburrir con un argumentario embarazoso y prolijo, creo que al enfocar el aprendizaje de la resiliencia (que es posible y deseable, porque no todo el mundo la posee innatamente, ni en la misma medida) se debe asegurar no solo la armonía en la interrelación de los aludidos tres “cerebros”, posibilitando respuestas que aseguren la racionalidad. La razón objetiva de los enfoques positivos no puede diluir otras perspectivas necesarias en el estudio de la resiliencia. No siempre la razón objetiva se corresponde con la razón socialmente deseable. Y la resiliencia tiene una dimensión social innegable. Incluso sobrevienen ocasiones en que la razón objetiva es contradictoria y hasta incompatible con el interés general, con el orden moral que hace posible la convivencia. El enfoque de la resiliencia y de su aprendizaje debe armonizarse con el respeto a los principios, valores y normas que rigen la vida y los derechos de la ciudadanía en el marco de una cultura social acordada y compartida. Desde mi punto de vista, resolver eficientemente los problemas personales desde posiciones estrictamente egocéntricas no es solución satisfactoria, porque ni es suficiente ni es coherente con el propio concepto de resiliencia.

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