La
situación en el país es ciertamente inquietante. Aún a riesgo de simplificar
demasiado, la visualizo mediante cuatro escenarios en los que faltan los personajes.
Ese es, justamente, el nudo gordiano de la cuestión: los espacios escénicos
están ahí, los que describo y algunos otros, pero ¿contamos con actores capaces
de interpretar los papeles que demandan los retos que proyectan?
Escenario
1. La imprescindible gobernanza
Me
parece que el país necesita hoy un liderazgo lúcido y un programa político realista
que permita asentar una gobernanza que aborde y dé respuesta a los aspectos
fundamentales de la economía, reactivando la actividad productiva y fomentando
el empleo. Considero igualmente imprescindible e inaplazable amortiguar los
estragos de una crisis que ha dejado en cueros a un sistema productivo
desequilibrado y poco diversificado, que se ha llevado por delante buena parte
del estado del bienestar, que ha producido una enorme exclusión social, que ha
laminado casi todos los derechos laborales y sociales logrados tras décadas
de sacrificio y lucha ciudadana, que ha cortocircuitado la investigación y ha propiciado
la emigración del talento y que, desde hace demasiados años, ha consolidado el
desempleo estructural que nos atribuye el “honor” de ser los adalides del paro
en Europa.
Ese
liderazgo es imprescindible para desplegar una actividad sociopolítica que
combata y neutralice hasta el límite de lo posible la corrupción estructural
que se ha instalado en el sistema político y en las instituciones. Además, debe incentivar e impulsar nuevos flujos
económicos para diversificar la actividad productiva y evitar que en el futuro
volvamos a sufrir los efectos de la sobreexposición a los riesgos de una
economía monopolizada por el ladrillo y sus derivados. Indiscutiblemente, esa
nueva gobernanza debería reenfocar y gestionar el realineamiento con la Unión
Europea renegociando los compromisos mutuos. De manera que, sin abandonar el
marco del euro, se debe conseguir el cambio de las políticas que rigen la
moneda única para lograr la efectiva reducción de la austeridad, que es
insoportable para millones de personas y que colapsa el despegue de la
economía.
Tales
aspiraciones deberían traducirse en acciones de las fuerzas políticas dirigidas a consensuar y aprobar presupuestos realistas a lo largo de la
legislatura, que Bruselas tendría que refrendar y que cobran pleno sentido en el
marco de un gran pacto de estabilidad que dé coherencia y recorrido a la acción
política de un gobierno plural y legítimo, respaldado por una amplia mayoría
parlamentaria.
Escenario
2. El multipartidismo.
El
último sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), realizado en
abril, insiste en la redundancia de los porcentajes de voto para todos los
partidos en las elecciones del 26J; lo que equivale a decir que se repetirán prácticamente
los mismos resultados: 43% de votos para la derecha (PP y Ciudadanos) y 44 %
para la izquierda (PSOE, Podemos, En comú, Compromís, Mareas e IU). También se
pronostica que bajará la participación y que la izquierda en conjunto obtendrá
menos proporción de votos (aproximadamente un 2% menos que en diciembre pasado).
Otra cosa es la distribución de los escaños. El PSOE parece que repite
diputados y la coalición Podemos-IU-Mareas-Compromís probablemente no llegue a
80, ya que concentra sus votos en las grandes ciudades y eso lo penaliza
expresamente el sistema electoral. Así pues, parece plausible que esta
coalición de partidos logre más votos que el PSOE, pero no más diputados.
En
este nuevo escenario de crisis del bipartidismo e implantación de la
fragmentación parlamentaria, sorprende que la clase política no tema las
consecuencias del desacuerdo y la repetición sucesiva de las elecciones. No
digo yo que el miedo sea buena compañía pero, en buena medida, él y la necesidad
de dar respuesta a un país a la deriva (no debemos olvidar que, como decía
Toynbee, la historia se repite, con matices) fueron los elementos clave que impulsaron
los acuerdos de las fuerzas políticas en la transición e hicieron posible la
democracia. Somos de natural olvidadizos, pero deberíamos evitar semejante torpeza e, incluso, quienes no tienen memoria porque
son demasiado jóvenes deberían estudiar la historia para evitar repetir sus
peores secuencias.
El
nuevo modelo instaurado en la política española, el llamado “multipartidismo
del bloqueo”, en el que tienen gran protagonismo los partidos emergentes, está
propiciando un parlamentarismo incapaz de lograr acuerdos para la
gobernabilidad. Es curioso que una generación nacida en la democracia del
acuerdo se muestre incapaz, al menos por ahora, de hacer que el consenso y la
palabra sean herramientas para construir alternativas a favor de los intereses
generales de la ciudadanía. Todos aseguran que es su principal objetivo aunque,
paradójicamente, lo que trasluce su comportamiento cotidiano es que para ellos
la política es casi exclusivamente cortoplacismo y puro interés partidista.
Escenario
3. Un sistema electoral injusto y obsoleto.
En
las pasadas elecciones, la Comunidad Valenciana, con un censo de 3.561.911
habitantes, eligió 32 diputados de los 350 que componen el Congreso y 12
senadores de los 208 que integran el Senado. Por su parte, Castilla-León y
Castilla-La Mancha tenían un censo conjunto de 3.597.586 habitantes, es decir, alrededor
35.000 personas más. Pues bien, estas dos últimas eligieron 53 diputados y 56
senadores, es decir 21 diputados y 44 senadores más que nosotros. No son
necesarios más ejemplos porque tales datos desenmascaran la trampa del sistema
electoral, el trapicheo que elección tras elección hace que las cosas apenas se
muevan. Esta artimaña legal se construye sobre dos criterios arteros
consagrados por la Constitución: la circunscripción provincial, que impide que
partidos con un 15% de voto obtengan representación en las demarcaciones que
reparten 4 ó menos escaños; y la desigual asignación de escaños por población,
que penaliza algunas de las Comunidades Autónomas más pobladas y privilegia especialmente
a las conservadoras y envejecidas provincias castellanas.
El
ejemplo mencionado sirve también para refrendar la constatación de que el Senado
es un aliado incondicional del inmovilismo. A menudo se argumenta que la Cámara
Alta no sirve para nada, y no es verdad. Es cierto que no puede vetar leyes
menores, pero puede impedir la reforma constitucional. De modo que no debe
juzgarse a la ligera su auténtico papel. El método de elección de los senadores
(4 por provincia, sistemáticamente) hace
que la mayoría conservadora sea casi incuestionable. Otro ejemplo lo
aclarará más. En Alicante, pese a lo que ha caído por estos lares, en las
últimas elecciones el PP obtuvo el 34,7% de los votos al Senado, que se tradujo
en un 75% de los escaños (3 de los 4 que había en juego). Esto se repite en
todas las circunscripciones, con lo que, obviamente, las grandes beneficiadas
son las Comunidades divididas en muchas provincias. Si nos tomamos la molestia
de sumar las que integran Castilla, Andalucía y Extremadura, comprobaremos que
les corresponden 96 de los 208 senadores, que representan un porcentaje
superior al 46% de la Cámara. Ello determina que la plurinacionalidad del
Estado se estrelle contra un enemigo insuperable: la “pluriprovincialidad”, el
truco matemático-legal que adultera las reglas de la democracia española y que
tantos quebraderos de cabeza ocasiona al Estado.
En
ese escenario, tal vez sea hora de abordar una reforma electoral integral que,
entre otras novedades, permita el gobierno de la lista más votada o la
celebración de una segunda vuelta que dé estabilidad, dado que parece que los
consensos van a ser poco menos que imposibles, al menos en lo que dependa de una
generación política "3emes": mediática, mediocre y miope; que
se ha impuesto a lo que antiguamente se llamaban “estadistas”; es decir, aquellos
hombres y mujeres que han engullido las maquinarias de los partidos políticos cuyos
objetivos parecen circunscritos a alimentar sus propios resortes y a quienes
los mantienen.
Escenario
4. Los desequilibrios territoriales y la financiación autonómica.
Sobre
uno y otro tema han corrido ríos de tinta. Aunque teóricamente el Estado de las Autonomías
se basa en la igualdad territorial y en la solidaridad, existen viejos y nuevos
desequilibrios socioeconómicos y demográficos entre las comunidades autónomas. Sus
causas fundamentales son las diferentes condiciones naturales y la desigual
distribución de los recursos, la localización de las actividades económicas más
dinámicas en cada momento histórico y las actuaciones humanas, que los han
acentuado hasta épocas recientes. Las políticas de incentivos regionales y de
distribución de los Fondos de Compensación Interterritorial, las balanzas
fiscales, etc. han sido objeto de controversias recurrentes entre los Gobiernos Autonómicos y el Gobierno Central. La realidad es que actualmente las
pretensiones secesionistas de Cataluña están sobre la mesa, no es descabellado
pensar que aparezcan iniciativas semejantes en otros territorios y siguen sobre
el tapete los agravios en la financiación planteados por otras autonomías, aspecto
que está muy vinculado al problema anterior. En todo caso, lo que está en
entredicho es el mapa autonómico nacido de la Constitución y habrá que hacer
frente a los desafíos que plantea la nueva situación porque la experiencia prueba
que la política del avestruz, como la desarrollada en los últimos años por el
PP, no es la solución de nada sino todo lo contrario.
Frente
a los retos que proyectan los anteriores escenarios uno se pregunta:
- ¿Existen actores políticos con capacidad de actuar y con talla suficiente para intentar resolver los desafíos que tenemos planteados?
- Si los hubiese, ¿tendrán la decencia o les dejarán contarnos qué piensan hacer de verdad y hasta donde creen, honestamente, que pueden llegar en sus pretensiones? Obviamente, incluyo en ese interrogante los límites del ‘austericidio’, la lucha contra la corrupción, las líneas rojas para los recortes, la posibilidad real de crear empleo que merezca tal nombre, etc.
- ¿Nos dirán también con quiénes están dispuestos a pactar o aliarse para sacar adelante el país? ¿Nos confesarán con quienes no se asociarán en ningún caso? ¿Se comprometerán a cumplir sus promesas y a dimitir irrevocablemente si no lo hacen?
- ¿Nos dirán antes de que los elijamos si, en el hipotético caso de que se conforme una mayoría parlamentaria suficiente para sostener un gobierno en minoría, se abstendrán para dejarlo gobernar durante un tiempo razonable?
Estas
y otras muchas preguntas debieran responderse en las próximas semanas. Es mucho
lo que nos jugamos y todos deberíamos esforzarnos por estar a la altura que exige
la complicada situación del país.
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