Escribo
las primeras líneas de esta decimocuarta crónica de la amistad interrogándome acerca de si, más allá del anecdotario específico de otra magnífica velada –que
justifica y aporta per se más que
suficiente contenido para este particular dietario que empezamos hace unos tres
años–,
puedo añadir alguna reflexión novedosa sobre la amistad. Pronto se disipan mis
dudas porque deduzco que una relación afectiva fundacional, un vínculo
consustancial a la condición humana, tiene tanto arraigo y tanta historia que será
prácticamente imposible agotar el repertorio de las innumerables percepciones, vertientes,
aristas, enfoques, reflexiones, sentimientos o vivencias que ha originado a lo
largo y ancho de la historia de la Humanidad. De hecho, tanto la amistad como
los amigos han sido temas bienqueridos y versados por los clásicos antiguos y
modernos, desde Platón o Aristóteles a Epicuro, pasando por Cicerón, San
Agustín, Montaigne o Voltaire, hasta los más recientes y cercanos Laín Entralgo
o Julián Marías.
Vaya
por delante el anecdotario, que es elemento insoslayable en toda crónica que se
precie. Alicante, noche del sábado, 21 de mayo, reservado en la Barra de César
Anca. Estrella invitada: Domingo Moro, venido ex profeso desde Ibiza. Diecisiete amigas y amigos sentados a una
mesa rectangular magnífica, con buena comida, buenos caldos y un ambiente grato
a ojos de todos. El chef nos obsequió hoy con un menú tapeo que incluyó tiradito de atún con rúcula y parmesano,
alcachofa rellena de chipirones, crêpe de langostinos, pulpo con all-i-oli,
canelón de rabo de buey, merluza confitada y tarta de manzana, que fueron
trufados con algunos “postizos” que no desmerecieron, aportados generosamente
por Domingo. Para empezar despachamos un aperitivo Palo, mezclado con unas gotitas de ginebra y limón y un toque de agua
de seltz, que supo a gloria. Y para acompañar el postre de la casa, espléndida
la clásica ensaimada e inimitables “els flaons”, dignísimos remates que
tuvieron su guinda en las trufas vileras de Marcos Tonda, que trajeron Rosana y
Tomás, y que algunos acompañamos de una copita de Frígola, el destilado de tomillo ibicenco que nuestro colega isleño
popularizó en Alicante hace casi cinco décadas.
Barra de César Anca, mayo de 2016 |
Hoy
quiero aprovechar la crónica para compartir sucintamente una de las vertientes de
la amistad, la que acoge la filosofía popular. Tal vez os pueda interesar
conocer, recordar o reinterpretar algunos detalles sobre la manera en que se
aborda tan preciada relación en la particular cosmología que encierran los
adagios.
Debo
empezar diciendo que los refranes apenas tratan de la amistad como concepto abstracto,
refiriéndose mucho más a los amigos que a aquella. No debe extrañar porque, en
general, la sabiduría popular atiende bastante más a lo concreto que a lo
abstracto o a lo sofisticado. Sin embargo, ello no significa que los dichos
populares tengan menor enjundia o profundidad que las elucubraciones de ensayistas
y filósofos, a los que a menudo parafrasean. De modo que iré de unos a otros para
intentar demostrar lo que digo.
No
he encontrado ningún refrán que defina la amistad como lo hizo, por ejemplo,
Cicerón cuando puso en boca del cónsul Cayo Laelio aquella sentencia que la
define como “un sentimiento de afecto y benevolencia, un acuerdo perfecto en lo
divino y lo humano, lo mejor que, a excepción de la sabiduría, se ha concedido
a las personas”. Pese a lo dicho, a poco que meditemos, comprobaremos que esta
espléndida valoración de la amistad la refrenda ampliamente el refranero, que
incluye pronunciamientos contundentes al respecto: “Quien tiene un amigo, tiene
un tesoro”, o “Pobre que tiene amigos, llámese rico”. Y, si optamos por
descender al territorio de lo concreto, hallaremos refranes en los que la
definición de lo que es un amigo difiere muy poco de las expresiones acuñadas
por la filosofía clásica, tales como alter
ego o alter ídem. Recordemos si
no los que indican, por ejemplo, que: “El buen amigo es otro yo” o “El buen
amigo, espejo es en que me miro”.
Por
otro lado, como sabemos, la amistad es una forma de amor entre las personas, que se diferencia de otros
sentimientos también recíprocos. Así, el refranero distingue los amigos de los
parientes, avalando la primacía de los primeros. ¿No os parece que es así
cuando se dice: “Más vale buen amigo que pariente ni primo” o “Lo que ni tu
hermano hará contigo, lo hará un amigo”? Sin embargo, como sucede con otras
cosas, otro refrán da pábulo a un significado contrario; es aquel que reza: “Más
vale gota de sangre que cuarto de amistad”. Evidentemente, son puntos de vista encontrados,
no hay más que añadir.
En
el refranero se distinguen los amigos de los conocidos. Se afirma al respecto que
“Los más de los amigos, no son sino conocidos”, a la vez que se resalta la
dificultad de hacer amigos frente a la relativa facilidad con que se acopian
los conocidos. “Muchos son los conocidos y pocos los amigos”, sentencia un
dicho, que también tiene su versión contradictoria que advierte de que debemos “Esperar
más del conocido que del amigo”.
Todos
coincidimos en que los buenos amigos se prestan ayuda mutua en cualquier
circunstancia: “El buen amigo, en bien y en mal está contigo”, aunque, de la
misma manera que las buenas fuentes manan incluso en las épocas de sequía, el
refranero informa de que la piedra de toque de la amistad es también la
adversidad cuando asegura que: “El amigo leal, más que en el bien, te acompaña
en el mal”, o en aquel otro proverbio que reza “En los males se conoce a los
amigos leales; que en los bienes, muchos amigos tienes”.
Evidentemente,
la amistad hay que cultivarla en todas las etapas de la vida, pero existe un
momento privilegiado para que surja: “Las firmes amistades se hacen en las
mocedades”. Por otro lado, aunque los amigos sean para cuando se necesitan (“Los
amigos y los doblones son para las ocasiones”) conviene no echar mano de ellos exclusivamente
en tales circunstancias porque probablemente suceda que “Quien no buscó amigos
en la alegría, en la desgracia no los pida”. Por otro lado, el refranero aborda
otra dimensión importante de la amistad. Es rotundo cuando dictamina que se
debe dar entre iguales: “La amistad entre iguales es la que más vale”, o “Amigo
y compadre, búscalo entre tus iguales”. Y también cuando advierte de que no
deben obnubilarnos los espejismos de la amistad que se sustenta en la desigualdad:
“Entre amigos desiguales no hay franca correspondencia, sino mando y
dependencia”, o “ Entre desiguales, no hay verdaderas amistades”.
Algunos
aforismos abundan en las diferencias existentes entre amistad y fraternidad,
asegurando que ésta no se elige, sino que se acepta sin más. En cambio, los
amigos se escogen: “El amigo escogido, el hermano como es venido”. No faltan
las advertencias sobre las cautelas que deben observarse en esa elección: “Toma
amigo fiel y secreto, si eres discreto”. Por otra parte, se dicen otras muchas
cosas de la amistad. Por ejemplo, se considera que está por encima de los años (“La
amistad no tiene edad”), que supera las distancias (“Del amigo ausente como si
fuera presente”), que exige respeto y franqueza (“Al amigo y al caballo, no
apretallo”), que se fundamenta en la lealtad y en la confianza mutuas (“Ni
yerba en el trigo, ni sospecha en el amigo”) y que no precisa de un trato
especial (“Entre amigos y soldados, cumplimientos son excusados). Y por si
fuera poco se asegura que la verdadera amistad exige liberalidad (“La bolsa y
la puerta, para los amigos abierta”), demanda imaginación y camaradería (“En el
gran aprieto, se conoce el amigo neto”, “En luengos caminos, se conocen los
amigos”) y también correspondencia (“No es amistad la que siempre pide y nunca
da”).
Podéis
imaginar que cuanto antecede apenas significa una somera aproximación a una
perspectiva tan poco novedosa como interesante sobre la que tal vez vuelva otro
día. Concluiré con una referencia a Ortega, que creo que pone un buen colofón a
esta larga digresión; él decía que la triple regla de oro de la relación
amistosa: benevolencia, beneficencia y confidencia, hace de la amistad la cima
del universo. Tal vez la cosa no sea para tanto, pero debe estar cerca. Y para muestra
un botón. Releamos algunos de los guasaps que ayer y hoy inundan nuestro
“Botellamen de Dios” y tendremos una excelente piedra de toque para contrastar con
verosimilitud los párrafos anteriores: “Fue una noche mágica”, “Magnífica
velada”, “Mirad qué contentos estamos”, “Fue una velada excelente, tanto el
menú como vuestra compañía, que al final es lo que importa”, “Espero que nunca
decaiga el ánimo”, “Una estupenda trobada”, “Tantas horas que estuvimos juntos
pasaron en pocos minutos”, “Es un privilegio compartir con vosotros”, “Estamos
resacosos de tanto cariño y alcohol”, “Lo del dissabte són vitamines per a
l’ànim, quin goig”…
Cierro
el capítulo de hoy evocando las viejas canciones y el nuevo himno que todas y
todos “interpretamos”, dirigidos magistralmente, como siempre, por Antonio
Antón. Quiero hacer una mención especial a las rosas que Domingo obsequió a
nuestras compañeras, que esta vez asistieron al encuentro. Una delicia
compartir tanto sentido y tanta coral sensatez y simpatía, aunadas y
representadas imaginariamente por ese pequeño y atento detalle, que sirvió para despedir la noche
enredados en la delicada fragancia de las emociones sentidas por quiénes
compartimos el tiempo y la quietud de la memoria y del afecto.
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