Casi
7.000 casos de estafas y corrupciones, desahucios, pobreza energética, más
corrupción, Gürtel, Acuamed, Baltar, ley “mordaza”, Rodrigo Rato, Bárcenas, Brugal,
exilio y fuga de cerebros, papeles de Panamá, embargo de la sede del PP, Rita Barberá,
Carlos Fabra y Alfonso Rus, caso Cooperación, PP partido imputado, impuesto al
sol, cuatro millones de parados, rescate a Bankia, comparecencias en plasma,
amnistía fiscal, Fernández Díaz y la policía patriótica, manipulación de RTVE,
Ley Wert, IVA cultural al 21%, Operación Púnica, privatización de la sanidad,
recortes en educación, sanidad y dependencia, subida de tasas universitarias,
contra-reforma laboral, hucha de las pensiones reducida a menos de la mitad,
empobrecimiento de la clase media y trabajadora, seis meses de desidia
gubernamental, 130 millones de euros gastados en unas elecciones innecesarias, etc.,
etc. han logrado lo que parecía imposible: reforzar al Partido Popular y
debilitar a la izquierda, que ya no es alternativa de gobierno.
Los resultados
electorales son de una contundencia abrumadora. Pese al aluvión de los
escándalos mencionados –¿qué más tiene que pasar para que los ciudadanos desalojen a
un gobierno tan indigno?, es la pregunta que recurrentemente escucho– ahí
está la realidad: Rajoy ha ganado las elecciones mejorando notoriamente los
resultados de diciembre. Hace solo cuatro meses pudo perder la Presidencia del
Gobierno y ahora cosecha el 33% de los votos y llega a los 137 escaños en el
Congreso (14 más que el año pasado) y a 130 en el senado (6 más que en la
confrontación anterior). Rajoy ha salido claramente reforzado del envite
mientras que sus rivales, todos, han fracasado; cada uno a su manera, pero todos
están más débiles y en peores condiciones. Las pretensiones de cambio de los
nuevos partidos y de la izquierda tradicional han fracasado. Un elocuente
sarcasmo que se transmuta en auténtico drama cuando se constata por enésima vez
que si Podemos se hubiese abstenido
en la investidura de Pedro Sánchez ahora sería imposible que Rajoy fuera
presidente.
Sin
embargo, siempre hay quién sabe más. Hace dos meses o más que Rajoy daba por
seguro que seguiría gobernando. De hecho, en una reunión del Consejo de
Ministros, a mediados de abril, pidió a los miembros del Gabinete que siguiesen trabajando en los expedientes
informativos que tramitaban para que cuando volvieran a gobernar estuviese hecho parte del trabajo normativo
que compete al Gobierno. Entonces, Rajoy barajaba que su vuelta al
despacho presidencial se produciría, como muy tarde, en la primera semana de
agosto, es decir, dentro de cuarenta días. Un dato que reafirma su confianza en
permanecer en La Moncloa es que, por esas fechas, dio orden de activar
los trámites para dar forma a los Presupuestos Generales
del Estado de 2017, dos meses antes de lo habitual. En esta ocasión adelantó la
previsión a causa de la campaña electoral, pero también con plena confianza en
la continuidad del gobierno del PP. El Presidente manejaba entonces un hipotético
escenario en el que era patente el aumento del apoyo para el dúo PP-Ciudadanos.
Es verdad que era menos optimista que el que han promovido los resultados
electorales pero que, en todo caso. evidenciaba que sumaban y hacía posible
un Gobierno de coalición, o al
menos aseguraba el sostén de Albert Rivera a su investidura. En ese contexto,
el visto bueno de C’s a las cuentas públicas emergía como uno de los aspectos
fundamentales para el acuerdo.
Y es
que los Pedro Arriola y compañía saben mucho más de lo que sabemos los
mortales. Y si no saben más, lo que saben lo han aprendido muy bien y no
escatiman esfuerzos, ni tienen remilgos, para actuar en consecuencia. Con ellos
no van las bagatelas de “mariacomplejines” y “marioacomplejaos”. Bien mirado,
tampoco es que sean unos linces, porque su estrategia es más vieja que el picor
y se basa en dos premisas inequívocas que conocían griegos y romanos: διαίρει καὶ βασίλευε o, si se prefiere, divide
et vinces (divide y vencerás). La segunda, mucho más reciente, es la que asegura que “entre la copia y
el original, es preferible quedarse con el segundo”
Desde diciembre hasta ayer el PP ha permanecido
desaparecido del escenario político, practicando intensivamente el absentismo y
sabiendo que la izquierda es la que estaba expuesta –incluso sobreexpuesta– en
ese tiempo de zozobra e incertidumbre y que, además, tenía inoculado, mucho
antes del invierno, el virus que históricamente ha acabado con sus aspiraciones:
la fragmentación y el enfrentamiento fratricida. Solo era cuestión de esperar
sus efectos. El previsible fracaso de la intentona de PSOE y C’s para formar
gobierno añadió el condimento que exigía la coyuntura. A ojos de la izquierda “auténtica”,
de Unidos Podemos, el PSOE aparecía como un partido equiparable a la derecha
porque pactaba con ella sin complejos. Por tanto, en su ‘lógica’, se imponía
afanarse en ocupar el histórico espacio, el de la socialdemocracia, que monopolizaba
el PSOE, incluso concurriendo a los comicios en alianza ‘oportunista’ con quienes
representan el comunismo y sus epítomes. Por otro lado, de cara a la derecha de
siempre, C’s emergía como una mala copia (y, además, traidora, porque pacta con
la izquierda), dejando claro a muchos de quiénes ‘circunstancialmente’ se
habían ‘confundido’ que, si se opta por el conservadurismo, la mejor
alternativa es la que encarna la versión original que representa el PP.
Así
han ido manejando los hilos sibilinamente, llevándonos en volandas a través de
televisiones, tertulianos, ególatras y desparpajos hacia donde conviene al
establishment. El Brexit ha sido una
ayuda tan gratuita como impagable de última hora. Una vez más comprobamos que somos
peleles en manos de gentes sin escrúpulos. Vivimos en una realidad inexistente,
que ni conocemos ni sabemos interpretar. Al menos, yo me declaro insolvente.
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