lunes, 27 de junio de 2016

Más “maera”.

Casi 7.000 casos de estafas y corrupciones, desahucios, pobreza energética, más corrupción, Gürtel, Acuamed, Baltar, ley “mordaza”, Rodrigo Rato, Bárcenas, Brugal, exilio y fuga de cerebros, papeles de Panamá, embargo de la sede del PP, Rita Barberá, Carlos Fabra y Alfonso Rus, caso Cooperación, PP partido imputado, impuesto al sol, cuatro millones de parados, rescate a Bankia, comparecencias en plasma, amnistía fiscal, Fernández Díaz y la policía patriótica, manipulación de RTVE, Ley Wert, IVA cultural al 21%, Operación Púnica, privatización de la sanidad, recortes en educación, sanidad y dependencia, subida de tasas universitarias, contra-reforma laboral, hucha de las pensiones reducida a menos de la mitad, empobrecimiento de la clase media y trabajadora, seis meses de desidia gubernamental, 130 millones de euros gastados en unas elecciones innecesarias, etc., etc. han logrado lo que parecía imposible: reforzar al Partido Popular y debilitar a la izquierda, que ya no es alternativa de gobierno.

Los resultados electorales son de una contundencia abrumadora. Pese al aluvión de los escándalos mencionados –¿qué más tiene que pasar para que los ciudadanos desalojen a un gobierno tan indigno?, es la pregunta que recurrentemente escucho– ahí está la realidad: Rajoy ha ganado las elecciones mejorando notoriamente los resultados de diciembre. Hace solo cuatro meses pudo perder la Presidencia del Gobierno y ahora cosecha el 33% de los votos y llega a los 137 escaños en el Congreso (14 más que el año pasado) y a 130 en el senado (6 más que en la confrontación anterior). Rajoy ha salido claramente reforzado del envite mientras que sus rivales, todos, han fracasado; cada uno a su manera, pero todos están más débiles y en peores condiciones. Las pretensiones de cambio de los nuevos partidos y de la izquierda tradicional han fracasado. Un elocuente sarcasmo que se transmuta en auténtico drama cuando se constata por enésima vez que si Podemos se hubiese abstenido en la investidura de Pedro Sánchez ahora sería imposible que Rajoy fuera presidente.

Sin embargo, siempre hay quién sabe más. Hace dos meses o más que Rajoy daba por seguro que seguiría gobernando. De hecho, en una reunión del Consejo de Ministros, a mediados de abril, pidió a los miembros del Gabinete que siguiesen trabajando en los expedientes informativos que tramitaban para que cuando volvieran a gobernar estuviese hecho parte del trabajo normativo que compete al Gobierno. Entonces, Rajoy barajaba que su vuelta al despacho presidencial se produciría, como muy tarde, en la primera semana de agosto, es decir, dentro de cuarenta días. Un dato que reafirma su confianza en permanecer en La Moncloa es que, por esas fechas, dio orden de activar los trámites para dar forma a los Presupuestos Generales del Estado de 2017, dos meses antes de lo habitual. En esta ocasión adelantó la previsión a causa de la campaña electoral, pero también con plena confianza en la continuidad del gobierno del PP. El Presidente manejaba entonces un hipotético escenario en el que era patente el aumento del apoyo para el dúo PP-Ciudadanos. Es verdad que era menos optimista que el que han promovido los resultados electorales pero que, en todo caso. evidenciaba que sumaban y hacía posible un Gobierno de coalición, o al menos aseguraba el sostén de Albert Rivera a su investidura. En ese contexto, el visto bueno de C’s a las cuentas públicas emergía como uno de los aspectos fundamentales para el acuerdo.

Y es que los Pedro Arriola y compañía saben mucho más de lo que sabemos los mortales. Y si no saben más, lo que saben lo han aprendido muy bien y no escatiman esfuerzos, ni tienen remilgos, para actuar en consecuencia. Con ellos no van las bagatelas de “mariacomplejines” y “marioacomplejaos”. Bien mirado, tampoco es que sean unos linces, porque su estrategia es más vieja que el picor y se basa en dos premisas inequívocas que conocían griegos y romanos: διαίρει καὶ βασίλευε o, si se prefiere, divide et vinces (divide y vencerás). La segunda, mucho más reciente, es la que asegura que “entre la copia y el original, es preferible quedarse con el segundo”

Desde diciembre hasta ayer el PP ha permanecido desaparecido del escenario político, practicando intensivamente el absentismo y sabiendo que la izquierda es la que estaba expuesta –incluso sobreexpuesta– en ese tiempo de zozobra e incertidumbre y que, además, tenía inoculado, mucho antes del invierno, el virus que históricamente ha acabado con sus aspiraciones: la fragmentación y el enfrentamiento fratricida. Solo era cuestión de esperar sus efectos. El previsible fracaso de la intentona de PSOE y C’s para formar gobierno añadió el condimento que exigía la coyuntura. A ojos de la izquierda “auténtica”, de Unidos Podemos, el PSOE aparecía como un partido equiparable a la derecha porque pactaba con ella sin complejos. Por tanto, en su ‘lógica’, se imponía afanarse en ocupar el histórico espacio, el de la socialdemocracia, que monopolizaba el PSOE, incluso concurriendo a los comicios en alianza ‘oportunista’ con quienes representan el comunismo y sus epítomes. Por otro lado, de cara a la derecha de siempre, C’s emergía como una mala copia (y, además, traidora, porque pacta con la izquierda), dejando claro a muchos de quiénes ‘circunstancialmente’ se habían ‘confundido’ que, si se opta por el conservadurismo, la mejor alternativa es la que encarna la versión original que representa el PP.

Así han ido manejando los hilos sibilinamente, llevándonos en volandas a través de televisiones, tertulianos, ególatras y desparpajos hacia donde conviene al establishment. El Brexit ha sido una ayuda tan gratuita como impagable de última hora. Una vez más comprobamos que somos peleles en manos de gentes sin escrúpulos. Vivimos en una realidad inexistente, que ni conocemos ni sabemos interpretar. Al menos, yo me declaro insolvente.

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